El presidente Obama ha anunciado la formación de una nueva coalición internacional para llevar, por tercera vez, la guerra a Iraq, extensible a Siria, contra la voluntad del gobierno sirio. El anuncio da la sensación de que el tiempo se hubiera detenido y fuera igual quién ocupe el cinematográfico salón oval de la Casa Blanca. […]
El presidente Obama ha anunciado la formación de una nueva coalición internacional para llevar, por tercera vez, la guerra a Iraq, extensible a Siria, contra la voluntad del gobierno sirio. El anuncio da la sensación de que el tiempo se hubiera detenido y fuera igual quién ocupe el cinematográfico salón oval de la Casa Blanca. La primera coalición fue promovida por George Bush padre en 1991; la segunda, por George Bush hijo, en 2003; la tercera por quien, cuando tomó posesión del cargo, tenía aíres de espíritu santo. La primera coalición vapuleó Iraq y dejó al país en estado catatónico, la segunda destruyó el país. Toca esperar qué quedará de lo que fue Iraq después de que la tercera coalición promovida por ‘Obush’ aplique otro recetario de bombardeos.
En junio de 2013 apareció en este diario un análisis que titulé «Siria, la guerra de todos», en el que afirmaba que «El conflicto sirio es una caldera donde el ingrediente integrista puede resultar más destructivo que una bomba atómica». Nació el comentario de un hecho visible para cualquier observador de la cadena de sucesos que había desfigurado hasta el horror Oriente Medio: el ascenso irresistible de los movimientos integristas islámicos y el no menos irresistible ascenso del odio sectario y del odio a Occidente. Un odio comprensible este último, dado el historial de sangre de las potencias occidentales en la región, su complicidad venal con Israel y las brutales invasiones armadas.
Como es de público conocimiento, el integrismo islámico ha venido siendo alimentado por EEUU y sus aliados y financiado por países técnicamente pro-occidentales, como Arabia Saudita y Qatar. Los talibanes son hijos de la CIA y los servicios secretos de Paquistán (otro aliado de Occidente), de la misma forma que las organizaciones yihadistas, en su mayoría, han crecido de la mano de las petro-monarquías y Turquía.
La irrupción fulgurante del Estado Islámico ha sorprendido a Occidente, pero es una sorpresa que debe matizarse, dado los sospechosos puntos en común que el EI tiene con la no menos apabullante aparición de los talibanes en Afganistán. En 1994, la guerrilla islamista surgió de repente y, en apenas tres meses, conquistaba doce de las 34 provincias afganas. Un año después, tenía dominado casi todo el país. No había, obviamente, salido de la nada, sino que era fruto de la intensa cooperación entre EEUU, Paquistán y Arabia Saudita, que habían invertido tiempo y recursos en entrenar, armar y financiar a los talibanes. Así conquistaron Afganistán.
La sublevación contra el régimen sirio en varias ciudades del país fue vista (si no acaso provocada) por EEUU, Arabia Saudita, Qatar y Turquía como la oportunidad de liquidar al único gobierno aliado de Irán (el Gran Monstruo a batir, no perdamos este objetivo de vista) y último reducto de la flota rusa en el Mediterráneo. Resulta difícil no pensar que el modelo seguido para crear una fuerza poderosa que batiera al ejército sirio no fue tomado por estos países del que, con tanto éxito, hiciera nacer a los talibanes. Es simple la fórmula: juntar fanatismo religioso, odios étnicos e intereses políticos para alcanzar objetivos no confesables, económicos, comerciales y militares. (Tampoco era nuevo el modelo. En Nicaragua, la ‘contra’ fue creada en 1981 sobre un trípode: Honduras ponía el territorio, la dictadura argentina los asesores, EEUU el dinero y las armas).
Un movimiento religioso-militar, con la organización, potencia de fuego, preparación combativa y capacidad logística como el mostrado por el EI no se improvisa de un día para otro. Tampoco hay camuflaje suficiente que oculte a un ejército de 40.000 hombres armados hasta los dientes y con columnas de blindados durante semanas o meses. De alguna parte tuvo que llegar una enorme cantidad de dinero, de muchas instalaciones salieron asesores, armas, abastecimiento y, sobre todo, el respaldo para que, de la noche a la mañana, irrumpieran en Iraq, vapulearan al ejército iraquí, descalabraran a los peshmergas kurdos y se situaran a 50 kilómetros de Bagdad. A menos que alguien crea en Alicia y el País de las Maravillas, tales prodigios no existen en la vida real. Si el Estado Islámico surgió, cambiando de golpe casi todo el tablero de Oriente Medio, es porque un pequeño grupo de Estados lo creó y formó para sus propios fines en Siria. Esto coincidiría con la decisión de ‘Obush’, de atacar objetivos en Siria en contra de la voluntad del gobierno sirio y pese a las advertencias de Rusia. ¿El EI como pretexto para intervenir en Siria, como viene EEUU deseándolo desde el inicio del conflicto? ¿Usar al EI como excusa para hacer lo que el EI no quiso, machacar al ejército sirio?
Resulta llamativo que ningún gobierno ‘coaligado’ haya querido explicar cómo surgió del desierto (cual chacales del faraón en el filme La Momia 2) un ejército tan poderoso. Nadie, de dónde salieron los blindados y la artillería. Una omisión que resulta aún más extraña si la comparamos con el caso de Ucrania. Allí sí la OTAN, al unísono, afirmó que todo el armamento y buena parte de los combatiente provenían de Rusia. Que blindados y artillería eran rusos, al mismo tiempo que anunciaban la rendición, una tras otras, de divisiones ucranias, cuyos equipos militares pasaban a los rebeldes. Todo lo que en Ucrania resulta prístino para culpar a Rusia, es un agujero negro respecto al EI.
Una hipótesis plausible es que el hoy EI haya sido creado con el objetivo de disponer de una fuerza capaz de quebrar la resistencia del ejército sirio. De hecho, durante semanas los combatientes del futuro EI combatieron ferozmente contra Damasco. Pero, como ocurrió en Afganistán con los talibanes, habría resultado infinitamente peor el remedio que la enfermedad. El movimiento talibán fue un Frankenstein político y militar, lo más próximo a un desastre total. El EI puede ser el segundo Frankenstein nacido de la fiebre belicista que ha infectado a Occidente y sus aliados musulmanes desde 1991.
Sea acertada o no esta hipótesis, sigue faltando la explicación. Lo único que resulta evidente es que, de la mano de la OTAN, vamos de mal en peor. Piénsese en lo era este mundo antes de 1990 y en qué se ha convertido ahora. Afganistán va camino de volver a manos de los talibanes. Iraq, el Estado más moderno y laico de la Oriente Medio, ha desaparecido y se ha convertido en escenario de interminables horrores; Siria, por la mezcla de intervención extranjera e integrismo, ha sido arrastrada al huracán sectario más extremo. Libia, país tranquilo, es hoy el corazón del integrismo africano. Ucrania, antes en paz, puede convertirse en la nueva Sarajevo.
Para enfrentar los desastres creados por la primera y la segunda coaliciones, inventan una tercera. Ahora con el aliado menos deseado por los atlantistas: Irán. Si uno piensa que el mayor sueño de EEUU e Israel era destruir a la República Islámica, no puede menos que reírse. Pues veintitrés años de disparates han convertido a los denostados y odiados ayatolas en la muleta que requiere la OTAN para no volver a naufragar en Oriente Medio. Lástima que no exista un premio Nobel para idiotas. La OTAN se lo llevaría de calle, todos sus miembros y todos los premios sin excepción.
Augusto Zamora R. es *Profesor de Relaciones Internacionales.
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