Sin siquiera un atisbo de vergüenza, voces del establishment político del mundo rico dejan en evidencia que, para ellos, la vida de un ser humano en el Norte vale más que la de uno del Sur.
El senador estadounidense Chuck Schumer amenazó a la compañía farmacéutica Roche para que resigne su derecho a proteger la patente de Tamiflu, único fármaco capaz hoy de combatir el virus H5N1, la cepa de la gripe del pollo que se transmite a seres humanos.
Según Schumer, Roche debía permitir la producción de Tamiflu a otros laborarorios, pues carece de capacidad para fabricarlo en cantidades suficientes mientras crece el temor de que se desate una pandemia de gripe aviar, lo que ocurriría si una mutación del virus permite su contagio entre humanos.
«Si no comienzan a ceder la patente de Tamiflu para aumentar radicalmente la producción mundial, propondré un ‘remedio legislativo’ por mes a partir de hoy», advirtió el legislador estadounidense.
«Roche ubica su propio interés por delante de la salud mundial, cuando tenemos una pandemia potencial que podría desatarse en cualquier momento», agregó.
El jueves, cinco días después de la advertencia, Roche cedió la licencia a cuatro farmacéuticas estadounidenses para fabricar Tamiflu, pero genérico, como se denomina a los fármacos identificados por el nombre de su principio activo pero mucho más baratos que sus equivalentes con marca registrada.
Un pensamiento tan iluminado –que la salud pública mundial importa más que el lucro de Roche– surgió sólo después de saberse que el virus H5N1, que ataca a Asia sudoriental desde enero de 2004, cruzó las fronteras hasta ingresar en Europa.
Las autoridades sanitarias europeas sintieron entonces que este viraje en los acontecimientos era suficiente para calificar la gripe del pollo de «amenaza mundial». Y, para salvar a sus ciudadanos, funcionarios de la Unión Europea iniciaron un diálogo con la industria farmacéutica.
Los políticos asiáticos, en cambio, han considerado que no podían darse el lujo de comportarse como sus pares de Estados Unidos y la Unión Europea, a pesar de los 60 muertos que ya sufrió la región, 43 de ellos en Vietnam y 13 en Tailandia, para nombrar solo dos países.
Esos políticos, y los del Sur en desarrollo en general, conocen bien la rudeza con que Washington y Bruselas defienden las patentes de los grandes laboratorios. Y no solo los de medicamentos que combaten la gripe aviar, sino también de otros contra numerosos males que cada año se cobran millones de vidas.
«La reacción en Estados Unidos y en la Unión Europea no solo refleja un doble discurso, sino que es absurda», dijo a IPS Nicola Bullard, investigadora del centro académico Focus on the Global South, con sede en Bangkok.
«Es absurdo porque quieren que Roche renuncie a sus derechos de patente para combatir una enfermedad que es solo una amenaza y no existe como pandemia humana», opinó Bullard.
No hubo compasión de los líderes de Estados Unidos y la Unión Europea hacia los afectados por pandemias como las de sida, tuberculosis y malaria en el Sur en desarrollo, con escaso acceso a medicamentos muy caras, según la experta.
El sida mató a más de tres millones de personas el año pasado, la mayoría en África, la tuberculosis, a dos millones, y la malaria, a un millón.
El mes pasado, la organización humanitaria Médicos sin Fronteras escribió a la Organización Mundial del Comercio (OMC) una carta pública para advertir sobre las consecuencias de poner el lucro por encima de la vida humana.
«La crisis del sida demuestra la urgente necesidad de asegurar la disponibilidad de medicinas esenciales a precios asequibles», indicó Médicos sin Fronteras al nuevo director general de la OMC, Pascal Lamy.
La situación empeorará, según la organización humanitaria, «a medida que el impacto de la protección de las patentes sobre medicinas para tratar el sida se vuelva más evidente en los próximos años».
Camboya, uno de los países más pobres de Asia, es un caso digno de estudio. Al integrarse a la OMC el año pasado, afrontaba la posible pérdida de acceso a medicamentos genéricos baratos que retardan el desarrollo del sida en portadores del virus de inmunodeficiencia humana (VIH).
Esa posibilidad era alimentada por la presión de Estados Unidos y la Unión Europea, donde están radicadas la mayoría de las grandes compañías farmacéuticas.
Camboya tiene la más elevada presencia de VIH en Asia del Pacífico: casi 1,9 por ciento de los adultos son portadores del virus.
En la actualidad, según el Programa Conjunto de las Naciones Unidas para el VIH/Sida (Onusida), carecen de acceso a medicamentos contra el sida más de la mitad de los seis millones de portadores del VIH que los necesitan en el Sur, lo cual los condena a una muerte precoz y evitable.
En cambio, los portadores de VIH en el Norte industrializado tienen una amplia disponibilidad de medicamentos antirretrovirales, y la capacidad económica para adquirirlos.
Pero no es ésta la primera vez que el mundo presencia el espectáculo de políticos del Norte ignorando un principio que ellos mismos han santificado –como la protección de las patentes farmacéuticas– como consecuencia de una crisis de salud pública que afecta sus países.
Alemania, Australia, Canadá, Estados Unidos, Gran Bretaña, Italia y Nueva Zelanda, entre otras naciones, han violado las normas internacionales sobre propiedad intelectual cuando afrontan emergencias de salud pública.
Lo han hecho a través de la «licencia compulsiva», una medida prevista en la legislación de muchos países y que les permite autorizar la producción de un fármaco a otros laboratorios instalados en el país, estableciendo una remuneración fija a la compañía propietaria de la patente.
Canadá dispuso 613 licencias compulsivas para la importación o fabricación de genéricos entre 1969 y 1992, y pagaba a los laboratorios tenedores de la patente regalías de cuatro por ciento sobre el precio de venta neto, informó la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en un viejo informe.
«En Estados Unidos, la licencia compulsiva se empleó como remedio en más de 100 acuerdos extrajudiciales en juicios contra trusts, referidos a antibióticos, esteroides sintéticos y diversas patentes biotecnológicas», agrega el informe.
Pero, como dice Bullard, a los gobiernos del mundo en desarrollo se les niega ese privilegio, como si la vida de los pobres valiera menos que la de los ricos.
La exitosa advertencia del senador estadounidense Schumer refuerza esa idea, según la activista.