Escribo con dedos analógicos palabras digitales. Escribo desde los arrabales de la legalidad, perseguida por quienes hace ya varios años instauraron las tarifas premium en el lenguaje y pretendieron que los escritores aceptásemos esta nueva privatización de lo común, este expolio. Las tarifas básicas permiten solamente adjetivaciones obvias: folio blanco, labios rojos. Cualquier juntura de […]
Escribo con dedos analógicos palabras digitales. Escribo desde los arrabales de la legalidad, perseguida por quienes hace ya varios años instauraron las tarifas premium en el lenguaje y pretendieron que los escritores aceptásemos esta nueva privatización de lo común, este expolio. Las tarifas básicas permiten solamente adjetivaciones obvias: folio blanco, labios rojos. Cualquier juntura de palabras que proyecte una luz diferente sobre la realidad exige un pago. Mis dedos necesitan sueño y alimento, los atraviesa la sangre, se cansan, mueren y escriben sin embargo palabras que son bits, que no se gastan: algo de esto se hace visible mediante la expresión «mis dedos analógicos» pero no puedo, según las nuevas leyes, usarla con una cuota de menos de doscientos euros al mes. También los tiempos de los verbos han sido sometidos. Lo primero que prohibieron a los usuarios de la tarifa básica fue el subjuntivo, el tiempo de los deseos y la crítica, el que permite enunciar hipótesis: qué habría, por ejemplo, sucedido si quiénes hoy tarifican la sintaxis hubieran comprendido que las historias, las canciones, los sueños, no les pertenecen, ni tampoco la red.
Todavía no se atreven a reclamar la propiedad del lenguaje pero afirman poseer los soportes. Sólo mis cuerdas vocales podrían sostener esto que os digo ahora sin que nadie me obligue a pagar por ello, sólo los cuerpos: en el instante en que un cable o una onda radioeléctrica intervienen comienza la tarificación y hay que pagar por franjas que dan derecho o no al futuro imperfecto, a la metáfora.
Por eso escribo desde los arrabales de la ilegalidad. No sé qué día darán conmigo, entonces embargarán mi ordenador, mi cama, mis bolígrafos, y después me llevarán a mí. Hubo algunos colegas que aceptaron las primeras fronteras, la acumulación primitiva del idioma por unas pocas empresas pensando que sólo de este modo su trabajo sería retribuido. Se equivocaban; quien escribe no inventa, el lenguaje es de todos, la comunidad escribe a través del individuo y no a la inversa y lo único que sí nos pertenece es el tiempo análogico, el tiempo separado en que estuvimos armando las historias mientras otros subían escaleras o persianas. Por ese tiempo podríamos los artistas, electricistas, banqueros, programadoras ser retribuidos con igualdad. Por los dedos que se gastan, las vértebras y el hígado. El resto es común, como también comunes debieran ser las vías que transportan pensamiento e imaginación. Sólo el tiempo ha de remunerarse para que todos vivan, nunca la propiedad.
Durante años han tratado lo analógico como si fuera digital, y los ríos, la sangre, el mar o la energía como si no se gastaran, como si los átomos no pudieran recibir daño y el agua perder la posibilidad de albergar vida. Durante años pareció que el dinero analógico era digital, que cuando alguien sacaba su tarjeta y la pasaba sólo eran números los que se movían, bits infinitos y no el sudor finito de los cuerpos. Pero con ese sudor pagamos, eso nos cobran. Las anotaciones contables son registros de espaldas y ojos fatigados. Sale un hombre de una reunión del consejo de administración y, por un trabajo de tres horas, recibe no cien mil euros digitales sino lechos en donde yacen las vidas y los órganos que se consumieron trabajando para producir esos cien mil a razón de cuatrocientos, o menos, al mes.
La tarifa básica no me permite citar letras de canciones. Desde los arrabales de la ilegalidad las cito y pido que recuerdes, London calling, The Clash: «Londres llamando a las ciudades lejanas, ahora que se ha declarado la guerra y viene la batalla …Londres llamando al inframundo…, la era del hielo se acerca, el sol se hace más fuerte, se aguarda un colapso y el trigo apenas crece… pero no tengo miedo». Escribo con dedos analógicos, las venas se han hecho más azules, la piel desprende células a diario, los huesos empiezan a tener sus torceduras y sé que cuando me impidan usarlos otros vendrán. Londres llamando al inframundo, salid quienes creéis que sólo han regulado el uso del lenguaje para obtener más dinero, no, no es sólo por eso: el lenguaje es digital y no se gasta, sin embargo los hombres y mujeres analógicos que no lo usan pierden rectitud, inteligencia. Hasta el momento han limitado los tiempos de los verbos, la objeción de las adversativas, algunas junturas de palabras y casi todas las metáforas. Cuando ya no sepamos decir lo que nos pasa, a qué se parece lo que sentimos, empezará la lista de palabras concretas, prohibirán verdad pero también compartir, innegociable, magenta, revolución.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.