Faluya está tranquila en estos días. Las fuerzas estadounidenses e iraquíes se atribuyen como una victoria el fin de los combates que derivaron en la destrucción de la ciudad en 2004. Pero sus pobladores creen que esta quietud es, en realidad, una agonía. Faluya, 60 kilómetros al oeste de Bagdad, albergó uno de los mayores […]
Faluya está tranquila en estos días. Las fuerzas estadounidenses e iraquíes se atribuyen como una victoria el fin de los combates que derivaron en la destrucción de la ciudad en 2004. Pero sus pobladores creen que esta quietud es, en realidad, una agonía.
Faluya, 60 kilómetros al oeste de Bagdad, albergó uno de los mayores focos de resistencia contra la ocupación estadounidense y sus colaboradores iraquíes. La ciudad fue sitiada por esas fuerzas en dos ocasiones, en abril y noviembre de 2004.
Tres cuartas partes de la edificación terminó destruida. Las muertes fueron masivas. Desde entonces, la reconstrucción ha sido mínima.
Ahora, la ciudad no sufre asedios ni se registran en su casco urbano actos de resistencia. «Estamos felices por la paz y la tranquilidad que reina luego de la muerte de miles de nuestros vecinos», dijo a IPS un policía del lugar, quien solicitó reserva sobre su identidad.
«Ahora podemos patrullar las calles sin temor y arrestar a cualquier sospechoso de ser terrorista», agregó.
Eso es cierto, según residentes de Faluya. Cientos de sospechosos de pertenecer a la resistencia están hoy detenidos en la comisaría local.
Otros muchos aparecen a menudo asesinados en las calles. Según la policía, se trata de «cadáveres sin identificación». Testigos y familiares de los hallados muertos aseguran que las víctimas habían sido detenidos antes por las fuerzas de seguridad.
«Este comportamiento fascista demuestra la brutalidad de los estadounidenses y del autodenominado ‘gobierno iraquí'», dijo a IPS un ex legislador local de Faluya que se identificó como Mahmood. «Los ejecutaron sin juicio. Esta brutalidad era desconocida en la ciudad antes de la ocupación.»
Periodistas que trabajan dentro de la ciudad también dicen estar tranquilos. Pero algunos de ellos fueron detenidos durante varios días.
Uno de ellos, visiblemente nervioso, dijo a IPS que un mayor de la policía le advirtió que la libertad de prensa era objeto de abuso por parte de los medios de comunicación y que las autoridades de Faluya no lo admitirían más.
«Las noticias que ustedes transmiten al mundo serán las que nosotros les demos, no las que ustedes recojan en las calles», advirtió el oficial, según el periodista.
Mientras, aumentan las restricciones para la población. Las autoridades estadounidenses e iraquíes, por ejemplo, prohibieron en mayo el tránsito de vehículos particulares.
«Por supuesto que la ciudad está tranquila», dijo a IPS el profesor Rahemm Othman, quien da clases en la educación media. «Si hasta prohíben la circulación de automóviles. Nos quieren quietos y silenciosos, como los muertos. Nos matan lentamente, y el mundo parece estar feliz por eso.»
Los precios subieron como consecuencia de las restricciones al transporte. «No podemos comprar nada», dijo a IPS Um Muhammad, madre de cuatro hijos cuyo esposo fue arrestado hace cuatro meses.
«No tengo ingresos. Aquellos que antes nos ayudaban ya no pueden hacerlo. Nos estamos volviendo pobres porque no podemos salir a trabajar», agregó Muhammad.
Los servicios de salud también se resienten. Médicos del Hospital General de Faluya dijeron a IPS que el gobierno central no les suministra los equipos básicos ni las medicinas de uso diario.
«Los funcionarios del Ministerio de Salud dicen que, como somos terroristas, no merecemos su ayuda», dijo un médico. «Como si ellos tuvieran dinero o como si dependiera de ellos darnos o no lo que necesitamos.»
«Decir que Faluya está tranquila es verdad, y eso puede verse en las calles. La ciudad está prácticamente muerta, y los muertos están tranquilos», dijo el jeque Salim, del Consejo de Académicos Islámicos de Faluya.
Uno tras otro, los vecinos de Faluya se refieren a la paz de la ciudad como a la paz de un cementerio. Las calles están vacías, a excepción de peatones ocasionales que se dirigen a un centro médico o a alguno de los pocos mercados aún abiertos.
La mayor parte de los comercios cerraron. Los restantes abren sus puertas por unas pocas horas.
El desempleo en la ciudad asciende a más de 80 por ciento, según sus residentes. La mayoría de los que tienen trabajo se desempeñan en cargos del gobierno. La enorme zona industrial está cerrada, bajo custodia de unidades estadounidenses y del ejército iraquí.
«Después de sacrificar a miles de nuestros seres amados, los estadounidenses y su séquito quieren matarnos a los que quedamos vivos», dijo una mujer de 50 años en la cancha de fútbol convertida en cementerio luego del sitio de abril de 2004, cuando, según diversos cálculos, murieron más de 700 vecinos.
El jefe militar de la ocupación estadounidense, general David Petraeus, recomendará pronto la retirada de tropas de varias zonas iraquíes donde cree que la seguridad mejoró, incluida Faluya.
Pero la resistencia no terminó. Cinco soldados estadounidenses murieron cuando su helicóptero fue abatido el 14 de este mes, cerca de la base aérea de Al-Taqaddum, en la periferia de la ciudad.
De los 20 soldados estadounidenses asesinados en la provincia de Al-Anbar en julio, varios cayeron en el área de Faluya.
Desde la invasión murieron 1.257 soldados en Al-Anbar, más que en cualquier otra provincia, según el propio Departamento (ministerio) de Defensa en Washington.