Dedicado a Alexandra Martínez, a Emiliano Terán Mantovani, a los y las jóvenes de las comunas que son defensores críticos del proceso. Por lo tanto combatientes contra los montajes burocráticos y las simulaciones demagógicas. ¿Son realmente progresistas los gobiernos llamados «progresistas»? Esta pregunta se encuentra contenida o relacionada con otra: ¿Son realmente revolucionarios los gobiernos […]
Dedicado a Alexandra Martínez, a Emiliano Terán Mantovani, a los y las jóvenes de las comunas que son defensores críticos del proceso. Por lo tanto combatientes contra los montajes burocráticos y las simulaciones demagógicas.
¿Son realmente progresistas los gobiernos llamados «progresistas»? Esta pregunta se encuentra contenida o relacionada con otra: ¿Son realmente revolucionarios los gobiernos llamados «revolucionarios»? El problema de estas preguntas es que se las hace desde la historia[1], es decir, desde la interpretación de la experiencia, por lo tanto, se hace estas preguntas desde la representación. Se supone que se representa a unos gobiernos como «progresistas» a diferencia de otros gobiernos que son representados como «conservadores». Lo mismo respecto a los gobiernos llamados «revolucionarios»; habría, en contraste, gobiernos «contra-revolucionarios» o, si se quiere, «reaccionarios». Estos contrastes son representativos, es decir, son representaciones que ayudan a clasificar, lo que ayuda a describir, después a explicar. Se evalúa, se hace el análisis, desde el mundo de las representaciones, concretamente, desde un paradigma teórico. Sin embargo, el referente, en este caso aquello que se llama gobierno, no tiene por qué restringirse al atributo otorgado por la teoría, por la interpretación. El atributo otorgado tiene un alcance metodológico, extendiéndonos, tiene un alcance epistemológico; en tanto que el primer alcance busca ordenar la información con el objeto de la investigación, y el segundo alcance persigue lograr la explicación del fenómeno en cuestión.
El gobierno de referencia no tiene por qué contener en sí el atributo otorgado por la teoría. Tiene un alcance teórico; es decir, explicativo, tiene vigencia en el campo teórico; empero, este atributo no es ninguna esencia, ninguna sustancia, ningún contenido, como materialidad social o, si se quiere, realidad. Si bien, las distinciones logradas por la explicación permiten, en la diferenciación y en el análisis, distinguir en la experiencia social formas de gobierno, y por lo tanto, sugerir comportamientos y relaciones diferentes en relación a estas formas distintas, no puede asumirse que los conceptos usados restrinjan definitivamente la complejidad.
Ante las evidencias de que hay más analogías entre gobiernos «progresistas» y «conservadores», es menester volver a replantearse la caracterización de los gobiernos. En adelante propondremos otros recursos teóricos para abordar la temática política.
Redefinición de gobierno
El gobierno, en su singularidad, responde a combinaciones estructuradas, que aparecen como condiciones de posibilidad política, conjugadas con combinaciones casuales de cuadros humanos; es decir, perfiles individuales de gobernantes, funcionarios, legisladores, juristas, tribunales. Así como también combinaciones de esquemas de comportamiento y esquemas de acciones, más o menos limitadas u orientadas por pretensiones programáticas, condicionadas por la acumulación y disponibilidad de fuerzas y recursos. Hablamos entonces de una composición de singularidades, que dan lugar a un perfil político en el contexto de la malla institucional, de los límites de la estructura institucional llamada Estado. En esta composición múltiple, sujeta a variaciones imperceptibles, a variaciones de detalle, inclusive a crisis de gabinete, que responden a la propia crisis política, de la que el gobierno forma parte, se mantiene un perfil gubernamental. Perfil dibujado en las circunstancias reiteradas de estas combinaciones particulares, propias de singularidades subjetivas, aquejadas por las ansias y las premuras de poder. En este contexto de combinaciones y de composiciones, ciertas circunstancias pueden cobrar peso e incidir en el perfil perdurable del gobierno. Por ejemplo, cuando en el gobierno se encuentra un caudillo, el gobierno se forma siguiendo las pretensiones del caudillo, tomadas como indispensables por los entornos de alabadores y climas de sumisión de los funcionarios. En el lenguaje popular el nombre del caudillo se convierte en el nombre del gobierno; en los casos de larga perduración, en las temporalidades políticas, el nombre del caudillo se transfiere al nombre del Estado. Podemos hablar entonces ya no sólo de partido-Estado sino de caudillo-Estado. Aunque todo esto de los nombres dados al gobierno y al Estado se mueve en el campo de las representaciones, sobre todo en el imaginario popular, de alguna manera muestra las formas de los perfiles de gobierno, las formas de las combinaciones singulares, en ese clima político que llamamos gobierno, que Michel Foucault reconocía como gubernamentalidad[2].
Ciertamente la presencia o ausencia del caudillo no resume el conjunto de combinaciones en la composición del gobierno, hay otras combinaciones de singularidades, que hacen, en conjunto, al gobierno, quizás hasta más importantes en lo que respecta a la presencia o ausencia del caudillo. Algunas de estas combinaciones tienen que ver con la herencia de un estilo de gobierno; en algunos casos, esta herencia tiene que ver con habitus de la clase política; clase donde entran tantos los gobernantes circunstanciales, así como los funcionarios, los representantes, los juristas, los miembros de tribunales. Se trata de habitus relativos a los mandos, a las administraciones, a las prácticas y relaciones políticas. Habitus conformados largamente como costumbres y esquemas de comportamiento, también como prejuicios; es decir, como visiones de grupos y estratos dedicados o vinculados al gobierno. Se puede incluso hablar de una cierta inercia respecto a estas prácticas, relaciones, costumbres, visiones, que hacen a los habitus de la clase política. Cuando estos habitus pesan masivamente en el quehacer del gobierno imponen un curso inhibidor y limitante, postergando soluciones, peor aún, evitando cambios, incluso los más restringidos a modificaciones específicas.
El sentido de gobierno, que tiene que ver con la acción de gobernar, se remonta al arte de la navegación; tiene que ver con el gobierno de las fuerzas con las que se enfrenta la nave, que tiene que ver con el conducir a buen destino la nave. Se trata de las fuerzas que enfrenta la nave, fuerzas que pueden hacer naufragar la nave, que, sin embargo, al mismo tiempo, son las fuerzas que posibilitan el movimiento de la nave y el curso de la nave. En este sentido, gobernar es más que dirigir, pues supone un conocimiento de las fuerzas, conocimiento que ayuda al aprovechamiento de las fuerza para la buena conducción de la nave. También se trata del gobierno de la tripulación que maneja la nave; por lo tanto, se trata del mando de los que maniobran la nave en su ruta marítima, aprovechando el desplazamiento de las fuerzas. Ahora bien, ¿dónde radica el sentido de gobierno, el sentido de gobernar, en la administración de las fuerzas o en mando de la tripulación? El gobierno de la nave comprende tanto el gobierno de las fuerzas como el gobierno de la tripulación; gobierno, este último, que puede ser entendido como la referencia al gobierno de otras fuerzas, esta vez, humanas. Ciertamente cuando la metáfora de gobierno se transfiere al gobierno de la polis, la connotación hace más hincapié en la ciudad, en los ciudadanos, si se quiere, en el gobierno del pueblo. La polis no es una nave; pero, ¿puede entenderse que enfrenta a fuerzas, por así decirlo, externas, o, mas bien, en contraste, se enfrenta a las fuerzas internas, las que componen la misma ciudad? Al respecto, el sentido de gobierno deja de tener una connotación meramente física, como en el caso del gobierno de la nave, sino que también adquiere una connotación ética; se habla de gobierno de sí mismo, de gobierno del oikos y del gobierno de la polis. El gobierno viene a ser el ocuparse de sí mismo, el conocerse a sí mismo, también el ocuparse de la familia, para poder ocuparse de la ciudad. El arte de gobernar supone conocimiento, también supone técnicas y obviamente supone ética.
El concepto de gobierno en la modernidad adquiere otras connotaciones más amplias, como administrar el territorio, administrar los recursos del territorio, administrar las cosas, así como administrar a los seres humanos. Gobernar es tanto legislar, garantizar el cumplimiento de las leyes, así como llevar a buen término la gestión de la república. Como puede verse, este concepto de gobierno se concentra sobre todo en lo que podemos llamar las fuerzas internas, teniendo como base, el gobierno de los seres humanos, incorporando parte de las fuerzas, que pueden haberse considerado como fuerzas externas, ahora consideradas como fuerzas internas, debido a que forman parte del territorio soberano. La imagen de viaje del gobierno de la nave se transforma en la imagen temporal del periodo de la gestión. No es tanto la idea del viaje lo que prepondera sino la idea de cronograma, de cumplimiento de tareas, del cumplimiento de un plan o si se quiere del cumplimiento de un programa.
Hay distintas formas de gobierno, que Michel Foucault denomina como formas de gubernamentalidad, formas de gubernamentalidad que están vinculadas a formas de Estado. Hay pues una gubernamentalidad policial, vinculada al Estado absoluto, al control territorial del soberano; hay pues una gubernamentalidad republicana, vinculada al Estado-nación; hay pues una gubernamentalidad liberal, reforzada, ampliada, transformada, en gubernamentalidad neo-liberal, entendida por Foucault como biopolítica. Esta gubernamentalidad bio-política es aplicada como seguridad y teniendo como referente a la población. Foucault no encuentra la inversión a todo esto en una gubernamentalidad socialista; pues tal gubernamentalidad no existe; lo que se ha dado es un retorno al Estado policial, paradójicamente, para cumplir tareas de emancipación igualitarias. Algo complicadamente contradictorio.
Podemos distinguir formas de gubernamentalidad, que, de acuerdo a las definiciones de Foucault, parecen ser más estructurales, por así decirlo, más consolidadas; respondiendo a estrategias institucionalizadas, de formas de gobierno, que, para nosotros, resultan ser formas, mas bien, contingentes, de combinaciones más provisionales que estratégicas; por lo tanto, más coyunturales que de mediano y largo plazo. Aunque se pueden encontrar formas de gobierno entre estos perfiles contingentes y las formas de gubernamentalidad, que son formas perdurables, que tienden a tal efecto a un mediano plazo. Hablamos de formas de gobierno populistas, también de las imitaciones de estrategias neoliberales, que incursionan en el mundo contemporáneo. Hablamos de imitaciones de estrategias neoliberales, siguiendo a Foucault, pues él encuentra que el proyecto neoliberal nace teóricamente con Friedrich August von Hayek, discípulo de Friedrich von Wieser y de Ludwig von Mises, hablamos de la escuela austriaca liberal de economía[3]. Proyecto que es aplicado en la Alemania del Oeste, después de la derrota la Wehrmacht, de las fuerzas armadas de Alemania y el derrumbe del Tercer Reich. Es aplicado el proyecto neoliberal bajo el paradigma de la ortodoxia ordo-liberal, sobre las circunstancias del desarme alemán, de la renuncia, como condición de la rendición, a un Estado armado, por lo tanto, a un Estado soberano políticamente. En este contexto, la estrategia alternativa va a ser construir un Estado sobre la base de la soberanía económica, renunciando a la soberanía política. Es en esta situación de posguerra cuando se sugiere optar por el ciudadano-empresa, apostando sobre todo a la competencia, no tanto al libre mercado y a la libre empresa. Llamamos imitación neoliberal a las aplicaciones posteriores del proyecto pues ya no responden ostensiblemente al paradigma ordo-liberal, tampoco se trata de una aplicación que busca construir un Estado sobre la base del mercado, la economía, sin contar con la tutela de un Estado interventor, como había ocurrido en la anterior historia económica y política alemana. Se trata de políticas económicas generalizadas para el mundo, modelos administrativos y monetaristas elaborados por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Cuando se dice que el primer país en aplicarse el modelo neoliberal es Chile, durante la dictadura militar de Pinochet, esto puede ser cierto en lo que respecta a lo que llamamos imitación de la estrategia neoliberal alemana, pero no es cierto cuando nos referimos a una historia más larga del neoliberalismo, entendido por Foucault como bio-política.
Las formas de gobierno populistas no han logrado establecer una forma de gubernamentalidad, en el sentido que Foucault define la gubernamentalidad, como institucionalidad estratégica que combina control espacial, control de la población, retomando formas de modulación de los cuerpos. Los gobiernos populistas exasperan, por así decirlo, formas de gubernamentalidad heredadas, republicanas, liberales, incluso despóticas, incidiendo en la conformación de clientelas[4]. Las relaciones primordiales en los populismos tienen que ver con las relaciones clientelares. En cambio, en los gobiernos de imitación neoliberal, si bien puede haber clientelas, no son las relaciones que se exasperan, sino se busca comprometer a la población en circuitos de deuda, de crédito, exasperando la ilusión de la proliferación empresarial. A pesar de las diferencias, entre las clientelas y los deudores se dan analogías; se trata de contingentes de población rehenes; las clientelas por una relación de dominación afectiva; los deudores por una relación de dominación financiera. En los neopopulismo parecen cruzarse ambas características.
Si bien los populismos, los neopopulismos, también las imitaciones neoliberales, no logran una institucionalidad estratégica, que se prolonga a largo plazo; pueden incidir en medianos plazos, en periodos medianos donde se adquieren habitus prebéndales de parte de las clientelas, habitus de crédito por parte de los contingentes deudores. Ambos estilos se presentan como «promesa», promesa emancipatoria, en el primer caso, «promesa» de recompensa a la competitividad, en el segundo caso. Se trata de formas de gobierno altamente especulativas; fuertemente ligadas al diagrama de poder de la simulación.
El problema para dar cuenta de las formas de gobierno es que se los interpreta desde las representaciones que asumen, no de sus prácticas. Se toman en serio sus discursos, sus autorepresentaciones; esto es como tomar como reales los guiones de las representaciones teatrales, olvidando que se trata de actores, en este caso de actores políticos. Puede tomarse en cuenta el guion, como se hace en el análisis literario o el análisis estético; empero, en este caso, para hacer una análisis de las «ideologías» en curso, no de las prácticas políticas. Las prácticas políticas tienen que ser atendidas en cuanto tales, prácticas, comportamientos, desplazamiento de fuerzas.
En adelante haremos un análisis de las narrativas populistas, neo-populistas, también de las narrativas de imitación neoliberal, contrastadas en los contextos de las experiencias sociales políticas de los periodos populistas, neo-populistas y de imitación neo-liberal.
Las narrativas populistas
Tendríamos que decir que populismo es la corriente «ideológica» y política partidaria del pueblo. Sin embargo, de entrada nos encontramos con un problema histórico; los llamados populistas rusos, que se asumían como partidarios del pueblo eran, en efecto, campesinistas; propugnaban una vía campesina al socialismo, por así decirlo. Parte de sus tendencias se inclinaban al anarquismo, así como otras postulaban el «terrorismo», como arma de lucha contra el zarismo. En cambio, en América Latina se llama populistas a los partidarios del pueblo, mas bien, urbano, aunque también se propongan la reforma agraria. Se trata de corrientes «ideológicas» y políticas que se plantean la soberanía estatal, el fortalecimiento del Estado, la construcción del Estado-nación como acto soberano, incursionando en nacionalizaciones como efecto estatal; usando el Estado para lograr la justicia social. Si bien se tiene más de un siglo de diferencia entre estas experiencias políticas sociales distintas, ambos conglomerados de corrientes «ideológicas» y políticas se denominan populismo; es decir, partidarios del pueblo.
Este problema no tiene por qué resolverse; nos muestra claramente la diferencia de referentes históricos. A partir de esta diferencia referencial, podemos empezar a comprender la construcción de la narrativa política, que, a pesar de aludir a experiencias distintas, las nombra de la misma manera, aunque variando en sus tramas.
En resumen, podemos decir que, por un lado, los partidarios del pueblo son los campesinistas, los partidarios de la comunidad campesina, como modelo de transformación, por otro lado, son los partidarios del Estado al servicio del pueblo. ¿Cómo se ha podido dar esta transformación semántica y conceptual después de más de un siglo, en dos ámbitos geográficos y sociales diferentes? En un caso, los intelectuales radicales encontraron en el pueblo campesino ruso la pureza cultural para enfrentar la perversión de la nobleza y el desborde del capitalismo. En otro caso, los intelectuales nacionalistas encontraron en el Estado, en la defensa del Estado, en la construcción del Estado-nación, el instrumento indispensable para sentar y recuperar la soberanía perdida. En ambos casos, se trata de partidarios del pueblo; es decir, de populistas.
Ciertamente, entre el modelo de la comunidad campesina y el modelo de Estado-nación hay una gran diferencia cualitativa. También vamos a encontrar diferencia en los métodos políticos; por ejemplo, la diferencia entre la acción directa del «terror» y la apelación electoral. Sin embargo, en ambos casos, se recurre al mito de la nación originaria, la nación profunda, eclipsada por el despotismo o por el imperialismo. La nación pura que enfrenta al invasor extranjero, a la nobleza corroída, a la oligarquía apátrida. Por lo tanto, el núcleo de la narrativa populista, parece encontrarse aquí, en la nación ancestral, en la nación conquistada, en la nación dominada, la que tiene que emanciparse o a través de la lucha armada o a través de la victoria electoral.
En tesis anteriores dijimos que el populismo latinoamericano está íntimamente ligado a relaciones afectivas, a relaciones clientelares[5]; esto no deja de ser cierto, sobre todo en el desenvolvimiento efectivo del populismo. Sin embargo, el núcleo organizador de la narrativa parece, mas bien, encontrarse en el mito del origen. Mito de la nación conquistada, también de la nación dispersada y fragmentada, la que tiene que encontrarse de nuevo por un acto supremo emancipatorio. El imaginario populista distingue lo puro de lo impuro, lo propio de lo extranjero, lo auténtico de lo inauténtico; en este sentido, convoca al pueblo a liberarse de los extranjeros, a recuperar el territorio, a encaminarse a una sociedad comunitaria o, en el otro caso, a un Estado soberano. Se entiende entonces que las narrativas populistas sean altamente convocativas.
A partir de este eje textual se pueden tejer variaciones narrativas. El telos puede variar; puede ser el socialismo, el comunismo, por cierto, campesinista, en un caso; puede ser el Estado-nación desarrollado, industrializado, el Estado de la justicia social, en otro caso. La narrativa neo-populista tiende a cruzar ambos telos; se puede proponer el comunitarismo campesino, combinado con el Estado-nación industrializado; también se puede convocar al pueblo campesino así como al pueblo urbano, al pueblo nación. Se puede proponer el modelo de la comunidad campesina combinada con el modelo del desarrollo nacional industrial. Estos cruces, mezclas, combinaciones abigarradas, no perturban al discurso neo-populista; la narrativa se construye con el lenguaje, se constituye en el imaginario. Todo es posible en los ámbitos de lo imaginario, todo es posible en la era de la simulación.
Ahora bien, ¿es un problema que la trama narrativa no acontezca tal cual en el mundo efectivo, aunque parte de este mundo es efectivamente imaginario? No. Las tramas narrativas no tienen por qué darse efectivamente en el mundo como acontecimiento, salvo narrativamente, por cierto. La narrativa es interpretación, es una construcción interpretativa del sentido del acontecer; ayuda a contar con una información elaborada, cuya elaboración orienta las prácticas, las acciones, coadyuva en las cohesiones sociales, preserva las memorias. Las narrativas son por lo tanto útiles para la sobrevivencia. El problema aparece cuando se confunden las narrativas con la llamada realidad, que es un recorte parcial del acontecimiento. Cuando se cree que se actúa en esa realidad siendo que se actúa en la trama de la narrativa, se ha confundido la realidad con su interpretación, que, obviamente, no contiene ni comprende la complejidad que la misma realidad conlleva. Es como caminar en terrenos de topografía accidentada contando con un mapa plano. El caminante se ha de dar choques constantemente, teniendo que retroceder, merodear, re-orientándose a partir de la experiencia, dejando el mapa como una orientación general. Sin embargo, es esto lo que ocurre; los políticos, los «ideólogos» prefieren los mapas planos, confunden las tramas narrativas con la realidad. Este no es un problema de las narrativas, sino de los políticos e «ideólogos».
¿Dónde se encuentran las narrativas? En todas las formas de los lenguajes, incluyendo los lenguajes corporales. Ahora bien, hay narrativas elaboradas como en las novelas, también en las descripciones, así como en las explicaciones; es decir, en las teorías. En lo que respecta a las narrativas populistas, son los y las intelectuales radicales, en un caso, antiimperialistas, en otro caso, los que han conformado narraciones en sentido de tramas históricas. Estas narrativas no solamente son convocativas, sino también explicativas, además de descriptivas, usando la información tenida a mano. Ciertamente las narrativas explicativas ayudaron no solamente a la convocatoria al pueblo, sino también orientaron acciones prácticas en las luchas emancipatorias. En relación a estos textos se constituyeron políticas e «ideologías»; las narrativas se desplegaron variando las tonalidades de la trama. El imaginario popular aportó con sus propios tejidos, hilvanando una proliferación de tramas, cuya ecología narrativa conformó nichos de entramados, que hacen intercambiables los discursos, las acciones, los comportamientos, las consignas. Nada es mecánico, en el sentido causalista, sino todo es vivido en el espesor de las comunicaciones. El pueblo actúa suponiendo este entramado. No es pues una «ideología» sino una ecología imaginaria la que atraviesa cuerpos y, por lo tanto, acciones.
Hay un momento de éxtasis, cuando parece coincidir todo, el discurso del caudillo, su imagen corporal, las acciones y discursos populares, incluso los propios desplazamientos del partido. Es cuando, en este clímax, parece confundirse trama y realidad. Sin embargo, este es apenas el momento de la mayor intensidad, entre otras pocas, escasas. Estos momentos no duran. Quedan, sin embargo, impresos en la memoria. Estos son los momentos que hacen huella. El pueblo, en realidad, las multitudes que hacen de referencia a la representación pueblo, afinca su recuerdo en estos momentos constitutivos. Ahí radica su fidelidad afectiva.
No se puede negar estas pasiones colectivas de los populismos. Negarlas, desconocerlas, no es más que una muestra de dogmatismo, pretendidamente objetivista, analítico, racional. Es cuando se muestra la derrota de la intelectualidad racionalista, que no comprende estos comportamientos convulsos del pueblo. Tampoco se puede convertir a estas pasiones colectivas en verificadores de las interpretaciones de las narrativas populistas, sino que, hay que entender que estas pasiones forman parte del entramado ecológico narrativo. Por lo tanto, tiene que no tanto ser interpretado, sino, sobre todo, reintegrado a la percepción y la praxis social.
El problema aparece crudamente cuando «ideólogos», políticos, caudillo, partido, pueblo, terminan entrampados en el tejido de la trama narrativa, creyendo que es el tejido de la complejidad de la realidad, recorte representativo del acontecimiento. El drama político despliega sus contradicciones y paradojas cuando pueblo, partido, caudillo, «ideólogos», consideran que la trama de las interpretaciones es la realidad. Por lo tanto, de esta manera, se impiden interpretar lo que acontece. El drama político se desata; se debe a esto, a este contraste entre narrativa – que tiene su trama, su principio, mediaciones y finalización – y realidad, que no tiene principio, ni mediaciones, ni finalización; realidad que está sujeta a la contingencia de las fuerzas.
No se trata de decir que el populismo, la narrativa populista, no es la verdad, menos de decir que la verdad es otra, la de los marxistas consecuentes, la de los indianistas consecuentes, mucho menos, decir que la verdad es la de los liberales sensatos. La verdad, es que la verdad nadie la tiene, pues la verdad como verificación absoluta, no existe, no es posible. Sino, se trata de entender que el populismo, así como el neo-populismo, del mismo modo, el neoliberalismo, la imitación activa del neo-liberalismo, son narrativas teóricas, en unos casos, narrativas «ideológicas», en otros casos, narrativas políticas, en un tercer caso. Son dispositivos discursivos, cuyas funciones están ligadas a prácticas, discursivas y no-discursivas, prácticas de poder. Que son narrativas útiles en los juegos de poder; pero, también, que son dispositivos inútiles, para los mismos juegos de poder cuando los procesos, los eventos y sucesos, del acontecimiento, toman cursos que no son atrapados por las narrativas. Al respecto, cuando esto acontece, sorprende la terquedad con la que los políticos se aferran a las narrativas para responder a los desafíos. Ciertamente esto no ocurre solamente con los populistas, sino con los llamados marxistas, así como con los liberales, nacionalistas, republicanos, neoliberales; es decir con la clase política y esa clasificación extraña de «ideólogos». El problema entonces se da cuando las narrativas se aferran, por así decirlo, se convierten en el referente, sustituyendo al campo de referencias respecto a las cuales emergieron.
¿Cuánto de todo esto, del decurso dominante de las narrativas, afecta a las formas de gobierno? Podemos considerar que forma parte de uno de los ejes cruciales de los engranajes de las combinatorias de los perfiles de las formas de gobierno. Se puede decir, esquemáticamente, que los gobernantes, primero, cuentan con la narrativa interpretativa para convocar, después, para orientarse, después para legitimarse, por último, para perderse. ¿Qué se puede llamar a este drama? ¿El drama del actor que termina creyendo que es su propio personaje?
Se pueden buscar y encontrar explicaciones «objetivas» a estos dramas políticos, como, por ejemplo, decir que el populismo estaba destinado al fracaso al no ser la rebelión popular conducida por la «vanguardia revolucionaria», la que es la consciencia en sí del proletariado. Los que se inclinan por esta «objetividad» olvidan que lo que dicen no es más que una interpretación, otra narrativa, con menos éxito de convocatoria. No es un problema de «objetividad», sino de entender que las narrativas son dispositivos o, si se quiere, expresiones lúcidas o bellamente elaboradas, que ayudan a orientar los decursos de los ciclos vitales, en este caso, las respuestas, por lo tanto, prácticas y acciones de las sociedades humanas, respecto a los desafíos del acontecimiento, que es la vida misma. Lo que importa es la capacidad de hacer narrativas, no es una narrativa en la que se tienen que afincar los humanos. ¿Por qué se afincan los políticos en una narrativa? Esta pregunta no la vamos a responder; es muy difícil responder, aunque sea como hipótesis. ¿Es por qué los políticos, no sólo ellos, están entrampados en las redes del poder? ¿Es por qué los humanos somos unos fetichistas consumados? Es preferible dejar aquí esta reflexión; pasar al análisis de la experiencia social.
Memoria y experiencia social
Hablar de la memoria, mucho más de la experiencia, desde la narrativa, esta, de este ensayo, es, obviamente problemático, pues ni la memoria, ni la experiencia, son narrativas. Son acontecimientos vitales. Empero, no nos queda otra, pues tenemos que utilizar el leguaje, escribir, transmitir nuestra reflexión al respecto. Entonces, sabiendo, de antemano, que no podemos expresar completamente ese acontecimiento de la memoria, menos ese acontecimiento de la experiencia, vamos a interpretar, en lo que respecta al populismo, lo que creemos que acontece, en la relación disyuntiva entre narración y experiencia, por lo menos a partir de algunos de sus rasgos, cuando se constituye como memoria, cuando se conforma como experiencia.
Como escribimos en un ensayo, la memoria y la experiencia son individuales[6]; cuando se habla de memoria y experiencia social, se lo hace metafóricamente, aludiendo, mas bien, a una comunicación, a unos espesores concatenados y entrelazados, que quizás haya que ponerles otros nombres. La memoria social entonces es ecología de memorias; algunas narrativas elaboradas pueden interpretarla como memoria; eso no importa; se trata de una interpretación. Lo que importa es que este acontecimiento de memorias individuales entrelazadas se comunican, se interpretan, aparecen en la interpretación elaborada como memoria social; cuando esto acontece, forman parte de una narrativa, que ha convertido a la memoria social en sujeto; por lo tanto, en voluntad. Para esta narrativa, la memoria social juega un papel en la trama que escribe, que teje, forma parte del drama histórico. Que lo haga de distintas maneras no importa. Lo que importa es que, en esta narrativa, la memoria, al aparecer como sujeto, incide en el despliegue de la trama. Entonces se dice que es el pueblo el que decide, el que apoya, el que elige al caudillo, con quien tiene una relación afectiva. Cuando no es esto lo que acontece, pues se trata de múltiples y plurales memorias; cada una de las cuales interpreta, a su manera, la historia. Sin embargo, a pesar de esta diferencia, se ha conformado una narrativa que da cuenta, de una manera elaborada, del acontecimiento.
La narrativa existe porque figuradores, configuradores y refiguradores de la narrativa la crean, la componen y la asumen haciéndola circular. Constantemente la narrativa es reinventada. Forma parte de las prácticas narrativas, por lo tanto de las prácticas de remembranza, las prácticas constitutivas de la memoria social. La narrativa no es externa a la experiencia social, es una forma de condensación de la memoria social. El mundo es mundo precisamente por estas prácticas que lo constituyen y lo re-constituyen. Lo mismo podemos decir de lo imaginario; lo imaginario es facultad de los seres vivos, forma parte de sus ciclos vitales. Lo imaginario no es externo a la vida. Hay que salir pues de esas dualidades heredadas de la filosofía moderna.
Las narrativas «ideológicas», por así decirlo, forman parte de las prácticas políticas; no son externas a estas prácticas. Mas bien, orientan estas prácticas otorgándoles sentido. Los involucrados en estas prácticas, los afectados, los destinatarios de estas prácticas, no sólo despliegan acciones, perciben el efecto de estas acciones, sino que, además, inmediatamente, hacen circular el sentido, interpretan el sentido, significan y re-significan. El acontecer es también el acontecer del sentido. Esto no quiere decir que el sentido sintetiza el acontecimiento; no podría hacerlo, pues el sentido es una interpretación, aunque se dé, de manera inmediata, acompañando el efecto de las prácticas.
Hay un devenir sentido, el sentido acontece, así como acontecen las acciones, las prácticas. Entonces el sentido puede desplazarse, extenderse, variar, incluso imperceptiblemente, puede transformarse. El problema aparece cuando se detiene formalmente el devenir sentido, pretendiendo institucionalmente cristalizarlo, convertido, por ejemplo, en concepto universal. Con esta maniobra institucional se ha formalizado el sentido; empero, no se puede detener el devenir de sentido efectivamente. El sentido inscrito formalmente es el que asume vida institucional, por así decirlo; es el que se reconoce en el trámite institucional. Sin embargo, este sentido formalizado, que sólo sirve para las ceremonialidades del poder y su legitimación, es constantemente desbordado por el devenir sentido. Es este desborde el que patentiza el anacronismo del sentido formalizado, su estancamiento, sus patéticas limitaciones.
[1] Ver de Raúl Prada Alcoreza Gramatología del acontecimiento. Dinámicas moleculares; La Paz 2014.
[2] Ver de Michel Foucault Seguridad, territorio y población. Curso del Collège de France 1977-1978. Fondo de Cultura Económica; México 2006.
[3] Ver de Michel Foucault Nacimiento de la biopolítica. Curso de El Collège de France 1978-1979. Fondo de Cultura Económica; México 2007.
[4] Ver de Raúl Prada Alcoreza Gramatología del acontecimiento. Ob. Cit.
[5] Ver Gramatología del acontecimiento. Ob. Cit.
[6] Ver de Raúl Prada Alcoreza Acontecimiento político. Dinámicas moleculares; La Paz 2014.
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