Paulatinamente el sistema del capital viene deteriorándose en su estructura dominante. Ha pasado por diversas etapas que le han extendido la vida a través de mutaciones estructurales que han dado lugar a formas de desarrollo basadas en relaciones de poder (crematística). Dichas estructuras se han paseado por la creación de diversas formas de producción; desde la primitiva feudal, en el cual el poseedor del medio de producción (terrateniente) ejercía control de la tierra en forma de arriendo para obtener beneficio económico a partir de trabajo de los arrendados. Y así sucesivamente, pasando de etapa en etapa, se repite el mismo patrón de explotación con distintas formas de producción.
Sin duda, las siguientes etapas feudales, esclavismo y decadencia, marcarán el futuro inmediato en la Europa post medieval. Es en este último, que las ciencias dan inicio a la transformación de un régimen, amparado por la explotación comercial, no en balde, abriendo nuevas rutas para la expansión del capital feudal en la mejor de sus épocas. Este detalle no pasa en vano, debido a que la expansión del mercado trajo el aseguramiento de vastos territorios para ser explotados y así dar inicio con los primeros ensayos del capital transnacional reflejado, primeramente, en las compañías de trata de esclavos y las de transporte marítimo, aún en los casos en la no tenían el desarrollo que ostentaban en el mediterráneo y el centro de Europa.
En el entendido que, la explotación del comercio de ultramar sobrepasaba la capacidad de producción de los centros de exportación, la ciencia fue fundamental para dar el siguiente paso: dejar atrás el lastre en el que se había constituido el desarrollo feudal por la robustez de la transformación de la materia prima; el cual mantendrá, por un tiempo determinado, el grado de plusvalor apropiado por el terrateniente, para contribuir por medio de la extracción, a la consolidación del proceso industrial, fabril y contable-mercantil. Por un lado, el feudalismo definió al sujeto histórico como labriego; ahora, en la industrialización, hace aparición el obrero, igualmente trabajador como el labriego. Ambas acepciones tienen en común la enajenación del aporte intelectual y físico para ser trasladado al dueño del medio de producción. Y las condiciones para el sujeto histórico (trabajador) en una u otra etapa, no serían distintas; al contrario, pasó de ejecutar su propia jornada laboral al determinismo de cumplir con un horario rígido, leonino, que va minando sus fuerzas en la misma medida que va aportando riqueza financiera al dueño de su trabajo.
Para ilustrar esta penosa situación se tiene que, para Marx, el trabajo explotador (obtención de plusvalor), el control de los medios de producción y la organización obrera, eran fundamentales en el inicio de la industrialización para emprender un proceso de cambios que favorezcan la sustitución del capital y su idea alienante (Martínez Álvarez 2020). En tanto, las condiciones sociales del ejército de campesinos que abandonaron las tierras, propias o arrendadas para convertirse en obreros, fueron declinando notoriamente, al punto habitar pensiones donde se vivía míseramente, en pequeños apartamentos en los cuales convivían 150 familias que compartían un baño (Gabriel 2010).
El orden social que se construía a partir del trabajo fabril a escala nunca antes vista, estará supeditado a la sujeción del trabajo al nuevo verdugo (el capital) de pueblos, en cual se convertirá con el paso del tiempo, para mostrar la cara invisible de una relación dirigida por un dios (el mercado) omnipresente; dirigido por el trío de factores esenciales (trabajo, tierra y capital) que regirá la pauta en las relaciones de producción dirigidas a mantener el control sobre los elementos sustanciales en el campo de la economía del capital. No obstante, el nuevo orden trajo consigo una serie de contradicciones que analizarlas únicamente desde el plano economicista resulta en una quimera de variables subjetivas, en su mayoría, que desecharía razones sociológicas, geoeconómicas y hasta culturales.
La pregunta que surge acerca del por qué de la localización del incipiente desarrollo del capital a fines del siglo XVIII y principios del XIX en el centro norte de Europa (Inglaterra, Países Bajos, Bélgica) inicialmente, podría responderse, en términos generales, por la acumulación de capital que poseían los terratenientes de esos lugares, que conjuntamente con las universidades que dan inicio al avance masivo de las ciencia ingenieril, logra construir el aparato industrial necesario para dar comienzo con el proceso fabril que perturbará las economías de Europa y el resto del mundo hasta nuestros días.
Todo este anatema del proceso económico acontecido tiene la nomenclatura de liberalismo; sigue el patrón de acumulación de su etapa predecesora, en tal que, la supera en la medida que la rentabilidad absoluta por el cual fueron constituidas las fábricas, arrojan el saldo positivo deseado para la multiplicación del capital y la reinversión a mediano plazo. Ello permite comprender lo que hay de homogéneo y heterogéneo en el seno del liberalismo económico (Molina Molina 2007). De igual manera, el sistema precedido estuvo sostenido por la teoría fisiocrática, tal como se puede apreciar en cuya sólida base reside en la gran propiedad agrícola capitalista y en la implantación de la libertad de comercio…su programa estaba dirigido a la abolición inmediata de todas las leyes restrictivas al capitalismo, de allí su consigna laissez faire, laissez passer (Molina Molina 2007).
Para dar el paso y dejar atrás estos conceptos, era necesario la sistematización del cuerpo etéreo que produzca la circulación del producto terminado, y que se convertirá en mercancía, en tanto la “nube” en el cual se desenvuelva asegure el destino final sin contratiempos; esta nube pasará a llamarse, mercado. De igual forma, la ciencia que sostenga esta teoría pasará a llamarse economía política; no es más que la interrelación de las decisiones políticas a través del conocimiento de la dinámica económica en el cual se maneja un estado. A partir de este precepto, Adam Smith, en la obra “La riqueza de las naciones”, proclama el libre comercio como aspecto fundamental para el desarrollo de las economías futuras, y que, por medio del cual las teorías de Ricardo y Mills basarán ideas en el concepto del comercio internacional y las implicaciones que tiene para el crecimiento de los nuevos mercados a conquistar.
El comercio internacional se convirtió en el eje del progreso del capital en la llamada primera revolución industrial; bajo la égida del intercambio se produjo el intercambio desigual entre economías diametralmente opuestas, tanto en concepción como arraigo cultural. Un ejemplo claro, es el acopio de cierta maquinaria para imprentas u obras hidráulicas en la Venezuela del siglo XIX, que es la misma realidad de cualquier otro país latinoamericano de entonces, para generar un proceso interno de información, en el caso de la imprenta; o para construir los primeros sistemas hidráulicos para masificar el acceso al agua. Mientras que, la función del país era suplir de materia prima para los grandes mercados de consumo del café y el cacao; rubros que Venezuela exportaba en el comercio internacional. El primer ejemplo; las maquinas que previamente han pasado por un proceso de transformación, al utilizar el mineral de hierro y por la acción del fuego y posterior moldeado, pasa a convertirse en máquinas y herramientas para distintos fines productivos o servicios. Durante todo el proceso descrito brevemente, va generándose dos cosas:
- Plusvalor con el factor tiempo para la construcción de la máquina y
- Valor, en la medida que satisfaga una necesidad y pueda ser intercambiado, convirtiéndose en mercancía.
Ambas cosas y otras ramificaciones de ellas, son el punto focal con el cual se materializa el circuito del capital para el dominio de las economías. De ahí se desprende la idea de los mercantilistas que se proponían aumentar la riqueza del país, identificando al dinero como la forma de manifestación de la riqueza por excelencia. Si la riqueza es el dinero, entonces hay que procurar traer al país la mayor cantidad de dinero y evitar que el dinero salga del país. El comercio exterior era el canal principal para atraer dinero (Molina Molina 2007).