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Especular con el CO2, un juego de alto riesgo

Fuentes: El salmón contracorriente

La especulación con la naturaleza es cada vez más común. Bancarizar bosques o invertir en determinadas especies en peligro de extinción es ya una realidad. Especular con la naturaleza es especular con nuestra propia existencia

La firma y ratificación del Acuerdo de París por la mayoría de los países ha abierto las puertas a la financiarización de la propia atmósfera. Si bien es cierto que el Protocolo de Kyoto ya permitió la creación de mercados de derechos de emisión de CO2, el Acuerdo de París supone un paso más. El Protocolo de Kyoto establecía los llamados Mecanismos de Flexibilidad:

Comercio de Emisiones: mercado de derechos de emisión entre países incluidos en el Anexo I (únicamente países con mayor nivel de desarrollo)
Mecanismo de Desarrollo Limpio (MDL): un país del Anexo I implementa un proyecto encaminado a la reducción de emisiones en un país no incluido en el Anexo I.
Mecanismo de Aplicación Conjunta (MAC): similar al anterior pero entre países incluidos en el Anexo I.

El resultado de estos tres mecanismos de flexibilidad ha sido completamente desastroso. La creación de un mercado de derechos de emisión de CO2 en el que el exceso de derechos, junto con la entrada en el mercado de especuladores tras la crisis financiera de 2008 es uno de los ejemplos más flagrantes del fracaso de este tipo de instrumentos financieros. Otro ejemplo, en este caso de Mecanismo de Desarrollo Limpio, es la plantación masiva de árboles, sin ningún tipo de criterio ecológico, en países menos desarrollados, generando así lo que se han denominado como «desiertos verdes». Se trata de amplias zonas, especialmente en Latinoaméria, que tras ser deforestadas han sido replantadas con monocultivos de especies arbóreas, afectando gravemente a la biodiversidad y aumentando la probabilidad de aparición de plagas.

Sin embargo, como ya se ha comentado, estos mecanismos estaban restringidos a empresas pertenecientes a determinados sectores y en determinados países. Pero el Acuerdo de París supone un salto cualitativo, ya que se ampliaría al conjunto de la economía y a todos los países que lo hayan ratificado.

La reacción de la economía basada en la financiarización de la naturaleza ha sido inmediata. En un informe de la IETA (International Emissions Trading Association) (compuesta, entre otros, por: BP, Gas Natural-Fenosa, Iberdrola, PetroChina, Michelin o bancos como Bank of America Merrill Lynch) se señala que «el Artículo 6 del Acuerdo de París ofrece la oportunidad de ampliar el alcance de la fijación de los precios del carbono para la plena implementación de las Contribuciones Nacionales» (la contribución es la máxima cantidad de CO2 que puede emitir cada país en un período de tiempo determinado). En concreto, en dicho informe la IETA «recomienda una interpretación amplia del artículo 6.4» del Acuerdo de París por el que se establece un mecanismo parra contribuir a la mitigación de gases de efecto invernadero.

El problema es que el artículo 6 es – como igualmente ocurre con el resto del propio texto – muy genérico y, por tanto, deja lugar a la interpretación que puede ser más o menos amplia. Y es ahí precisamente donde todo el sector de la financiarización de la naturaleza se encuentra presionando para que los futuros textos que desarrollen el Acuerdo de París den cabida a la aplicación de diferentes instrumentos financieros.

La perversión del sistema

El fracaso del actual mercado de derechos de emisión de CO2 nos anticipa lo que podría ocurrir en el caso de que apareciesen en el futuro mecanismos similares asociados al Acuerdo de París. El hecho de que exista un mercado secundario que comercia con los derechos de emisión conlleva que el objetivo primario de la existencia del propio mercado (que las empresas más contaminantes tengan un incentivo para reducir sus emisiones debido a que les resulta más rentable invertir en tecnología que reduzca emisiones en vez de comprar derechos de emisión) se desvirtúe o pervierta por completo. La prohibición de estos productos derivados o intercambios secundarios sería fundamental a la hora de intentar evitar este hecho.

Los vínculos del capitalismo verde con el capitalismo financiero y energético

Echando un vistazo a quiénes son los brockers o traders que apoyan a la IETA es fácil darse cuenta de que ya en estos momentos hay muchas empresas destinadas a la especulación con el CO2. Algunas de ellas son: ACO2, Allcot Group, CE2 Carbon Capital, Clear Blue Markets, Mercomind o Ecoway (Energy Trading for Companies who Care). Tanto sus logos como los propios nombres tratan de ofrecer una imagen verde, limpia, de preocupación por el entorno natural.

Sin embargo, la realidad es muy diferente. Por ejemplo, uno de los co-fundadores de CE2 Carbon Capital, Gregory Arnold, comenzó su carrera trabajando como banquero para Goldman Sachs. Sylvain Goupille, fundador de Althea Ecosphere trabajó como consultor en temas de cambio climático en PricewaterhouseCoopers. Echando un vistazo al resto de empresas aparecen consultores con experiencia en petróleo, uranio, energía en general, trabajadores de aseguradoras y analistas financieros.

La pregunta es, si se está trabajando con emisiones de CO2, ¿Dónde están los climatólogos, químicos, físicos, biólogos o ambientólogos? Este es un claro síntoma de que el único interés que tienen estas empresas es simple y puramente monetario, independientemente del daño que puedan estar generando al entorno natural con sus prácticas.

El CO2 no es un caso aislado

La especulación con la naturaleza es cada vez más común. Bancarizar bosques o invertir en determinadas especies en peligro de extinción es ya una realidad. La aparición de los mercados secundarios en este ámbito ha llevado a situaciones tan surrealistas como que en estos momentos haya personas que se encuentren especulando con que una determinada especie desaparezca, pudiendo obtener enormes beneficios en el caso de que esto ocurra.

Un juego de alto riesgo

El problema es que especular con la naturaleza es especular con nuestra propia existencia, la del resto de los seres vivos y la del Planeta por completo. Un riesgo se puede definir como el producto del daño por la probabilidad de que ese daño ocurra.

En temas ambientales se aplica el llamado «Principio de Precaución», ya que, aunque exista desconocimiento en la probabilidad de que ocurra el daño, éste sería tan devastador si ocurriese que incrementa enormemente el valor del riesgo y, por tanto, nunca se debería llevar a cabo la iniciativa que produce el daño.

Desde 2008 la especulación que derivó en la crisis financiera/inmobiliaria a nivel mundial se ha llevado por delante miles de vidas. Con la especulación con la naturaleza el daño podría ser inmensamente mayor y llevarnos al colapso ambiental. Si esta decisión queda en manos de los mercados, es fácil deducir cuál sería el desenlace.

Fuente: http://www.elsalmoncontracorriente.es/?Especular-con-el-CO2-un-juego-de