El Tratado de Libre Comercio (TLC) de Colombia y Estados Unidos, que podría firmarse entre octubre y noviembre de este año, mantendrá la exención de aranceles que ya favorece a la formidable floricultura colombiana. Pero no se prevén mejores ingresos y condiciones laborales para sus 100.000 operarios. El sector floricultor ha crecido en cuatro décadas […]
«En tan solo 35 años de actividad, el sector logró convertirse en el segundo exportador mundial de flores frescas cortadas, después de Holanda», afirma el sitio en Internet de la Asociación Colombiana de Exportadores de Flores (Asocolflores) entidad privada creada en 1973 y ahora con 200 afiliados.
Colombia es el principal proveedor de flores del mercado estadounidense, con 60 por ciento del total, y el cuarto de la Unión Europea, con cuatro por ciento del volumen importado.
«El crecimiento es importante, por supuesto. Pero detrás de esta imagen hay derechos vulnerados. Los trabajadores, y en especial las mujeres, (65 por ciento del total) no cuentan con garantías que permitan el ejercicio laboral de manera digna», dijo a IPS la abogada Diana Alexandra Castañeda, de la no gubernamental Corporación Cactus, que acompaña denuncias de operarios.
La floricultura se inició a finales de la década de 1960 en las poblaciones de Mosquera, Madrid y Funza, municipios situados entre 23 y 29 kilómetros al occidente de Bogotá, que ofrecían condiciones propicias para la siembra y el ganado.
La región era entonces habitada por campesinos que surtían de productos agrícolas y pecuarios a los habitantes de su zona de influencia, incluidos los bogotanos.
Con timidez, se iniciaron los primeros cultivos de rosas, pompones, claveles y alstroemerias. Las primeras empresas tuvieron un carácter familiar, y los hijos de los antiguos trabajadores recuerdan como sus padres lograron comprar con su trabajo viviendas sencillas, pero apropiadas.
En 1995 las exportaciones alcanzaron los 475 millones de dólares, según se registra en la historia de Asocolflores.
Poco después, en 1998, ingresó al negocio la corporación estadounidense de alimentos Dole y «adquirió la firma Splendor Flowers, que se consolida como una de las más grandes empresas en Latinoamérica, con 2.500 empleos, 1.700 directos y 800 por contratos temporales», relató la sindicalista Beatriz Fuentes, presidenta del sindicato Sintrasplendor, uno de los seis que han constituido los trabajadores de la floricultura en la última década.
«Ahí fue cuando se empezaron a notar cambios en los sistemas de contratación, y se aumentaron los tallos por cortar y los ramos por empacar», dijo Fuentes.
Los cultivos se ampliaron a los municipios de Tocancipá, Gachancipá, Sopó, Chocontá, Suesca y Chía, situados entre 30 y 68 kilómetros al norte de Bogotá.
El departamento de Cundinamarca, en el que se encuentran los municipios mencionados, da cuenta de 85 por ciento de la producción nacional. Antioquia, en el noroccidente, aporta 12 por ciento, y Valle y Cauca, sudoccidente, tres por ciento.
A medida que crecía la colorida y fragante industria, se hacían notorios los problemas por el uso de fertilizantes y pesticidas sin la precaución debida.
De acuerdo con normas internacionales adoptadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS), los trabajadores no deben ingresar a los campos cultivados antes de transcurridas 24 horas de una fumigación.
Sin embargo, las encuestas contenidas en la investigación «Detrás de las flores, los derechos», efectuada por la Corporación Cactus entre 2000 y 2004, hallaron que «las y los trabajadores no son retirados del cultivo cuando se realizan labores de fumigación, contaminándoles su cuerpo y su ropa y exponiéndolos a sufrir intoxicaciones».
Uno de los casos más graves fue el de Carmen Elvita, a quien el Departamento de Toxicología de la Universidad Nacional le diagnosticó «polineuropatía sensitivo-motor con compromiso axonal y mielínico» en mayo de 2005, esto es problemas de movilidad y sensibilidad tras 10 años de cultivar flores.
Elvita quedó incapacitada, y su recuperación parcial tardó más de un año.
No se conocen de manera suficiente los daños causados por los agroquímicos de la floricultura en el agua, la tierra o los alimentos que comen los animales y que luego son consumidos por las personas.
Las «vacas lactantes alimentadas con residuos de clavel producen leche contaminada con plaguicidas en concentraciones superiores a las permitidas por la OMS», afirma el estudio «Determinación de la degradabilidad de los insecticidas y pesticidas tóxicos aplicados al clavel», realizado por la Facultad de Zootecnia de la Universidad de La Salle y el Instituto Nacional de Salud. Desechos de rosas con una mezcla de urea y fertilizantes se usan en la preparación del suelo con destino a pasturas. En este compost se han detectado restos de plaguicidas.
Hay otros problemas más allá de la contaminación.
Esperanza Cerero se recupera de la tercera cirugía del túnel del carpo. Según el Ministerio de la Protección Social, este trastorno doloroso de la mano y la muñeca se origina al realizar una sola actividad repetitiva. La floricultura es el sector más afectado por esta enfermedad laboral, con 32 por ciento de los casos, de los cuales 89 por ciento son mujeres, afirma la cartera.
El problema se presenta porque las operarias no son rotadas para el cumplimiento de distintas labores: cortar flores, encanastar o desbotonar. Las empresas exigen 350 cortes de botones por cada hora de trabajo.
«Esta exigencia para mí no se cumple, dado el problema que tengo y porque estoy amparada por ser miembro del sindicato Untraflores. Pero la situación es complicada para la mayoría de operarios», afirmó Cerero.
Las exigencias de productividad crecen en fechas como el Día de San Valentín, la fiesta de la madre, y las festividades de final de año. En esas ocasiones, el número de operarios se aumenta hasta 25 por ciento por empresa.
Dole, por ejemplo, contrata hasta 600 operarios en buena parte suministrados por empresas conocidas como Cooperativas de Trabajo Asociado (CTA), favorecidas por la reforma laboral en vigor desde 2002, cuando se inició el primer período del presidente Álvaro Uribe.
La figura de las CTA elimina la responsabilidad directa de las compañías productoras en cuanto al pago de la seguridad social. «En especial las mujeres se ven afectadas al ser despedidas sin causa justa, en estado de embarazo o sin cumplir el derecho a la lactancia», aseguró la abogada Castañeda.
«El desempleo y el alto número de personas desplazadas (por la guerra interna) son también favorables para las CTA, porque esta población acepta trabajar bajo circunstancias difíciles o anómalas, dada su necesidad de ingresos. Las mujeres están frecuentemente al cuidado de los hijos y muchas veces de sus padres», agregó Castañeda.
En cambio, los floricultores se han beneficiado de reformas económicas internas y de la Ley de Preferencias Arancelarias Andinas (APTA, por sus siglas en inglés) expedida en 1991 como componente comercial de la política antidrogas de Estados Unidos.
En 2002, la APTA fue sustituida por la Ley de Preferencias Arancelarias Andinas y de Erradicación de Drogas (Atpdea), mediante la cual se conservaron las exenciones, con una vigencia hasta el 31 de diciembre de este año.
Así, el TLC se constituye en la posibilidad de mantener esas preferencias arancelarias para las flores colombianas, entre otros productos.
Pero ese acuerdo no prevé mejoras laborales que podrían elevar los salarios del sector, fijados en el valor del sueldo mínimo, equivalente este año a unos 163 dólares mensuales.
***** + Asociación Colombiana de Exportadores de Flores (http://www.ascolflores.org) + Corporación Cactus (http://www.cactus.org.com) + Universidad de La Salle (http://www.lasalle.edu.co/)