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José Domínguez, El Cabrero

Flamenco libre, flamenco libertario

Fuentes: Rebelión

Heredero del flamenco protesta de otros tiempos, su cante, profundo y tenaz en el umbral del siglo XXI, se apuntó a la desobediencia para levantar barricadas imaginarias frente al poder. Para entonces ya era un artista imposible de catalogar, imposible de callar. Estas atinadísimas palabras las escribió Valentín Ladrero en su ensayo Músicas contra el […]

Heredero del flamenco protesta de otros tiempos, su cante, profundo y tenaz en el umbral del siglo XXI, se apuntó a la desobediencia para levantar barricadas imaginarias frente al poder. Para entonces ya era un artista imposible de catalogar, imposible de callar.

Estas atinadísimas palabras las escribió Valentín Ladrero en su ensayo Músicas contra el poder y se refieren, cómo no, a ese cantaor de flamenco inconmensurable, cabal, salvaje, que es el Cabrero.

José Domínguez Muñoz, el Cabrero, (Aznalcóllar, Sevilla, 19 de octubre de 1944) es, hoy por hoy, el más importante cantaor de flamenco de todo el panorama nacional. Es más: el Cabrero es, probablemente, la única leyenda viva de este arte inmemorial. A día de hoy no existe nadie que le haga sombra. Ningún otro cantaor, ni hombre ni mujer, posee el magnetismo, el carisma, la dignidad, la valentía, el dominio y la capacidad de emocionar al oyente que tiene el cantaor de Aznalcóllar. Si este maestro de maestros hubiese nacido, pongamos por caso, en el delta del Misisipi o en la ciudad de Nueva York, y en vez de cantaor de flamenco fuese un bluesman o un cantante de jazz, sería una estrella de nivel mundial, y en España se hablaría de él en los telediarios y en la prensa del régimen y a los modernos se les caería la baba elogiando su inmensa talla artística. Pero no nos engañemos: las cosas son como son, y El Cabrero es quien es. Un cantaor de flamenco, libertario y libre, que hace en todo momento lo que le dicta su santísima voluntad, que canta lo que tiene que cantar, que está en el lado de la trinchera que tiene que estar, que nunca ha tenido miedo y nunca se ha movido estratégicamente por ver aumentadas las ventas de sus discos o por recibir tal o cual premio. Eso queda para otros. Él va a lo suyo, que no es otra cosa que su arte, su solidaridad, su libérrima manera de vivir, que no es poco. Tal vez por eso destacadas figuras internacionales como Chick Corea, Ornette Coleman, Peter Gabriel o Gilberto Gil se declaran admiradores suyos, algo de lo que no todos pueden presumir.

Viene todo esto a cuento a propósito del más reciente disco de José Dominguez, el Cabrero; Ni rienda ni jierro encima (Atípicos Utópicos, 2018), un disco publicado desde la más absoluta independencia y autogestión y que ha aparecido tras un largo silencio discográfico que ya duraba siete años. El propio título ya es toda una declaración de intenciones y un aviso a navegantes: a mis setenta y tres años no me inclino ante nadie y voy a seguir haciendo lo que me sale de las narices.

Si las cuentas no me fallan, Ni rienda ni jierro encima es el decimoctavo disco en estudio de José Dominguez, el Cabrero, desde que en 1975 irrumpiera en el conservador mundo del cante flamenco con aquella primera colección de cantes titulada Así canta el Cabrero, con su flamenco empapado en anarquía y rebeldía, con sus letras de denuncia y su personalísima voz. Desde entonces han pasado más de cuarenta años, cuatro décadas repletas de noches y más noches memorables sobre los escenarios de medio mundo, dejando aquí y allá sus versos vehementes, su flamenco revolucionario, su honestidad brutal y su grito desgarrador de denuncia y coraje. Cualquiera que haya tenido ocasión de verlo sobre un escenario, desgranando en sus incendiarios recitales sus fandangos, sus soleás o sus seguiriyas estará de acuerdo conmigo.

Ni rienda ni jierro encima ha sido producido por Emiliano Dominguez, que, para quien no lo sepa, es el hijo del cantaor y también se dedica en cuerpo y alma a la música con su proyecto Zapata, en el que aúna magistralmente poesía de combate y música, y fue grabado en el Estudio Atípicos Utópicos de Valencina de la Concepción, en Sevilla. La guitarra la ha tocado de manera sobria y precisa Manuel Herrera, y Kutxi Romero, del grupo de rock Marea, golpea el yunque con el que se inicia el disco de manera minimalista y ancestral. El hermoso diseño gráfico de la evocadora portada es de Víctor Zapata Bicho. Además hay que destacar la colaboración en las letras de Elena Bermúdez, mánager y factótum inseparable del cantaor durante más de media vida. Para elaborar este disco, el Cabrero ha seguido el proceso inverso a lo que es su manera habitual de trabajar: ha partido de los textos para elaborar los cantes, cuando hasta ahora siempre había hecho lo contrario, partir de los cantes para llegar a las letras. Y es que según escribe el propio cantaor en el libreto que acompaña el disco, «Los cantes que van aquí y yo nos conocemos y nos queremos desde hace muchos años.» Y añade: «Siempre vuelvo a ellos, cuando joven y ahora». Para concluir con esta afirmación: «ya nos tratamos como viejos amigos.» Y eso se nota, pues cada palabra que se canta en este disco tiene un regusto a sinceridad que no deja indiferente al oyente cómplice.

Se inicia esta nueva entrega del cantaor sevillano con unas tonás, tituladas «Que la unión hace la fuerza»: Siempre el hambre de los pobres / es la abundancia del rico, canta de manera sublime José en un palo que siempre le ha sentado como anillo al dedo. Le sigue un cante por soleá que da título al disco, y que contiene los que, en mi opinión, son los versos más potentes de todo el álbum:

Yo no creo en Dios,

creo en el aire y el agua,

creo en la tierra y el sol.

Una declaración de principios emocionante y sincera. Unos versos con los que más de uno y más de dos, incluido el que esto escribe, nos identificamos sin dudarlo.

En el disco también hay, como no podía ser de otra manera tratándose de un disco de José, fandangos. En los fandangos naturales titulados «Que devuelvan el dinero», canta estos versos que bien podrían haber sido la banda sonora ideal del movimiento 15M:

Que devuelvan el dinero

que se llevó el capital

que están ricos los banqueros

y también la patronal

esa que explota al obrero.

Y en los fandangos de Alosno titulados «No soy gallo de corral», no regala estos certeros versos:

La madre que me parió

dijo que nací gritando

y ahora que ya soy viejo

voy a morir denunciando

las injusticias que veo.

En mi opinión, quizás el momento más álgido de este nuevo disco sea la liviana y serrana titulada «Amapola del trigo», un cante sobrio, revestido de cierta solemnidad, que deja un regusto milenario en el que lo escucha, y en el que el Cabrero canta con una grandeza y una jondura que pone la piel de gallina.

Pero hay mucho más. Entre los surcos de este genial disco podemos encontrar seguiriyas, malagueñas y rondeñas, jabera y jabegote, e incluso un valls criollo por bulerías. Se cierra el disco con un bonus track que no es un palo flamenco, sino una adaptación de un tema de los compositores Horacio Guarany y Armando Tejada, que se llama «Coplera del prisionero», un tema que, a priori, poco tiene que ver con el universo flamenco, aunque sí con el Cabrero, pues, en sus propias palabras «es un tremendo grito de libertad hecho canción y se ha puesto de regalo al final del disco.»

Sólo me queda añadir que, si tienes ocasión de ver a este genial artista en uno de sus próximos conciertos en la que va a ser su gira de despedida de los escenarios, no te lo pierdas. Ve y escucha, y disfruta, y empápate hasta la médula de la mejor poesía flamenca, libertaria y libre, que se puede escuchar en estos momentos, la de José Domínguez, el Cabrero. Y si es posible, hazte con un ejemplar de Ni rienda ni jierro encima, porque es un disco estupendo, porque es el disco de plenitud de una leyenda viva del arte flamenco. De José Domínguez, el Cabrero. Por supuesto. ¿De quién, si no?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.