Quizás la desazón que respira la sociedad en torno a algunos de los múltiples bretes sobre las compañías farmacéuticas sería menor si los médicos tuviesen posturas más dignas y contestarias. Si los doctores, eslabón indispensable entre los medicamentos y las farmacéuticas, regresasen a los «aforismos viejos» y neutrales de los libros de farmacología -disciplina que […]
Quizás la desazón que respira la sociedad en torno a algunos de los múltiples bretes sobre las compañías farmacéuticas sería menor si los médicos tuviesen posturas más dignas y contestarias. Si los doctores, eslabón indispensable entre los medicamentos y las farmacéuticas, regresasen a los «aforismos viejos» y neutrales de los libros de farmacología -disciplina que estudia las propiedades de los medicamentos- la situación podría ser otra.
Un viejo proverbio recomienda al doctor: «ni ser el primero en aceptar lo nuevo, ni el último en desechar lo viejo». Es decir, no someterse a la publicidad y a la presión de las compañías farmacéuticas sin antes conocer a fondo las virtudes y los posibles daños de las drogas. Difícil tarea: la publicidad y la presión que ejercen estas empresas es tan fuerte y tan bien diseñada que con facilidad doblegan a los médicos. Los «aforismos viejos» deberían ahora ser más jóvenes que nunca: es indispensable que los médicos no sean instrumentos de fuerzas ajenas, que sean contestatarios y que sean fieles y leales a sus pacientes y a sí mismos.
En los últimos meses la prensa ha dado testimonio de los problemas relacionados con diversos antinflamatorios y en particular con el Vioxx (rofexocib). Hasta antes de haberlo retirado del mercado, ese medicamento era la estrella principal del gigante farmacéutico Merck. Las ventas del fármaco eran de 2 mil 500 millones de dólares anuales. Hoy es probable que el mismo medicamento produzca «cierta ruina» a la compañía. Hace unos días, en Estados Unidos, Merck fue declarada responsable de la muerte de Robert Ernst y tendrá que pagar a su viuda 253.4 millones de dólares. Ya que hay pendientes de solución cerca de 5 mil denuncias, se estima que la compañía farmacéutica podría tener que erogar entre 18 mil millones y 50 mil millones de dólares.
Fue demasiada la sordera, la negligencia y la falta de ética ante las advertencias de los riesgos cardiovasculares producidos por el fármaco. El problema es que no sólo fue Merck el responsable de la negligencia -finalmente lo que más le importa al laboratorio es ganar dinero-, sino que organizaciones tan prestigiosas como la Food and Drug Administration (FDA) son también corresponsables. La FDA es la agencia encargada de velar por lo que sucede con los fármacos y de cuidar la ética de las empresas que elaboran medicamentos en Estados Unidos. Desde 2002 se sabía que el Vioxx incrementaba la posibilidad de desarrollar infartos de corazón o problemas similares. Aunque es imposible asegurarlo hay que sospecharlo: ¿apoya o apoyó Merck algunas de las investigaciones o trabajos de la FDA?
Merck no retiró del mercado su producto estrella hasta septiembre de 2004. Inexplicable rezago: eran demasiadas las evidencias que mostraban múltiples efectos cardiovasculares adversos del medicamento, entre los que se incluía la muerte por infarto al corazón. Es imposible entender por qué un laboratorio tan prestigioso como Merck, que tiene 337 años de haberse fundado, no respondió con celeridad a los hallazgos de los estudios que demostraban científicamente los efectos nocivos del fármaco. Ya que es imposible pensar que los investigadores o los dueños del consorcio hayan ignorado esos resultados es obligado pensar que las ventas del producto fueron más importantes que sus efectos adversos. En caso de ser cierta esa afirmación habría también que hablar de desdén contra la ciencia por haber ignorado los trabajos publicados, de menosprecio contra los clínicos por no haberles advertido de los riesgos cardiovasculares cuando ya se habían publicado diversos estudios, y de irresponsabilidad hacia los pacientes.
A raíz del primer caso perdido Merck ha planteado llegar a acuerdos extrajudiciales con algunos enfermos. La decisión de la compañía obviamente tiene como finalidad pagar lo menos posible y llegar a acuerdos rápidos para que la propaganda negativa disminuya. Dichos acuerdos, tomen la ruta que tomen, no servirán para que la opinión publica modifique sus ideas acerca de la prepotencia y negligencia de muchas compañías farmacéuticas. Huelga decir que el poder económico de algunas es inmenso -su economía suele ser más poderosa que la de muchos países pequeños-, lo cual hace poco probable que modifiquen sus actitudes en el futuro.
El poder y la sordera suelen recorrer los mismos caminos. Muchas compañías farmacéuticas ejercen cierto colonialismo en los países pobres; otras son sordas ante la miseria de muchos enfermos; otras más venden en las naciones pobres medicamentos o combinaciones prohibidos en los países del primer mundo. Y otras desdeñan las muertes de algunos pacientes. Dos mil 500 millones de dólares anuales son muchos millones mientras que una vida ajena, en estos tiempos, siempre es ajena.