1. Una breve síntesis histórica Durante los felices 90’1 la expansión económica parecía infinita y tenía dos sentidos, hacia adelante y hacia arriba. El capitalismo había encontrado su fórmula mágica «definitiva» para superar las crisis -llamadas ahora recesiones- manipulando los instrumentos financieros que permitían que los reflujos fueran relativamente breves y de bajo impacto. En […]
1. Una breve síntesis histórica
Durante los felices 90’1 la expansión económica parecía infinita y tenía dos sentidos, hacia adelante y hacia arriba. El capitalismo había encontrado su fórmula mágica «definitiva» para superar las crisis -llamadas ahora recesiones- manipulando los instrumentos financieros que permitían que los reflujos fueran relativamente breves y de bajo impacto. En esencia la fórmula acordada en el «Consenso de Washington» apelaba a la apertura de los mercados, la liberalización absoluta del flujo de capitales, la «inflación financiera» casi descontrolada y el control de esas desregulaciones por los instrumentos mundiales de control (FMI y Banco Mundial).
Naturalmente que a lo largo de los 90 se sucedieron crisis diversas -la de los «tigres asiáticos», Rusia, Turquía, México- pero las respuestas a todas fue aplicar la fórmula mágica: inyectar dinero en sus sistemas para que el juego siguiera adelante. Y ese juego, a su vez, fue un inmenso multiplicador del dinero tanto real como ficticio.
En ese marco, los mercados de futuros se desarrollaron como nunca. Con la apertura del NYMEX en 1988, Estados Unidos pasó a controlar la cotización del precio del petróleo, mitigando así los duros efectos de la crisis petrolera de 1973 y generando un mercado de futuros que expandió la especulación y la inyección de dinero al sistema de forma masiva.
Paul M. Sweezy, en su último trabajo poco antes de morir, explica claramente la situación. En realidad Sweezy demuestra que la «expansión» que Stiglitz analiza y critica duramente ya estaba presente en todas su modalidades a mediados de los 802. Quizá el ejemplo del origen de la situación actual lo ofrece con un ejemplo didáctico para aquellos que no somos economistas: Supongamos que un tendero deposita 1000 dólares en el Banco A y desde ese depósito se prestan 800 dólares que se depositan en el Banco B. «Ahora el Banco B tiene un aumento en sus depósitos de 800, de los cuales 160 se mantienen en reserva y 640 dólares se prestan. La secuencia continúa cuando 512 dólares terminan en los depósitos del Banco C, etcétera. El depósito inicial de 1000 dólares crece finalmente hasta 5000 dólares»3. Ese dinero en realidad no existe, los mil dólares iniciales son los reales, los 5000 finales que se supone están en el sistema financiero son ficticios, son producto de la especulación. Esa «bicicleta» de artificios fue lo que el capitalismo financiero estuvo realizando desde mediados de los 80′ y la caída del comunismo atizó el modelo, pues quedaba demostrado que el capitalismo era imbatible, y que EEUU era su motor indiscutido. El «Consenso de Washington» fue la bendición final para la apertura y la globalización feroz, avalando «definitivamente» la especulación financiera como receta y solución a los problemas. Hoy sabemos que el fracaso es estrepitoso.
En medio de este proceso Alan Greenspan asume la presidencia de la Reserva Federal (FED) y se transforma por 18 años en el gurú de la globalización y de la expansión financiera y económica mundial. Su receta no fue muy distinta a lo que se acordó en el «Consenso de Washington» pocos años más tarde, aplicando en EEUU la solución de promover la sucesión de «burbujas». La primera en importancia fue la burbuja de la «punto com». Una supuesta «nueva economía» basada en bienes intangibles y en la alta tecnología se abría paso y a tal grado que la Bolsa de Valores de Nueva York creó un índice especial para evaluarla; el NASDAQ.
La burbuja de las «punto com» se desinfló a finales de los 90. Muchas de las empresas líderes entraron en crisis terminal, la especulación financiera y las expansiones de crédito que se habían fundado en ella se hundieron y la «metal-mecánica» -la gran triunfadora de la Guerra del Golfo Pérsico de 1990- renació con impulso. Pero la solución de Greenspan fue rápida y sencilla: crear otra nueva burbuja.
Efectivamente, la crisis de las «punto com» se solucionó con la manipulación de las tasas de interés de la FED. La Reserva Federal determina el valor del dinero por medio de la tasa de interés que cobra a los bancos cuando presta o entrega plata. El valor de esas tasas determina el precio del dinero, o sea el interés que cobran los bancos cuando ofrecen créditos a sus clientes. Así, si la tasa de la FED baja, los créditos bajan también, si se da lo contrario, las tasas de los créditos suben. La «mano oculta del mercado» es la mano del presidente de la Reserva Federal en realidad.
Durante los últimos años de la década de los 90 la FED redujo la tasa de interés a los mínimos históricos. Desde esa época hasta julio de 2004 los tipos de interés de la FED eran del 1%. ¿La razón? Inyectar «dinero barato» al sistema financiero para reactivarlo de la crisis provocada por la caída de las «punto com». La inyección de «dinero fácil» expandió el crédito y éste el consumo y la economía se reactivó, pero creando una nueva burbuja que relanzó el sistema, la «burbuja subprime» o de los «bonos hipotecarios basura». 2. La burbuja inmobiliaria
La inyección de dinero barato expandió el crédito con bajas tasas de interés y la especulación financiera reverdeció, pero con una modalidad «ingeniosa» dirigida hacia el mercado de hipotecas inmobiliarias.
Cuando la expansión del crédito inmobiliario llegó a su punto máximo la banca dirigió su mirada hacia los sectores sin vivienda y sin posibilidad de acceder a crédito. Estos son los pobres de Estados Unidos, aquellos con ingresos bajos o con un historial de malos pagadores, que no podían acceder a las hipotecas porque significaban un riesgo muy alto. Pero ahora, con la tasa de interés de la FED en el 1% se suponía que cualquiera podía pagar las hipotecas y el sistema financiero se lanzó a la caza de aquellos que por sus ingresos bajos o su mal historial solo podían acceder a créditos baratos. Así lanzaron una campaña de captación de clientes ofreciendo hipotecas de interés variable con la expectativa de que las tasas de la FED no iban a subir. El riesgo era enorme, los pobres podían dejar de pagar si los intereses subían, pero eso era sólo una hipótesis que seguramente no iba a suceder.
Pero el riesgo existía y todos lo sabían. En consecuencia, para financiar las hipotecas de alto riesgo -«subprime», o sea debajo de las mejores- y cubrirse así como para captar capitales, las instituciones financieras lanzaron al mercado una serie de bonos «subprime» respaldados en los créditos hipotecarios riesgosos. Dado el nivel riesgo, el interés que pagaban los «bonos hipotecarios basura» era altísimo, promediaba el 30% anual. Y para hacerlos más «tentadores» jugaron una carta aún más arriesgada: consiguieron el aval de las aseguradoras de crédito.
Las aseguradoras de crédito son instituciones de bajo perfil, sumamente confiables que respaldan y aseguran los bonos que el mercado de valores emite en todos los rubros imaginables. Las aseguradoras tienen una calificación AAA, o sea de excelencia, jamás podrían quebrar y su respaldo a los negocios crediticios es una garantía indiscutible de que el negocio será próspero. De lo contrario, las aseguradoras deberían pagar el seguro por las pérdidas. Y las muy sólidas y serias aseguradoras de crédito respaldaron los «bonos hipotecarios basura» que al 30% de interés anual garantizaban una pingüe ganancia.
La tentación era muy grande y los principales bancos de Estados Unidos y Europa cayeron en ella. Comprar bonos accesibles al 30% no era algo que apareciera todos los días y más aún garantizados por instituciones indiscutidas con una calificación AAA.
Todo iba sobre ruedas, pero en medio de la prosperidad financiera aparecieron George W. Bush y su equipo de «halcones» a relanzar la expansión imperial. Las causas y el desarrollo de esta nueva política la analizaremos más adelante, por ahora nos conformamos con señalar las principales características de su política económica, subrayando que la misma tiene mucho de «política» y también mucho de «económica».
Efectivamente, Paul O’Neill -el primer Secretario del Tesoro de Bush- señaló como en su primera reunión con Dick Cheney recibió la línea económica en base a una frase paradigmática del vicepresidente: «Reagan demostró que el déficit no existe»4, por tanto si esto es así en la política actual, expandir el déficit no es un problema. En base a esta doctrina, e impulsados por las ambiciones expansionistas EEUU disparó un doble desequilibrio en las cuentas públicas y en la balanza por cuenta corriente. En esas circunstancias, la debilidad del dólar fue un recurso para paliar la brecha. Pero, a partir de 2004 la inflación comenzó a preocupar a las autoridades económicas y el 1º de julio Alan Greespan subió la tasa de la FED a 1.25. El propio Greenspan se encargó de aclarar la situación: La máxima autoridad en política monetaria de Estados Unidos calificó de «enorme» el agujero en las cuentas del Estado, que se calculaban en 2004 en 500.000 millones de dólares para ese año, y apuntó con alarma que estaba previsto que el superávit presupuestario, registrado en 2000, se transforme en un déficit del 4,25% del Producto Interior Bruto (PIB) en este ejercicio. Y todo eso sucedió. En definitiva, luego del 11-S la crisis de los déficit gemelos se agravó y la FED subió los intereses al 5.25% hacia 2007 y las hipotecas basura con interés variable ofrecida a los pobres con dificultades de pago comenzaron a no ser pagadas cuando los intereses subieron. La alternativa para la gente era o cumplir con los bancos o comer. Y a la gente pobre se le ocurre comer. Y justo lo hace en el momento en que el déficit comercial alcanzó niveles record por quinto año consecutivo, con una cifra de 784.200 millones de dólares hasta fines de agosto de 2007 en términos anuales, un 9,4 por ciento más que el 2006. Por otra parte, el Departamento del Tesoro informó que el gobierno de Bush generó un déficit fiscal de 157.300 millones de dólares en el año fiscal de 2007, que comenzó el 1º de octubre y concluyó el 30 de septiembre. El déficit de cuenta corriente en 2007 llegó al 6.2% del PBI.
El efecto se disparó de inmediato. Cuando la gente dejó de pagar, los bonos hipotecarios basura se desplomaron. Ya en setiembre de 2007 la situación era crítica: más de 5 millones de viviendas fueron puestas a la venta. Por vez primera en diez años bajaron sus precios, y se dispararon los intereses. Más de dos millones de norteamericanos han perdido sus casas, hay más de 500 mil millones de dólares acumulados en morosidad. Con la espectacular quiebra en junio pasado de dos hedge funds multimillonarios pertenecientes al quinto mayor banco estadounidense de inversiones -Bear Stearns- se perdieron 1.600 millones de dólares. Además, las acciones de Bear Stearns se desplomaron, lo mismo que la de varios fondos de inversiones, bancos y aseguradoras: más de 200 mil millones de dólares se perdieron entre agosto y setiembre del año pasado.
Y comenzaron las quiebras. Primero, como hemos visto, en el propio imperio y luego el efecto contagio. Todos los bancos del Primer Mundo que habían comprado bonos hipotecarios basura empezaron a hacer agua. El Northern Rock en Gran Bretaña generó la primera corrida desde 1866 en Londres. Finalmente el gobierno tuvo que nacionalizarlo a fines de febrero. Y a renglón seguido los hundimientos de los bancos abrieron la posibilidad de que los árabes y los chinos se hicieran con las principales carteras de los más importantes bancos del mundo. Cualquier medida era válida con tal de evitar el colapso. Así, El Citi fue rescatado por capitales árabes, por el príncipe saudita Al Waleed bin Talal, y por la Autoridad de inversión de Abu Dhabi, que capitalizó la entidad con 7500 millones de dólares a cambio del 4,9 por ciento de las acciones. El UBS, por su parte, fue auxiliado por Singapur, que desembolsó unos 9700 millones de dólares por el 9,0 por ciento de la entidad. Por el momento, esos dos bancos son los casos más resonantes, pero otras entidades como los ingleses Barclays, HSBC y Northern Rock, el líder francés BNP Paribas, Societé Generale, el alemán IKB Deutsche Industriebank, y los fondos Bear Stern, Merrill Lynch, entre otras varias, han contabilizado una fuerte descapitalización y, por lo tanto, enfrentan el riesgo de la insolvencia. Pero para peor, las aseguradoras de crédito, las más firmes y serias instituciones de respaldo al sistema también colapsaron.
Cuando los bonos hipotecarios basura se hundieron sus compradores masivos, o sea la banca internacional, exigieron el pago de las primas de seguros. Las aseguradoras no pudieron hacer frente a la avalancha y su situación entró en estado crítico. La cotización en Bolsa de las aseguradoras ha experimentado desde principios del año pérdidas de entre el 50% y el 90%. Esas caídas en Bolsa se aceleraron a fines de enero al presentar alguna de ellas pérdidas trimestrales por primera vez en su historia mientras arreciaban los rumores sobre la capacidad que tienen de mantener su calidad crediticia, verdadera piedra de toque del negocio.
El presidente de la Confederación Española de Cajas de Ahorros (CECA), Juan Ramón Quintás informó a finales de enero que las aseguradoras seguramente perderían su calificación AAA. La situación era grave, pues perder el grado óptimo implica que todos los bonos e inversiones avalados por las aseguradoras se precipitarían, independientemente de la solidez de la inversión o de la empresa respaldada. Quintás desveló que se había producido una reunión de una docena de personas en Nueva York, en la que estaba presente el regulador de seguros norteamericano y representantes de los principales bancos de EEUU. Al parecer, en esa reunión se llegó a un acuerdo para evitar la quiebra de las aseguradoras Este pacto, según Quintás, es lo que habría producido «la reacción positiva» de los mercados bursátiles5. Sin embargo, el 15 de febrero la evaluadora Moody’ s le quitó la calificación triple A a la aseguradora de bonos FGIC Corp (la cuarta en importancia en este mercado), lo que reactivó todos los temores sobre la situación de este tipo de compañías. Moody’s la rebajó en seis niveles y dijo que podría volver a hacerlo tras saberse que a esta firma le estarían faltando unos US$ 4000 millones en capitalización para poder mantener su estatus crediticio. Una semana después la agencia de calificación de riesgos Fitch degradó la solvencia de Ambac Assurance Corp., una de las dos primeras compañías del sector a nivel mundial. De hecho, a los seis días MBIA anunció la puesta en marcha de un proceso de recaudación de capital para evitar una reducción de su calificación «AAA», vital para futuros negocios.
El primer efecto de la crisis fue la reactivación de la vieja, pero siempre efectiva, ley de concentración de capital. Así como capitales chinos y árabes lograron comprar parte del sistema financiero en quiebra, las aseguradoras debieron ceder ante Warrent Buffet uno de los grandes burgueses de las finanzas norteamericanas, que compró las tres mayores aseguradoras de bonos de Estados Unidos por 800 mil millones de dólares en bonos libres de impuestos, como informa él mismo en una entrevista en la CNBC. «Esto podría eliminar una mayor nube en el mercado», ha asegurado y las mejores ganancias para su cuenta, decimos nosotros.
Y las autoridades económicas se lanzaron al rescate, sin mucha suerte. Primero, por diversas vías, inyectaron dinero al sistema; luego la FED bajó drásticamente las tasas de interés del 5.25 al 3.25 en un mes, algo tarde y sin resultados a la vista. En realidad la solución «ortodoxa» aplicada por Bernake no hizo más que echar leña al fuego. Efectivamente, la «inflación financiera» global antes de que estallara la crisis subprime era inaprensible, pues la Reserva Federal desde hacía dos años había dejado de publicar el M3, o sea, el indicador de cuantos dólares existen en el mercado global. Debido a la expansión crediticia y del déficit gemelo norteamericano las existencias de dólares en el mundo debe ser inmensa. En medio de una crisis donde la hiperespeculación fue la causa, inyectar más dinero al sistema es como darle de comer a un indigesto. El valor del dólar se derrumba no sólo por la crisis y por otros factores que veremos más adelante, sino porque la ley de oferta y demanda le juega en contra desde hace tiempo, y ahora se inyecta, según el último dato ofrecido a principios de año, cerca de 500.000 millones más. Asimismo, la grave crisis de confianza generada en todo el mundo provocó que, a pesar de los bajos intereses yanquis, los bancos no presten y, peor aún, no se prestan entre ellos, pues nadie sabe quien ni en qué medida están contaminados por los bonos hipotecarios basura, pues todos esconden sus compras fallidas, o una parte de ellas.
Pero hay dos puntos finales: la crisis de las tarjetas de crédito y del sistema de Basilea.
La Reserva Federal reportó el 7 de febrero una reducción abrupta en el uso de tarjetas de crédito. En diciembre, los estadounidenses tuvieron US$ 944.000 millones en deuda rotatoria, la mayoría proveniente de tarjetas de crédito, un alza anualizada del 2,7%. La cifra marca un descenso significativo frente al crecimiento de 11,1% en octubre y de 13,7% en noviembre, reflejando la volatilidad en los gastos de los consumidores a medida que se debilita la economía. En diciembre, un promedio del 7,6% de los préstamos de tarjetas de crédito tenía al menos 60 días de atraso en sus pagos o había entrado en cesación de pagos, frente a un 6,4% del año anterior, según la firma de investigación RiskMetrics Group. El análisis incluye una franja amplia de más de US$ 200.000 millones de préstamos de tarjeta de crédito que son vendidos a los inversionistas por parte de los grandes emisores como Citigroup Inc., Capital One Financial Group, American Express Co. y J.P. Morgan Chase & Co.
Por último, el sistema de Basilea II está siendo interpelado por la realidad. Una versión de sus nuevas directrices, se disponía a ser implementada gradualmente en Estados Unidos el próximo mes. Su principal cambio era que los bancos deberían tener más libertad para decidir por su cuenta cuánto riesgo financiero están dispuestos a asumir, ya que ellos, supuestamente, se encuentran en una mejor posición que los reguladores públicos para tomar esa decisión. Sin embargo, las turbulencias financieras globales causadas por el estallido de la burbuja inmobiliaria en EEUU. están poniendo de cabeza algunas suposiciones fundamentales sobre el riesgo. Las instituciones en todo el mundo han juzgado equivocadamente la seguridad de inversiones que van desde las hipotecas de alto riesgo, a los complejos valores financieros estructurados. Estos es particularmente cierto en el caso de Europa, donde muchos bancos ya operan bajo los estándares de riesgo de Basilea II. El Wall Street Journal informa en su edición del 5 de marzo que la crisis desatada por las subprime, especialmente el impacto en la banca europea y, principalmente el cimbronazo en el UBS suizo -el país donde está Basilea- hizo que el senado de Estados Unidos postergara la aplicación de Basilea II por tiempo indeterminado. La desregulación y la autarquía bancaria quedaron congeladas por los golpes de la realidad.
Y el sistema financiero no repunta. El total acumulado de pérdidas de los principales índices desde el 1º de enero al 5 de marzo da cuenta de ello. El Dow Jones acumula pérdidas de 7.98%; el Eurostoxx del 16.26%; el S&P 500 perdió 9.32% y el Nikkei 15.26.
3. Consecuencias globales.
El foro de Davos fue la caja de resonancia más clara de la crisis. Los actores de este simposio del poder económico mundial dieron señales claras de que vivimos una época de cambios y que la crisis subprime es el emergente de una coyuntura impensable hace unos años.
August Bebel decía que para entender el capitalismo había escuchar a la burguesía. Sin duda, George Soros es un burgués, pero es un burgués inteligente. Para él «la actual crisis significa el fin de una era de expansión del crédito fundada en el dólar como moneda de reserva internacional. Las crisis periódicas eran parte de un proceso más vasto de expansión-recesión. La crisis actual es el punto culminante de un superboom que ha durado más de 60 años» escribió el 27 de enero en un editorial del New York Times. Para Soros, la expansión de crédito como forma de salvar la actual crisis es una mala solución, producto directo del fundamentalismo del mercado nacida en la era Reagan, lo que nosotros llamamos neoliberalismo. Pero al día de hoy, según Soros la fórmula es contraproducente, pues «con el petróleo, los alimentos y otras materias primas al alza, y el renminbi [la moneda china] en rápida revalorización, la FED tiene que preocuparse de la inflación. Si los fondos federales llegan a debilitarse hasta un cierto punto, el dólar podría verse sometido a renovadas presiones y los títulos a largo plazo caerían en sus rendimientos. Pero es imposible determinar cuál sea ese punto. Cuando se alcance, la capacidad de la FED para estimular la economía habrá llegado a su fin». En ese escenario las consecuencias políticas serían -o ya son- de un cambio drástico en la correlación de fuerzas mundiales. Para Soros la conclusión sería que la crisis financiera actual, «más que causar una recesión global, lo que podría es acabar alterando las actuales relaciones de fuerza de la economía mundial, con un relativo declive de los EEUU y el ascenso de China y de otros países del mundo desarrollado. El peligro radica en que las consiguientes tensiones políticas, o aun el proteccionismo estadounidense, puedan destrozar la economía global y arrojar al mundo entero a la recesión, si no a cosa peor».
Así, luego de la reunión de Davos, Soros se preocupó en subrayar que el momento era definitivo para la hegemonía del dólar: «El dólar es una moneda terriblemente imperfecta y tiene los días contados» le dijo a The Economist. Y muchos piensan así. La revalorización del euro -hoy cotiza en el mercado internacional a 1.51, y creció en lo que va del año 4.67% respecto del dólar- está trastocando la correlación de fuerzas en el sistema monetario mundial. Así, en los últimos siete años el dólar ha perdido un 16% como moneda en el comercio mundial y más de 21% en las reservas de los bancos centrales del mundo, aunque este último dato es muy difícil de precisar debido al secreto. Desde febrero de 2002 el dólar ha caído 28% contra las divisas de los socios comerciales de Estados Unidos luego del ajuste por inflación. Debemos recordar el papel del euro como factor desencadenante de la invasión a Irak -Sadam cotizaba el barril en euros y tenía todas sus reservas en la moneda comunitaria- para comprender la transcendencia del cambio monetario. Los países del Golfo Pérsico han diversificado sus reservas desde 2004 en adelante, Kuwait evalúa su moneda en referencia a una «canasta» e Irán ha tomado decisiones radicales. Desde enero vende el petróleo en euros y el 17 de febrero último abrió su bolsa petrolera en la isla de Kish donde cotiza el barril en euros, rublos y en variables de canje. Si analizamos las tensiones entre Washington y Teherán no debemos descartar los anuncios de la bolsa de Kish como un factor clave de este enfrentamiento. Quizá que el barril haya llegado a los 100 dólares en la segunda quincena de febrero se vincule con la bolsa Iraní. No fue inocente, tampoco, el planteo de Irán, Venezuela y Ecuador en la OPEP de cotizar el petróleo mediante una canasta de monedas, donde el dólar sería una más y sólo eso.
Sabemos sí, que China tiene dos armas fundamentales: es el principal acreedor de la deuda norteamericana en el mundo, 1.455 millones de dólares. De manera que si China decidiese vender parte o toda su deuda, el dólar colapsaría. Naturalmente que es un arma de chantaje contra la que EEUU nada puede hacer. Asimismo sabemos que desde 2002 un tercio de las reservas Chinas se encuentran en euros. Y en su zona inmediata de influencia, la ASEAN, la situación es muy llamativa, pues toda la región en su conjunto posee el 67% de las reservas de dólares del mundo. El dólar mantiene su hegemonía, pero en un doble juego peligroso donde todos pueden abandonarlo y hacerlo colapsar cuando les convenga. Quizá la clave la haya expresado en el Foro de Davos Cheng Siwei, vicepresidente del Comité Central del Partido Comunista de la República Popular China, cuando afirmó: «Los asiáticos ahorramos hoy para gastar mañana, pero los americanos gastan hoy lo de mañana».
El mismo señor Siwei refirió al final del Foro el cambio sustancial de actitud respecto de China y los países del BRIC. Antes se preocupaban por el crecimiento explosivo de los países emergentes, hoy todos en Davos se preocupaban porque China y el BRIC sigan creciendo. Se han transformado en la locomotora del crecimiento actual, sustituyendo -¿por cuánto tiempo?- a Estados Unidos. Y de mantenerse, ese es un giro copernicano en nuestra historia.
Para los países subdesarrollados y especialmente para América Latina la situación es diferente a las vividas en otras crisis del capitalismo global. El consenso general de los economistas es que los precios de los alimentos continuarán subiendo, aun si EEUU. entra en una recesión, porque los alimentos son habitualmente uno de los últimos sectores en ser afectados por un enfriamiento de la economía. Un análisis del economista, Peter Buchanan, del banco canadiense CIBC World Markets, apuntó que el resto del mundo no es inmune a una recesión en Estados Unidos, pero su impacto no será tan importante como en el pasado. Buchanan sostiene que EEUU juega un papel menor en la economía global, confirmando el nuevo papel del BRIC que representan hoy el 40% del crecimiento mundial, o sea entre tres y cuatro veces lo que aporta Estados Unidos. Al analizar los precios de los recursos naturales -metales, petróleo, granos básicos y alimentos- el economista de CIBC concluye que siguen altos a pesar de las perspectivas de recesión en Estados Unidos. Aunque Estados Unidos es aún el principal mercado para el petróleo y su economía se comportó ‘de manera decente’ en los últimos dos años, la demanda de crudo en ese país no ha crecido en ese período, mientras que si sigue aumentando en Asia y los países emergentes. La demanda de metales de China, según CIBC, es dos a tres veces tan importante como era la de Estados Unidos y sigue creciendo a un ritmo de dos dígitos. Asimismo la dependencia hacia EEUU de Asia, la zona del euro y América Latina ha disminuido en la última década como nunca en el siglo pasado. En 2000, Estados Unidos absorbía 17 por ciento de las exportaciones de la zona euro y de América Latina, y en ambos casos el porcentaje bajó a 13.5 por ciento en los últimos 12 meses. En el caso de las exportaciones de los países emergentes de Asia, Estados Unidos absorbía 21 por ciento del total en 2000 y poco más de 16 por ciento en el último año. En los últimos 10 a 15 años, agregó Buchanan, los países de Asia han mostrado signos de ‘desacoplamiento’ respecto a la economía yanqui. El impacto de la recesión estadounidense de 2001 en los países asiáticos fue mínimo y desde entonces han mantenido una tendencia firme de alto crecimiento, inclusive cuando la de Estados Unidos comenzó a desinflarse, en 2004. «En la última década, el alto crecimiento de la economía china ha mostrado una correlación negativa respecto a la economía de Estados Unidos». Apuntó que el análisis de las cifras del comercio chino muestra una creciente dependencia del mercado doméstico y de los mercados asiáticos, que reemplazan al estadounidense.
Por último, el divorcio de América Latina y de otros países del tercer mundo del FMI agrega un nuevo factor de independencia económica innegable y removedor. Por primera vez en décadas no tenemos la necesidad de rendir cuentas ni de aceptar «asesoramientos» que sabemos bien los resultados que tuvieron.
Para el economista Jeff Rubin, que dirige el departamento económico del CIBC, la economía mundial está «orientándose dramáticamente» de Estados Unidos hacia los países en desarrollo y exportadores de petróleo. «Aunque una recesión profunda en Estados Unidos tendrá mayores implicaciones, nuestros cálculos sugieren que en el caso de una recesión, comparable a la de 2001, sólo serán impactados un número clave de mercados», destacó. «Hay diez consumidores en Brasil, Rusia, China e India que reemplazarán a cada estadunidense que deja de comprar», como consecuencia de la crisis hipotecaria y la baja de precios de sus casas. Para Rubin hay más países en desarrollo que están alcanzando el nivel de consumo del primer mundo, por lo cual «se pueden tirar por la ventana todas las comparaciones entre la economía norteamericana y los pasados ciclos del sector de recursos naturales». Joseph Borrel anunció el 27 de febrero que en el mundo solo hay reservas suficientes para cubrir las necesidades de trigo durante 30 días. Borrell se reunió en Bruselas con responsables de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) precisamente por la crisis de los alimentos básicos ya que, ha dicho, ha habido una alza media de precios en torno al 30% en los últimos tiempos. En otro orden, el uso masivo de granos para la producción de biocombustibles dispara el consumo cerealero6. Al ganado no le va tampoco nada mal. Las sequías históricas en el medio oeste norteamericano obligaron a sacrificar las haciendas, y Estados Unidos salió a proveerse de carne vacuna como pocas veces en las últimas décadas. La expansión del consumo de carne, algunas reducciones de rodeos en el mundo y dificultades sanitarias, hacen que el mercado ganadero global conozca, también, un crecimiento inusitado, empujado por el crecimiento del BRIC, y por la expansión del comercio sur-sur.
4. Algunas conclusiones.
La crisis subprime, la crisis del dólar y su contagio global eran esperadas desde hace tiempo. El capitalismo no pudo y no supo como contrarrestarla, a pesar de que era evidente desde finales de 2006. La especulación, el lucro, la avaricia enceguece en un dogmatismo pocas veces visto en la teoría económica capitalista. ¿Es un episodio circunstancial en la historia económica, o el emergente que demuestra el agotamiento de un modelo? Creemos que la segunda es la cuestión central.
El capitalismo imperial fue víctima de sus propias contradicciones Promovió el neoliberalismo, nos agotó primero en el sur y ahora están probando los efectos de su propia receta.
Pero, obviamente, una cosa es una crisis financiera y económica en EEUU y otra muy distinta en los países subdesarrollados. Sin embargo hoy, por primera vez en siglos, se prevé que la crisis tenga un contagio parcial. América Latina no entró en el juego de los bonos basuras, produce lo que el mundo necesita, redujo su sistema financiero, lo racionalizó en gran parte y rompió amarras con las organizaciones internacionales de crédito.
Mientras tanto la expansión financiera del primer mundo agotó su ciclo y da la sensación de que no podrá revertirse en poco tiempo. Sin embargo, no sólo es una crisis económica, es también una crisis de hegemonía. Los datos presentados en este trabajo muestran una pérdida progresiva de espacio económico por parte de Estados Unidos, que se traduce en una pérdida progresiva de poder. Quizá el relanzamiento de la expansión militar intente ser el antídoto de esa crisis de poder que hoy los datos económicos comienzan a mostrar.
El surgimiento de BRIC, y la afirmación soberana de otros países a pesar de Estados Unidos, presentan un escenario a futuro totalmente distinto al que hemos conocido. Es probable que nos dirijamos hacia un mundo policéntrico, donde EEUU sea uno más, poderoso, sin duda, pero presente en un mundo donde las economías, las monedas y el poder global sean más equilibrados entre diversos centros regionales.
El sistema financiero que conocemos ha agotado una modalidad rapaz, desconocida por la gran mayoría de la gente, pero que afecta a todos a pesar de que no sepamos como funciona. Al fin y al cabo, como decía otro burgués inteligente, Henry Ford: «Está bien que el pueblo no entienda nuestro sistema bancario y monetario, porque si lo entendiera, creo que habría una revolución antes de mañana».