Uno de los castigos de pensar es la tendencia que tenemos todos a convertir deseos en realidades y las debilidades en principios. Ejemplos sobran y no me voy a detener en ellos. Usted, amigo lector, debe haber sufrido alguna vez las consecuencias de esos defectos, ya sea en sus relaciones personales, incluso en el amor, […]
Uno de los castigos de pensar es la tendencia que tenemos todos a convertir deseos en realidades y las debilidades en principios. Ejemplos sobran y no me voy a detener en ellos. Usted, amigo lector, debe haber sufrido alguna vez las consecuencias de esos defectos, ya sea en sus relaciones personales, incluso en el amor, en sus promociones laborales o, lo más usual, en las aspiraciones de un cambio social que le permita a usted y al resto de sus congéneres una vida mejor, más justa y equitativa. Se han acumulado muchos fracasos en la lucha por un mundo mejor y posible como para no estar alertas.
Es por eso que entre las recomendaciones que se dan a los políticos de izquierda, a los revolucionarios y a las fuerzas progresistas que pretenden cambiar el mundo, está siempre la de mantener la cabeza fría, para no incurrir en errores de apreciación sobre las verdaderas posibilidades de esas transformaciones.
En realidad, el controlar ese optimismo no es fácil. Casi todos los que vivimos en América Latina tenemos una formación cristiana, a veces voluntarista, que nos lleva a creer que los problemas se van a resolver porque así lo deseamos o porque es justo y Dios nos va ayudar. En la práctica, como sabemos, lo justo no siempre triunfa. Muchas veces el mal –para hablar en términos bushianos– se impone, porque es más poderoso que el bien cuando goza de más fuerza y poder.
Pero dejémonos de disquisiciones filosóficas baratas y vayamos al grano. En su discurso en la última Cumbre del Mercado Común del Sur (MERCOSUR), el presidente venezolano, Hugo Chávez, señalo, y no sin razón, que el 40% de las transacciones comerciales que tienen lugar en esa entidad económica pertenecen a las grandes empresas transnacionales, mientras que otro 37% depende de estas, lo que significa que solo el 23% corresponde a las empresas nacionales de los 5 países miembros.
Tal vez esa sea una de las razones — no la única– de que, luego de más de 15 años de haberse creado el MERCOSUR, este no haya logrado avanzar lo suficiente en el proceso de integración económica y política, ni haya podido cambiar las condiciones de vida de la mayoría de su población. Ahora, al influjo de Venezuela, Brasil y Argentina, es que ha avanzado un poco más allá, aunque todavía dista mucho de lograr la verdadera integración económica y política.
El presidente boliviano, Evo Morales, invitado a la pasada Cumbre, puso el dedo en la llaga al decir que «Son casi 15 años del MERCOSUR y 40 de la CAN (Comunidad Andina de Naciones) y todavía discutimos cómo resolver los problemas sociales de nuestros países». Chávez propuso una mayor participación del estado en la economía, pues «buena parte de nuestro comercio es decidido por esas transnacionales».
Sin embargo, es evidente que no todos los gobiernos están en condiciones de hacerlo y varios de ellos ni siquiera lo han pensado, pues no se corresponde con su ideología de libre mercado, más conocida como ideología neoliberal. Otros, incluso, han dado marcha atrás en sus proyecciones antineoliberales y han entrado en negociaciones con Estados Unidos para firmar tratados disfrazados de libe comercio con Estados Unidos, como es el caso de Uruguay.
En el IX Encuentro Internacional sobre Globalización y Problemas del Desarrollo, celebrado en La Habana, entre el 4 y el 9 de febrero, algunos economistas latinoamericanos realizaron en sus ponencias un análisis crítico del MERCOSUR y del resto de los programas de integración, incluidos la CAN, que ya tiene 40 años de creada, y de la Comunidad de Naciones Sudamericanas (CNS), de reciente creación, que agrupa a todos los países del llamado Cono Sur latinoamericano.
De especial importancia fue la ponencia del economista, profesor universitario e investigador mexicano, John Saxe Fernández, en la que calificó estos tres procesos de integración, algunos más avanzados y ambiciosos que otros, de «neoliberalismo blando».
En el caso del MERCOSUR expuso que si bien, en mayor o menor medida, sus miembros buscan mayor justicia en los términos de intercambio, se rechaza el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y los subsidios agrícolas, se establece una independencia del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, y se busca mejorar las condiciones de vida de los pueblos –unos gobiernos más, otros menos, salvo los de Venezuela y Bolivia–, mantienen las privatizaciones y los estados tienen muy poca participación en las decisiones de las empresas.
Apuntó que además permiten el libre flujo de capitales, mantienen altas tasas de interés bancario, como en el caso de Brasil y Uruguay, lo que beneficia sobre todo a las transnacionales y perjudica los ingresos que podría obtener el gobierno para invertirlo en pagar la deuda social contraída con los pueblos latinoamericanos.
Para Saxe Fernández resulta evidente que, mientras se mantenga ese estado de cosas, será imposible la verdadera integración de los pueblos latinoamericanos, especialmente de aquellos que han firmado Tratados de Libre Comercio con Estados Unidos, como es el caso de Perú, Colombia, las naciones centroamericanas y más recientemente Uruguay.
En otras palabras, que el proceso de integración latinoamericano está permeado de múltiples contradicciones e intereses, en especial la permanencia de un modelo neoliberal agotado, pero todavía en plena aplicación y dependiente de los centros de poder económico mundial, en especial de Estados Unidos. El investigador mexicano alertó también sobre la posibilidad de que el Banco del Sur, una idea de Hugo Chávez aceptada por todos los mandatarios, sirva para financiar a empresarios privados y no a los cambios sociales que se requieren en América Latina.
En un artículo anterior (ver Progreso Semanal, febrero 08 2007) les hablaba de la contraofensiva de la derecha en América Latina, secundada por Estados Unidos, encaminada a impedir el proceso de integración. Recordemos: desde promover el separatismo en el interior de algunos países, impedir la redacción de nuevas Constituciones y promover los partidos demócratas cristianos de derecha, hasta aumentar la presencia militar de Estados Unidos en la región y abrir las puertas de la Escuela de las Américas a los militares latinoamericanos, pasando por todo tipo de campañas en contra de los principales promotores del cambio, en especial Fidel Castro, Hugo Chávez y Evo Morales.
Ahora llega la noticia de la próxima visita (marzo) del presidente W. Bush a Brasil, Uruguay, Colombia, Guatemala y México. Los gobiernos en cuestión no han sido escogidos al azar. Resultan muy importantes para los objetivos norteamericanos en la región. La visita está precedida por una delegación integrada por los subsecretarios de estado Nicholas Burns y Thomas Shannon, así como por otra menos publicitada del fiscal general de los Estados Unidos, Alberto González, más conocido como «el asesor legal para justificar la tortura».
En Brasil, por ejemplo, W. Bush aspira a que el presidente Lula Da Silva asuma el liderazgo regional –supeditado al de Estados Unidos, desde luego– a los efectos de neutralizar el creciente prestigio de Chávez y de la Revolución Bolivariana. Para ser más exactos, quieren crear enfrentamientos entre Lula y Chávez, dado que Brasil es la principal potencia económica de América Latina y la duodécima a nivel mundial. Ya Burns y Shannon declararon que Brasil debía asumir «el lugar» que le corresponde en América Latina. Además, pretenden que Brasil incremente su producción de etanol, con vistas al mercado norteamericano.
La visita a Uruguay tiene el objetivo de apoyar el reciente acuerdo de inversiones y comercio entre los dos países, que tiene las siglas de TIFA (en inglés), para no llamarlo TLC (Tratado de Libre Comercio). Su visita puede crear más problemas que los que pretende resolver, pues son muchas las voces que se alzan contra ese tratado, en especial en medios gubernamentales. La de Colombia, sobra decirlo, para calzar a su principal aliado en América Latina, bastante maltrecho por el fracaso del Plan Colombia, ahora denominado Patriota, y por los escándalos de corrupción, narcotráfico y vínculos con los paramilitares, en los que se han visto envueltos numerosos miembros de su gobierno o sus familiares.
Durante su estancia en Guatemala, W. Bush pretende establecer nuevos acuerdos migratorios, además de dar su apoyo al gobierno de Oscar Berger. Por último, se reunirá en México con el sucesor de Fox, Felipe Calderón, el presidente fraudulento o impuesto, como lo llama la propia prensa mexicana.
El gobierno mexicano, como el de Carlos Menem, en su momento, parece tener lazos carnales con Washington, a pesar del muro y del tratamiento que dan las autoridades estadounidenses a los emigrantes ilegales mexicanos. No por gusto, como les señalaba en un artículo anterior (Progreso Semanal, febrero 08 2007), el gobierno mexicano es el designado para encabezar la ofensiva derechista en América Latina.
Algunos analistas señalan que este viraje del presidente norteamericano hacia América Latina, tiene que ver con la llegada de John Negroponte al Departamento de Estado. Es posible, pero más parece un programa instrumentado hace tiempo. Bush no es ni bien visto ni querido por los pueblos latinoamericanos, y es difícil que a estas alturas la Casa Blanca pueda dar marcha atrás a los cambios que tienen lugar en la región.
Pero, puede crear mayores dificultades, provocar enfrentamientos artificiales, desavenencias y desviar un proceso de unidad económica y política hacia más «neoliberalismo blando». Lo que equivaldría a abortar la débil criatura que es la integración o que de ella nazca un engendro ajeno a los verdaderos objetivos de sus promotores.