A pesar de los magros resultados del PT en las recientes elecciones municipales, la izquierda comienza a posicionarse en el escenario político por medio de nuevos partidos y nuevos liderazgos.
Terminada la segunda vuelta de las elecciones municipales de 2020, se confirmaron las tendencias verificadas durante la primera. Bolsonaro y la extrema derecha fueron los principales derrotados y se verificó una inflexión que benefició a la derecha más tradicional, gracias a la cual se favorecieron enormemente los grandes partidos. El DEM, el PSDB, el MDB, el PSD y el PP son los partidos que ganaron más alcaldías en el país. También fueron los principales vencedores en las ciudades, con más de 200 mil votos (a excepción del PP).
La izquierda y la oposición progresista a Bolsonaro capitalizaron muy poco el desgaste creciente del gobierno, pero estuvieron lejos de quedarse afuera, es decir, de ser derrotadas en un sentido estratégico. Por el contrario, comienzan a posicionarse en el escenario, a pesar de los magros resultados del PT (apenas cuatro victorias en las ciudades principales y ninguna en capitales). Disminuyó el número de alcaldías bajo el poder del PT, del PCdoB, del PSB y del PDT en relación con 2016, aunque el PT llegó a la segunda vuelta en 15 ciudades, disputando Recife con fuerza, de la mano de Marília Arraes, y el PCdoB disputó Porto Alegre con Manuela d’Ávila. Ciro Gomes y el PDT vencieron en Fortaleza y Aracaju, pero cosecharon malos resultados en São Paulo, Río de Janeiro y Porto Alegre. El PSB tuvo una victoria significativa en Recife, pero a costa de una táctica «vale todo» apoyada en las fake news y del antipetismo, que le permitió sumar el voto de la derecha en la segunda vuelta.
La principal novedad en la izquierda fue el protagonismo que tuvo el PSOL. Fue el partido de la izquierda con mayor éxito político, a pesar de haber vencido electoralmente solo en Belém, capital paraense, con Edmilson Rodrigues. Más allá de esta importante victoria electoral en el norte del país, el hecho principal y extraordinario para la izquierda, y para el PSOL en particular, fue la llegada de Guilherme Boulos del PSOL a la segunda vuelta de las elecciones en São Paulo, principal ciudad del país.
Debe sumarse a esto la significativa cantidad de votos que cosechó, ganando 88 concejales, con otros avances importantes, entre ellos el de conquistar la principal bancada en la Cámara Municipal de Río de Janeiro y el de triplicar la bancada en São Paulo, posicionando en todo el país candidaturas negras, jóvenes y femeninas, que expresan a nivel nacional y de forma homogénea el perfil del partido.
La primera explicación para dar cuenta del momento actual de la izquierda es un gran proceso de renovación, que es una de las características centrales del cambio de ciclo de la izquierda brasilera. El PSOL, en términos partidarios, es el que mejor capitalizó la simpatía de las camadas más jóvenes de la población (como se aprecia en las proyecciones del voto de Boulos en la franja etaria entre 16 y 24 años). Aunque en una etapa reaccionaria, el PSOL tuvo un crecimiento paulatino desde las elecciones de 2016, que se atenuó pero sobrevivió en las elecciones de 2018, durante el auge de la ola derechista en el país.
La crisis del viejo ciclo de la izquierda y sus representaciones, la polarización y la politización de las camadas más jóvenes de la sociedad, la emergencia de las pautas y de las luchas antirracistas, feminista, antihomofóbica y antitransfóbica, el nuevo lugar de la lucha socioambiental en el país, el lugar del partido en la oposición implacable a Bolsonaro… todo esto hizo que el PSOL sea el partido con mayor referencia para una renovación de la izquierda.
Por primera vez el partido goza de un impulso efectivo para conquistar una mayor inserción popular y periférica, tanto por el éxito de la alianza con el MTST en São Paulo y la adhesión de sus militantes al partido, como por la centralidad de la lucha antirracista. Es evidente que, como resultado de estas elecciones, el PSOL se situará en un nuevo nivel en la disputa por la hegemonía del pensamiento y el proyecto de la izquierda en el país durante los próximos años, lo que requerirá necesariamente una actualización programática, una profundización de la renovación combativa y anticapitalista de izquierda y una mejor inserción territorial a nivel nacional y social.
El desgobierno de Bolsonaro antes, durante y después de las elecciones
El escenario poselectoral presenta los dramas y los desafíos que resultan del nuevo momento histórico signado por la pandemia y por la profundización de la crisis económica y social, que está cada vez más cerca a nivel mundial y parece inevitable en el caso de Brasil.
La búsqueda de las razones y condiciones de esta ineludible renovación de la izquierda debe partir de constatar que el año 2020 impuso derrotas y crisis al proyecto del bolsonarismo. A pesar de que la relación de fuerzas no se haya modificado favorablemente a nuestro favor —basta ver que la derecha tradicional salió victoriosa de las elecciones municipales— no estamos en la misma coyuntura que en 2019. Cuando la pandemia se instaló en Brasil, la respuesta del gobierno fue un absurdo negacionismo acompañado de una ofensiva autoritaria nítidamente golpista, dirigida por el presidente y por su entorno, que tenían como objetivos centrales a las propias instituciones de la democracia burguesa. El negacionismo implicaba una guerra abierta con los gobernadores y los alcaldes, el golpismo tenía como blanco al Congreso Nacional y al STF.
Pero el extremismo bolsonarista no tenía y no tiene la mayoría social, pese a la popularidad del presidente (que osciló durante este año, pero que prácticamente no bajó de 30%). Además de que la locura prointervención militar no encuentra apoyo popular, la gran mayoría de la clase dominante, sus partidos tradicionales y la mayor parte de la corporación mediática y de las instituciones de la República la rechazan. Las señales que pueden leerse en el retorno de la movilización callejera vivido a mediados de junio, interrumpido por las condiciones de la pandemia, muestran suficientemente que la oposición es más grande que la derecha bolsonarista en las calles.
Bolsonaro y su ala más fanática fueron derrotados en esta ofensiva. Pero el presidente se acomodó, sorteó la situación con la asistencia de emergencia (a la cual en realidad se opone), buscó al Centrão para garantizarse algún apoyo parlamentario y retrocedió en sus provocaciones al Poder Judicial. La contradicción es que el sostenimiento de este gobierno aumenta las cargas para la mayoría del pueblo, pues también se profundizó el desastre: la destrucción ambiental y la política sanitaria genocida, que es responsable de la muerte de casi 189 mil personas.
Pero la pandemia y la crisis económica empezaron a pasarle factura al presidente incluso antes de las elecciones, cuando las encuestas de opinión comenzaron a detectar una pérdida significativa de popularidad en las capitales del país. Esto se hizo visible de repente durante el mes de noviembre. Inmediatamente vino la derrota de Trump en las elecciones estadounidenses, que debe considerarse como la principal derrota del proyecto de Bolsonaro en Brasil, puesto que agrava enormemente su aislamiento político en un continente en el que se verifica un crecimiento del progresismo, que puede verse, entre otros eventos, en las elecciones bolivianas, en el resultado al plebiscito constituyente chileno y en las movilizaciones democráticas de Perú.
Luego vinieron el apagón de Amapá —una anticipación de lo que puede vivir el país el próximo año a causa del colapso de la infraestructura y de la amenaza de las privatizaciones—, la vuelta de una curva ascendente en los contagios y, para coronar la situación, los números récord de desempleo en el país. En este escenario la amplia mayoría de las candidaturas apoyadas por el presidente o identificadas con él fueron derrotadas en las elecciones. Basta citar que, a pesar de que Bolsonaro no esté más en ese partido, el PSL, la gran estrella de las elecciones de 2018, no venció en ninguna de las 100 principales ciudades del país, expresando la fragmentación del antiguo campo bolsonarista de 2018.
Antes de 2022 viene 2021
Entre los disparates interminables del presidente capitán, vale destacar el del día de las elecciones, cuando volvió a criticar el voto electrónico, llegando a afirmar que «sus fuentes» en EE. UU. le decían que hubo fraude en las elecciones. Evidentemente esta declaración se inserta en el proyecto de utilizar la misma táctica de Trump en 2022. El discurso del fraude está en el horizonte de las fake news del bolsonarismo. No fueron pocos los sectores y personajes de la extrema derecha que ensayaron este discurso en ese sentido durante la primera vuelta, para «explicar» el éxito de Boulos/PSOL en SP, apelando a unos supuestos ataques de hackers al sitio del TSE, todo lo cual retrasó la divulgación de los resultados durante la noche del 15.
Pero Bolsonaro debería preocuparse mucho más por 2021. Aquí se verá el desgobierno poselectoral: más allá del canto megaliberal de las privatizaciones, no hay ninguna política económica de reconstrucción frente a la pandemia. No hay política sobre lo que viene después de que se termine la asistencia de emergencia. No hay planificación ni infraestructura garantizada para inmunizar a la población cuando llegue la vacuna. El colapso ambiental es de tal magnitud que incomoda hasta a los sectores del agronegocio exportador, por las consecuencias comerciales y políticas que puede tener en la relación con el mercado europeo y con los EE. UU. de Biden. El próximo año será dramático para la mayoría del pueblo, con altos niveles de desempleo, precarización laboral, la continuación de la pandemia y una posible guerra por la vacuna, todo lo cual obviamente pesará enormemente sobre los estratos más pobres de la población.
Es evidente que la izquierda y la oposición a Bolsonaro deben debatir cuanto antes, de la forma más sincera posible, las elecciones de 2022 a la luz de los resultados de las experiencias positivas y negativas de las elecciones municipales. ¿Cómo construir escenarios similares a los de las segundas vueltas de São Paulo, Porto Alegre, Bélem, entre otros? ¿Cómo evitar escenarios como la primera vuelta y el resultado de la segunda vuelta en Río de Janeiro? No tenemos forma de evitar estos desafíos. Pero lo que vale como advertencia para Bolsonaro debe valer especialmente para nosotros: antes de 2022 viene 2021.
Hablar de profundizar la reorganización y la inserción social del PSOL significa que nos preparemos para un año que podrá ser muy turbulento y en el que retornarán las luchas sociales más agudas, junto al agravamiento de la crisis y a los ataques del propio gobierno y de este conjunto victorioso de la derecha, que comparte con el Palacio de Planalto la agenda ultraliberal.
Es necesario volver a retomar cuanto antes la consigna «Fuera Bolsonaro» frente a la catástrofe que se avecina para el pueblo, pero también debemos elevar demandas bien concretas para combatir la crisis, como la defensa de una asistencia económica permanente, grandes inversiones en salud para fortalecer el SUS y garantizar insumos y logística para el tratamiento y luego para la inmunización, la defensa de la vacunación gratuita para toda la población, y otras demandas vinculadas al combate del desempleo, a la destrucción ambiental y a la violencia policial en la periferia.
Por último, para hablar de unidad en 2022 es necesario partir de la unidad práctica, de la acción y del frente único para defender los derechos, las demandas y las luchas sociales del próximo año. Esta será la base de la defensa de un proyecto diferente en Brasil, que podrá comenzar a construir las condiciones para la unidad que se necesita para 2022.
Traducción: Valentín Huarte, para Jacobinlat.
Fuente: https://jacobinlat.com/2020/12/06/fortalecer-a-la-izquierda-despues-de-la-derrota-de-bolsonaro/