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Basada en el testimonio de tres militares –de Israel, Chile y Estados Unidos- que se niegan a cumplir órdenes que van contra sus principios

Estreno del documental «Desobedecer»

Fuentes: Rebelión

El largometraje documental Désobéir (Desobedecer), del realizador Patricio Henríquez, fue presentado en Montreal en la sesión inaugural de la actividad «8es Rencontres internationales du documentaire». La obra, sólidamente dirigida, con un soporte técnico y un montaje excelentes, recoge el testimonio de tres militares -de Israel, Chile y Estados Unidos- que se niegan a cumplir órdenes […]

El largometraje documental Désobéir (Desobedecer), del realizador Patricio Henríquez, fue presentado en Montreal en la sesión inaugural de la actividad «8es Rencontres internationales du documentaire».

La obra, sólidamente dirigida, con un soporte técnico y un montaje excelentes, recoge el testimonio de tres militares -de Israel, Chile y Estados Unidos- que se niegan a cumplir órdenes que van contra sus principios.

Pero no se critica la «invención» de un país a sangre y fuego con el apoyo jurídico de la Biblia, la agresión a otro para apoderarse del control de áreas estratégicas y económicas, ni el golpe de Estado contra un gobierno popular. En cambio se hace hincapie en ciertas consecuencias de esas acciones, no en las causas.

El paracaidista israelí Igal Vega, el sargento estadounidense Camilo Mejía y el coronel chileno Efraín Jaña exhiben razones filosóficas y políticas llenas de contradicciones.

Es difícil creer que Mejía, Jaña y Vega fueron engañados por la «letra chica». El ejército es para hacer la guerra, y tales reparos son sorprendentes de parte de quienes lo integran voluntariamente.

Aunque no se discute el mérito de estos hombres que han sacudido la conciencia de millones, inevitablemente planea sobre ellos la intención primigenia de su enrolamiento.

Pero no hay caso, las cuentas no cierran.

¿No conocía Vega la sangrienta tradición bíblica que impregna a su ejército? Si el propio Jehová apoya y hasta ordena usurpaciones territoriales y matanzas en masa, ¿cómo iba a sorprenderse luego de los «excesos»? -«…las dimos por entero a la destrucción, tal como habíamos hecho con Sehón (…) dando por entero toda ciudad a la destrucción, hombres, mujeres y niñitos» (Deuteronomio 3:6). «Entonces Jehová hizo llover azufre y fuego desde Jehová, desde los cielos, sobre Sodoma y Gomorra. De modo que siguió adelante derribando a estas ciudades, sí, al Distrito entero, y a todos los habitantes de las ciudades» (Génesis 19: 24, 25). ¿Le llevó a Vega 10 años comprender que a su alrededor se cometían crímenes de guerra? El ejército que él integró cuenta con el mayor arsenal nuclear de la región; cuenta con el respaldo económico, político y militar del imperio, y con ese apoyo divino que justifica sus acciones.

El coronel Efraín Jaña no defendió al gobierno de su país, como estipula la Constitución. Tampoco impugna el golpe de Estado contra el gobierno de la Unidad Popular ni su gestación con el patrocinio de la CIA mientras él pertenecía a la institución. ¿No veía lo que estaba sucediendo a su alrededor? Nelson Goodsell, de The Christian Science Monitor escribió en 1974 sobre la participación de los militares chilenos en el golpe, y asegura que éstos «caminaron inmutablemente hacia el golpe (…) La rebelión no fue un suceso repentino, sino un paso más bien coordinado en el que participaron todas las armas». Por otra parte, ¿se preguntó Jaña a qué viajaron entre 1950 y 1970 los casi 4400 oficiales chilenos que recibieron instrucción del Pentágono? Es imposible que ignorase que iban a recibir cursos de contrainsurgencia, que en lenguaje castrense significa reprimir al pueblo.

Y Camilo Mejía, ¿qué misión altruista pensaría que iba a realizar con un ejército con una trayectoria como la del estadounidense, el del napalm, el de la United Fruit, el de las cañoneras, el de Hiroshima? Una orden del mayor general William T. Sherman, en 1866, es ilustrativa: «hay que avanzar rumbo a los campamentos indios, donde hay mujeres y niños (…) acaben con todos los de la misma raza». El canadiense Ingmar Lee no se anda con vueltas al describirlo en CounterPunch como «una horrible plaga para nuestro planeta, y no hay inocentes en esta masiva máquina de matar. No hay ‘honor’ para quien se presenta como voluntario para formar parte de la organización terrorista más grande del mundo (…) bien entrenados para matar y, es obvio, para torturar; y han ido a Irak por voluntad propia (…) Esos soldados (…) son cada uno de ellos responsables del asesinato de 100.000 iraquíes».

La desobediencia de estos tres militares es indudablemente meritoria, pero presentarlos como víctimas que repentinamente «descubren» la brutalidad de sus camaradas, es un verdadero sofisma.