Desde que las denuncias de un diputado perteneciente a la base aliada del Gobierno brasileño «destaparon la olla» de un ya confirmado esquema de pagos de sobornos por parte del partido gobernante a parlamentarios de otros partidos, para asegurar la aprobación de leyes en el Congreso, el escándalo «made in Brazil» no para de crecer […]
Desde que las denuncias de un diputado perteneciente a la base aliada del Gobierno brasileño «destaparon la olla» de un ya confirmado esquema de pagos de sobornos por parte del partido gobernante a parlamentarios de otros partidos, para asegurar la aprobación de leyes en el Congreso, el escándalo «made in Brazil» no para de crecer y está cada vez más cerca de golpear el mismísimo presidente Luiz Inácio Lula da Silva.
LulaEl número dos del Gobierno hasta hace un mes, José Dirceu, que se vio obligado a renunciar al cargo de ministro cercado por las denuncias, tuvo que declarar esta semana frente al Consejo de Ética de la Cámara. El ahora nuevamente diputado Dirceu, que volvió a asumir su cargo en el Congreso, se enfrentó cara a cara a otro diputado y denunciante del pago de sobornos, Roberto Jefferson, que acusa al ex ministro de ser el cerebro del esquema de corrupción. Pero Jefferson también es uno de los acusados y está siendo investigado, porque, precisamente, fue uno de los que recibió dinero de esos pagos ilícitos para su partido, el PTB.
José Dirceu adoptó la estrategia de negar todo conocimiento acerca de esos pagos, pero el financista del dinero utilizado, el publicista Marcos Valerio, declaró anta la Comisión de Investigación Parlamentaria que Dirceu sí estaba al tanto de lo que sucedía. Para empeorar su situación, el semanario Veja, de gran circulación en Brasil, publicó una lista de quienes sacaban dinero de las cuentas de Valerio sin justificación y entre ellas figuraba un amigo personal de Dirceu.
Hasta este momento, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, había quedado a salvo de las denuncias, pero cada vez es más cuestionada la idea de que Lula, como sostienen sus defensores «no sabía nada». Sucede que la denuncia sobre pagos de sobornos, dejó al descubierto una realidad que por conveniencia mutua, todos los partidos hipócritamente negaban: el financiamiento de las campañas electorales con dinero no declarado. Dinero por el que nadie rinde cuentas, que forma parte de una «caja negra» y que normalmente proviene de empresas y sectores económicos que después se cobran con favores y leyes hechas a la medida del crecimiento de sus lucros.
Inclusive para muchos militantes del Partido de los Trabajadores (PT) resulta difícil creer que, efectivamente, Lula haya podido estar ajeno a esta trama. De ser así, la única explicación posible vendría de la mano de una especie de «teoría del cerco», es decir, que sus colaboradores más cercanos, el principal de ellos José Dirceu, hayan mantenido a Lula rodeado y aislado de tal manera que el presidente brasileño desconociese detalles sórdidos del Partido que él mismo fundó y que tenía a la ética política como principal patrimonio.
De cualquier forma, por ahora Lula sigue siendo preservado como figura, no tanto por sus partidarios, sino por ciertos sectores económicos, que entienden que la única forma de evitar que la crisis política acabe afectando la economía, y por consiguiente sus intereses, es mantenerlo a salvo del escándalo.
Para reforzar su posición, Lula recibió en estos días, encendidos elogios del Gobierno norteamericano a través del secretario del Tesoro, John Snow, de gira por Brasil, que dijo que los inversores le dan «un voto de confianza».
Para Snow, las turbulencias creadas por las sospechas de sobornos a legisladores y el uso de fondos ilegales para financiar campañas electorales no afectan «los fundamentos de la economía». Una prueba, según su opinión, es lo bien que reaccionaron los mercados de acciones, de cambio y de tasas de interés ante las turbulencias que acechan al Gobierno de Lula da Silva desde hace dos meses.
De todas maneras la situación de Lula ya está complicada: si sabía y toleró el esquema de corrupción, seguramente sus posibilidades de reelección en el 2006 se esfumarán y, si realmente desconocía lo que pasaba dentro de su partido y en el seno de su Gobierno, perderá credibilidad y eso también afectará seriamente sus posibilidades de ser elegido por otros cuatro años. Pero otro fantasma más temible ronda al Planalto en Brasilia: la posibilidad de un juicio político que pueda acabar en destitución, como ocurrió con el ex presidente Fernando Collor de Melo en la década del 80.