El capital financiero, con la complicidad de los gobiernos estadounidenses y de una parte sustancial del sistema bancario, se dedicó a crear cantidades astronómicas de «dinero basura»
Ofrecemos un adelanto del libro Qué hacemos con el poder de crear dinero, que se publica esta semana. El libro es una propuesta de recuperación del control democrático sobre el poder que gobiernos y bancos han tenido a lo largo de la historia para crear dinero. Una larga historia de ruinas y fraudes provocadas por la creación incontrolada de dinero artificial, que llega hasta la actual crisis, provocada por el abuso que el sector financiero hizo de la creación de deuda, produciendo astronómicas cantidades de «dinero basura». En este fragmento se analiza el caso de Estados Unidos en el siglo XX, con la imposición del dólar como moneda mundial y la ruptura del patrón oro, lo que aliado con la desregulación y la presión de las oligarquías financieras desembocó en la crisis actual.
El dólar, la primera moneda mundial ficticia
La victoria de las tesis norteamericanas en Bretton Woods en el diseño del sistema monetario mundial supuso la entronización del dólar como moneda mundial, sustituyendo a la libra esterlina. Aunque ese cambio en el liderazgo se dio bajo los supuestos que habían regido el reinado de la libra durante más de un siglo, esto es, el patrón oro. El volumen total de dólares tenía que estar respaldado por unas reservas equivalentes de oro, a razón de un precio de 35 dólares por onza.
Pero casi tres décadas después el dólar dio un paso más al convertirse en la primera moneda mundial ficticia. El 15 de agosto de 1971 el presidente Nixon, aconsejado por Milton Friedman, devaluó unilateralmente el dólar, rompiendo el acuerdo de Bretton Woods, por el cual el tipo de cambio entre las principales monedas del mundo capitalista era fijo. Las razones inmediatas de esa trascendente decisión, que rompía el consenso alcanzado entre los países capitalistas tras la segunda guerra mundial, estaban en la necesidad del gobierno estadounidense de financiar la guerra de Vietnam, su particular «lucha contra el comunismo», sin caer en déficits públicos excesivos y sin subir los impuestos, lo que hubiera sido demoledor para un gobierno republicano. El resultado de esa acción unilateral no fue crear otro sistema de cambio estable con un dólar más devaluado, sino que los tipos de cambio empezaron a flotar libremente, es decir, se eliminó de un plumazo la obligación de acordar el valor de las monedas en función de las reservas de oro que los bancos centrales de cada país habían acumulado.
La gran «revolución monetaria» que significó la ruptura del patrón oro es que por primera vez se aceptaba que el dinero utilizado en las transacciones comerciales, y en los procesos de acumulación de capital en Occidente, fuera completamente ficticio. Esto ocurría en Occidente casi mil años después que sucediera en China. EEUU, al romper el patrón oro, al dejar de usar el oro como base real del dinero, adquirió un inmenso poder: su moneda, el dólar se convirtió en la moneda de reserva más importante, sin que EEUU asumiera ninguna contrapartida frente al resto del mundo. Una moneda de reserva es la que es utilizada en grandes cantidades por muchos gobiernos e instituciones como parte de sus reservas internacionales. Además, también es instrumento a través de la cual se establecen los precios de bienes comercializables en el mercado global, tales como el petróleo, el oro.
«al romper el patrón oro, EEUU adquirió un inmenso poder: el dólar se convirtió en la moneda de reserva más importante, sin que EEUU asumiera ninguna contrapartida frente al resto del mundo»
En términos políticos la ruptura del patrón oro significó que el resto de países capitalistas aceptaba una creciente dependencia respecto a EEUU. A partir de entonces la Reserva Federal Americana (Fed) pudo incrementar o disminuir la oferta monetaria sin dar explicaciones a nadie, lo que le permitió obtener del resto del mundo capitalista un crédito sin límites, permitiendo que los Estados Unidos tuvieran crecientes déficits comerciales con un impacto económico limitado.
Fue como si a partir de ese momento el conjunto de mundo capitalista hubiera agachado la cabeza en señal de sumisión al nuevo Gran Khan, aceptando venderle sus productos, materias primas, empresas, propiedades a cambio de mero papel. Pero en el siglo XX no hacía falta obligar a los súbditos a trocar sus bienes por un papel-dinero de un valor meramente ficticio, tal cómo sucedía en la corte mongola. Los ciudadanos de los países capitalistas asumían sin rechistar el valor ficticio del dólar que establecía la Fed, ya sin ninguna relación con la cantidad de oro almacenado en los sótanos de Fort Knox, gracias a la fascinación que el volumen de la economía estadounidense ejercía sobre el resto del planeta, al poder fuerte que representaba su enorme capacidad militar y al poder blando, o hegemonía cultural en términos gramscianos, que la aceptación de sus valores ejercía sobre el resto del mundo.
Tras la victoria de Reagan en 1981 se dispararon los gastos militares estadounidenses, lo que se denominó el keynesianismo de derechas, incrementando la deuda pública de EEUU hasta niveles nunca vistos desde la Segunda Guerra Mundial. Pero esto no generó ningún problema a la economía estadounidense ya que se financiaba simplemente emitiendo más dólares, sin mayor coste que el papel, la tinta y poner en marcha la maquina de hacer dinero y sin dar lugar a una alta inflación porque el dólar, al funcionar como moneda de reserva internacional, era demandado en todo el mundo. Aún hoy, tras cinco años de crisis financiera, el peso del dólar como moneda de reserva internacional es del 61,5%. Obtener financiación a bajo coste permitía tanto que el gobierno incrementara desorbitadamente los gastos militares, como que los ciudadanos norteamericanos pudieran vivir como reyes, comprando todo lo que quisieran del resto del mundo sin importarles mucho que el país se desindustrializara, excepto para quienes perdían su empleo.
«La inexistencia tras 1989 de contrapoder alguno a escala global capaz de poner límites a la hegemonía del capitalismo estadounidense ha sido, a medio plazo, la causa de su derrumbe»
Los resultados de ello fueron que EEUU globalizó la frase atribuida a Rothschild, imponiendo el poder del dólar por encima de las decisiones democráticas que se tomaban en otros países, algo así como: «Dejadme que emita y controle la moneda del mundo y no me importarán las leyes se hagan en cada país». Muy parecido a lo que actualmente esta haciendo el Banco Central Europeo (BCE) con los países de la zona euro que tienen problemas de financiación exterior.
La inexistencia tras 1989 de contrapoder alguno a escala global capaz de poner límites a la hegemonía del capitalismo estadounidense ha sido, a medio plazo, la causa de su derrumbe. Si entendemos, en palabras de Braudel, la esencia del capitalismo «como un conjunto de practicas cuyo fin es sortear los mercados regulados para crear situaciones de monopolio que maximicen los beneficios» es evidente que la hipertrofia del sistema financiero estadounidense a lo largo y ancho del planeta (lo que se ha conocido como financiarización de la actividad productiva) ha posibilitado que su sistema bancario extrajera enormes plusvalías de toda la economía del planeta, ofreciendo enormes rentabilidades que permitían atraer más capitales de resto del mundo. Esto ha sido posible en la medida que el sistema monetario internacional es principalmente un sistema de creación artificial de crédito basado en la exclusividad del dólar como moneda de reserva internacional, lo que ha permitido a EEUU «endeudarse sin lamentarlo» (Rueff) durante varias décadas.
El problema actual de Occidente es el brutal endeudamiento privado alrededor de una serie de activos cuyos precios no han hecho en los últimos años nada más que caer. Como consecuencia de ello, gran parte del sistema bancario, que de manera irresponsable concedió dicha deuda, es insolvente. En este contexto, los sectores privados han entrado en una profunda recesión económica: las familias disminuyen el consumo y recuperan ahorro; las empresas no financieras no invierten, destruyen capital ya instalado y despiden trabajadores; y las entidades financieras cortan el grifo del crédito, en un contexto de incremento de la mora, y tratan de recapitalizarse a costa de los contribuyentes. Los ingresos públicos se hunden, aumenta el déficit público y se incrementa la deuda del Estado. La relación causa-efecto es del sector privado al sector público. Nos encontramos en una recesión de balances.
(…)
La actual crisis económica global presenta una serie de rasgos comunes a otros episodios de crisis similares que se han producido en la historia, en los que destaca el perverso papel jugado por el sistema financiero, convertido en un fin en sí mismo, y no en un medio para mejorar el sistema productivo. La producción de grandes cantidades de «dinero basura» ha incrementado la sobreacumulación de capital, gran parte de él basado en activos (acciones, inmuebles, etc.) que ya no valen lo que sus propietarios dicen que vale. A modo de ejemplo, los flujos financieros en los períodos previos a la actual crisis económica eran en volumen, medidos en unidades monetarias, 20 veces superiores al tamaño de los flujos comerciales, produciéndose un sobreendeudamiento-apalancamiento de la economía en su conjunto. Tal vez el hecho similar más antiguo del que haya más referencias históricas sea el estallido de la burbuja de los tulipanes de Holanda, ocurrido en 1637 y que generó numerosas bancarrotas y quiebras de empresas y particulares. El precio de un bulbo de tulipán, producto para el que se habían llegado a desarrollar mercados de futuros, antes de desplomarse llegó a alcanzar el valor similar al trabajo de quince años de un artesano cualificado.
«La producción de grandes cantidades de «dinero basura» ha incrementado la sobreacumulación de capital basado en activos que ya no valen lo que sus propietarios dicen que vale»
Esta producción excesiva de «dinero basura» ha sido fruto de la presión ejercida a partir de los años ochenta por los poderosos lobbies financieros estadounidenses favorecidos por el cambio en la correlación de fuerzas a escala global, para que el gobierno estadounidense compartiera con ellos parte del privilegio adquirido tras 1971, el de poder crear dinero mundialmente aceptado sin ninguna limitación. La complicidad de las oligarquías financieras estadounidenses con el gobierno de Reagan propició que la Reserva Federal fuera cediendo a la banca privada gran parte de ese privilegio, bajo la idea compartida de que si las entidades financieras norteamericanas mantenían el control de los procesos de financiación de las principales empresas multinacionales, los EEUU podrían conservar su hegemonía económica a escala mundial en términos de tecnología, productos, precios, mercados y beneficios. El fuerte enriquecimiento que obtuvieron los poseedores de capital intensificó la presión de estos para que se desfiscalizaran sus crecientes rentas del capital. Si les estaban dejando enriquecerse de forma exagerada, que fuera con todas sus consecuencias.
Desde finales de los ochenta EEUU arrastraba una larga secuencia de crecimientos raquíticos que mostraban las dificultades para mantener una expansión de la producción sobre la base de unas reducidas políticas de redistribución de la renta que achicaban el tamaño de la clase media americana. Las emisiones de activos financieros derivados cifrados en dólares, la creación de grandes cantidades de «dinero ficticio» bancario, tuvieron como objetivo sostener una expansión artificial de la demanda que sortease la caída de la «tasa de ganancia» del capital en EEUU y, sobre todo, facilitar la financiación de un gigantesco proceso de acumulación que permitiese a las grandes multinacionales norteamericanas continuar adquiriendo riquezas por todo el globo. Según el último informe de la UNCTAD, el poder y tamaño de las empresas transnacionales (ETN) no ha dejado de crecer en el periodo 1982-2007.
Evolución del peso de las empresas transnacionales 1982-2007.
1982 |
2007 |
|
Trabajadores (1) (millones) |
21,5 |
81,6 |
Activos (trillones $) |
2,2 |
68,7 |
Ventas (trillones $) |
0,6 |
31,2 |
(1): Incluidas filiales.
Fuente: UNCTAD
¿Cuál fue el papel de los bancos en ese proceso? Supuestamente la función del sistema bancario es canalizar capital desde los ahorradores hacia la inversión productiva, incrementando la productividad del capital, el ritmo de crecimiento económico de una sociedad y, se supone, el bienestar material de sus ciudadanos. Pero esto sólo es cierto en parte, en lo referido a la banca comercial. Los bancos comerciales no deben ser empresas de alto riesgo, ya que deben administrar de manera muy conservadora el dinero de los que depositan en ellos sus ahorros, para evitar que se generalicen situaciones como las que provocaron Johan Palmstruch o John Law en los albores de la actividad bancaria europea. Bajo este presupuesto los gobiernos habitualmente se comprometen a hacer frente a los depósitos si un banco comercial quiebra, para evitar que el pánico se extienda al conjunto del sistema. Los bancos de inversión, por el contrario, tradicionalmente han manejado dinero de quienes son más ricos y están dispuestos a correr mayores riesgos con el fin de obtener mayores beneficios.
Sin embargo la tradicional separación entre los bancos comerciales y de inversión se rompió en EEUU a finales de los ochenta. La sustitución de Paul Volcker por Alan Greenspan al frente de la Fed en 1987 significó el inicio de la «barra libre» para la especulación financiera. A partir de ese momento el capital financiero, con la complicidad activa de una parte sustancial del sistema bancario privado, se ha dedicado a crear cantidades astronómicas de crédito artificial. El principal negocio de los bancos en un sistema financiero con poca regulación y supervisión es la creación de «dinero ficticio», para financiar un gran volumen de actividades improductivas, especulando con mercancías futuras, revalorización de activos inmobiliarios, valores monetarios o deuda (aun no sabemos el volumen de activos tóxicos que tienen en sus balances).
Qué hacemos con el poder de crear dinero es un libro de Bruno Estrada, Francisco Javier Braña, Alejandro Inurrieta y Juan Laborda. Más información, en quehacemos.org