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España: La crisis económica se agrava

Fuentes: Mundo Obrero

La crisis económica se agrava, o la desaceleración se profundiza, que diría el gobierno, atrapado en un ejercicio de malabarismo semántico, grotesco e inútil, cuyo fin es eludir sus responsabilidades. Los datos negativos se acumulan en avalancha, lo que deja poco lugar para la duda de que nos adentramos en un período de intensa degradación […]

La crisis económica se agrava, o la desaceleración se profundiza, que diría el gobierno, atrapado en un ejercicio de malabarismo semántico, grotesco e inútil, cuyo fin es eludir sus responsabilidades. Los datos negativos se acumulan en avalancha, lo que deja poco lugar para la duda de que nos adentramos en un período de intensa degradación de la economía que, por lo mismo, no podrá ser breve, como pretende difundir el gobierno. La caída de la producción, la caída del consumo, el aumento del paro, el estallido de lo que finalmente ha sido una burbuja inmobiliaria, el alza de la inflación, la subida de los tipos de interés, el déficit exterior incontenible, el superávit del sector publico a las primeras reabsorbido, las restricciones de crédito, la morosidad creciente de la banca, el precio del petróleo en record, las crisis energética y alimentaría sobrevolando el mundo ….., todo contribuye a pintar un cuadro oscuro, con componentes sociales de ruido, furia y desesperación que lo convierten en sombrío, donde no existe ningún punto iluminado para hacerse la ilusión de que el túnel tiene final.

En la economía española confluyen tres circunstancias o elementos de crisis, cualquiera de los cuales, aisladamente, podría ocasionar una grave situación pero que combinados dan como resultado un diagnóstico y un pronóstico inquietantes en grado sumo.

La crisis financiera

Está en primer lugar la inestabilidad financiera internacional, desatada desde el verano pasado por lo que se conoce como la crisis de las hipotecas «subprime», hipotecas de alto riesgo de impago. Se inició en Estados Unidos, pero ha contaminado a todo el sistema financiero mundial y ha provocado ya una reducción de las expectativas de crecimiento, sin que se descarten acontecimientos y perturbaciones mucho más peligrosas. No se tiene un conocimiento y una valoración precisos, por los enigmas que encierra el manto financiero que envuelve la economía mundial y los intereses en juego (nadie reconoce su delicada situación financiera para evitar precipitar la bancarrota), pero hay una preocupación máxima, como se pone de manifiesto por las frecuentes reducciones del tipo de interés llevadas a cabo por la Reserva Federal y las masivas inyecciones de liquidez decididas por las autoridades monetarias, con el fin de amortiguar tensiones en los mercados y taponar los múltiples agujeros financieros que surgen y que amenazan con el desplome financiero. Esta situación puede estar afectando a algunas instituciones crediticias españolas, de ello hay rumores, y ejerce un impacto negativo en el clima de una economía tan globalizada como la española, caracterizada por su gran endeudamiento -los pasivos frente al exterior representan más del doble del PIB-, su intenso desequilibrio de la balanza de pagos y su acusada dependencia de la financiación externa.

LA BURBUJA INMOBILIARIA ESTALLA

Pero al margen de la crisis internacional, el capitalismo español ha gestado su propia crisis, puesta fundamentalmente de manifiesto por el hundimiento de la actividad en el sector de la construcción y la crisis inmobiliaria. Los muchos excesos que se han cometido en el pasado, en todos los sentidos, tenían que dar inexorablemente paso a una ruptura abrupta del ciclo y revelar la falta de solidez de la situación tan insensatamente proclamada por el gobierno. Las viviendas deshabitadas se cuentan por millones, las invendidas por cientos de miles y siguen acumulándose mientras concluyen las ya iniciadas, en tanto que la demanda ha caído en picado por los precios -una verdadera extorsión-, las restricciones de crédito y el alza de los tipos de interés, Se ha generado un desajuste muy grande entre la oferta y la demanda de un bien no perecedero que tardará tiempo en desaparecer y marcara la coyuntura de los próximos tiempos.

La caída del sector de la construcción está arrastrando a otras muchas actividades económicas, lo que ha llevado a concluir, por fin, que el modelo de crecimiento anterior se ha agotado. Se propone con ingenuidad cambiarlo para salir de al crisis, sin tener en cuenta que ello es algo que no puede decidirse burocráticamente y hacerse de la noche a la mañana, sino algo muy complejo que, de intentarse en serio, llevaría mucho tiempo, muchos recursos y más coherencia y planificación de las que el sistema puede proporcionar.

Por otra parte, han surgido, con características propias pero de la misma naturaleza que los riesgos «subprime», problemas financieros relacionados con los créditos hipotecarios y la financiación a las inmobiliarias, sobre cuyo crecimiento ha descansado la actividad y la especulación de los últimos tiempos. Estos problemas empiezan a tener repercusión en la salud del conjunto del sistema bancario y la financiación de otras actividades, que no siempre son solucionables por la vía de inundar de liquidez el sistema, pues existen problemas adicionales de solvencia, fiabilidad y riesgos de impagos. El endeudamiento ha crecido a ritmos sin parangón con la actividad real de la economía, y en particular el de las familias, cuya hipotecada situación pesa ahora sobremanera en la demanda de consumo.

La crisis del sector exterior

Junto a estos problemas, que sin perjuicio de su gravedad podrían considerarse coyunturales, la economía española está atrapada en una crisis estructural derivada de su inserción, no digerida, en el mercado y la moneda únicos. Si se aclaran o se superan la crisis financiera y la crisis del «ladrillo», todavía habrá que hacer frente, sin instrumentos para ello, a la crisis exterior de la economía española.

Desde un práctico equilibrio de la balanza por cuenta corriente en 1998, en vísperas la implantación del euro, en el 2007 se ha registrado un déficit que supera el 10% del PIB. En cifras absolutas es el segundo mayor déficit del mundo, después del de Estado Unidos. Se ha alcanzado con un crecimiento relativamente más intenso que el de otras economías de la Unión Europea, pero también después de una evolución económica propicia para mantener la competitividad, como lo revelan el retroceso de poder adquisitivo de los salarios o la precariedad extrema del empleo. La existencia del euro, o lo que es equivalente, la inexistencia de una moneda propia que detecte y resienta el desequilibrio exterior, enmascara y oculta los problemas derivados de un déficit tan enorme, pero no por ello desaparecen los problemas reales que implica: a saber, en primer lugar, que la producción interior no cubre las necesidades de la demanda: ésta se cubre con importaciones crecientes por no ser las mercancías españolas suficientemente competitivas, con el resultado que el crecimiento del PIB y el empleo del país es menor que el impulsado por la demanda. En segundo lugar, que la economía, a consecuencia del déficit, se ha endeudado a un ritmo vertiginoso. Baste decir que el endeudamiento exterior de la economía española en 1998, esto es, la diferencia entre los pasivos y los activos exteriores era del 28,8% del PIB y que en el 2007 ese porcentaje se elevó al 70%.

La pérdida de competitividad, reflejada en un déficit de la balanza por cuenta corriente, tuvo una importancia no desdeñable en la anterior crisis económica, la del principio de los noventa (un déficit, para compararlo con el actual, que en 1991 y 1992 fue «sólo» del 3 % del PIB), pero gracias a la devaluación de la peseta pudieron relanzarse las exportaciones y con ellas posteriormente el resto de la demanda. Ahora esa posibilidad no existe, por lo que el problema está planteado sobre el tapete con una gravedad insólita.

Y AHORA…..

El gobierno está superado por los acontecimientos como es evidente. No obstante, mantiene un extraño nivel de combatividad para negar lo que sucede, en un intento de sacudirse sus ineludibles responsabilidades. Si durante la anterior legislatura se jactó, sacó tanto pecho, y también provecho, de lo bien que iba España, ahora debe asumir el desastre y reconocer que en buena medida es consecuencia de una evolución económica perversa consentida. Con bastante incompetencia, no se enteró de que España no iba bien. El componente dramático de la crisis es que después de haberse aceptado con tanto entusiasmo los postulados de neoliberalismo – el Estado debe sacar sus «sucias» manos de la economía- y de haberse convertido en un adalid de la construcción neoliberal Europa, ahora el gobierno no sólo está inerme para afrontar situaciones de crisis, tras haberse despojado de los poderes e instrumentos que históricamente tenía disponibles para intervenir y regular las economías, sino que también está maniatados por los compromisos de pertenencia a la Unión Europea, cuyas directrices no siempre son ajustadas o convenientes a las particularidades de cada país.

Decíamos al principio que el gobierno instalado en las nubes pretendía eludir responsabilidades. Por ser más exactos, habría que decir que el gobierno no tiene soluciones para afrontar la crisis, fuera de los muy estrechos márgenes que puede conceder el gasto público. Una crisis cuyas consecuencias económicas sociales y políticas pueden ser pavorosas y que desde la izquierda habría intentar combatir, afrontando a su vez lo evidente: que en el marco del mercado y la moneda únicos no hay solución para la crisis en nuestro país y mucho menos para implantar las mejoras y alcanzar las aspiraciones por las que se lucha. Pavor parece dar el tema, el miedo parece paralizar el pensamiento, pero la cuestión será ineludible.

Como un pequeño homenaje al Che en estos días en que recordamos el 80 aniversario de su nacimiento, diremos como él: «Tenemos la necesidad imperiosa de pensar, ¡imperiosa!».