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Faluya: los horrores de la guerra

Fuentes: Rebelión

Las crónicas periodísticas hablan de «ensañamiento» y del «asalto demoledor» que las tropas de Estados Unidos realizan en Faluya. Informan de calles plagadas de cadáveres abandonados que han comenzado a descomponerse y de familias que cavan en sus jardines para enterrar a los muertos. Hay ya cientos de bajas civiles, niños y niñas que han […]

Las crónicas periodísticas hablan de «ensañamiento» y del «asalto demoledor» que las tropas de Estados Unidos realizan en Faluya. Informan de calles plagadas de cadáveres abandonados que han comenzado a descomponerse y de familias que cavan en sus jardines para enterrar a los muertos. Hay ya cientos de bajas civiles, niños y niñas que han quedado mutilados para siempre, miles de personas que sólo pueden comer hierbas y beber agua podrida… Cruz Roja dice que los heridos se desangran por las calles, que el olor de los cadáveres inunda la ciudad y que es ya insoportable. No hay agua potable, ni servicio de electricidad, se acaba la comida y los centros médicos no funcionan En las aldeas de alrededor más de 100. 000 personas se encuentran sin alimentos ni atención sanitaria.

El mando estadounidense y las autoridades impuestas, sin embargo, no permiten que la Cruz y la Media Luna rojas entren en la ciudad para prestar ayuda.

Decía el huraño Tolstoi que el propósito de cualquier guerra no es otro que el homicidio. Por eso, más que doler, el grito de la muerte en Irak hiede y espanta y da asco.

Faluya era conocida como la ciudad de las mezquitas. Dicen que era bella y luminosa. Para el mayor general estadounidense Richard Natoski, ahora «es un nido de ratas», aunque eso no le espanta porque afirma que «si tenemos que entrar a limpiarlo, lo haremos».

Ese es el noble espíritu de quien se cree superior a los desalmados inocentes que mueren en hospitales bombardeados, en casas particulares ametralladas o en calles convertidas en infiernos, donde el tiempo lo marcan las ráfagas de metralla, las granadas o las pasadas imponentes de aviones cargados de semillas para cultivar la muerte.

Desde hace meses se negocian en Suiza las compensaciones que se ha hecho pagar a Irak por la política de Sadam Hussein que Estados Unidos protegió y consintió en un principio. Casi el 80 del total se han destinado a compensar a empresas multinacionales. Hulliburton (la omnipresente empresa del vicepresidente Cheney), Pepsi Cola, Mobil, Nestlé, Phillip Morris, Sheraton, American Express o Texaco (que ha recibido más de 500 millones de dólares) forman, entre muchas otras, el elenco de grandes compensados, de los que realmente han ganado la guerra. Todas las guerras. Su alegre publicidad que ilumina los escaparates estará financiada con el dinero que no va a poder ir a sus dueños auténticos, y la sonrisa de sus dirigentes cuando anuncien de nuevo beneficios supermillonarios no se helará de saber que ese dinero está impregnado de las lágrimas de los niños que se quedan sin agua, ni comida, ni luz porque son de un país al que le están robando a manos llenas su riqueza sobrada.

Al mismo tiempo que las tropas avanzan mutilando y destruyendo se obliga a Irak a suscribir préstamos millonarios para pagar a las grandes empresas que no hacen ascos a los cheques que reciben, a pesar de que con ellos va la vida de millones de seres inocentes obligados a renunciar a todo a favor de ellos.

Es sorprendente que mientras tanto haya un silencio tan sordo, que los que pueden hacerlo con fuerza no clamen para que termine para siempre la vergüenza de un crimen organizado sólo para ganar más y para controlar el mundo.

Es preciso recordar que el dolor de Faluya es el injusto resultado de una guerra ilegítima, inmoral e ilegal que debe detenerse cuanto antes.

Es preciso recordar que se está provocando un caos porque se ejerce el legítimo derecho a defender la tierra y la patria. Que no es verdad, como dicen los telediarios al dictado, que allí haya estadounidenses, irakíes y rebeldes, como si estos fueran sobrevenidos de otro mundo, cuando en realidad quienes se levantan en armas contra el invasor son mucho más patriotas que quienes se imponen por la fuerza en otros sitios para llenar el bolsillo de sus empresas.

Es preciso recordar una vez más que Estados Unidos fue quien alimentó al monstruo para que los suyos ganaran más dinero, quien adiestró a los perros asesinos, quien financió a los que sembraban el terror en otras filas.

Es preciso recordar que la invasión de Irak se ha gestado entre mentiras y que se traduce en un descomunal saqueo de su riqueza. Que no es verdad que se busque otra cosa que dominar el mundo y las fuentes de energía.

Estados Unidos ha abierto en Irak una herida que le costará mucho cerrar. Su superioridad militar indiscutible le permite dar siempre el primer gran golpe pero no puede evitar, como ahora le está sucediendo, que los pueblos que arrasa se levanten con el coraje que da el amor a la tierra donde uno se ha criado. No podrá masacrar a toda la población que ellos con razón llaman rebelde porque la rebeldía que combaten es mucho más legítima y sentida que la que impulsa al invasor en cualquier guerra de conquista. Tomarán militarmente Faluya pero no podrán terminar con el levantamiento en Mosul o en otros lugares, u otra vez más en Faluya mientras Mosul se repone, y así sucesivamente y durante mucho tiempo.

Estados Unidos puede destruir todo allí donde sus todopoderosos ejércitos pongan los pies pero mientras la lógica que los lleve y la razón que los guíe sea la de la tortura, la de la muerte injusta y el saqueo económico carecerán de la fuerza moral que precisa quien quiere proclamarse realmente justo vencedor de cualquier batalla.

El papel que están jugando en esta guerra los intereses económicos de Estados Unidos y las ganancias de las empresas allegadas al gobierno de Bush son la prueba indiscutible de que la codicia es la verdadera lógica que guía al imperio y mucho más en esta guerra.

Como es lógico, tratan de ocultarlo. Así lo prueba también que, a pesar de que ya han sido puestas de evidencia las mentiras sobre las que se basó la invasión de Irak, entre el 60 y el 70% de los norteamericanos todavía sigan creyendo que Hussein tenía armas de destrucción masiva, que estaba relacionado con Al Qaeda o que Bush es favorable a la Corte Penal Internacional. Alguien no les está diciendo la verdad de lo que sucede.

Ni siquiera vale ya la retórica antiterrorista. Noam Chomsky decía hace unos días en una entrevista que «hay que ser honestos para reconocer que hablamos sólo de una parte: del terrorismo que se perpetúa contra nosotros. ¿Qué se dice del terrorismo masivo que nosotros y nuestros socios perpetramos? De eso no se habla. Frenar al terrorismo implica dejar de ser terrorista. Eso ya reduciría drásticamente al terrorismo».

Estados Unidos no está sembrando más que odio y dolor. Crea más terror que el que combate y una secuela de sufrimiento infinito. En su desgraciada y condenable intervención se está concentrando el horror de todas las guerras. Hay que detener esa barbarie.

No puedo hacer otra cosa pero, al menos, estos días quiero sentirme también ciudadano de Faluya y unirme a su grito: ¡que se vayan de una vez y que los dejen tranquilos!.