Lo que vivimos actualmente en Brasil no puede ni siquiera ser llamado democracia de bajísima intensidad. Si tomamos como referencia mínima de una democracia su relación con el pueblo, el portador originario del poder, ella se niega a sí misma y se muestra como una farsa. Para las decisiones que afectan profundamente a todos, no […]
Para las decisiones que afectan profundamente a todos, no se discutió con la sociedad civil, ni siquiera se escuchó a los movimientos sociales ni a los cuerpos de saber especializado: el salario mínimo, la legislación laboral, la previsión social, las nuevas reglas para la salud y la educación, las privatizaciones de bienes públicos fundamentales como es, por ejemplo, Electrobrás y campos importantes de petróleo del pre-sal, así como las leyes que definen la demarcación de las tierras indígenas y, lo que es un verdadero atentado a la soberanía nacional, el permiso de vender tierras amazónicas a extranjeros así como la entrega de una vasta región de la Amazonia para la explotación de variados minerales a empresas extranjeras.
Todo está siendo hecho por PEC, por decretos o por medidas provisionales propuestas por un presidente, acusado de dirigir una organización criminal y con un apoyo popular bajísimo, que no alcanza al 5%. Las propuestas han sido enviadas a un parlamento con el 40% de sus miembros acusados o sospechosos de corrupción.
¿Qué significa tal situación sino la vigencia de un Estado de excepción, o incluso más, de una verdadera dictadura civil? Un gobierno que gobierna sin el pueblo y contra el pueblo, ha abandonado el estatuto de la democracia y ha instado claramente a una dictadura civil. Es lo que estamos viviendo en este momento en Brasil. Bajo la perspectiva de quien ve la realidad política desde abajo, desde las víctimas de este nuevo tipo de violencia, el país se asemeja a un avión sin piloto en vuelo ciego. ¿Hacia dónde vamos? Nosotros no lo sabemos. Pero los golpistas lo saben: a crear las condiciones políticas para traspasar gran parte de la riqueza nacional a un pequeño grupo de empresas que, según el IPEA, no pasan del 0,05 de la población brasileña (un poco más de 70 mil multimillonarios), que constituyen las élites adineradas, insaciables y representantes de la Casa Grande, asociadas a otros grupos de poder antipueblo, especialmente a unos medios de comunicación que siempre apoyaron los golpes y no aprecian la democracia.
Transcribo un artículo de un atento observador de la realidad brasileña, que vive en el semiárido y participa de la pasión de las víctimas de una de las mayores sequías de nuestra historia: Roberto Malvezzi. Su artículo es una denuncia y una alarma: De la dictadura civil a la militar.
«Antes del golpe de 2016 sobre la mayoría del pueblo brasileño trabajador o excluido, ya comentábamos en Brasilia, en un grupo de asesores, sobre la posibilidad de una nueva dictadura en Brasil. Y nos quedaba claro que podría ser simplemente una «dictadura civil», sin ser necesariamente militar. Sin embargo, igual que en 1964, ella podría evolucionar hacia una dictadura militar. En aquel momento muy pocos creían que el gobierno podría ser derribado.
Para mí no hay duda alguna de que estamos en plena dictadura civil. Son un grupo de 350 diputados, 60 senadores, 11 ministros del Supremo, algunas entidades empresariales y las familias dueñas de los medios de comunicación tradicionales los que han impuesto una dictadura sobre el pueblo. Las instituciones funcionan, como dicen ellos, pero contra el pueblo y sólo a favor de una reducidísima clase de privilegiados brasileños. Claro que conectados siempre con las transnacionales y los poderes económicos que dominan el mundo.
Por lo tanto, nosotros, el pueblo, hemos sido dejados fuera, excluidos). Todo es decidido por un grupo de personas que, contadas con los dedos, no deben llegar a mil en el mando, con un grupo un poco mayor participando indirectamente.
Sucede que el golpe no se cierra, no se concluye, porque la corrupción, vieja fórmula para aplicar golpes en este país, es visible hoy gracias a los medios de comunicación alternativos presentes y cada vez más poderosos. La corrupción está en todos los niveles de la sociedad brasileña, sobre todo en los hipócritas que levantan esa bandera para imponer sus intereses.
Pero la corrupción es sólo el pretexto. Según la visión de Leonardo Boff, el objetivo del golpe es reducir Brasil, que funcione sólo para 120 millones de brasileños. Los 100 millones restantes tendrán que buscar cómo sobrevivir con apaños, limosnas, participando en pandillas, y en tráfico de armas y drogas.
En este momento comienzan a aparecer señales del verdadero pensamiento de quien está en el mando: una reunión de la Masonería, un general contando lo que anda entre bastidores, los viejos medios con la opinión de «especialistas», los nostálgicos de la antigua dictadura diciendo en los medios sociales que «quien no es corrupto no debe tener miedo de los militares».
En fin, están planteando la posibilidad de la dictadura militar. Para el pequeño grupo que ha dado el golpe es excelente, la mejor de las salidas. Nunca fueron demócratas. No les gusta el pueblo. Incluso en esta Cámara y en este Senado pocos van a perder sus cargos o ir a la cárcel.
Lo peor de una dictadura civil o militar es siempre para el pueblo. Las nuevas generaciones no conocen la crueldad de una dictadura total. Hiela el alma el silencio de la sociedad ante las declaraciones del mencionado general».
Que Dios y el pueblo organizado nos salven.