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¿Estados Unidos se arrepiente de la globalización?

Fuentes: La Jornada

En The Financial Times (29/ 11/07), principal portavoz de la globalización financiera, Philip Stephens reclama una «respuesta global para el cambio del orden mundial» y comenta que la «historia real para el año entrante serán los cambios tectónicos debajo del lecho del mar» de la globalización. Independientemente de sus puntos de vista muy sesgados, Stephens […]

En The Financial Times (29/ 11/07), principal portavoz de la globalización financiera, Philip Stephens reclama una «respuesta global para el cambio del orden mundial» y comenta que la «historia real para el año entrante serán los cambios tectónicos debajo del lecho del mar» de la globalización. Independientemente de sus puntos de vista muy sesgados, Stephens no es un vulgar novato, y mucho menos una aldeana caricatura tropical de la globalización financiera: es editor asociado de The Financial Times, graduado en historia moderna por la Universidad de Oxford y becario del prestigiado Programa William Fulbright.

Fanático inveterado de la globalización financiera, Stephens admite que los dos gigantes asiáticos, China e India, le han arrebatado a Estados Unidos y a las «cuatro grandes potencias europeas» (nota: se ha de referir a Alemania, Gran Bretaña, Francia e Italia) el liderazgo de la globalización financiera cuando se consideran las tendencias inexorables en el mundo económico con la medición del PIB mediante el «poder de paridad de compra», ya no se diga las tenencias asombrosas de los fondos soberanos de riqueza (Sovereign Wealth Funds), que, dicho sea con humildad de rigor, ya habíamos adelantado que «los cambios reconfiguran el orden global a la imagen de Asia» (ver Bajo La Lupa, «¡La nueva revolución capitalista estatal!» (08/08/07).

Sostiene juiciosamente que la «integración económica está dirigiendo el mayor levantamiento en el equilibrio del poder global desde el siglo XIX. Los cambios en influencia política y fuerzas militares estarán rezagados frente a los cambios económicos».

Alerta que advendrán «cambios profundos en la distribución del poder económico y político en el mundo de la globalización». No es nada optimista para el año entrante, y en forma ominosa ostenta que los fantasmas de los Balcanes pueden volver a perseguir a Europa, mientras la crisis de la «cruda» inmobiliaria, debida a la sequía crediticia global, no será apta para cardiacos.

Refiere que después de una ausencia de dos siglos, «China ha redescubierto la geopolítica», mientras India permea su poder «software» por doquier. En forma sorprendente confiesa que no estaba seguro de que «la globalización fuera políticamente sustentable en Estados Unidos (EU). En el Congreso, la mayoría en favor del libre comercio se ha fracturado y la deslocalización (outsourcing) y su impacto percibido como real por la clase media ha ventilado las flamas del proteccionismo». Como si fuera poco lo anterior, «se ha agregado la generación de temores tanto estratégicos como económicos debido a los billones de dólares en fondos soberanos de riqueza que pululan en búsqueda de activos en todo el mundo».

Sin desparpajo filtra que «existen muchos en Washington que creen que la estrategia de un conflicto con China es inevitable, tarde o temprano». Asevera que las «angustias» son extensivas no solamente a Francia, sino a toda la Unión Europea. Asimismo, desnuda con crudeza cómo EU y la Unión Europea controlaban la globalización financiera: «como consecuencia de la caída del Muro de Berlín, la globalización formó parte de las economías desarrolladas. La apertura de bienes y mercados financieros fue enmarcada en el llamado Consenso de Washington, mientras la tecnología era proveída por Silicon Valley».

Todo funcionaba de maravilla hasta que China e India irrumpieron y arrebataron el liderazgo de la globalización a sus creadores anglosajones: «repentinamente, pareciera que pertenece a Asia». No lo dice Stephens, pero en gran medida la pérdida de liderazgo del pernicioso modelo de la globalización financiera neofeudal de EU y Gran Bretaña tuvo que ver con su estrepitosa derrota militar en Eurasia.

Afirma que el «ascenso de estos poderes (asiáticos) se ha vuelto el estereotipo geopolítico de nuestros tiempos. Por dicha razón, tales cambios son más importantes que cualquier otra consideración para reconfigurar la seguridad y la prosperidad global. Asistimos al despertar político y económico de miles de millones de ciudadanos, quienes se encontraban fuera de la arena global». Las proyecciones del ascenso de China e India, que dejarán sembrados a EU y a Europa, son demoledoras: «para 2015, China alcanzará al primero con una producción de 20 por ciento (…) la tendencia es clara. China fácilmente lo rebasará antes de 2025».

Stephens se equivoca en referencia a China, que, a nuestro juicio, prácticamente ya alcanzó a EU con cifras del año pasado, y que apostamos sin ver que en éste seguramente ya lo habrá rebasado, cuando se toma en cuenta el concepto creativo del «circuito étnico chino»: que ostenta un total de 12 billones 801 mil 210 millones de dólares (China: 11 billones 606 mil 336 millones de dólares; Hong Kong: 289 mil 748 millones de dólares; Taiwán: 749 mil 943 millones de dólares; Singapur: 145 mil 183 millones de dólares; Macao: 10 mil millones de dólares).

Existe un flagrante colonialismo de las estadísticas «oficiales» muy tramposas. Si nos concentramos en el PIB acumulado del BRIC (Brasil: un billón 913 mil 893 millones de dólares; Rusia: un billón 908 mil 739 millones de dólares; India: 4 billones 726 mil 537 millones de dólares; China: 11 billones 606 mil 336 millones de dólares), éstas cuatro potencias emergentes solas alcanzaron el año pasado, según cifras del FMI, lo cual se abultarían todavía más este año, la azorante cifra de 20 billones 155 mil 505 millones millones de dólares del total global de 71 billones 228 mil 669 millones de dólares, y que superan tanto al PIB de la Unión Europea (17 billones 881 mil 51 millones de dólares) y EU (13 billones 20 mil 861 millones de dólares).

Queda claro que el BRIC representa la primera potencia geoeconómica mundial, con 28 por ciento del PIB global, cuando las tendencias de predominio van en detrimento de EU (18 por ciento) y la Unión Europea (25 por ciento). Sin duda, la contribución de China e India (23 por ciento) es sencillamente fenomenal.

Con cinismo incomensurable, característico de los turiferarios de los imperios hipermilitares, acepta que la «globalización fue algo que los países ricos impusieron por supuesto (sic) al resto del mundo, por el bien de todos (¡súper sic!). Ahora se siente como si alguien diferente se lo estuviere aplicando a ellos. Y no ayuda para nada, de nuevo y en especial a Washington, que el principal hacedor sea China. Ahora los temores estratégicos se han yuxtapuesto a los impulsos proteccionistas».

Por razones de ultraideología neoliberal, Stephens desprecia con toda su alma a Rusia, verdadero competidor nuclear y geoenergético global de EU, por lo que su enfoque peca de reduccionismo economicista; más aún, no considera el ascenso impresionante de Sudamérica, nuevo actor geoeconómico global.

Según Stephens, la globalización es «auto-sustentable» (¡súper sic!) debido a las fuerzas del mercado, la producción y la tecnología de las comunicaciones, por lo que considera difícil su descarrilamiento -lo que de hecho otorgaría el triunfo económico global a China e India-, salvo dos situaciones «catastróficas»: 1) una recesión que se profundice en depresión con su subsecuente neoproteccionismo; 2) una guerra en Taiwán entre China y EU.

A nuestro juicio no se ve cómo en ninguno de estos tres escenarios (la vigencia de la globalización, recesión/depresión y guerra en Taiwán) prevalezca la unipolaridad de EU. Peor aún, no vemos, ni dice cómo (con la excepción de la instrumentación de políticas globales nebulosas), su clamor por una «respuesta global» pueda frenar el incipiente orden multipolar y, «sobre todo, el ascenso real de BRIC».