Se habla mucho entre los economistas «progresistas» de que el FMI y el Banco Mundial han cambiado de página. Atrás quedaron los días del apoyo a la austeridad fiscal, cuando exigían que los gobiernos nacionales redujeran los niveles de deuda pública e insistían en la condicionalidad a los países que pedían prestados fondos del FMI-BM, de manera que sus gobiernos privatizasen sus activos estatales, desregulasen los mercados y recortaran los derechos laborales.
Tras la experiencia sin precedentes de la recesión pandémica del COVID, el antiguo «Consenso de Washington» ha terminado y ha sido reemplazado por un nuevo «consenso». Mientras que el «Consenso de Washington» para las políticas económicas internacionales de la década de 1990 creía que la razón del bajo crecimiento era consecuencia de los errores de los gobiernos y les aconsejó que no fueran un ‘obstáculo’ para las fuerzas del mercado, ahora los directivos del FMI, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio piden más gasto fiscal, más fondos para préstamos y medidas para reducir la desigualdad entre naciones y dentro de estas impuestos más altos a los ricos.