I El 12 de febrero comenzó en Venezuela una nueva oleada de desestabilización política protagonizada por los sectores de la derecha fascista, que aunque parece controlada, continúa golpeando al legítimo gobierno de Maduro. A pesar de haber movilizado un contingente menor de activistas radicalizados, las marchas y guarimbas de la ultraderecha han tenido una repercusión […]
I
El 12 de febrero comenzó en Venezuela una nueva oleada de desestabilización política protagonizada por los sectores de la derecha fascista, que aunque parece controlada, continúa golpeando al legítimo gobierno de Maduro. A pesar de haber movilizado un contingente menor de activistas radicalizados, las marchas y guarimbas de la ultraderecha han tenido una repercusión inédita en el mundo entero, fogoneadas por la derecha continental y la inmensa mayoría de las corporaciones de medios. Esta nueva oleada desestabilizadora no es una continuidad lineal de aquellas otras que desembocaron en el golpe del 2002 y el paro petrolero del 2003, el boicot electoral del 2004 y 2005 o la infiltración paramilitar de años anteriores. Sin embargo, persigue los mismos objetivos de desgastar, desacreditar, injuriar y preparar las condiciones a corto o mediano plazo, para voltear al gobierno popular inaugurado por Chávez en 1998. Que la derecha más rancia se haya lanzado con tal virulencia a las calles y que los medios «respetables» del continente, aquellos que se llenan la boca sobre la democracia y el respeto a la ley, le hayan dado una cobertura tal excepcional, fogoneando el movimiento y alentando a extender las barricadas por todo el país, es ya un indicio del propósito y las dimensiones potencialmente peligrosas que se ciernen sobre el proceso venezolano. Por eso, la tarea militante más importante del movimiento obrero y popular en todo el continente, de los sectores antiimperialistas, socialistas y democráticos es rechazar el intento de la derecha más reaccionaria que quiere desalojar a Maduro del poder y movilizar a la opinión pública en defensa del gobierno y el proceso venezolano. ¿Por qué? Porque están en juego no sólo un gobierno popular y antiimperialista, sino un conjunto de conquistas populares, de relaciones de fuerza que el movimiento de masas conquistó en los últimos 15 años y que caracterizan de manera distintiva la situación latinoamericana. Pero son justamente estas tareas, que considero imprescindibles, las que han dividido a la izquierda en Argentina. Porque algunos sectores de la izquierda radical la han retaceado e incluso boicoteado. El FIT, por ejemplo, que se alzó con el mayor caudal electoral en las pasadas elecciones, desapareció de las calles. Brilló, literalmente, por su ausencia. ¿A qué se debe? A que, a mi entender, se mueven sobre la base de una hipótesis estratégica errónea y en base a fundamentos teóricos equivocados. La consecuencia fue una deriva política que la alejó, en realidad se auto excluyó del proceso más importante de la lucha de clases de las últimas décadas. Los dogmas teóricos, la verborragia vacua, los pifies políticos desembocan en no pocas ocasiones en consecuencias antirevolucionarias.
II
Por ejemplo, Jorge Altamira insiste en que «de ninguna manera» se trata de un intento de golpe militar, lo que utiliza como pretexto para eludir el clásico apoyo que los socialistas han dado a todo gobierno democrático frente a un intento de golpe reaccionario (Altamira, 2014 y diversos artículos en la web del PO). Además, se ha convertido en un apologista de la «crisis del régimen», de su «decadencia» y de su «inevitable colapso», todo como fruto de la «crisis capitalista mundial», en el mismo momento en que un gobierno elegido por voto popular y apoyado por la inmensa mayoría de la clase trabajadora y los explotados es desafiado por las fuerzas contrarrevolucionarias internas y exteriores. Claro que no estamos ante un golpista clásico. Pero un golpe militar no nace de un día para otro, se fecunda mediante la intriga, el desgaste y la manipulación, como se ha visto ya en Honduras o Paraguay. Que Capriles y el grueso del MUD no sean de la partida o que Fedecamaras participe en el llamado al diálogo en vez de salir a las calles no quita un gramo la peligrosidad de la movida desestabilizadora. Hoy Capriles juega la carta electoral y Fedecamaras se sienta en la mesa de diálogo porque está fracasando la línea insurreccionalista de López, Machado y Voluntad Popular. Si mañana prende en sectores importantes de la población o en una fracción estimable de las fuerzas armadas, estarán todos juntos en las barricadas. ¿Cuál podría ser el punto de ebullición que Altamira estime pertinente para salir a las calles en defensa de Maduro y del proceso popular bolivariano? ¿Esperará a que, como en el 2002, sectores del ejército lo secuestren de su casa? En ese caso, la izquierda veloz, que se las sabe todas, habría llegado demasiado tarde.
III
La derecha mundial parece más perspicaz, pues se ha lanzado a denunciar a la «dictadura chavista» y a movilizar a la opinión pública mundial, mientras el 80% o más de las muertes y la enorme cantidad de destrozos, incluyendo universidades y bibliotecas como la de San Cristóbal, han sido provocadas por la derecha reaccionaria. Que en ese contexto partidos trotskistas denuncien el paramilitarismo estatal y hablen de un «estado de excepción» parece como mínimo un despiste de magnitudes olímpicas. Se suponía que la izquierda debía reclamar del gobierno el llamado a la movilización popular, la defensa armada y cosas por el estilo, por ejemplo el reclamo de justicia y cárcel a los responsables. Pero parece que el peligro en realidad es del «paramilitarismo», es decir de los colectivos, Comunas y movimientos militantes y revolucionarios que salen a defender a su legítimo gobierno.
Que los sectores populares han comprendido mucho mejor la situación y, a pesar de la crisis, el desabastecimiento y cierto descontento popular, se han separado de la demagogia ultraderechista y enfrentado las guarimbas habla de un instinto de clase más agudo, más perspicaz y más realista que los apologistas de las «crisis del régimen» y los denunciadores del «estado de excepción».
IV
La consecuencia de un hipotético desalojo del gobierno chavista en Venezuela sería una ofensiva continental contra todas las fuerzas progresistas y de izquierda, una ofensiva antiobrera de la misma magnitud o incluso superior que la de los años 90 y pondría a la defensiva a todos los movimientos populares del continente, incluida la izquierda radical que juega con las palabras y no mide las consecuencias. A Chávez y al chavismo la clase capitalista y los gobiernos imperialistas no le perdonan la dignidad recuperada del pueblo pobre, los gestos plebeyos, la soberanía nacional, el «olor a azufre», la formación del ALBA, el relanzamiento de la OPEP, el impulso a la UNASUR, el rol protagónico que tuvo en la derrota del ALCA, etc. Venezuela sacó a Cuba del aislamiento, relanzó el debate por el socialismo cuando había sido sepultado tras la caída del Muro de Berlín y emplazó al gobierno de Estados Unidos cuando a su alrededor imperaban aún gobiernos como los de Menem, Cardozo o Salinas de Gortari. Pocos gobiernos han tenido el coraje de plantarse en la política internacional como lo ha hecho y lo sigue haciendo Venezuela. Es un acervo precioso, un legado invalorable de todo el pueblo latinoamericano.
V
La clase privilegiada venezolana no le perdona a Chávez el haber transformado por completo el papel en la vida pública de las masas desposeídas. El hombre humilde tiene hoy una potente voz en la sociedad venezolana. Chávez, y su movimiento bolivariano, fueron capaces de visibilizar, de dar parte a los que no la tenían. Creo nuevos ciudadanos, que ganaron el espacio público, ocupan los teatros, bajaron al centro de la ciudad, estudian en universidades, se curan y se dan el tupé insolente de participar en orquestas sinfónicas, reservadas para «las clases superiores». Por eso, los teóricos de la derecha continental asumen con tanta devoción la lucha contra el monstruo populista, esa demagogia basada en la «soberanía popular», un estado de ánimo pasajero provocado por retóricos y mesiánicos que acarician el poder invocando mitos religiosos y auspiciando estados febriles de demencia colectiva. Lo que denuncian, sobre todo, no es simplemente la utilización de los pobres, sino el haber interrumpido el orden natural de la dominación por una institución política que los comprende, le da voz y parte, mediante las comunas, los consejos comunales, las cooperativas y organizaciones campesinas, los círculos electorales, entre tantas manifestaciones de la movilización y organización popular. Los Krauze y los Vargas Llosa no se confunden cuando pintan a Caracas como una Macondo con gobernantes alienados y surrealistas que le hablan a los pajaritos, con obreros que se arman en las fábricas y campesinos expropiadores que azotan «al campo». ¿Es este gobierno asediado el gobierno de la clase capitalista? ¿Es un gobierno nacionalista burgués? Esa categoría, utilizada con tanta facilidad para reemplazar con formulitas usadas de memoria el carácter complejo y contradictorio de procesos populares, no tiene el alcance ni la capacidad teórica de dar cuenta de la realidad venezolana. Esa categoría ya era errónea para caracterizar a los movimientos populistas y nacionalistas de izquierda del siglo XX, tanto de la oleada de los años 40 y 50 como los más de izquierda de los años 70. Pero es mucho más equivocada en las actuales circunstancias. En primer lugar porque no puede dar cuenta de las contradicciones reales del Estado y el gobierno bolivarianos. Y sobre todo, la lucha sorda de la clase capitalista, tanto la nativa como la extranjera y sus corporaciones contra el gobierno venezolano. Por lo menos desde el fallido golpe del 2002 y el paro sabotaje petrolero del 2003, el bloque en el poder está conformado por los sectores populares y el funcionariado estatal, en el que participan los sectores obreros y campesinos. Es un gobierno en el que no participa la burguesía, que lo denuncia con todas sus fuerzas, incluso si se enriquece y saca provecho de las debilidades pasmosas de una economía capitalista sostenida en la renta petrolera. La interpretación de que al no romper con la burguesía el gobierno venezolano no es más que un nacionalismo burgués, tributa a las más simples teorías instrumentalistas del Estado, que buscan inefablemente darle un carácter de clase a priori al gobierno sin analizar su dinámica política, sus contradicciones y sus transformaciones. Como mencionamos en otro trabajo, bajo esta perspectiva el Movimiento 26 de Julio no hubiera podido expropiar a la burguesía cubana, ni el movimiento comunista agrario de Mao derrotar y expropiar a la burguesía compradora china alistada bajo las banderas del Kuomintang. Mientras la caracterización «sociológica» cosifica por anticipado un carácter de clase que no ha sido aun determinado, el estudio de las dinámicas políticas permiten comprender la composición del bloque en el poder por su dinámica política cambiante (Sanmartino, 2007). Así, mientras el liderazgo cubano avanzó hacia la expropiación de la burguesía, el argelino no lo hizo, aunque probablemente a priori, sociológicamente, se hubiera esperado lo contrario. ¿Bajo qué categoría puede explicarse el hecho de que los planificadores estatales intenten sostener un capitalismo de estado mediante subsidios y un mercado protegido para fomentar determinadas ramas de la producción, mientras el capital beneficiado siempre ha boicoteado esa orientación y se haya dirigido hacia las ramas más lucrativas de manera deliberada contra la estrategia estatal? ¿Cómo explicar esa contradicción de clase entre el funcionariado estatal sostenido en el poder político otorgado por el masivo apoyo popular y esa clase capitalista boicoteadora del desarrollo nacional? Sólo una teoría que contemple esa autonomía estatal y las fricciones que se abren con las clases a su interior, puede alumbrar una adecuada estrategia política.
Me parce más pertinente definir al chavismo como un movimiento popular, plebeyo, que sostiene con esfuerzo un capitalismo de estado que no ha roto con la burguesía. Todas las trabas del proceso provienen de estas limitaciones que pueden condenarla al fracaso. Lo que nos lleva a una segunda discusión, ahora en relación al carácter no ya del gobierno sino del Estado, aunque están íntimamente relacionados. Parece más adecuado hablar de un Estado burgués sin que la burguesía lo controle. Un Estado en transición, que refleja una intensa lucha de clases a su interior y que se ve mejor expresado en una teoría relacionista del poder y del Estado antes que en la visión estrecha e instrumental según el manual marxista leninista que hoy sólo se encuentra en la tienda de saldos. Bajo la luz de este manual, la lucha entre la burguesía y el chavismo es una lucha «entre facciones del capital», el Estado es capitalista sans phrases y por lo tanto sus cuerpos militares parte del aparato represivo del estado burgués, su cuerpo de funcionarios un aparato monolítico al servicio del capital. El mismo delirio se dijo del gobierno de Salvador Allende.
VI
Corrientes de la izquierda radical, tanto trotskistas como autonomistas, han adoptado una estrategia equivocada a lo largo de todo el proceso. Su caracterización los llevó a una hipótesis basada en la espera de una ruptura por izquierda de las masas venezolanas con el chavismo y al intento de llevar una lucha frontal contra el Estado, en vez de darla fuera y dentro del mismo. El corporativismo sindicalista ocupó el lugar de la estrategia socialista. Todo elemento de desestabilización política, de descontento social, de crisis económica alimentó su esperanza, siempre defraudada, de un giro a la derecha del chavismo (pronosticaron miles de estos giros a lo largo de los años), de que se profundice la brecha entre la conciencia actual y la potencial, entre gobierno y clase trabajadora, para que las masas rompan y construyan su «verdadero partido revolucionario». Ha sido un escenario de espejismos e ilusiones. Lo mismo ha sucedido con el concepto de «socialismo del siglo XXI». En esa perspectiva, no tiene otro objeto que embaucar a las masas, pues el capitalismo sigue vivito y coleando. Se trata, nada más, que de una operación «retórica». Claro que la retórica, como la ideología, tiene su fuerza material y hoy millones de personas discuten y exigen el cumplimiento de ese socialismo, del gobierno comunal y reclaman implementar el «golpe de timón», conceptos que han salido de la «retórica vacía» del «nacionalismo burgués» chavista.
Por eso hay que exaltar la «crisis del régimen», su «descomposición final» y donde la «derecha reaccionaria» no es más que uno de los dos sectores burgueses en disputa. La consecuencia organizativa fue la creación de sectas marginales completamente al margen del movimiento real de las masas. Y el nombre «chavismo» un epíteto para denunciar a los «descarriados». Una de las bases teóricas que conducen a este callejón sin salida es la equivalencia deletérea entre populismo y nacionalismo burgués. Si establecemos una frontera móvil entre el populismo como nominación de un pueblo en el que conviven intereses contradictorios y el socialismo como el Estado de nuevo, la relación del segundo sobre el primero no es de antagonismo sino de hegemonía. No son exteriores el uno del otro sino que comparten una amplia zona de intersección, ocupada por los caracteres democráticos populares de los movimientos antiimperistas y la elevación de las clases explotadas a sujetos políticos (Sanmartino: 2010).
VII
El fenómeno chavista ha sido interpretado en ocasiones como un movimiento que vino a contener y encauzar un movimiento emergente desde abajo, para regimentarlo. Pero el Caracazo fue el producto de la falta de organización y estrategia. Le siguieron la impotencia y el desconcierto. Los únicos movimientos organizados fueron aquellos partido de izquierda como el MAS, Causa R o el MIR que formaban parte del régimen político vigente. Chávez supo canalizar y organizar el descontento espontáneo. El liderazgo de Chávez vino a darle identidad y un centro de gravedad a ese sentimiento. Forjó una nueva conciencia política y alumbró nuevos sujetos populares a los que interpeló y a los que convocó a organizarse. Puede parecer un poco extraño que un militar nacionalista, «desde arriba» forje nuevas instituciones y movimientos emancipatorios. No encaja con aquella visión policial de la historia, como decía Daniel Bensaíd, según la cual unas masas siempre revolucionarias están a la izquierda de direcciones traidoras. En la dialéctica entre Estado-partido y movimiento social, el primero ha cumplido un papel de primer orden, incluso si su intención fue capitalizar, organizar y controlar al movimiento desde abajo. No es muy extraño que así sea en la patria de Bolívar, donde el papel del caudillismo, desde la época de los llaneros, ha cumplido un rol importante en la organización popular. La dialéctica Estado – movimientos sociales sigue siendo una dialéctica abierta donde cooptación, autonomía, interacción se reciclan y redefinen en la propia dinámica del conflicto.
VIII
Lo que vive Venezuela hace 16 años no es una revolución, por lo menos en los términos clásicos en que se concebía. Es, más bien, un proceso revolucionario de larga duración, un proceso transicional muy diferente al clásico proceso insurreccional que se dio contra dictaduras o monarquías en el siglo XX. Igual que otros procesos latinoamericanos, se asume el gobierno por vía electoral y se lucha por el aparato de estado, es decir por el poder en el seno mismo de la institucionalidad burguesa. El viejo estado y el nuevo estado se traban en una lucha que es interior a las instituciones, ya sea del poder Ejecutivo como en el poder Judicial o el ejército. Además, como había pronosticado el viejo Engels en 1895 a propósito del progreso electoral de los socialistas alemanes, es ahora la derecha la que se lanza a las barricadas contra la legalidad instituida. Pero este proceso no parece nada pacífico, como se vio en el 2002 y 2003 o como lo sufrió Bolivia en 2008 en Pando y en toda la medialuna del oriente. Los golpes revolucionarios y contrarrevolucionarios se suceden anudados a los mismos procesos electorales, que son también capítulos de esa lucha de clases trabada fuera y dentro de las instituciones. Se necesita teorizar esta nueva situación, el papel de la democracia electoral, la morfología de las nuevas instituciones que nacen del poder popular como las comunas, su inserción y relación con la democracia representativa, en fin, se requiere de una nueva teoría política adaptada a una transición que rompe los viejos moldes teóricos conocidos.
IX
Existe un peligro de tipo inverso, el de evitar toda crítica al gobierno y el estado venezolano, bajo el pretexto de debilitar la lucha principal contra los enemigos del pueblo. Pero el peor favor que se puede hacer con un proceso revolucionario es silencia las críticas y esconder sus errores. Después de quince años del gobierno, y 8 de haber proclamado el objetivo de alcanzar el socialismo, la situación política, incluso antes de la muerte de Chávez, entró en un impasse. Existen problemas fundamentales en el proceso bolivariano que no se pueden soslayar. Ellos nacen, básicamente, de la sobrevivencia del sistema bancario y financiero privado, del mantenimiento de la burguesía importadora y de la estructura rentística de la economía venezolana. Ello hace también al conjunto de aparato estatal, con su burocratismo y corruptelas, tributario de una estructura económico-social rentística que no se ha modificado. La crisis actual, surcada por el desabastecimiento, la falta de divisas y la devaluación, incluso cuando el precio del petróleo sigue aumentando, es un síntoma tanto del redistribucionismo socializante que tanto enerva a las clases privilegiadas como a una estructura productiva incapaz de sostenerlo en el tiempo.
X
La enorme inversión social realizaba en estos años implican un aumento del capital fijo y del consumo que han llevado a una crisis de divisas, pues Venezuela carece de producción propia para abastecer el mercado con productos locales. Todo se importa. A pesar de que Chávez estimuló la creación de un aparato económico paralelo al privado, la creación de fábricas recuperadas, la red de alimentos, la nacionalización de algunas industrias estratégicas y cooperativas, no se ha logrado revertir una situación donde los alimentos y los insumos básicos son importados y requieren divisas que sólo ingresan por la venta de petróleo. Pero la demanda de divisas se multiplica porque, al mismo tiempo Venezuela sufre los mismos problemas de aquellos países monoproductores y exportadores primarios, bajo los síntomas del «mal holandés», caracterizados por una tendencia secular a la sobrevaluación de la moneda local y a la pérdida de competitividad. El tipo de cambio real cayó, desde 2005, en más de un 44% según datos del BCV, a pesar de las dos rondas de devaluación del bolívar fuerte. No es verdad que Venezuela se haya desindustrializado, pero las exportaciones industriales si disminuyeron y el tipo de cambio real desincentiva la inversión productiva local. La formación bruta de capital fijo es de las más elevadas del continente, pero volcadas en una gran proporción a la construcción de viviendas gracias al programa estatal, lo que es un dato social muy positivo pero que no aumenta la capacidad productiva del trabajo en la economía nacional. En cambio petróleo y manufactura registraron un leve aumento. Las exportaciones siguen siendo, en una proporción abrumadora, sólo petroleras. Como el valor total de la exportación petrolera aumentó considerablemente en el total, la manufactura disminuyó relativamente pero no es un índice de «desindustrialización» como sostienen algunos análisis (Villegas-Sutherland: 2013), pues se mantuvo casi en los mismos niveles.
Aunque las conspiraciones y maniobras del poder económico siempre existen, la verdad es que el capital se mueve bajo la lógica de su propia conveniencia. El negocio importador no hace al carácter conspirativo o abstractamente antinacional de la burguesía, sino a la tasa de rentabilidad. El carácter rentístico de la economía promueve el negocio importador y la especulación financiera. El gobierno impuso un control de cambios para retener los dólares, pero el mercado negro se disparó creando una brecha insostenible. Incluso si el Sicad II logra tener éxito en hacer retroceder el dólar paralelo que llegó a estar a 90 bolívares fuertes, esa brecha facilita todos los negociados de sobre y subfacturación y el «turismo» artificial, que desangran las divisas del país. A esto hay que sumar la fuga de capitales mayor a 150 mil millones de dólares.
Mientras el salario real aumentó y la renta petrolera se distribuyó, la única base para sostenerla fueron las divisas petroleras y el endeudamiento externo. Aunque se rechace la devaluación como un «ajuste antipopular» la realidad es que un tipo de cambio real como el actual atenta contra la industria y el empleo. La importación de alimentos baratos disminuye el costo laboral y aumenta artificialmente el salario real, pero, como contrapartida la industria pierde competitividad y empleos. La devaluación actúa en sentido inverso, depreciando la moneda y permitiendo una mayor recaudación fiscal. No se trata de discutir el valor real que debe tener la moneda local sino la relación con la capacidad productiva de la economía. El problema de fondo sigue siendo cómo utilizar el excedente. Algunos sectores critican que la pobreza y la indigencia no han disminuido lo suficiente pero al mismo tiempo reclaman una rápida industrialización. El chavismo estuvo siempre entrampado entre la exigencia de inversión social no productiva que provee legitimidad política y la exigencia de invertir excedentes en las ramas dinámicas y productivas de la economía. En los hechos el empleo público se multiplicó por tres pero no su productividad, evidenciando que en parte actúa como un mecanismo compensador de empleos ante la falta de los mismos en la economía privada. A la larga el país se hace más dependiente, más sometido a los vaivenes del precio internacional y con una economía menos integrada que pierde capacidad productiva. Esto es lo que está en el fondo de los problemas de divisas e inflación que atraviesa el país.
Se combinan, entonces, dos problemas fundamentales. Por un lado sigue siendo el sistema financiero privado el gran intermediario en la compraventa de divisas y en la operatoria del comercio exterior. Por el otro, la falta de producción nacional, agobiada por las mercancías baratas que el petróleo favorece. El mercado no puede por sí mismo resolver el problema. Bajo el imperio del capital Venezuela no se industrializará ni resolverá la crisis de divisas, que reclama de un plan nacional de producción. Pero no hay plan sin absorber por completo el sistema financiero y bancario, que constituye el sistema nervioso de la economía nacional. En definitiva, se ha redistribuido la renta, se han impulsado nacionalizaciones en algunos sectores claves de la economía y se ha promovido de manera aleatoria el desarrollo de la economía social y el control obrero, pero sin plan nacional, sin metas de inversión y sustitución de importaciones, sin el control completo del sistema financiero y del comercio exterior, en definitiva, sin una voluntad política inaudita que contrarreste la tendencia espontánea del mercado, la sobrevaluación, el endeudamiento y la inestabilidad política concomitantes no se solucionarán de manera estructural.
XI
Algunos análisis de la izquierda que se reclama marxista, insisten en que, como la participación del capital sobre el trabajo creció, entonces hay mayor explotación. Pero es equivocado sacar esa conclusión. En primer lugar, en las estadísticas, la producción estatal es parte del capital, y gran parte de sus ingresos son redistribuidos mediante el salario indirecto en la inversión social, beneficios monetarios que no figuran en los ingresos del trabajo en las estadísticas sobre el excedente bruto de explotación. Además, se lo debe medir relacionado al salario real y al crecimiento de la productividad. El coeficiente Gini da una imagen relativa de la distribución del ingreso entre deciles de población. Y como muestra de esta redistribución está el hecho de que el mismo haya descendido desde los 0,4874 de 1997 a los 0.39024 de 2011. Por supuesto la crisis de 2009 y la de 2013 modifican hacia arriba el valor anual, pero a largo plazo se revirtió una regresividad de más de dos década. Otro mito es el del porcentaje de la actividad privada sobre la estatal. Se dice que el PBI privado está en el promedio del 71% luego de las nacionalizaciones y que antes era del 68%, es decir habría aumentado la economía privada. Conclusión el país sería más «capitalista» lo que desmentiría el «verso» del socialismo del siglo XXI. Pero lo que no se toma en cuenta es que ese 71% del PBI privado incluye toda la economía informal, la familiar, la pequeña y mediana, la cuentapropista, etc. Además, el estatismo no es un índice de socialismo. Un socialismo realizado difícilmente pueda y deba nacionalizar kioscos, puestos de pancho y miles de otras actividades que seguirán haciendo los actores privados y estarán reguladas por el mercado. Lo fundamental son las ramas dinámicas y estratégicas de la economía. Ahí si, como dijimos, el punto ciego del proceso venezolano sigue siendo el sistema financiero y bancario, el comercio interior y exterior y el sistema de distribución, puntos neurálgicos de la actividad del país. Por último, aunque no menos importante es el tratamiento que se le da al problema de la burocracia y la corrupción del aparato de estado en los debates de la izquierda. El problema de la burocracia es sobre todo el problema de la estructura rentística de su economía. Y los puestos fundamentales del estado están directamente relacionados con esa renta. La falta de un sistema impositivo medianamente coherente, la cultura paternalista, la exigencia al estado que provea absolutamente todo sin contrapartida productiva, la informalidad y el amiguismo son síntomas de esa estructura. El estado es visto por amplios sectores de la población como ámbito de promoción social y progreso económico para estratos medios y altos y como subsidio al desempleo por los más bajos. La contraloría, la eficiencia, la disciplina y la productividad, en ese contexto fallan inevitablemente. La corruptela y los negociados deben ser tratados no como una carencia moral o un programa deliberado del «nacionalismo burgués» sino como el subproducto ético-cultural arraigado en las más profundas tradiciones. Se trata de una batalla cultural e ideológica de largo aliento, pero también, como lo venimos sosteniendo, de un cambio estructural hacia una economía no rentística, independiente y productiva. Esto no quita la exigencia moral, la lucha ideológica e incluso la emulación socialista en sectores del estado que son consientes y combates contra estos males. Pero requiere un cambio de paradigma productivo. También de organización estatal. La participación popular, la inscripción del poder comunal al interior del sistema de gobierno nacional y no sólo municipal, la contraloría sindical y social, son elementos de democracia directa constituyentes de cualquier propuesta socialista. El único sustituto del mercado es, como decía Trotsky, la democracia de los productores y consumidores. Casos como el de la baja de producción en Sidor y otras empresas nacionalizadas reclaman una urgente revisión de los mecanismos de democracia industrial y de gestión obrera. Por supuesto, estos desafíos son imposibles de llevar a cabo desde el sindicalismo corporativista o desde la apuesta a la «crisis del régimen», sino desde una perspectiva de radicalización socialista y democrática del proceso más excitante y vigoroso que América latina vive desde los tiempos de la revolución sandinista y el gobierno de Allende en Chile. Un proceso lleno de claroscuros y abierto a enormes oportunidades. La denuncia complaciente de su «fracaso» no revela más que impotencia pedante. Los socialistas participan de las mejores gestas populares, las critican, las empujan, las viven y hasta se funden con ellas, nunca para complacer el sentido común o ser el coro repetidor, sino para partir de él hacia la crítica de todo lo existente.
Bibliografía:
Altamira Jorge (2013). A donde va Venezuela. En: http://prensa.po.org.ar/blog/
Cepal (2012). Estudio económico de América latina y el Caribe. Enhttp://www.eclac.cl/
Juan Villegas y Economista Manuel Sutherland (2013). Venezuela – Devaluación, inflación y crisis. Alternativa: Central Estatal Única de Importaciones (CEUI). En línea: http://testimonio-cronica.
Sanmartino, Jorge (2007). Gracias, ¿por hoy paso? Venezuela: La izquierda socialista y el PSUV. En http://old.kaosenlared.net/
———— (2010). «Populismo y estrategia socialista en América latina». En Hugo Calello y Susana Neuhaus (Autores y compiladores): El fantasma socialista.
Jorge Orovitz Sanmartino es Sociólogo UBA- IEALC, integrante del EDI (Economistas de Izquierda).
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.