Hace ya más de un año que sufrimos el golpe brutal de la pérdida de Eva Forest. En aquellos tristes días del mes de mayo del año pasado, al leer los textos que le dedicaron tantos compañeros y amigos, cobré conciencia de la dificultad que entrañaba abordar la figura de Eva, porque en realidad era […]
Hace ya más de un año que sufrimos el golpe brutal de la pérdida de Eva Forest. En aquellos tristes días del mes de mayo del año pasado, al leer los textos que le dedicaron tantos compañeros y amigos, cobré conciencia de la dificultad que entrañaba abordar la figura de Eva, porque en realidad era multidimensional. Sin embargo, hay una faceta de la vida de Eva que a mi juicio ha sido poco recordada y valorada: su dimensión de antropóloga.
Hoy quisiera compartir con ustedes algunas reflexiones acerca del ingente trabajo que en el año 1966 llevó a cabo Eva, junto con su amiga Juana Hendrickson, en una granja del pueblo en Cuba entre los meses de julio y noviembre.
A lo largo de los años en que disfruté de la amistad de Eva, varias veces la oí hablar entusiasmada de su trabajo en la granja del pueblo en Cuba. Tuve la fortuna también de compartir con ella la inmensa alegría que sintió cuando visitó la comunidad casi cuarenta años después, en septiembre de 2003, pues fue aquella una de las ocasiones en que coincidimos en la isla. Eva contaba entre risas las anécdotas de su estancia en Cuba durante cuatro meses, en el año 1966, y con gran humildad añadía que no sabía qué tipo de trabajo había realizado. Sencillamente, había sentido la necesidad de actuar, de ser testigo de una gesta humana que abría un camino de esperanza hacia el mundo con el que ella soñaba, y allí se había marchado. Había que ser testigo de aquello y había que contárselo a la gente. Cuando Eva hablaba de aquella experiencia, solía terminar su relato con un punto de melancolía, porque aquel ingente trabajo no había sido publicado.
La muerte le sobrevino cuando Eva preparaba la edición de este trabajo, que fue publicado pocos meses después en la Editorial Hiru, gracias a la labor de su hija, Eva Sastre Forest.
Los Nuevos Cubanos (La vida en una Granja del Pueblo) es una obra antropológica de un enorme valor. En ella se recogen las historias de vida de 93 cubanos, miembros del proletariado agrícola, que residían en la granja Mártires de la Alegría de Pío, situada en la provincia de Oriente, a pocos kilómetros de la costa donde se produjo el desembarco del Granma.
Los relatos biográficos constituyen una urdimbre sobre la que se teje una completa y compleja visión de lo que supuso la Revolución en las vidas de estos hombres y mujeres cubanos, un registro singular, diacrónico y sincrónico, que nos traslada en el tiempo varias décadas por delante del momento en que se llevó a cabo el trabajo de campo y que nos permite conocer muy de cerca la realidad antropológica, social, cultural, económica y revolucionaria de un amplio espectro de la población cubana.
Eva, al igual que Oscar Lewis –con quien la compara Alfonso Sastre en el prólogo– se aleja del método cuantitativo en un momento en el que este gozaba de gran prestigio en las ciencias sociales, para abordar su trabajo mediante un método cualitativo, a partir de las historias de vida. Algo verdaderamente innovador en la década de 1960. La autobiografía múltiple de una comunidad cubana, la idea de reconstrucción polifónica (como la definió en 1992 Paul Ricoeur) le permite describir de una manera más precisa y compleja la etnología de la comunidad. Años más tarde, la literatura testimonial tendría gran éxito. Pero en ese momento se trata de una verdadera y crítica innovación. Eva introduce un método que los antropólogos profesionales tardarían años en utilizar, un método que impone un principio de co-autoría entre el informante y el investigador, un proceso dinámico de construcción de conocimiento.
Quisiera transmitirles la necesidad imperiosa de leer esta obra. Disfrutarán de múltiples relatos singulares, de la polifónica voz del pueblo cubano, se darán cuenta de que los sueños colectivos son posibles. Pero sobre todo conocerán de primera mano una de las mejores etnografías contemporáneas. Una etnografía insólita en una isla del Caribe que contiene todos los elementos de los relatos maravillosos, de las vidas ejemplares.
Aun a riesgo de pisar un terreno resbaladizo, me atrevería a decir que Eva Forest fue una heroína clásica. Esta sociedad androcéntrica en la que vivimos nos ha narrado cientos de veces las hazañas de los héroes culturales. Pocas veces tenemos acceso a la vida de nuestras mejores mujeres. Eva, como la protagonista de un cuento maravilloso, superó una y mil pruebas, salió vencedora en mil batallas. Tenemos la fortuna de contar con el legado de sus talismanes: sus libros.