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Espacio y tiempo económico impiden la defensa de la gente sencilla

Fuentes: Rebelión

Dos dimensiones de la realidad económica han socavado las posibilidades de defensa del pueblo llano frente a los nuevos embates económicos: la dimensión espacial, se ha ensanchado con los enormes mercados mundiales fruto de la globalización; y la temporal, con la aceleración de la innovación como vía de competencia para apropiarse las rentas de la […]

Dos dimensiones de la realidad económica han socavado las posibilidades de defensa del pueblo llano frente a los nuevos embates económicos: la dimensión espacial, se ha ensanchado con los enormes mercados mundiales fruto de la globalización; y la temporal, con la aceleración de la innovación como vía de competencia para apropiarse las rentas de la mayoría de la población, dicho en Román paladino, para vaciar los bolsillos de la gente, legalmente, por descontado.

Frente a la realidad social que determinan estas dos dimensiones aquí y ahora, el poder político se ha decantado en favor de las grandes empresas. El Estado, último baluarte de la protección social ha ido retrocediendo desde aquellos tiempos de las privatizaciones de los 80, hasta la actualidad en que el abandono de su función de poder compensador frente a la voracidad de las grandes empresas multinacionales (destacadamente en las finanzas, tecnológicas y de medios de comunicación de masas), le hace promocionar como bien común aquello que beneficia en enorme proporción a esas empresas y a los accionistas que hay detrás.

Ahora, la pérdida progresiva para la mayoría del reparto de los logros de la productividad no tiene otros límites que la demanda necesaria para vaciar los mercados, desviando una parte mayor del valor añadido generado a favor de quienes tienen mayor poder en las empresas: accionistas y ejecutivos de la alta dirección.

A mayor dimensión espacial política-económica-administrativa, mayor impedimento a los humildes para defenderse. Ni como productores ni como consumidores pueden hacer frente a los engranajes poderosos que se desparraman desde ultramar muchas veces; carentes de recursos (¿cuesta lo mismo hacer valer la opinión de uno aquí que en Bruselas? ¿Acaso hay lobbies de pobres en la Unión Europea, como los hay y muchos empresariales? ¿Hasta dónde pueden alcanzar los recursos dinerarios para pagar abogados en recursos que transitan más allá del Estado?). El ensanchamiento del espacio económico margina automáticamente a quienes carecen de los conocimientos necesarios, inundados por normas que provienen del ámbito superior, la Unión Europea, por ejemplo, de cuyas decisiones se derivan comunicaciones a través de los bancos o las empresas en favor de una supuesta seguridad para todos que lo único que genera es burocracia, pues el derecho elemental queda enmarañado.

Nos arrastra la velocidad con que se suceden los cambios contractuales, la mayor parte de necesaria u obligada aceptación para poder vivir, el ritmo con que se pretende imponer a los clientes la conveniencia tecnológica de costes de las grandes entidades para derivar en mayores beneficios para los accionistas y directivos de alto nivel; la obsolescencia programada, reconocida, pero imposible de atajar, que lleva a sustituir los productos innecesariamente para el consumidor. Si todo gira a alta velocidad, no hay tiempo para evaluar, sólo para sustituir. La sociedad irreflexiva del gusto y las ganas, se impone. El libre mercado va quedando arrinconado, la economía se estructura no a partir de la competencia, ni perfecta ni imperfecta, sino del poder, en simbiosis entre los políticos y las Administraciones públicas y las grandes corporaciones empresariales. La falacia de la libertad de mercado, que sirvió para las privatizaciones en los 80 y 90, va abandonándose, pues ya no es ideológicamente necesaria.

No hay revolución a la vista, sino pasiva aceptación de las nuevas dimensiones de la economía y de las cadenas de suministro mundiales. La crítica de los que claman revoluciones no viene determinada por la condición de asalariado o no, sino por la vía del consumo y de haber de trabajar más de lo preciso para satisfacer la concentración de la riqueza en pocas manos, ahora extendida a nuevos ricos de países que hace diez o veinte años despegaban con el capital despojado del Estado protector de los países enriquecidos en favor de mayores mercados y más veloz obsolescencia.

Fernando G. Jaén, doctor en Ciencias Económicas y Empresariales y profesor titular del Departamento de Economía y Empresa de la UVIC-UCC

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.