Si Venezuela fuese una isla, aislada geográfica y socialmente del resto del planeta y de la humanidad, la reconciliación no sólo sería posible sino necesaria. Pero ese no es el caso. El país y la nación están insertos en la aldea universal de la cual ha hablado McLuhan. Hoy la interdependencia entre los pueblos no […]
Si Venezuela fuese una isla, aislada geográfica y socialmente del resto del planeta y de la humanidad, la reconciliación no sólo sería posible sino necesaria. Pero ese no es el caso. El país y la nación están insertos en la aldea universal de la cual ha hablado McLuhan. Hoy la interdependencia entre los pueblos no es sólo económica, es política y social. De modo que es un absurdo plantearse la posibilidad de un apaciguamiento entre los venezolanos, sin que ella se plantee a escala global. Por el contrario, al menos deberíamos estar satisfechos de que a diferencia de lo que ocurre en otras regiones, incluso en nuestro vecindario, el enfrentamiento que responde a la contradicción fundamental que se debate a escala global, ha venido discurriendo con un mínimo de violencia entre las partes. Ese hecho dice mucho de la racionalidad de la mayoría de los venezolanos. Y entre otras variables, sin dudas tiene que reconocerse la negativa de quien hoy tiene el control del poder en el país, de utilizar las enormes capacidades que ha acumulado, para coercitivamente imponer su voluntad. Basta con mirar la realidad de nuestra vecina Colombia, para ver como la intolerancia -y la injerencia extranjera- ha mantenido su población en el medio de un torbellino de violencia inacabable.
Indiscutiblemente es el dialogo el mecanismo racional para resolver la situación problemática planteada, que no es el producto de la interacción de unas elites divididas. Si fuese esta la razón de la confrontación, la negociación explícita (política) o tácita (militar) llevaría a la solución de la cuestión. Pero no es esa la situación. El cuadro planteado a escala mundial enfrenta a unos 1.000 millones de personas que disfrutan de los bienes producto de la civilización, frente a unos 4.000 millones excluidos de sus beneficios. En nuestro caso particular, la confrontación real se materializa entre unos 5 millones favorecidos y unos 20 millones perjudicados por el cuadro existente. En esas circunstancias no es posible el dialogo, únicamente viable entre actores sociales que se consideran semejantes, como lo es entre las elites divididas que reconocen sus similitudes. En las circunstancias actuales, los favorecidos no registran el carácter humano de los perjudicados. Estos son simplemente una mercancía por su trabajo, que si no tiene demanda, sencillamente se deshecha.
Pero hay otra condición esencial para el dialogo: la existencia de visiones contrapuestas. Aquí, quien controla el poder, ofrece una visión incorporadora que reconoce las semejanzas entre todos los venezolanos. ¿Cuál es la visión de los que lo adversan? Nadie la conoce. Simplemente recurren a la descalificación, usando categorías virtuales, inmedibles en la realidad, negando de manera absoluta las proposiciones y acciones de quien tiene la capacidad de ordenar el país y la nación. ¿Es posible, con esas condiciones, establecer una negociación política? Claro que no. Cuando hablan de reconciliación lo que buscan es un acuerdo de elites. La cooptación de la dirigencia del movimiento popular, como ha ocurrido en el pasado. Un hecho que sólo implica posponer los enfrentamientos dentro de una realidad dividida de hecho. No es el apaciguamiento