Yassir, de 10 años, apuntó con un revólver de plástico a una patrulla blindada estadounidense en la central ciudad iraquí de Faluya y gritó: «¡Bang, bang!». No sabía lo que estaba por ocurrir. Los soldados siguieron al niño hasta su casa y destrozaron casi todo lo que había en ella. «Grité para que todos corrieran, […]
Yassir, de 10 años, apuntó con un revólver de plástico a una patrulla blindada estadounidense en la central ciudad iraquí de Faluya y gritó: «¡Bang, bang!». No sabía lo que estaba por ocurrir. Los soldados siguieron al niño hasta su casa y destrozaron casi todo lo que había en ella.
«Grité para que todos corrieran, porque los estadounidenses estaban regresando», dijo a IPS Ahmed, de 12 años, que se encontraba con Yassir. Los militares ocupantes arrasaron con la vivienda «luego de golpearlo duramente a Yassir y a su tío, diciendo las palabras más obscenas», relató.
No son solamente los niños o, en general, los habitantes de Faluya, quienes tienen miedo.
«Esos soldados están aterrorizados aquí», dijo a IPS Salim al-Dyni, psicoterapeuta de visita en Faluya.
Agregó que había visto informes profesionales de militares psicológicamente perturbados «mientras se desempeñaban en áreas calientes, y Faluya es la más caliente y aterrorizante para ellos».
Dyni dijo que los soldados perturbados estaban detrás de las peores atrocidades. «La mayoría de los asesinatos cometidos por estadounidenses fueron resultado de los temores de los soldados», aseguró.
La policía local calcula que cada día se perpetran por lo menos cinco ataques contra tropas estadounidenses en Faluya, y aproximadamente la misma cantidad contra fuerzas de seguridad del gobierno iraquí.
Esta ciudad ha estado bajo cierta forma de sitio desde abril de 2004.
Eso significó un castigo para el pueblo. «Oficiales estadounidenses me preguntaron 100 veces cómo obtienen las armas los combatientes», dijo a IPS un residente de 35 años que fue detenido junto con docenas de otros durante una redada militar de las fuerzas ocupantes en sus casas del barrio Muallimin.
«Me llamaron de la peor manera que pueda recordar. Oí gritar a detenidos más jóvenes mientras los torturaban. Repetían ‘no sé, no sé’, aparentemente respondiendo a la misma pregunta que me habían formulado a mí», relató.
Los soldados estadounidenses reaccionaron salvajemente a los ataques cometidos contra ellos.
Hace poco, varias áreas de Faluya quedaron sin luz durante dos semanas, luego que efectivos militares de Estados Unidos atacaron la central eléctrica, tras el atentado perpetrado por un francotirador.
Thubbat, Muhandiseen, Muallimeen, Jughaifi y la mayoría de las partes occidentales de la ciudad fueron afectadas. «Ellos están castigando a civiles por no lograr protegerse a sí mismos», indicó a IPS un habitante de Thubbat. «Los desafío a capturar a uno de los francotiradores que mata a sus soldados».
Muchos de los asesinados en esta ola de violencia son civiles. La mayor queja local es que las fuerzas de Washington atacan civiles al azar en venganza por colegas muertos en ataques de la resistencia.
Más de 5.000 civiles muertos por soldados estadounidenses fueron enterrados en cementerios de Faluya y fosas comunes en las afueras de la ciudad, según el Centro de Estudios para los Derechos Humanos y la Democracia, una organización no gubernamental con sede en Faluya.
«Por lo menos la mitad de los muertos son mujeres, niños y ancianos», aseguró a IPS el codirector de la organización, Mohamad Tareq al-Deraji.
Soldados estadounidenses sometidos a la máxima presión parecen estar castigando a civiles mientras padecen alguna forma de estrés postraumático. Nuevas pautas difundidas el mes pasado por el Pentágono permiten a los comandantes volver a desplegar soldados que sufren estos desórdenes.
Según el periódico del ejército estadounidense Stars and Stripes, los miembros del servicio con «un desorden psiquiátrico en remisión, o cuyos síntomas residuales no les impidan cumplir con sus responsabilidades» pueden volver a ser desplegados. El mismo medio enumera el estrés postraumático como un problema «tratable».
«Como hombre común y ex soldado, creo que eso es ridículo», dijo Steve Robinson, director de Asuntos de Veteranos de la organización Veterans for America (Veteranos por Estados Unidos), al periodista de IPS Aaron Glantz.
«Si tengo un soldado que toma Ambien para dormir y Seroquel y Qanapin y toda otra clase de medicamentos psicotrópicos, no quiero que tenga un arma en la mano y sea parte de mi equipo, porque se está poniendo en riesgo a sí mismo y a los demás», explicó..
«Pero, aparentemente, el ejército tiene su propio punto de vista sobre cuán bien puede funcionar un soldado en esas condiciones, y es arriesgando que pueden ser exitosos», añadió.
* Ali al-Fadhily es corresponsal de IPS en Bagdad. Dahr Jamail es un especialista que pasó ocho meses informando desde Iraq y cubrió Medio Oriente durante varios años también para IPS. (FIN/2007) http://www.ipsnoticias.net/nota.asp?idnews=39815