Por qué se equivocan el Secretario General del PCV, Diputado Oscar Figuera y el Ministro Haiman El Troudi.
Me permitiré responder.
Fue Antonio Gramsci, uno de los más importantes marxistas de todos los tiempos, quien en una ocasión, refiriéndose al «compromiso patrio» de la burguesía, expreso en simples pero lapidarias palabras lo siguiente: «la burguesía no tiene patria, solo bolsillos». Y es que por su naturaleza egoísta; por su posición criminal frente al obrero (explotadora y usurpadora de las riquezas creadas por los trabajadores y que pertenecen a toda la sociedad); y por su propia existencia usurera (amasadora de las riquezas materiales -semejando a los gusanos entre la carne podrida-) nunca, jamás, podrían ellos ver mas allá de sus intereses particulares: sus bolsillos.
Como socialistas -si lo somos de verdad- debemos siempre expresar nuestras ideas al pueblo con la mayor claridad y sinceridad posible para evitar confusión. Es por ello que se nos esta prohibido -si existe en nosotros una verdadera ética y moral revolucionaria- decir medias verdades o mentir por razones disque «estratégicas» para alcanzar unos supuestos objetivos comunes «en sana Paz» y que benefician a todas las clases sociales enfrentadas». Quedando bien con Dios y el diablo.
Nuestro pueblo no es torpe. Ha transcurrido un tiempo importante desde el inicio de la revolución e importantes batallas (lucha de clases) se han sumado en sus repertorios de experiencias: la traición del 23 de enero de 1958, golpe de Estado del 11A, paros patronales, sabotajes de la industria petrolera; y junto a las reflexiones sobre el socialismo motivadas por el Comandante Chávez, y algunos debates ideológicos -casuales pero fecundos-, le han permitido elevar a nuestro pueblo su nivel de conciencia a un grado significativo, lo suficiente como para reconocer, con mayor claridad que antes, a su irreconciliable enemigo de clase: la burguesía. Y comprender que ¡Zamuro no cuida carne!
De esta tarea (por confundir y apaciguar al pueblo) se han encargado muchos de los actuales seguidores de la socialdemocracia. Muchos de ellos, aunque sin reconocerse asimismo como socialdemócratas y desconociendo a fondo los planteamientos de esa tesis política -que atribuyen a ese zombi y maloliente Partido Acción Democrática (AD) que todos conocemos- cometen la el error -juzgando a bien por sus ignorancias- de proponer esas mismas ideas para la revolución. Otros son los descarados, quienes poseen una clara conciencia socialdemócrata. Son ellos los mismos los fariseos hipócritas, falsos y manipuladores de siempre; los tergiversadores del socialismo como Heinz Dieterich, Baduel, Ismael García, entre otros, quienes con absurdos y ridículos pretextos, pretenden contaminar las verdaderas ideas de la revolución.
Pero todos ellos nos dicen que existen burgueses buenos y burgueses malos; burgueses que son nacionalistas y otros no; y hasta burgueses (empresarios) que pueden ser socialistas. Se argumentan en el propio Marx para este cometido. Pero a decir de Gramsci «No son marxistas, eso es todo;… Viven el pensamiento marxista, lo que no muere nunca, la continuación del pensamiento idealista alemán, contaminado en Marx de incrustaciones positivistas y naturalistas». Nuestros aludidos proponen -indirectamente con sus planteamientos- el desarrollo de una burguesía «nacionalista» antes de que pueblo y los trabajadores (el proletariado) piense en sus reivindicaciones de clases. Otros, por lo menos, insinúan la necesidad de un desarrollo paralelo entre socialismo y capitalismo.
Para argumentar sus ideas nos dicen que, para construir el socialismo «nuestra revolución debería primero emprender una etapa de Liberación Nacional, que nos permita liberarnos económica y políticamente de las amarras del imperialismo norteamericano. Con este planteamiento ellos han logrado colar fácilmente la idea de que se necesita construir una nueva burguesía nacional para lograr el cometido de la «Liberación Nacional». Todo un catecismo extraído y aprendido -al pie de la letra- de los viejos y polvorientos manuales que sepultaron la III Internacional. Y hasta nos muestran ejemplos de exitosas burguesías «nacionalistas» de muchos países. Pero la realidad les abofetea. Veamos.
De Brasil se comenta y ejemplariza mucho sobre su supuesta burguesía «nacionalista» que, como nos han hecho creer, se oponen a la firma del ALCA o a un TLC con los EUA. Pero lo cierto es que esta misma burguesía brasileña desde hacía mucho tiempo se encuentra transnacionalizada. Hoy los grandes capitales brasileños (quienes monopolizan el mercado del vecino país) son socios, o pretenden serlo, del gran capital transnacional y son ellos mismos -junto a su burguesía comercial- los que le piden a grito al Estado brasileño firmar un TLC con los EUA, o en su defecto, como lo han logrado con Israel, eliminando todas restricciones arancelarias a los productos importados.
Ya lo decía Marx, El capital, por su naturaleza acumulativa y expansiva, tiende a la monopolización y hacia la búsqueda incesante de nuevos mercados. Es aquí, al alcanzar una etapa más desarrollada, se globaliza, desconociéndose asimismo de cualquier nacionalidad que en un principio autoproclamara de manera oportunista e interesada. Ahora va por la conquista del mundo. Es su naturaleza: de vida o muerte.
Del anterior análisis se desprenden las razones para entender que, la política anti-ALCA del actual gobierno del Brasil solo se orienta en proteger al pequeño productor nacional (a los pequeño y medianos empresario y aquello que no tendría cabida dentro del ALCA): quienes por diferentes motivos, hoy, no han podido asociarse al gran capital transnacional, y por miedo a desaparecer, circunstancialmente, se enfrentan entre sí.
Otro ilustre ejemplo lo representa la penosa situación económica del mismísimo Estados Unidos de Norteamérica; por su continuada recesión; su creciente desempleo; su déficit fiscal, presupuestario y comercial junto a su inmensa deuda externa -la más grande del mundo- certifican, también, la inexistencia de una burguesía «nacionalista» que proteja «los intereses de casa» en los tiempos de globalización.
Muchos economistas norteamericanos han venido advirtiendo y denunciado el alarmante grado de desinversión y el traslado de importantes empresas productivas y de grandes capitales a países en donde obtienen mayores plusvalías. Es el caso de China, Taiwán, entre otros países que se han convertido en el paraíso de esos capitales trasnacionales.
En conclusión podemos decir que: el Capital, por el simple hecho de alojarse en el país y pretender (la burguesía) seguir invirtiendo en él, o «colaborar» con la revolución -tal como unos pretenden hacernos creer, cuando en realidad se aprovechan de las facilidades y beneficios que otorga el Estado-; o por el hecho de pretender (la burguesía) conceder acciones y respetar las prestaciones laborales de sus esclavos (obreros y trabajadores) no es razón alguna para catalogarlos (a la burguesía) de «nacionalistas» y de «empresarios socialistas» -ver declaraciones de Haiman El Troudi, actual Ministro de PP para la Planificación-. Son estos los únicos y absurdos pretextos utilizados por muchos falsos «ideólogos socialistas» para lucrarse en sus fines.
Son ellos, la pequeña burguesía venezolana que acompaña a la revolución, quienes intentan tapar el sol con un dedo. Son ellos mismos también quienes pretenden -como diría Lenin- echar atrás, nuevamente, las ruedas de la historia: ocultando tras ridículos disfraces al demonio burgués, pretendiendo distraer al pueblo y apagar así el motor de la historia: la lucha de clases.
En la historia de todas las revoluciones, siempre, uno de los bandos enfrentados ha terminado por imponerse sobre el otro. En nuestro dilema, bien, volverá la burguesía por apoderarse del Estado para seguir sometiendo al pueblo o se mantendrán los socialistas y empoderan con sus acciones cada vez más al pueblo, para que ellos tomen con sus riendas el destino propio y de toda la humanidad, terminando por someter y destruir a su enemigo natural.
Luego de la derrota circunstancial del 2D, y de las ligerezas de algunos dirigentes políticos por sus absurdas y erradas declaraciones de «reconciliación» (pretendiendo un pacto político con los lacayos), -y que generaron confusión y desmoralización- aprovechándose de esta situación, las ideas de la pequeña burguesía y la burguesía han encontrado asidero. Arropadas como siempre; por la carencia de cuadros medios que hagan llegar a las masas las ideas esclarecidas y los lineamientos políticos fundamentales impartidos por el Comandante Chávez; terrible apatía por el estudio de la teoría de muchos en la dirigencia y movimientos políticos que hacen vida; por el vacio y la inercia de muchos revolucionarios -semejando a un tren detenido e indeciso frente a los destinos, que sabe, son inciertos- estas ideas de la pequeña burguesía hacen de su alarde y procuran el éxito de confundir al pueblo.
Si seguimos permitiendo a los despistados de siempre influir y confundir a nuestro pueblo con peligrosas y absurdas ideas que pretenden igualarnos con la burguesía: como esa de catalogar como «empresarios socialistas» (según declaraciones del Ministro Haiman El Troudi); o aquellos que dicen distinguir entre empresarios buenos y malos (según declaraciones del Diputado del PCV, Oscar Figuera), o que existen empresarios «nacionalistas», etc., terminaremos dándoles más armas al enemigo en su afán por ahogar las voces y las ideas claras de la revolución, ahondando más en las causas que generaron nuestra primera derrota experimentada el 2D.
Ha quedado demostrado que la burguesía nacional y la foránea: el capital, es la misma en donde se encuentre. Su cultura, sus valores, su moral (por su lógica y naturaleza) es la misma. Que a la menor oportunidad de obtener mayores ganancias y beneficios -a la menor invitación de fusionarse con una transnacional para ser parte accionario- estos se olvidan de todo sentido patrio que alguna vez, solo en palabras interesadas, dijeron sentir. Que ellos nunca dejaran de conspirar o simplemente de oponerse (de manera oculta) a la revolución a menos que esta deje de proclamarse como socialista.
Una cosa es reconocer la existencia de una burguesía nacional y marcar diferencias entre ellas (parasitarias y productivas) y otra, muy distinta, es creer en la existencia de una burguesía «nacionalista», «socialista», «buena y mala». ¡No contribuyamos en enredar los términos!
Son tiempos definitorios para la revolución. El socialismo, como decía el Che, es un hecho fundamentalmente de conciencia y no debemos permitir que los bandidos del discurso y las tarimas sigan tergiversando nuestras verdades.
Pero otra cosa muy distinta es hablarle con la mayor claridad al pueblo y explicarles que podemos trabajar juntos con aquellos capitalistas que así lo deseen -claro está, siempre que se justifique dicha participación-, tal como lo hemos venido haciendo, creando empresas mixtas con la participación real de capitales privados, pero siempre bajo el control de los consejos de trabajadores y del Estado revolucionario, y limitados a las firmes reglas de juego que establezca, para cada caso particular, el gobierno popular y revolucionario.
No existe otra manera en la que se pueda concebir una revolución socialista sino partiendo del reconocimiento de nuestras realidades: del imperioso desarrollo de las bases económicas de la nueva sociedad (empresas socialistas: de propiedad social) junto a la coexistencia -nada pacifica- con la burguesía que desee invertir, más nunca creando una nueva burguesía disque «nacionalista» o «socialista» ¡Creando al futuro verdugo de la revolución!
Pero como diría el propio Gramsci, «los hechos han superado a las ideologías»; los hechos han reventado sus esquemas críticos según las cual «el socialismo pasa por una burguesía nacional desarrollada», permitiéndonos ver en ellos (a la burguesía) la verdadera sogas que restringe nuestra liberación.
La actual y verdadera etapa de liberación pasa por la liberación social -tal como lo hemos escrito en otras oportunidades refutando al renegado y trásfuga H. Dieterich-; pasa por liberarnos del capital (sus leyes), o como diría Mészáros en su libro: «Más Allá del Capital», «es liberarnos de la lógica metabólica del capital» construyendo el socialismo.
Somos libres política y económicamente frente al imperialismo: el gran capital trasnacional, y frente a la burguesía radicada en el país, y pareciera no lo comprendemos. Contamos con un descomunal musculo financiero que se llama PDVSA -entre otras empresas- y un gigante liderazgo político indoblegable y con claras ideas socialistas representado en el Comandante Chávez, comprendiendo esto podemos decir que, nuestra etapa de liberación nacional, comprendida en esos cánones, se encuentra superada. Faltaría por superar la etapa de liberación social, la más importante para la revolución, en donde sí, la supremacía política de la burguesía a través de las leyes del mercado (oferta y demanda) se encuentra intacta.
Ella solo será posible cuando el Estado revolucionario -solo junto al poder popular- logre abarcar todos aquellos aspectos estratégicos de la economía nacional (el sector productivo y el sector comercios: de expendios de alimentos, farmacéutico, y otros productos fundamentales) que aun yacen en manos puramente del capital, desarrollando empresas socialistas como ya lo hemos escrito más arriba, con participación o no de capitales privados.
Podemos hablar con claridad, alejándonos de todo dogmatismo y simplismo en la teoría; referirnos a la coexistencia con el capital, pero nunca podemos ceder un ápice en nuestras ideas. Lo contrario es traición.