El sistema capitalista atraviesa, desde los años setenta del siglo pasado, por un escenario global de crisis periódicas que afectaron el ciclo de crecimiento iniciado en la posguerra. Reaparecieron en el capitalismo el débil progreso técnico, la caída de la rentabilidad, el bajo ritmo de acumulación y el desempleo estructural. Durante este período ha continuado […]
El sistema capitalista atraviesa, desde los años setenta del siglo pasado, por un escenario global de crisis periódicas que afectaron el ciclo de crecimiento iniciado en la posguerra. Reaparecieron en el capitalismo el débil progreso técnico, la caída de la rentabilidad, el bajo ritmo de acumulación y el desempleo estructural. Durante este período ha continuado la ejecución de programas económicos y sociales que respondieron al paradigma del orden neoliberal, fortalecieron el poder de clase de la burguesía y aumentaron el nivel de explotación de los trabajadores, con las graves consecuencias económicas y sociales resultantes.
Desde aquellos momentos se afianzó en el capitalismo la doctrina del liberalismo clásico, con el objetivo de enfrentar los nuevos desafíos económicos y políticos que surgieron por la crisis iniciada en los setenta. Para tratar de superarla se fueron aprobando disposiciones que giraron alrededor de las privatizaciones, la apertura comercial, la baja de los impuestos a las corporaciones y el recorte de los beneficios sociales. Asimismo se instrumentaron nuevos y más complejos mecanismos financieros, altamente apalancados, que originaron un fuerte grado de volatilidad en la economía mundial.
Posteriormente, en 2008, uno de los bancos de inversiones más grandes del mundo, Lehman Brothers, se declaró en bancarrota. En cuestión de días, las ondas de choque paralizaron la actividad financiera de los EE.UU., desencadenando una gran fuga de fondos del mercado monetario y finalmente provocaron una crisis financiera de escala global. La economía mundial todavía está experimentando las consecuencias de ese colapso y el banco más grande de los EE.UU. JP MORGAN CHASE ha desarrollado un modelo que estima el momento y la profundidad de la próxima crisis en los mercados financieros. El modelo hace sus prevenciones basándose en la expansión económica, la duración potencial de la próxima recesión, los precios de los activos, el nivel de desregulación, la innovación financiera, más diversas cuestiones políticas por las que atraviesan las economías centrales. De acuerdo con sus estimaciones una nueva crisis podría suceder ya en 2020 y daría lugar a la caída del mercado de valores de EE.UU. en un 20%, la reducción de los precios de la energía y los metales en un 35% y 29% respectivamente, así como la caída de las acciones de los mercados periféricos en un 48% y sus monedas en más del 14%. A su vez el ex primer ministro británico Gordon Brown explicó que el mundo está «deslizándose hacia una nueva crisis financiera» ya que no ha podido resolver los problemas que determinaron la recesión de hace diez años. Por otro lado el inversor norteamericano Warren Buffet también apuntó recientemente que una nueva crisis es inevitable. Asimismo George Soros aseveró en mayo de este año que el mundo está amenazado por una inevitable crisis financiera, de la cual Europa sufriría la peor parte. Citó entre otras causas el fortalecimiento del dólar estadounidense frente al euro, la salida de capitales de los mercados periféricos, el colapso del acuerdo nuclear con Irán y el tema del brexit.
El Premio Nobel de Economía en 2006 Edmund Phelps, afirmó del mismo modo que podría suceder cuando pase el efecto de la baja de impuestos de Donald Trump [1] aseverando que EE.UU. se expone a una recesión ya que el presidente aumentó mucho el endeudamiento del Estado y «va a producirse un contragolpe» que debilite seriamente la economía de los EE.UU. Esta crisis puede acelerarse con el desarrollo de la guerra comercial entre EE.UU. y China, así como con la incertidumbre ligada a la política en Italia que podría «dividir la zona euro».
Por la crisis global que atraviesa el capitalismo, desde los setenta, un hecho se ha convertido en un problema que nunca en este período había dejado de existir y es la deuda global, tanto pública como privada, que va encadenando récord tras récord. Según Bloomberg, desde 2007 y hasta 2014 la deuda a nivel mundial aumentó cerca de sesenta billones de dólares. El stock de deuda se había más que duplicado desde el cambio de siglo alcanzando USD 1562 billones en 2015. Según han calculado los economistas del Fondo Monetario Internacional, los peligros que hasta hace poco parecían hipotéticos parece que ahora están materializándose. Señalaron que el endeudamiento global alcanzó los USD 182 billones. Una cifra equivalente a ciento cincuenta y seis veces el PBI español. Desde principios de 2018, la cifra ha aumentado en USD 18 billones y el endeudamiento no ha dejado de crecer. Ha superado ya en un 60% el nivel de 2007, un año antes que de la Gran Recesión llegara con toda su fuerza con las graves consecuencias sociales y políticas resultantes. Por ahora, señalaron, los países más afectados por este nuevo clima son los que componen la Eurozona y Japón. EE.UU. a quien consideran el auténtico desencadenante de este problema, parece estar resistiendo mejor el vendaval, gracias a la reforma fiscal expansiva de la administración Trump. Pero estas reformas que alimentaron el crecimiento, fueron solamente medidas fiscales, mientras se incrementaba sensiblemente el endeudamiento del Estado. En cuanto a los países periféricos, se encuentran recibiendo las repercusiones negativas de estas tenciones.
Esta situación tiende a agravarse. En la reciente reunión del FMI en Bali, Indonesia, Christian Lagarde reconoció «que el alza de las tasas de interés en EE.UU. coincidía en forma «inédita» con fuertes tensiones comerciales [que] oscurecen la coyuntura económica mundial». [2] El alza de las tasas de interés en EE.UU. provocó fuertes variaciones en la relación entre el dólar y las distintas divisas y una fuga de capitales hacia EE.UU., cuyas altas tasas aseguran retornos importantes a los especuladores.
Es interesante señalar también que las relaciones internacionales desde la asunción de Donald Trump han cambiado sustancialmente. La O.M.C. ha ido perdiendo toda consideración en la resolución de los conflictos comerciales y sus decisiones han perdido importancia. Los objetivos que tenía desde su creación en los años noventa, han quedado convertidos en letra muerta. El multilateralismo ha comenzado a restringirse, apareciendo en el horizonte comercial las relaciones bilaterales que van reemplazando las multilaterales de negociación como era de uso común. Es decir que desde la aparición de Donald Trump, EE.UU. busca alcanzar acuerdos bilaterales, desactivando las alianzas regionales o los acuerdos comerciales multilaterales como la Unión Europea, el MERCOSUR O EL TPP, produciendo enfrentamientos comerciales con China y la UE.
Por otro lado, Italia además de los graves conflictos políticos originados por la «coalición populista» en el poder, ha decidido llevar el déficit fiscal al 2,4% del PBI durante los próximos tres años, muy por encima de los parámetros permitidos por la UE y que nada tiene que ver con lo programado por el anterior gobierno, que lo había limitado a un 0,8% del PBI. El Comisario Europeo para Asuntos Económicos, Pierre Moscovici estimó que el presupuesto italiano parecía «estar fuera de los límites» de las reglas europeas. Italia tiene una deuda de 2,3 billones de euros, lo que representa alrededor del 131% de su PBI, el ratio más elevado de la zona euro por detrás de Grecia.
En Alemania se ha resquebrajado el margen de maniobra de Ángela Merkel (que lleva 18 años como líder conservadora y 13 al frente del gobierno) al elegirse como nuevo jefe del Bundestag (Parlamento) a Ralph Brinkhaus, conocido por sus críticas a la política de la Canciller alemana, no renovando su confianza en Volker Kouder, brazo derecho de la jefa de gobierno desde hace once años. Hay que señalar que la coalición gubernamental que incluye a los socialdemócratas del SPD, amenaza permanentemente con estallar, incluso ahora que Merkel perdió el apoyo incondicional de los diputados de la Unión Demócrata Cristiana de la Unión Social Cristiana Bávara (CSU) en el Bundestag. Pero Merkel, dueña de unos nervios de acero, parece que seguirá ejerciendo sus funciones como siempre, ya que fue capaz de sortear hasta ahora todos los escollos, si bien su margen de maniobra se redujo sensiblemente.
En el Reino Unido la situación luego del brexit no es mejor. Recientemente la primer ministra británica Theresa May declaró que el Reino Unido tendrá, por primera vez en décadas, el control de la inmigración tras el brexit y que reducirá el ingreso de trabajadores poco calificados. Señaló que su país adoptará un nuevo sistema de visados que tendrá en cuenta la preparación laboral de los inmigrantes en vez del país de procedencia. En 2017 la economía del Reino Unido creció solamente un 0,8%, mientras la libra continúa en caída frente al dólar, habiéndose convertido en el país con mayor desigualdad de la OCDE. El costo del brexit será alto para el Reino Unido sea cual sea el escenario final. Además existe un enfrentamiento en el partido de gobierno entre los partidarios del brexit duro y los del blando.
En América Latina la situación es también muy compleja. Lejos de ser solamente Trump un gobernante con tintes fascistas, ahora Jair Bolsonaro (ex capitán del ejército), quien con características similares, se impuso ampliamente en la primera vuelta en las elecciones presidenciales de Brasil. Este individuo es un político autoritario, racista, machista y homófobo, que consiguió un triunfo rotundo en las elecciones presidenciales de Brasil, abarcando a casi todo el país, salvo el nordeste.
América Latina se enfrentan así a un nuevo escenario que ya no es solamente el fin del ciclo progresista y su posible reemplazo por fuerzas de derecha, sino un corrimiento de las fronteras hacia posiciones que reivindican la dictadura, hacen alarde de violencia, despreciando los valores que aún quedan del sistema democrático. No es posible ya en América Latina que el progresismo rehúya las responsabilidades acumuladas en estos últimos años de gobierno. Estos partidos que pregonan la coalición de clases han desarrollado relaciones estrechas entre los gobiernos y las turbias «burguesías nacionales» que han terminado por debilitar totalmente sus políticas reformistas.
En definitiva, se observa que en Europa, en EE.UU. y en muchos países de América Latina está emergiendo una nueva derecha que antepone el racismo, el autoritarismo y el conservadurismo contra los avances de los trabajadores, el feminismo y las minorías sexuales. El progresismo continental se encuentra ante una crisis profunda, tanto política como intelectual y moral. Sus intelectuales todavía tienen esperanzas en las posiciones de Vladímir Putin o Xi Jumping, como supuestos contrapesos del imperialismo que permitirían revivir anteriores experiencias económicas. Pero terminar con el saqueo en curso de América Latina, llevado adelante por los representantes más extremos del neoliberalismo, solo es posible lograrlo construyendo una salida efectiva liderada por los trabajadores, que ataque los pilares en los que se sustenta la fuerza y el dominio de los sectores dominantes más concentrados.
Notas:
[1] Entrevista al diario austríaco Die Presse
[2] Ámbito Financiero – 10 de octubre de 2018
Alberto Wiñazky, integrante del Consejo de Redacción de la Revista Herramienta
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.