Tenemos malas noticias para todo aquel que piense que la injerencia del siglo XXI por parte de las grandes potencias se ejecutará sólo a través de golpes de Estado militares o privatización de nuestras economías internas. No será únicamente así. Dichos métodos se practicaron exitosamente en los años 70, 80, y 90, y dieron como […]
Tenemos malas noticias para todo aquel que piense que la injerencia del siglo XXI por parte de las grandes potencias se ejecutará sólo a través de golpes de Estado militares o privatización de nuestras economías internas. No será únicamente así. Dichos métodos se practicaron exitosamente en los años 70, 80, y 90, y dieron como resultado procesos de injerencia tan eficaces que llegaron a someter a países enteros a las armas militares ó a las armas económicas.
Hoy día el proceso de injerencia elegido no es otro que el de la desestructuración, o más aún, la destrucción de los Estados Nación latinoamericanos. Existen ejemplos más vistosos que otros, como el de la pseudo nación Camba en Bolivia, cuya finalidad última era, nada más y nada menos, la división del Estado boliviano en dos Estados Naciones.
Todo ello corresponde a una estrategia bien concebida, según la cual si los ciudadanos eligen democráticamente a líderes progresistas de izquierda como gobernantes de los respectivos Estados, pues acábese con los Estados.
Contrariamente a lo que suele pensarse, el enemigo a atacar en esta nueva metodología de injerencia, no son los líderes en cuanto tales: Chávez, Evo, Correa, etc. No. El objetivo elegido es precisamente el Estado y su soberanía, que no es otra cosa que la mezcla de tres elementos: líder, fronteras y armas comunes.
La injerencia en este siglo XXI, en aras de la destrucción del Estado, va a minar justamente uno o varios de estos tres aspectos a la vez.
En lo que respecta al caso venezolano, diversos intentos de destrucción del Estado se han puesto en marcha en los últimos años. Los intentos golpistas y desestabilizadores de un «oposicionismo» irracional dan muestra de ello: golpe de Estado del 11 de abril de 2002 y paro petrolero de 2003.
Pero existe una estrategia soñada que, a pesar de haber dado tímidos e infructíferos pasos, sigue pendiente en la agenda desestabilizadora de la derecha. Nos referimos al movimiento separatista de las oligarquías del estado Zulia. Movimiento regionalista que ha encontrado una nueva excusa, o más aún, máscara de oxígeno en el tan sonado caso de corrupción de quien fue gobernador del Zulia y actual alcalde de Maracaibo: Manuel Rosales.
Basta un somero monitoreo de las empresas privadas de comunicación masiva para darnos cuenta que, lo que debiera ser un juicio contra presuntos actos de corrupción de un ciudadano venezolano, no ha tardado en convertirse en una afrenta contra la identidad, autonomía y cultura misma de los zulianos. Imagínense ustedes. Y todo por el simple hecho de ser uno de los líderes políticos de la derecha el protagonista de las investigaciones de dichos casos de corrupción.
Cuando el dedo señala a la luna, los estúpidos miran el dedo.
En este caso, con una preocupante velocidad el «oposicionismo» no tardó en olvidarse del caso de corrupción, para centrar toda su artillería pesada mediática en la denuncia al Presidente Chávez como autor de una persecución política atroz, a las Fuerzas Armadas Bolivarianas como garantes y escudo de dicha persecución, y a las fronteras venezolanas como culpables del hecho que el estado Zulia no sea un territorio separado del Estado venezolano.
En pocas palabras, la apertura de un proceso judicial por corrupción, parece haber desencadenado una avalancha mediática nacional e internacional, cuya única e innegable finalidad última es el ataque frontal a un líder elegido democráticamente, a las armas comunes venezolanas y a las fronteras ya establecidas de lo que hoy llamamos Venezuela. Dicho de otro modo, al Estado venezolano.
El dedo es Rosales. La Luna nuestra Nación venezolana.
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