Las chances de ser votado en las próximas elecciones presidenciales se redujeron al confirmarse su sentencia, pero el ex presidente sigue siendo el único candidato del PT. Aunque el partido gane las elecciones en octubre, es probable que busque alianzas con la derecha para gobernar. Brecha conversó con la politóloga Esther Solano, de la Universidad […]
No fue sorpresivo, pero sin dudas sí impactante: la ratificación por el Tribunal Federal 4 de Porto Alegre de la condena por corrupción pasiva y lavado de dinero impuesta al ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva por el juez Sergio Moro, para peor aumentándola (de 9,5 a 12 años y un mes de prisión) y por unanimidad, pegó duro en el panorama político brasileño. Fundamentalmente en ese 35 por ciento de ciudadanos que estaban dispuestos a llevar por tercera vez al antiguo tornero mecánico a la presidencia en octubre de este año. «Vamos a volver», dijo Lula a la multitud reunida en San Pablo para consolarlo y ovacionarlo después del fallo. «Y sin dudas vamos a ganar», agregó, luego de asegurar que la decisión del tribunal era «una venganza de las elites». «No exhibieron ninguna prueba para condenarme», pero «ellos», dijo una y otra vez aludiendo, más que a los jueces, a esas elites que los habrían comprado, «no soportaban más la ayuda a los pobres del país, no era posible un país así, con un modelo que vivía ayudando al pueblo trabajador. (…) Ellos nunca toleraron la unidad del Mercosur, nuestra visita a 39 países africanos, la unidad con los países latinoamericanos. (…) Ellos no admiten que un metalúrgico sin diploma haya pasado a la historia como el presidente que más universidades construyó. (…) Queremos poner al hijo de la empleada doméstica en el mismo lugar que al hijo de la patrona, y eso no van a poder condenarlo en la justicia».
En el Partido de los Trabajadores -fundado por Lula décadas atrás como una formación de izquierda que vista con los ojos de hoy podría hasta ser tachada de «radical», y transformado bajo las gestiones del propio Lula y de su sucesora Dilma Rousseff en una maquinaria electoralista que muy poco o nada afectó los intereses de las elites- nadie está dispuesto a bajarle el pulgar al político más popular del país. El PT no tiene plan B, ni C ni D. Sólo plan L: plan Lula, dijo la presidenta del partido, Gleisi Hoffmann. «La justicia civil no puede arrebatarle al pueblo la figura que más quiere», agregó la joven dirigente del PT, y confirmó que el 15 de agosto Lula será inscrito como candidato ante las instancias electorales. «Son las únicas que, llegado el caso, podrían invalidar su postulación», afirmó.
Lula cuenta con dos instancias judiciales más para poder revertir el fallo, y luego con la posibilidad de apelarlo ante las autoridades electorales.
– Pero tiene todo en contra: es muy difícil que los tribunales superiores anulen un fallo de este tipo, más aun cuando fue decidido por el voto unánime de los jurados, y es muy probable que la justicia electoral también lo ratifique, porque la legislación brasileña invalida las postulaciones de los condenados en segunda instancia y porque también es verdad que la justicia brasileña está politizada y a Lula se la tienen jurada -dijo a Brecha la investigadora española residente en Brasil Esther Solano, doctora en ciencias sociales por la Universidad Complutense de Madrid y profesora de relaciones internacionales en la Universidad Federal de Sao Paulo-. La idea del PT es de todas maneras ganar tiempo y aprovechar al máximo a Lula para que haga campaña, recorra el país y que pueda, en caso en que se invalide su candidatura en agosto o setiembre, transferirle su enorme popularidad a algún otro dirigente del partido.
– ¿Esa estrategia no sería contraproducente para el propio PT? ¿Cómo haría para lograr que un candidato alternativo «prenda» en la gente en apenas unas semanas de campaña?
– El problema es que no cuenta con nadie con una popularidad ni siquiera cercana a la de Lula. La popularidad de Lula es infinitamente mayor que la de su partido, que ha ido perdiendo peso en todos lados, sobre todo en sus bastiones tradicionales de las periferias urbanas. Además, quienes aparecen con más posibilidades de convertirse en candidatos del partido están también involucrados en investigaciones por corrupción en el marco de la operación Lava Jato. Y hay otro factor: si hoy el PT designara a alguien en vez de Lula, ese alguien sería objeto de una campaña demoledora de parte de los grandes medios de comunicación, que en el clima de polarización que reina en Brasil se han alineado claramente en contra del petismo. También por ese lado al PT le conviene retrasar la nominación de otro candidato: para protegerlo lo más posible.
Solano piensa que la afirmación del actual presidente Michel Temer -que en el plano de la popularidad se encuentra en las antípodas de Lula: es uno de los políticos con menor nivel de aprobación, apenas 4%-, de que él preferiría «derrotar a Lula políticamente» y no en los tribunales, es una de las tantas incoherencias de los promotores de la operación Lava Jato. No han marchado a la cárcel políticos contra los cuales sí hay pruebas fehacientes de corrupción, y Lula, desde la presidencia, es probable que perdonara a muchos, señala la investigadora. Además hay una paradoja: las elites quieren desembarazarse de Lula, pero nunca como en los períodos de gestión del PT esas mismas elites estuvieron tan bien. La universitaria española está lejos de ser la única en pensar eso. Es más, ese es un dato de la realidad reconocido sin problemas por dirigentes del Partido de los Trabajadores: bajo las administraciones de Da Silva y Rousseff, si bien los pobres más pobres aumentaron sus ingresos y muchos de ellos salieron de la extrema miseria a golpe de bombazos asistencialistas, los ricos más ricos no fueron molestados. El PT, incluso, gobernó con ellos y los favoreció, al punto de que grandes empresas brasileñas trasnacionalizadas, como Jbs, Odebrecht, OAS, deberían estarle agradecidas. «El PT no sólo gestionó el país en contubernio con los más ricos, también incorporó sus prácticas y se olvidó de defender los verdaderos intereses de los más pobres y de los trabajadores», aseguró hace un tiempo el veterano activista Jair Krischke, presidente del Movimiento de Justicia y Derechos Humanos de Porto Alegre. Solano lo dice con otras palabras: «El gobierno de Michel Temer acentuó el poder de los empresarios con leyes como la reforma laboral, las tercerizaciones y la que pretende aprobar de reforma de la seguridad social, y con una serie de políticas regresivas, pero las elites ya tenían capturada la economía y la política brasileñas. El PT no tocó la estructura de la propiedad agraria, no hizo reforma alguna del sistema político, ni siquiera rozó el poder desmedido de los grandes medios de comunicación. Se propone hacerlo ahora, después de que el grupo O Globo lanzara la campaña en su contra, pero ese grupo recibió muchísimo dinero bajo los gobiernos de Lula. De la misma manera que las grandes empresas, O Globo se le dio vuelta». Lula nunca fue uno de los suyos, y además dejó de serles funcional.
Solano piensa que así como a la centroderecha y a la derecha no les conviene desde el punto de vista electoral una candidatura de Lula porque con su carisma el antiguo dirigente sindical metalúrgico arrasaría a quien será probablemente su potrillo -el gobernador de San Pablo Gerardo Alckim, del PSDB del ex presidente Fernando Henrique Cardoso-, el ultraderechista Jair Bolsonaro no vería con tan malos ojos una postulación del ex presidente. Bolsonaro está hoy segundo en los sondeos, con 17 por ciento de las intenciones de voto, lejos de Lula, pero apunta a crecer chupando votos en sectores que fueran, más que del PT, de su líder. Ex votantes de Lula que se acercaron al ex presidente no por sus planteos ideológicos sino por su personalidad, por el hecho de percibirlo como salido de sus propias raíces populares, hoy se inclinan por Bolsonaro. «Su prédica es muy simple: se presenta como el único dirigente político ajeno a las tramas de corrupción y como el único capaz de combatir la inseguridad en un país con 60 mil homicidios anuales. Mano dura contra la delincuencia, mano dura contra la corrupción, y mano dura contra los rojos, esa es su receta, e identifica al lulismo como el artífice de esas tres ‘plagas’.» Con Lula fuera de juego su camino se le allanaría, sin duda, pero con Lula adentro el ex policía, famoso por sus dichos racistas, sexistas, homófobos y su defensa de la dictadura, plantearía un cuerpo a cuerpo que podría favorecerlo. «Tiene también mucho carisma y está creciendo en las periferias, entre los jóvenes y también en grandes ciudades como San Pablo, en todas esas franjas donde ha calado hondo la narrativa de que el PT es el partido más corrupto de Brasil. Si llega a la presidencia, seguramente gobernará también con las elites y los sectores más rancios, además de darles mucho poder a los militares, pero los políticos tradicionales le temen tanto como le teme el lulismo.»
Solano define a Bolsonaro como «una versión empeorada de Donald Trump». El brasileño tiene al estadounidense como su referente ideológico, y ambos son parte de esa nueva derecha occidental pop, blanca, heterosexual, machista, desenfadada, que se anima a decir cualquier cosa de cualquiera, se siente acosada por las minorías de todo pelaje, reivindica la pena de muerte y se mueve sobre todo en las redes sociales. Bolsonaro llega más a los jóvenes (el 60% de su electorado es menor de 30 años) que Trump, y el magnate estadounidense maneja mucho más dinero que el ex policía militar paulista.
En las calles brasileñas esa nueva derecha la integrarían también algunas iglesias evangélicas o movimientos como Brasil Libre, que son particularmente agresivos y gritan su odio al rojo, al negro, al gay, a los inmigrantes, a las mujeres.
El giro a la izquierda, o en todo caso la apelación al voto de izquierda que es probable que el PT y su hasta ahora candidato hagan en los próximos meses de cara a la elección de octubre, no pasará de un discurso, prevé Solano. No tendrá sustancia, y no sólo porque en Brasil hoy no se están discutiendo programas ni hay debate ideológico alguno. El PT está capturado por Lula, y si bien Lula es su único apoyo para crecer, también es su límite. Lula no ha permitido la emergencia de nuevos líderes, y además ha marcado al partido con su impronta, y ésta no es de izquierda: la abandonó hace mucho tiempo y no la retomará. La prédica del PT, si así se le puede llamar, gira en torno a la figura de su líder carismático y a la persecución política de que sería objeto. No más que eso.
Por otro lado, en el hipotético y muy lejano caso de que volviera a gobernar, la tendría muy difícil porque aquel ciclo económico del cual se benefició una década atrás, cuando los precios de los commodities crecían y el dinero que ingresaba a las arcas del Estado permitía solventar los programas sociales de las administraciones del PT, ya no está, y Temer ha privatizado empresas que daban recursos al Estado y aprobado una legislación regresiva.
– ¿Con quién gobernaría el PT hoy, qué arco de alianzas defendería?
– La gran duda es cómo el PT podría recuperar aquel gran voto popular que perdió. En las concentraciones de apoyo a Lula que han tenido lugar en estos días en varias ciudades, incluso las más grandes, estaban los sindicatos, algunos movimientos sociales tradicionales, como el MST, pero no aquella masa no organizada que constituyó su base. Esa estaba ausente.
Por otro lado, los grandes movimientos sociales de hoy, como el de las mujeres, que ha tomado mucha fuerza, el de los jóvenes de la enseñanza secundaria, que ha protagonizado una ola de ocupaciones de liceos, o el de los negros, no tienen vasos comunicantes con los partidos políticos. Con el PT se miran de reojo. Los jóvenes se politizaron, además, en la época del PT de Dilma, cuando se aplicaron reformas muy conservadoras, incluso de derecha, que Lula por supuesto avaló. A esos adolescentes es imposible que les propongas una interlocución con el PT, no lo consideran siquiera un partido de izquierda. Reconstruir ese canal parece muy complicado.
Y está el tema de las alianzas de clase. En sus giras, sobre todo por el nordeste, Lula ha buscado aproximarse a los viejos líderes locales del Pmdb, ese partido que ha operado para ser la llave de todos los gobiernos, del signo que sean, apunta Solano. Hay dos Pmdb: el de Michel Temer, que evidentemente está muy alejado del lulismo, y el de Renán Calheiros, el presidente del Senado, ligado a las oligarquías del nordeste. Ese sector ya ha dicho que estaría dispuesto a gobernar con Lula, pero hay que imaginarse qué puede dar eso, cuando gran parte de las bases sociales del PT, y de su propio líder, han sido los trabajadores del nordeste, opuestos a esas oligarquías, que los combaten y los asesinan.
– Una razón más para considerar que no habría ni la más mínima esperanza de un giro a la izquierda en caso de un hipotético quinto gobierno del PT o tercero de Lula.
– Sí, claro. También hay que tener en cuenta que es muy difícil gobernar en Brasil con la estructura de partidos y parlamentaria que tiene. A la próxima elección se van a presentar 34 partidos, algunos de ellos casi inexistentes. Nadie puede gobernar solo, pero para el PT está planteado el problema de su reestructuración, y para la izquierda el de su refundación.
Tras el fallo, Krischke comentó a la página web de la Rel-Uita que le extrañó la distancia que había entre las bases del PT que se trasladaron a Porto Alegre a respaldar al ex presidente y la dirigencia del partido. «Al salir de la corte, los abogados defensores eran buscados por la prensa y brindaron una conferencia en el Hotel Sheraton, donde se alojaban junto a Lula y los principales líderes del PT. Para mi asombro veo que en la sala dispuesta para las declaraciones a los medios aparecía el cartel del bufete de abogados. Mientras tanto los militantes se alojaron en carpas en la zona cercana a la Corte. Una imagen muy alegórica de la gran distancia entre cúpula y bases que creo que explica la efervescencia de las movilizaciones en Brasil», observó.
Si hay un «pecado», una falta mayor, del Partido de los Trabajadores, es no haber sabido, querido o podido construir una hegemonía cultural alternativa en Brasil, piensan tanto Esther Solano como Jair Krischke. «Después de la crítica a su política de conciliación, esa es la segunda crítica principal que se le hace habitualmente a Lula», afirma la investigadora hispana. «Para Lula, construir ciudadanía entre los más pobres equivalía a aumentar su capacidad de consumo, permitirles acceder a mayor cantidad de bienes. Fue lo que sucedió, pero no hubo una construcción ‘cultural’ distinta. La hegemonía cultural, de hecho, está hoy más que nunca en manos de la derecha. La calle es de la derecha, que ha impuesto además un discurso clasista, de odio, de marginalización, como nunca antes. En resumen, estamos jodidos.»