Recomiendo:
0

Escasean alimentos en África…y en Estados Unidos!!

Fuentes: economíaSur

El modelo agroexportador de monocultivo no ha repercutido en beneficio de los medianos y pequeños productores y granjeros en el mundo, cuyos procesos de producción, necesidades y opiniones han sido desplazadas por las grandes compañías transnacionales alimentarias en la definición de políticas agrícolas locales. A la crisis alimentaria se suman el alza de precios, el […]

El modelo agroexportador de monocultivo no ha repercutido en beneficio de los medianos y pequeños productores y granjeros en el mundo, cuyos procesos de producción, necesidades y opiniones han sido desplazadas por las grandes compañías transnacionales alimentarias en la definición de políticas agrícolas locales. A la crisis alimentaria se suman el alza de precios, el desvío de cultivos hacia la elaboración de biocombustibles, y los trastornos agrícolas producto del cambio climático. Con el problema extendiéndose, la OMC se reúne a mediados de mayo buscando encarar el problema.

Toronto.- En 1845 los irlandeses sufrieron la «gran hambruna» y al año siguiente les tocó el turno a los escoceses. La miseria y el hambre fueron causadas por una plaga masiva de «tizón tardío» (Phytophthora infestans) que destruyó los plantíos de papas, el alimento principal de los pobres en ambos pueblos. Esa fue una temprana advertencia de los riesgos asociados con los monocultivos, que hoy día son la norma del modelo industrial y agroexportador mundial para los cultivos de cereales, oleaginosas y otros granos alimentarios. El aumento en los precios de los alimentos ya provocó miedo al desabastecimiento y hambre en países ricos; en Estados Unidos, por ejemplo, cadenas comerciales como Wal-Mart y Costco impusieron límites en la venta de algunos productos como el arroz. El racionamiento apenas empieza.

Esas «grandes hambrunas» llevaron a disturbios y causaron la masiva migración de irlandeses y escoceses hacia Estados Unidos y Canadá, lo que también demuestra que cuando el hambre llega, el estómago no espera y los pueblos se rebelan o emigran, como acaba juiciosamente de advertir el director general del Fondo de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), el senegalés Jacques Diouf. Hoy, empero, es más fácil rebelarse en esos países pobres que emigrar a los ricos.

Los cultivos de papas fueron introducidos en Europa debido a su mayor rendimiento por hectárea respecto de los cereales, y es en el Viejo Continente donde más se consume ese tubérculo originario del altiplano peruano y boliviano. Y si la actual crisis alimentaria fuese resultado de una escasez de cereales tendría lógica la propuesta del Centro Internacional de la Papa de Lima, de aumentar la producción de papas, que ya constituye el tercer cultivo alimentario en el mundo.

Pero la escasez, según el Banco de Desarrollo de Asia, no es la causa de que haya aumentado 150 por ciento el precio del arroz en Asia, ni la razón principal de esta crisis alimentaria que ya se sufre con relativa gravedad en al menos 33 países, según el Banco Mundial, y que se extenderá a otra treintena más en las próximas semanas, según los expertos de instituciones internacionales. La crisis alimentaria no tiene una sola explicación ni soluciones fáciles, dicen los expertos en agricultura y ecología, que destacan la necesidad de revisar a fondo el modelo de producción y comercialización agrícola para responder al crecimiento global combinado de la población y del poder adquisitivo de alimentos.

Modelo agroexportador y subsidios

En Estados Unidos, la Unión Europea (UE), Japón, Canadá y otros países, la producción agroexportadora fue protegida con subsidios que no sólo sirvieron para «ganar votos» en las zonas rurales, sino para acelerar la concentración de la producción y la exportación en manos de pocas empresas, permitiéndoles así vender en los mercados extranjeros a precios más bajos que los del productor local.

Esos subsidios -más de 300 mil millones de dólares anuales- distorsionaron el comercio, desplazaron o arruinaron en los países en desarrollo la producción de alimentos locales y de cereales, y forjaron el estado de dependencia que ahora castiga con hambre a decenas de países africanos, asiáticos e incluso extrema la situación de hambre en Haití.

La crisis actual es la crisis del modelo agroexportador mundial, dominado desde hace más de medio siglo por transnacionales como Archer Daniels Midland Co., LouisDreyfus o Cargill, «el gigante invisible» que tuvo ingresos por 88.300 millones de dólares en 2006. Estas poderosas firmas fueron diversificando sus operaciones para controlar todos los aspectos del «agronegocio», desde la venta de semillas, fertilizantes y otros insumos agrícolas hasta el acopio, la comercialización y exportación mundial de los granos. Y a ellas se unen las que producen los transgénicos -maíz, soya, algodón, colza, alfalfa y otras plantas- y los productos químicos para combatir las malas hierbas e insectos, como los producidos por Monsanto, Syngenta, BASF, Dow Agrosciences, Bayer y DuPont.

Para convertir la agricultura en un negocio y maximizar las ganancias, estos «gigantes invisibles» -como Brewster Kneen define a Cargill en su libro Invisible Giant (Pluto Press, 2002)-, implantaron el monocultivo de diversos granos a escala global, apoyándose en los transgénicos -salvo en el trigo y el gran medida en el arroz- y desplazando, a veces de manera brutal como denuncia el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil, a las variedades nativas y a los agricultores pequeños que abastecen los mercados locales.

Destrucción de pequeña y mediana agricultura

Este modelo agroindustrial requiere de enormes cantidades de capitales para operar, lo que explica la desaparición de los pequeños y medianos agricultores en casi todo el mundo, particularmente en las mejores regiones. Con ellos desaparecen el cultivo de variedades vegetales y de prácticas alternativas, como denuncian la Unión Nacional de Granjeros de Canadá y su contraparte estadunidense, que piden se adopte una política de «seguridad alimentaria» como contrapeso a la política de comercialización a ultranza (The Ram’s Horn.ca).

En la mayoría de los países, dicen los granjeros canadienses, están desapareciendo anualmente decenas de miles de «granjas» familiares -los productores pequeños- que han sido la base de la agricultura hasta hace pocas décadas. Los bajos precios de los granos en las últimas dos décadas endeudaron esas explotaciones familiares, y el sistema de subsidios -basado en la extensión plantada, según las políticas en EU y la UE- consagró la explotación de grandes extensiones propiedad de las grandes firmas que disponen del capital necesario para invertir en maquinaria e insumos.

Si la agricultura es un negocio, es lógico plantar soya «hasta en los terraplenes del ferrocarril», como decía con orgullo un ministro de economía argentino hace pocos años. Pero si fuera una cuestión de seguridad alimentaria, como ha descubierto el actual gobierno de Buenos Aires cuando aplicó un nuevo impuesto a la exportación para recuperar una parte de la extraordinaria renta agrícola de los productores de soya, no se hubiera permitido que este cultivo, que es exportado en su casi totalidad a Europa y China, desplazara al trigo, el sorgo, el girasol, el maíz y otros granos exportables y de consumo nacional, ni tampoco a la crianza del ganado. Ni se hubiera hecho de la vista gorda ante las salvajes deforestaciones y expulsiones de indígenas en el noreste argentino para plantar más de ese germinado.

Dependencia y alzas de precio

A su vez los subsidios de los países ricos a la exportación de cereales y productos alimentarios, los mismos que desde el año 2000 vienen bloqueando las negociaciones multilaterales de la Organización Mundial del Comercio (OMC), actuaron como un freno a la producción agrícola en los países pobres y en vías de desarrollo.

Los agricultores de estos últimos países fueron desplazados de la producción por la importación a bajo precio de granos subsidiados, y el caso de Haití es un ejemplo, con la importación de arroz estadunidense a precios más bajos que el producido localmente.

El economista francés Philippe Chalmin (autor de Le poivre et l’or noir, ediciones Bourins, 2007) afirma que los excedentes agrícolas producidos gracias a las subvenciones en los años ochenta y noventa «incitaron a los países pobres a no prepararse para lo que vivimos actualmente». El abandono de la agricultura tradicional y de los alimentos tradicionales por esas importaciones baratas, según los especialistas de la FAO, dejo un hueco en la producción alimentaria de muchos países pobres, que no es fácil ni posible de llenar rápidamente.

Esta dependencia de las importaciones y de la ayuda alimentaria con cereales estadunidenses, canadienses o europeos -en lugar de donar dinero para comprar lo cultivos producidos localmente- contribuyó a destruir agriculturas nativas, que hubieran podido constituir el relevo en una situación de crisis alimentaria causada por fuertes alzas de precio, como es el caso actual.

Por otro lado, las alzas de precio que originan esta crisis en los alimentos básicos, provienen en buena medida del aumento de precios de los insumos -combustibles, fertilizantes y productos químicos-, del incremento de la demanda mundial por el mayor poder adquisitivo en países como India y China, y de la decisión del presidente George W. Bush de subsidiar la producción de etanol a partir del maíz y del biodiesel con oleaginosas como la soya o el colza.

Con esa medida, Bush conectó el mercado de cereales al petrolero, justo cuando los precios del crudo estaban subiendo, y de paso retiró del mercado agroalimentario estadunidense -para humanos y engorde de animales- 30 por ciento de la producción nacional de maíz, provocando un súbito aumento en el precio del grano y la utilización de otros cereales y oleaginosas para reemplazar el maíz en sus usos agroalimentarios para el ganado, las aves y los porcinos.

Esta política de sacar maíz, soya y colza del mercado alimentario tuvo un «efecto cascada» cuando Canadá y otros países copiaron la iniciativa de Bush para supuestamente producir «combustibles verdes», algo que los estudios actuales muestran está muy lejos de ser verdad. Los europeos, que ya fabricaban agrocombustibles, están ahora cobrando conciencia del riesgo de desviar alimentos para hacer andar los autos y comienzan a dar marcha atrás.

Este difícil equilibrio entre el combate al hambre, la producción de agrocombustibles y la defensa del ambiente concentró el debate de la 30 Conferencia Regional de la FAO en la capital de Brasil, según reporta la agencia italiana IPS: «Se trata de encontrar un equilibrio entre el combate al hambre, la seguridad energética y la protección del ambiente», afirmó José Antonio Marcondes, portavoz de la delegación brasileña en esta conferencia, agregando que «Brasil cree en el potencial de los biocombustibles como forma de combatir la pobreza».

Philippe Chalmin, por su parte, atribuye el aumento de la demanda global de alimentos a las nuevas clases medias de los países asiáticos que comenzaron a consumir carnes, lo que disparó los precios. La fuerte demanda de alimentos y los bajos precios de los últimos años llevó a que algunos países emergentes aumentaran sus importaciones, al tiempo que dejaban de lado las reformas de sus políticas agrícolas.

Otro aspecto que ha contribuido al alza de precios es el hecho de que ciertos cereales y oleaginosas forman parte del mercado bursátil de commodities o materias primas, cuya demanda sustentada en años de fuerte crecimiento global está en pleno auge pese a la crisis financiera y la recesión en Estados Unidos.

Hace pocos días, en el foro organizado por la Commodity Futures Trading Commission de EU, en Washington, los «granjeros» estadunidenses hicieron fila para denunciar a los gerentes de «fondos de inversiones» como responsables de estas alzas de precios en los granos, alzas de las cuales «no ven el color». Tom Coyle, de la Asociación Nacional de Granos y Alimentos para animales, dijo que «60 por ciento del actual mercado (del trigo) es propiedad de los fondos» de inversiones. Y lo mismo sucede con el mercado del algodón.

«Los productores (de cereales) ya no confían en que los mercados puedan sentar los precios adecuados, y están muy frustrados», dijeron varios granjeros en ese foro donde se denunció «el creciente impacto de los especuladores financieros» en un momento en que -según Diana Klemme, vicepresidenta de Grain Service Corp. de Atlántica-, los productores de maíz «están a dos semanas de lluvia de una crisis» que de suceder «tendrá un efecto cascada a través de toda la industria».

De 40 a 50 mil millones de dólares del sector financiero entraron en los últimos meses en el mercado de cereales para especular con los precios, según Eurointelligence. Y como parte del cuadro están los impactos cada vez más frecuentes y reales del cambio climático sobre la agricultura, la misma que por su carácter industrial es responsable de un tercio de las emisiones de gases contaminantes (conocidos como «efecto invernadero»). Las sequías en los «graneros del mundo» -Australia, Ucrania, partes de EU y Canadá-, el agotamiento de los acuíferos, las dificultad creciente para disponer de agua, y los llamados «eventos extremos» hacen menos previsible la producción y afectan negativamente los rendimientos y calidad de los cereales.

Renta agrícola y seguridad alimentaria

En este contexto de aumentos de precios y de anticipada escasez, los gobiernos de países exportadores -Argentina, Rusia, Kazajstán e Indonesia, entre otros- han tomado medidas para apropiarse de una parte de esa renta agrícola (impuestos a la exportación), y controlar los volúmenes de exportación para evitar el acaparamiento local y garantizar la oferta en el mercado domestico a precios razonables.

El director para América Latina y el Caribe de la FAO, José Graziano, dijo en una reciente conferencia sobre el tema que es necesario «recuperar el papel regulador del Estado en el sector agropecuario como medio de hacer frente a las crisis que periódicamente impactan en los productores, en especial los de menos recursos», según IPS.

Por un lado los gobiernos de ciertos países están asumiendo un papel regulador, aunque sólo sea para apropiarse de una parte de esa renta excepcional y controlar las necesidades básicas del mercado interno, pero hay riesgos de políticas proteccionistas e incluso de que se justifiquen las políticas de subsidios en la UE y otros países.

El ministro de Agricultura de Francia, Michel Bernier, acaba de pedir a la UE que se refuerce la «política agrícola común para contrarrestar la crisis alimentaria», mientras que en Irlanda -donde hay recuerdos de la «gran hambruna» de 1845-, la defensa de la política agrícola figura como tema principal en la campaña refrendaria del Tratado de Lisboa de la UE.

En la UE, pero también en otros países, esta crisis revivió el debate sobre la seguridad y la soberanía alimentaria, un asunto promovido por los agricultores pequeños y medianos pero también por los ecologistas y organizaciones internacionales, como el Banco de Desarrollo del Caribe (BDC).

Warren Smith, director de BDC, advirtió a los líderes regionales que una profunda reforma del sector agrícola es vital para resolver los crecientes problemas en materia de seguridad alimentaria. «Se requiere una revolución verde (y) el precio de las materias primas nos ofrece la base y el estímulo para asumir seriamente el desafío» de la reforma agrícola.

Una revolución verde que no debe seguir el modelo anterior, ya que según el informe Evaluación Internacional del Conocimiento, la Ciencia y la Tecnología en el Desarrollo Agrícola, elaborado por 400 expertos para la UNESCO, la productividad agrícola ha crecido en los últimos 50 años en América Latina y el Caribe sin que eso significara una mejora en las condiciones de vida de las personas que se encuentran en la base de la pirámide de ingresos.

«Los mayores rendimientos no han llevado a una reducción significativa de la pobreza, que aún afecta a 37 por ciento de la población. La importación de alimentos ha creado dependencia y dislocó la producción local», señala el estudio.

El rendimiento no puede ser el único factor para medir el éxito de la explotación agrícola, remarcó el representante de la organización ambientalista Greenpeace Internacional, Jan van Aken, para quien debe considerarse hasta qué punto la agricultura promueve las necesidades nutricionales. Van Aken recordó que se pueden cultivar 70 especies de verduras, frutas y hierbas en un pedazo de tierra de media hectárea en Tailandia, lo que brinda una mejor y más abundante alimentación, y para más personas, que si se destina la misma superficie al cultivo de arroz de alto rendimiento.

En este contexto el secretariado de la OMC planea un encuentro de ministros en la semana del 19 de mayo. Sus conclusiones deberían ser ratificadas a puertas cerradas durante una reunión de todos los miembros del comité de negociaciones comerciales, pero Francia, ha dicho Michel Bernier, no quiere un acuerdo por separado sobre la agricultura dentro de la OMC.