Cuando los autoproclamados guardianes económicos del mundo y miles de personas que protestaban en manifestaciones convergen en Pittsburgh para la tercera cumbre del G 20, hay pocas esperanzas de que salga de la reunión alguna iniciativa drástica para tomar medidas de coordinación capaces de lidiar en serio con la crisis económica global. A pesar de […]
Cuando los autoproclamados guardianes económicos del mundo y miles de personas que protestaban en manifestaciones convergen en Pittsburgh para la tercera cumbre del G 20, hay pocas esperanzas de que salga de la reunión alguna iniciativa drástica para tomar medidas de coordinación capaces de lidiar en serio con la crisis económica global.
A pesar de la amenaza del presidente Sarkozy de abandonar la cumbre si los dirigentes se mostraban incapaces de poner un tope a las remuneraciones y a las bonificaciones de los altos ejecutivos, consideradas causa clave de la implosión financiera, el consenso forjado al respecto es probablemente más retórico que de substancia, debido a la impertérrita preferencia de Washington por políticas basadas en el cumplimiento voluntario por parte de los banqueros. Como han señalado algunos observadores, eso es como pretender que los alcohólicos se abstengan de tomar alcohol.
La regulación financiera: ¿una ilusión?
Habrá también acuerdo general en principio sobre la necesidad de exigir mayores reservas a las instituciones financieras, de las cuales esperan los gobernantes que pongan brida a sus inversiones temerarias. Pero el demonio mora en los detalles, y en este extremo los europeos quieren niveles más elevados de reservas de lo que Washington está dispuesto a apoyar. Motivo avanzado por Washington para su renuencia: no quiere imponer reglas que pudieran poner trabas a la «eficiencia» del sistema financiero. Motivo real: los bancos siguen siendo un formidable lobby que disfruta de la simpatía del Secretario del Tesoro, Tim Geithner, quien ya en su época de jefe de la Reserva Federal de Nueva York participó en algunas de las decisiones cruciales que trajeron consigo la debacle financiera de 2007-2008. La dura realidad es que, dos años y arreo después de que la crisis de las hipotecas subprime estallara en el verano de 2007, no se ha aprobado ninguna medida regulatoria financiera nueva de algún alcance destinada a embridar la propensión de las instituciones sobreapalancadas de Wall Street a juguetear con un volumen de derivados financieros no regulados que alcanza un valor estimado de 600 billones de dólares. Al contrario: se han inventado nuevos instrumentos especulativos, como los derivados que permitirían a los inversores hacer dinero con la venta de planes de seguros de vida contratados por personas mayores que no pueden ya seguir pagándolos.
El debate sobre el gasto en estímulos
La declaración final de la cumbre exhortará seguramente a los países a que mantengan los estímulos a fin de sostener la demanda y contrarrestar la contracción económica. Pero la realidad es que, presión mediante de los conservadores económicos, hay pocas ganas en los EEUU de proceder a mayores gastos de estímulo, y eso a despecho de la persistente contracción de su economía. Así, el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, y otros funcionarios han estado fantaseando con la idea de que se ve ya la luz al final del túnel y de que la recesión global terminará probablemente pronto, lo que implicaría menores necesidades de gasto en estímulos públicos. Como reveló un memorándum de la Casa Blanca dirigido a los gobiernos europeos y revelado por el periodista Greg Palast, debería permitirse que cada nación «desplegara» sus esfuerzos antirrecesivos «a ritmos adecuados a las circunstancias de cada economía». Ese memorándum venía a responder a los temores europeos de que los EEUU pudieran cerrar antes de tiempo el grifo del gasto en estímulos, creando problemas a Europa y a todos, dada la centralidad de la economía estadounidense. Subrayando la diferencia, una nota de un alto funcionario de la Unión Europea citada por Palast afirma: «‘Es esencial que los Jefes de Estado y de Gobierno presentes en esta cumbre persistan en las medidas de política económica que han adoptado’, y que no actúen unilateralmente. ‘Las estrategias de salida [tienen que] realizarse de manera coordinada’.»
A despecho de esas importantes diferencias que podrían resultar en políticas divergentes, habrá un esfuerzo para maquillar los puntos disonantes y, como predijo en un foro recientemente celebrado la antigua representante norteamericana para asuntos comerciales, Susan Schwab: «Saldrán y dirán que fue un gran éxito».
Las economías asiáticas dependientes de las exportaciones
Los planes de estímulo por parte de los EEUU y de los países europeos tendrán una particular importancia para los participantes asiáticos. Estamos muy lejos en Asia de una recuperación sostenida, pero algunos países han logrado mitigar los peores efectos de la recesión y hasta han crecido un poco en los últimos meses, gracias a los agresivos gastos en estímulos. En China, por ejemplo, la economía creció un 7,9% en el segundo trimestre, un fenómeno impulsado básicamente por el estímulo de 585 mil millones de dólares que el gobierno inyectó en la economía a comienzos de año. Pero para las economías orientadas a la exportación como la de China y otros países del Este asiático, una recuperación sostenida dependerá de la recuperación de una robusta demanda de consumo en los EEUU y en Europa. Muchos analistas sostienen, sin embargo, que, aun si Washington siguiera apoyando a la economía con más dólares de estímulo, se tardaría mucho antes de que los consumidores norteamericanos -buena parte de los cuales se hallan endeudados hasta las cejas- pudieran volver a ser el motor de la economía global. Lo que significa que el estancamiento global será un fenómeno de largo plazo.
Foro ilegítimo
Tras tres cumbres de las que todo lo que ha salido han sido vagarosas recomendaciones políticas de cumplimiento voluntario, muchos dudan de la pertinencia del G 20 como institución de toma de decisiones capaz de enfrentarse a la crisis económica. Y desde luego, se ve poca voluntad política para tomar las duras decisiones que se precisan para poner coto a la caída o aun para mitigar el impacto de la misma, ya en forma de ayuda masiva a los países pobres, ya con una mayor coordinación del gasto en estímulos en los países capitalistas centrales, ya con una mayor representación en el FMI de los países en desarrollo, o con una regulación más estricta de las temerarias instituciones financieras.
Por otra parte, con su falta de legitimidad como foro internacional y su imagen de club de los ricos y poderosos -a pesar de la inclusión de China, la India y algunos otros grandes países en vías de desarrollo-, el G 20 se ha convertido en objetivo perfecto para manifestantes, varios miles de los cuales han marchado estas pasadas semanas contra la economía neoliberal de mercado y a favor de la justicia global y de otras causas. ¿Cumplirá el G 20 en la década venidera el papel de farolillo verde del renacimiento del movimiento antiglobalización que cumplió la OMC [Organización Mundial de Comercio] a fines de los 90?
Walden Bello, profesor de ciencias políticas y sociales en la Universidad de Filipinas (Manila), es miembro del Transnational Institute de Amsterdam y presidente de Freedom from Debt Coalition, así como analista sénior en Focus on the Global South.
Traducción para www.sinpermiso.info: Ricardo Timón