La indignación social ha encontrado con el movimiento de los «chalecos amarillos» una expresión sin precedentes. El carácter neopoujadista y anti-impuestos que parecían dominar hasta una semana y los intentos de su instrumentalización por la extrema derecha y la derecha extrema se han visto relativizados por la dinámica del movimiento, que ha crecido considerablemente, y […]
La indignación social ha encontrado con el movimiento de los «chalecos amarillos» una expresión sin precedentes. El carácter neopoujadista y anti-impuestos que parecían dominar hasta una semana y los intentos de su instrumentalización por la extrema derecha y la derecha extrema se han visto relativizados por la dinámica del movimiento, que ha crecido considerablemente, y la conciencia de que el aumento de impuestos sobre la gasolina ha sido «la gota que ha colmado el vaso.»
Algunos excesos homófobos o racistas, marginales pero no obstante detestables, y algunos incidentes, a veces graves , no empañan su sentido. Este movimiento de auto-organización popular es un punto de referencia y es una buena noticia.
El movimiento de los «chalecos amarillos» es ante todo síntoma de una crisis generalizada, la de la representación social y política de las clases trabajadoras. El movimiento obrero organizado ha sido durante mucho tiempo la fuerza que cristalizó el descontento social y le dio un sentido, un imaginario emancipador. El poder del neoliberalismo ha debilitado progresivamente su influencia en la sociedad, no dejándole otra función que la de acompañar la regresión social.