Una llamada nocturna desde la comisaría. Se me requería como traductor. Y entre aquellas dos plazas de Munich, la Mónaco de Baviera, entre la Karlsplatz y Marienplatz, siendo alcalde de la ciudad Georg Kronawitter, me adentré en un antro policial y presencié la bota de aquel armario alemán contra el cuerpo de un «puto» negro. […]
Una llamada nocturna desde la comisaría. Se me requería como traductor. Y entre aquellas dos plazas de Munich, la Mónaco de Baviera, entre la Karlsplatz y Marienplatz, siendo alcalde de la ciudad Georg Kronawitter, me adentré en un antro policial y presencié la bota de aquel armario alemán contra el cuerpo de un «puto» negro. Y en aquella noche de otoño entendí qué son determinadas personas respetables, que caminan a nuestro lado por la calle, y qué determinadas instituciones de esta Europa criminal, tan amante de derechos humanos.
Una extraña aventura. Dice Eva que «tenía que contar. Mi tortura era precisamente ésta: estar viendo. No podía callarme. Yo era como un gran ojo observante, un Polifemo atado allí y mi ojo ciclópeo recogía continuamente… Por eso he querido hablar, decir mi nombre y mis señas. Poner la mano, si es preciso, y decir juro, lo he visto, soy testigo. Ocurrió en nuestro pueblo, Donostia… Esto es lo que hay, no lo crean si quieren, pero yo soy testigo y muchos otros también: fue en la primavera de 1976, primero de la monarquía, en transición dicen, en los meses de abril y mayo, para ser más precisos…»
Confiesa Eva, «hace días que no duermo, obsesionada con esto, me preocupa la imposibilidad de contarlo, esa impotencia, la falta de recursos para recopilar el fenómeno y transmitirlo como ocurrió… Me da miedo, el mío y el de los demás. Ese miedo que se arranca de la duda, que todo lo conmueve -raíces y principios-, que se crece en terror y se descontrola y ya no se sabe. Lo repito: me da miedo el miedo. Son instantes en que dudo del hombre, me tenéis que perdonar… Llegué a sospechar cosas muy terribles de gente muy querida… Pero me da miedo el miedo, mucho miedo el miedo. Horror me da el miedo… Descomponerse por miedo, perder la dignidad, descender, llegar tan bajo. Hundirse, degradarse, perder incluso el elemental decoro, el respeto debido al compañero…Me estaba descomponiendo de terror, era un huir por huir… Porque la bañera no es nada comparada con el miedo a la bañera, con el miedo a lo posible ignorado… Mi compañero llegó a dudar de su mejor compañero… Decir, sin rubor: Lo importante soy Yo y nadie más que Yo, y el otro que se pudra».
Una extraña aventura. 133 páginas de DGS y comisaría, de antros de horror, de descuartizamiento humano y de teatro de la crueldad, redactadas, diseñadas y servidas por la gran escritora Eva Forest. Aventura que estremece y da miedo la gran inhumanidad encerrada en ella. «Es una historia de personas humanas y no de héroes. El hombre lloraba suplicando, que no quería ser llevado a la bañera… Un amor infinito me llevó a odiar por primera vez a los responsables de tanta vejación… Como si hubiera visto claro al enemigo, llegado a su fondo, comprendido muchas cosas de la lucha que no había entendido antes».
«Hay una huella que se me ha quedado… Es un momento, no sé cuando, en que alguien a quien estaban torturando gritó: ¡Socorro! Fue un solo grito que atronó en la carpintería, una concentración titánica de fuerza, un intento final previo a la muerte. Un instante terrible, desde luego. La soledad del que pide auxilio sin un amigo que le oiga. Y ellos se reían a carcajadas . «Pide, pide socorro. Que vengan los de ETA ahora a salvarte». Aquel socorro tan inútil, sin eco, en el vacío… ¿También Pertur gritaría así, con esa desolación? Socorro, gritaba también el cura de Zaldibia. Yo estaba en el pasillo, esposada, viendo la rendija de luz debajo de la puerta, siguiendo el calvario del hombre en la carpintería…»
Eva Forest, nuestra gran Eva, nacida en 1928 en Barcelona, murió el 19 de mayo de 2007 en Hondarribia junto a su editorial Hiru, las de tres mujeres, que hoy nos ha legado por unos euros esta Extraña aventura, obra de vida y arte, pellizco de humanidad y esperanza, denuncia ácida: «Yo creo que había que contar todo esto… Es el relato de diez días que conmovieron un mundo… Es lo peor que te puede pasar en la vida: volverte lo contrario de lo que eres. Yo no era yo. ¿O era que con el miedo me salía la otra parte de mí, la que llevo oculta y menos enseño? Llegó un momento en el que estaba dispuesta a firmar lo que me trajeran, no tenía escrúpulos en decir que había matado a dos, a tres, si eso era lo que querían…»
«Lo habréis oído. Dicen que las mantas de la DGS son lúgubres y sucias, malolientes siempre. Que apestan a sudor, a baba seca y a todo tipo de excrecencia humana. Que entre sus ásperos pelos tan oscuros pululan abundantes parásitos al acecho de morada más viviente y apropiada. Que invisibles, millones de gérmenes, portadores de los más terribles y ancestrales peligros, de enfermedades malditas nombradas ya en la Biblia, yacen en espera de fértiles mucosas. Y que, por encima de todo, tapando la trama de la basta tela, brillan el moco amarillo, la baba y el sanguinolento esputo, los residuos del grano que revienta y la legaña y toda secreción que el cuerpo humano expulsa y también el gonorreico flujo de la puta callejera… Todo el mundo lo dice. Y, pensándolo bien, con objetividad, desde el conocimiento científico con énfasis tantas veces apelado, es posible que sea así. No lo sé… Pero discrepo. Son cosas raras que le ocurren a uno, cosas muy raras… Veréis. A mí me bajaban de madrugada, esposada aún, el cuerpo dolorido, y al entrar allí en aquel calabozo casi cueva y ver en el suelo esta manta criticada tan dispuesta allí, esperando… No sé. Eran momentos un poco especiales, andaba una muy quebrada… -No creo haberlo comentado nunca, me ha venido ahora con lo tuyo-. Entraba allí, liberadas ya las manos del grillete. Miraba alrededor buscando algo en aquel mundo tan feroz, tan agreste y complicado, perdida en aquella desolación cósmica del ser acorralado, y me tendía despacio sobre el suelo y me enrollaba con gusto en esa manta y sentía, al hacerlo, un agradecimiento infinito de aquella compañía. Yo no sé, pero discrepo de la opinión general. Son cosas raras, sentimientos que se le fijan a uno. Yo me tumbaba allí, me daba media vuelta, sin asco alguno, os lo juro, sin notar en absoluto esa aspereza. Todo era por fin suave, protector, cálido…»
Son muchos los torturados y torturadas del mundo que en su vida de oprobio y desánimo conocieron a Eva, a Eva Forest. Y aquel día encontraron la salvación y el ánimo. Eva les relató una historia de vida, de su vida, esta Extraña aventura, y en ellos surgió y prendió de nuevo la esperanza. «…Y un día, compañera, volveremos triunfantes al espacio habitado que jamás era nuestro». Con beso cálido y de recuerdo agradecido a Eva en las jornadas de ASKE, organizadas en su memoria.