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¿Es la actual una crisis global?

Fuentes: Rebelión

Tiene razón James Petras cuando en un reciente artículo publicado en estas páginas («La ‘crisis global del Capitalismo’. ¿De quién es la crisis y quiénes se benefician de ella?», en rebelión: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=146070 , 10 de marzo de 2012), refuta la tesis de quienes sostienen que la crisis del capitalismo es global. Y la tiene justamente […]

Tiene razón James Petras cuando en un reciente artículo publicado en estas páginas («La ‘crisis global del Capitalismo’. ¿De quién es la crisis y quiénes se benefician de ella?», en rebelión: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=146070 , 10 de marzo de 2012), refuta la tesis de quienes sostienen que la crisis del capitalismo es global. Y la tiene justamente porque mientras que en algunas regiones y países la crisis azota con furia a las poblaciones de las clases trabajadoras, en un contexto de endeudamiento externo y déficits fiscales crecientes que rebasan los montos de su Producto Interno Bruto y sus posibilidades de pago, en otras, se vive en una situación donde se solventa la crisis y se magnifican las rutas de recuperación de la tasa de ganancia y de los beneficios de los grandes consorcios y empresas, por ejemplo en Estados Unidos. Sin embargo, dejamos asentado que, independientemente de las diferencias en los procesos de crisis y recuperación de los países y regiones del capitalismo global, la base fundamental de dichos procesos corre a cargo de la mayor explotación del trabajo, del incremento del desempleo y de caídas muy importantes en los ingresos y salarios reales de las clases trabajadoras. También conviene retener que la crisis del mundo del trabajo, por muy profunda y extendida que sea, no implica, per se , crisis del capital o del capitalismo; por el contrario, éste puede perfectamente solventarse en función y a pesar de aquella crisis y profundizarla.

En la historia de las luchas sociales, nunca como ahora se había visto una ofensiva tan brutal, sistemática, coordinada y efectiva contra las clases trabajadoras y el mundo del trabajo en todos los países del orbe. En Asia, África, Europa y América Latina esta ofensiva patronal, comandada por el Estado capitalista, no tiene parangón con las ofensivas desatadas en el curso del siglo XX. Y esto tiene una explicación: la profunda división y debilidad de los movimientos de los trabajadores y de los sindicatos para por lo menos intentar frenar la voracidad de empresarios, gerentes y gobiernos por restituir las condiciones de rentabilidad del capital y aumentar las tasas de beneficio.

Ciertamente que la crisis actual del capitalismo no es propiamente una crisis global, es decir, que ocurra en la misma dimensión y profundidad en todos los países y regiones del mundo. A pesar de que voceros del orden mundial, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, han alertado de que efectivamente la crisis pueda convertirse en auténticamente mundial. Desde 2008 -2009, y la recuperación en 2010, muchos países como Estados Unidos han conseguido recuperar sus condiciones de rentabilidad en marcadas en los beneficios de los grandes consorcios inmobiliarios, de los bancos y de las bolsas de valores, que han sido los sujetos predilectos de la defensa del Estado. Este ha desplegado toda su fuerza, influencia, represión y prestigio, a través de múltiples mecanismos y políticas para salvaguardar los intereses de las clases dominantes, burguesas y especulativas que son verdaderamente quienes comandan la hegemonía del sistema capitalista-imperialista global. Los recientes «rescates» de los países fuertemente endeudados como Grecia y Portugal, en la Unión Europea, se han conseguido mediante la imposición de una serie de políticas de austeridad social contra la población trabajadora en países que ya acusan grandes y graves índices reales de desocupación, caídas de los salarios reales y del poder adquisitivo. Desde 2008-2009 el resultado de estas medidas ha sido incrementar el desempleo abierto y enviar a la mendicidad, a la precariedad, la informalidad, la pobreza, la violencia, la criminalidad y la migración a miles y miles de personas, especialmente jóvenes y niños que ya no tienen más remedio que resignarse a vivir permanentemente en esta deplorable situación. Al respecto se sabe que en Grecia más de la mitad de las personas menores de 25 años no tiene trabajo y que ahora sus padres, ya jubilados, los tienen que mantener con sus menguados ingresos y ante esta situación muchos jóvenes se ven obligados a abandonar su país para buscar un empleo con el que subsistir, mientras que Alemania -en gran parte responsable de la crisis europea- toma medidas drásticas, como reducir prestaciones sociales, para «desalentar» la inmigración de españoles, griegos y portugueses desempleados.

Es cierto que el sistema no hace «eclosión»; que no está en «crisis final». Sin embargo, la crisis social, laboral y política se multiplica y reserva para las clases explotadas y oprimidas. Estas no tienen más opción inmediata o mediata que resignarse o luchar simplemente para sobrevivir. Los movimientos de protesta, las huelgas y manifestaciones recientes contra las reformas laborales y la austeridad en España, Portugal, Irlanda y Grecia son sólo preludios tanto de esta crisis y de sus flagelos como del descontento de las clases populares al experimentar cómo día a día se degradan sus condiciones de vida, se recorta sus presupuestos para sobrevivir y se envuelven en universo cerrado de incertidumbres y promesas insatisfechas.

La calidad de vida se deteriora, la precariedad del trabajo asalariado, que es congénita al capitalismo, se actualiza mediante su precarización , que consiste en un proceso de ajuste constante del mundo del trabajo a las condiciones, normas e intereses de una gestión empresarial, caracterizada por la imposición de altos ritmos de intensidad del trabajo, la flexibilización, tanto de la compra como de la venta y el uso productivo de la fuerza de trabajo y, por último, por una gestión científica e informática sustentada en el desgaste físico y emocional, como producto de una gestión del trabajo que tiene como eje el estrés y el desgaste físico-muscular y cerebro-intelectual del trabajador.

La reciente reforma laboral aprobada el 8 de marzo de 2012 por el Congreso del Estado español, a raíz del Decreto de Ley de Reforma Laboral que el ejecutivo conservador envió, es reveladora de la situación que demuestra que el verdadero proceso de reestructuración y recuperación del capital es el mundo del trabajo, y dentro de él, los salarios, los derechos sociales y las condiciones de trabajo. Es importante remarcar que esta medida se tomó en un país que tiene alrededor de 5.2 millones de desempleados y con visibles disminuciones de sus tasas de crecimiento económico que configuran un estado de recesión: en 2011, experimentó nulo crecimiento con proyección de precipitarse en una nueva caída de -0.5% en 2012, según datos del FMI.

Lo mismo ocurre en otros países, como Portugal (con sólo 1.6% de crecimiento de su PIB en 2011), donde el Estado y la patronal han impuesto severas reformas de corte neoliberal supuestamente para superar la crisis y pasar, posteriormente, a un «feliz» proceso de recuperación. Sin embargo, éste ha sido la perorata que las clases dominantes de todos los tiempos esgrimen para justificar sus acciones. Por ejemplo, el presidente español, Mariano Rajoy, declaró sin tapujos que la «…reforma es la que necesita España para volver a crecer y crear puestos de trabajo», cuando en realidad opera en sentido contrario, ya que facilita y abarata el despido de personal, valida y extiende los contratos temporales, posibilita la reducción de los salarios cuando el patrón aluda dificultades en sus negocios y justifica los despidos por motivo de ausentismo, entre otras medidas lesivas para el mundo del trabajo.

Desde la década de los ochenta del siglo pasado se impulsaron sendas reformas laborales regresivas de cuño neoliberal en América Latina que lesionaron y fraccionaron fuertemente a las clases obreras de estos países. De la misma manera que hoy sucede en Europa, en aquella ocasión se impusieron severas políticas de austeridad, programas anti-inflacionarios con cargo en la restricción monetaria y en el aumento de los impuestos a la población y se redujeron los salarios y las conquistas de los trabajadores. 20 años después, en muchos países como México y los de Centroamérica y otros como Perú, experimentan estas mismas políticas, sin que se vislumbren cambios de rumbo para los afectados. Más bien se mantienen en las agendas de las burocracias políticas del Estado y de las clases empresariales sendas reformas laborales para impulsar los procesos de precarización, flexibilización en formalización de las relaciones laborales y de trabajo.

Algo similar está ocurriendo en los países de la Unión Europea, más intensamente en los del Sur. Pero como norma general, el capital y su Estado, pretenden imponer sus políticas neoliberales para defender el capital financiero especulativo -como muestra la reciente reestructuración de la deuda griega con sus acreedores internacionales- e intentar frenar, de esta manera, una crisis que, si bien hasta ahora no es global, sin embargo, podría convertirse en una verdadera crisis mundial del capitalismo, aún más severa para la humanidad trabajadora.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.