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Freddie Mac, Fanny Mae, la teoría económica basura y la centralidad política de los mercados hipotecarios

Fuentes: Sin Permiso

«La guerra de clases ha reingresado en el mundo de los negocios, pero con una venganza: en vez de ser la habitual guerra de clases al viejo estilo entre los empresarios industriales y su fuerza de trabajo, ésta de ahora regresa a los viejos tiempos preindustriales; es una guerra de clases entre acreedores y deudores»

Estoy escribiendo este artículo sobre Fannie Mae y Freddie Mac sentado en el jardín botánico de Queens. No era mi plan para hoy. El aire acondicionado de la finca en que está mi apartamento se rompió hace seis semanas y todavía no ha sido arreglado. (Es un lindo edificio en condominio, pero no está a salvo de incidentes.) Hace un calor tremendo fuera (más de 90 grados Farenheit, y cerca de 100 por causa del efecto invernadero en mi apartamento). Ayer me refugié en la Biblioteca Pública de Forest Hills, pero está cerrada los domingos. Una de las pocas bibliotecas al alcance del transporte público habitualmente abierta los domingos está en Flushing. Fui, pues, allí a escribir el borrador final del texto sobre el alboroto financiero de la semana pasada.

Desgraciadamente, cuando llegué a la biblioteca de Flushing, una dama me aclaró que la biblioteca ya no puede abrir los domingos a causa de los recortes presupuestarios de la ciudad. A pico del mediodía, cuando se supone que tenía que abrir sus puertas, un buen número de chinos aguardaba para entrar con la idea de usar sus libros y servirse de sus terminales de ordenadores. No había ningún cartel explicando la situación en chino, y seguían esperando allí cuando yo me fui, Main Street abajo, para el jardín botánico.

A primera vista, nada de eso parece tener mucho que ver con el alboroto de los últimos días en torno al destino de Fannie Mae y Freddie Mac, o con el de los mercados inmobiliarios que esas dos empresas han contribuido a hinchar durante la pasada década. Pero lo cierto es que mi experiencia de hoy tiene absolutamente que ver con este asunto. Estas dos empresas semipúblicas de empaquetamiento hipotecario dominan el mercado hipotecario nacional y han sostenido los precios inmobiliarios manejando más de 5 billones de dólares, a fin de permitir a los compradores de vivienda ofrecer precios cada vez más altos por sus hogares y ganando miles de millones de dólares en bonificaciones, beneficios e intereses para los banqueros, los intermediarios hipotecarios y los empaquetadores de deuda de Wall Street, que son los beneficiarios financieros de la burbuja inmobiliaria.

Y esto es lo que está realmente en juego. Si ciudades como Nueva York no recortaran los servicios públicos, tendrían que hacer lo que tradicionalmente han hecho casi todas las ciudades y municipios norteamericanos: financiar el grueso de su presupuesto público con impuestos a la propiedad. Pero hacer eso en los mercados de nuestros días dejaría a los propietarios de vivienda -así como a los propietarios de edificios comerciales- con menos renta para pagar sus hipotecas. Ya este año, más de un millón de deudores han dejado de pagar la hipoteca de sus viviendas, y hay ahora mismo un número de morosos lo suficientemente grande como para que el secretario del tesoro, Paulson, se haya visto en la necesidad de advertir que dos millones de impagos hipotecarios para 2008 es tal vez una cifra demasiado baja.

Así pues, los cuernos del dilema son éstos: si las ciudades quieren mantener su habitual nivel de servicios públicos, tienen que gravar fiscalmente la propiedad con los tipos impositivos tradicionales; pero eso significaría el descenso de los precios de las viviendas. El dinero que se va en impuestos no estaría disponible para pagar a los banqueros para capitalizar en pagos de intereses sobre unos préstamos hipotecarios para pagar casas de precios cada vez más elevados. Puestos a elegir entre una vivienda más accesible y mejores servicios públicos, por un lado, o, por el otro, «creación de riqueza» en forma de vivienda cada vez más cara (que va de la mano de costes financieros más elevados), los norteamericanos han votado abrumadoramente por la última opción, es decir, por una vivienda de precios tan elevados que obliga a los compradores a sumergirse en más deudas para pagar a los banqueros.

A mí esto me parece una locura, pero yo soy un economista y los economistas, como es harto sabido, somos incapaces de explicar por qué la gente vota contra lo que a todas luces parece su propio interés. En cualquier caso, esa aparente locura es lo que anduvo de por medio la pasada semana en el desplome de los precios de las acciones de Fannie Mae y Freddie Mac. Uno tras otro, los políticos han salido por televisión pontificando sobre la necesidad de mantener los precios inmobiliarios a precios estratosféricamente inaccesibles, y no sobre la necesidad de bajarlos a niveles de mayor accesibilidad. Nadie ha mencionado la opción de ciudades y estados capaces de evitar los recortes en los servicios públicos por la vía de la fiscalidad sobre la propiedad inmobiliaria -señaladamente, sobre el valor de su emplazamiento-, que se ha disparado desde el año 2000. Nadie ha planteado la posibilidad de una economía en la que los precios de la vivienda fueran más bajos y en la que la deuda hipotecaria fuera menor. De lo único que supieron hablar es de la necesidad de mantener el valor de los bonos y de las hipotecas empaquetadas, cuyos títulos están en manos de las instituciones financieras. Esos son los títulos de valores en manos del 10% de más rico de la población. Su forma habitual es la del préstamo, que endeuda al 90% restante. Puede que la economía en su conjunto no tenga ahorro neto, pero esta cúspide del 10% más rico ahorra en forma de préstamos al 90% de la población que está en la base. Y no quiere de ningún modo que el valor de esos préstamos caiga.

Que hubiera rebajas en el valor de la deuda y que bajaran los precios de la vivienda sería una cosa buena para casi toda la economía; pero ambas cosas son anatema en Wall Street. [El banco] Bear Sterns se desplomó ya por causa de su modelo empresarial basado en el empaquetamiento de hipotecas basura, y la semana pasada parecía que Lehman Brothers iba por el mismo camino. A mí me resulta asombroso que la campaña electoral en curso no se libre sobre este asunto; será por eso que sigo todavía en el campo de Dennis Kucinich.

La cuestión política

Para millones de propietarios de casas que ven cómo el precio de su vivienda cae por debajo del valor de la deuda hipotecaria que tienen contraída, la cuestión es si pagar o desentenderse de la deuda. Muchos ni siquiera tienen elección. Están sujetos a tipos de interés variable que se van actualizando al alza y exigen amortizaciones muy superiores a lo que el deudor es capaz de pagar.

La avalancha de impagos amenaza a las instituciones financieras que tienen títulos hipotecarios sobre esas propiedades, y la amenaza trepa por la pirámide económica hasta alcanzar a los inversores ricos y a los acreedores en la cúspide. Alguien tiene que salir perdiendo. Pero ¿quién? ¿El pez grande, o el pequeño?

Para los legisladores, hay dos respuestas políticas posibles. La primera, la más lógica, sería rebajar la deuda mala a niveles tales, que pueda ser devuelta. Esa rebaja estaría en línea con la orientación de la legislación desde el siglo XIII, que ha venido inveteradamente favoreciendo más al deudor que al acreedor. Después de todo, las leyes de bancarrota han venido a substituir al encarcelamiento de los deudores, permitiendo a éstos un nuevo comienzo. Las leyes de veracidad en el préstamo, las leyes antiusura, y similares, han tratado de acompasar lo que la gente gana y lo que puede permitirse pagar por la vivienda o por otras deudas. Ese tipo de acompasamiento es lo que vendrían a restaurar medidas que rebajaran la deuda mala o, dicho de otro modo, que rebajaran el valor de los préstamos malos.

No es, empero, la vía que está siguiendo el Congreso. En vez de acompasar las deudas a la capacidad para pagarlas, los comités del Congreso encargados de la actividad bancaria y de la propiedad inmobiliaria lo que están es tratando de hallar un vía para reinflar los precios inmobiliarios. Lo que buscan es capacitar a los actuales deudores hipotecarios que han dejado de pagar, o que están a pique de hacerlo, para que puedan o vender o pedir dinero prestado en condiciones más fáciles a la Federal Housing Administration (la Administración Federal de la Vivienda, FHA, por sus siglas en inglés). Eso dejaría en manos de agencias estatales públicas, y ya no en las de Wall Street, las hipotecas basura. Daría seguridades, no a los propietarios de viviendas y a los deudores hipotecarios, sino a los prestamistas y especuladores que ahora tienen títulos por valor de 5 billones de dólares sobre hipotecas garantizadas por la Federal National Mortage Association (la Asociación federal hipotecaria nacional, FNMA, «Fannie Mae») y por la Federal Home Loan Mortage Corp. (Corporación federal para el préstamo hipotecario, «Freddie Mac»), así como por las compañías de seguro contra la morosidad y el impago, que se hallan ellas mismas en apuros y cuyos pagarés han terminado por adquirir ellos mismos también el rango de basura.

¿Por qué, después de todo, pagar un seguro contra el impago hipotecario, si las reservas de las aseguradores son ínfimas en comparación con el probable volumen de los impagados? Las compañías aseguradoras monoline (empresas, cuyo único negocio consiste en suscribir seguros contra impagos) hicieron dinero con las suscripciones de pólizas, no pagando. Sus ejecutivos ya han cogido el dinero y huido. Sin embargo, los corazones de los congresistas sangran por la herida de sus riquísimos clientes financieros, no por las víctimas del fraude financiero de las hipotecas subprime y del fraude, conexo, de Wall Street, consistente en empaquetar hipotecas basura y venderlas a inversores institucionales aquí y en el extranjero.

La cuestión es: ¿cómo puede sobrevivir una economía con millones de propietarios de vivienda en situación de impago y con una riqueza propietaria polarizada entre acreedores y deudores? Eso es lo que hundió al mundo en la depresión de los años 30, y mucho antes, redujo al Imperio romano a la esclavitud y a la servidumbre por deudas.

¿Es eso lo que está ocurriendo otra vez ahora? ¿O pueden acaso volver las cosas simplemente a la normalidad y pagarse las deudas pidiendo más dinero prestado e incurriendo en más deudas, en un proceso que se conoce como la «magia del interés compuesto»?

El Congreso dominado por el Partido Demócrata, favorable a que las familias norteamericanas paguen precios más altos por la vivienda

Los cabezas del comité del Congreso para asuntos bancarios se están comportando simplemente como se comportan los políticos tradicionales: dando la primacía a los principales contribuyentes a sus propias campañas electorales, casi todos de los sectores financiero e inmobiliario. Dirigido por los senadores demócratas Charles Schumer -procedente de Wall Street- y Christopher Dodd -procedente de la industria militar de Conneticut- y sostenido por el congresista Barney Frank -del sector inmobiliario-, el Congreso está tratando de salvar a los patrocinadores de la burbuja, no a sus víctimas. El plan consiste en reinflar la burbuja inmobiliaria, al menos hasta que los mayores bancos y otros especuladores financieros consigan deshacerse de sus títulos más arriesgados. Los valores hipotecarios que figuran en los libros de contabilidad, como los bienes raíces que los respaldan, son puramente ficticios, a pesar de las calificaciones máximas (AAA) con que los han blanqueado las agencias calificadoras, las cuales están ahora a su vez bajo investigación, sospechosas de un fatal conflicto de intereses -tipo Arthur Anderson- entre sus ramas de investigación y sus ramas de ventas.

Tratando como tratan con bienes raíces y, por lo mismo, con la política urbana local, sede del grueso del valor de la propiedad -y del grueso del maniobreo-, Fannie Mae y y Freddie Mac son, y por mucho, criaturas del Partido Demócrata. James A. Johnson dirigió Fannie durante casi toda la década de los 90 y fue su principal lobista. Hasta junio pasado, dirigió el equipo de investigación vicepresidencial de Barack Obama, pero dimitió cuando se hizo público que había obtenido préstamos hipotecarios en términos irrealistamente favorables de la célebre Countrywide Financial de Angelo Mozilo. El anterior jefe de Fannie Mae, Franklin R. Raines, fue el jefe del gabinete presupuestario de Clinton. Se vio forzado a dimitir cuando se descubrieron graves problemas contables. Entre otros apparatchiks de Fannie están Jamie Gorelick, antiguo fiscal general con Clinton, y Thomas E. Donilon, el jefe de personal de la secretaría de Estado con Clinton.

Para decirlo todo, el oportunismo político lleva a Fannie y a Freddie a cubrir todo el campo; son célebres por contratar a amigos y parientes de políticos que puedan estar en condiciones de echar una mano. Pero, al menos esta vez, el problema no es culpa de George Bush. The Wall Street Journal parece estar más cerca de llevar razón que el Congreso controlado por el Partido Demócrata. El pasado fin de semana, su editorial dejaba claramente sentado lo que los socialistas han venido diciendo desde los tiempos de Karl Marx: «Lo que los contribuyentes necesitan entender es que Fannie y Freddie ya practican el socialismo, pero un socialismo de la variante desvergonzada. Sus beneficios, son privatizados, pero sus riesgos, socializados». Después de llamar a Fannie y a Freddie «monstruos de alto riesgo», el periódico observaba que «Wall Street y los empresarios de la construcción también tuvieron sus ingresos procedentes del negocio subsidiado, y también ellos pagaron, a su vez, al Congreso, en efectivo y en especies». Concluía cuestionando el que la existencia de este tipo de empresas patrocinadas por el gobierno (GSE, por sus siglas en inglés) tuviera la más mínima justificación. «Aparte de un fracaso sin paliativos, el peor de los escenarios sería una inyección de capital que dejara a las compañías en libertad para volver a cometer el mismo desaguisado dentro de dos o diez años».

En otro artículo, el mismo periódico observaba que: «Sobre la base de una estimación equitativa de su valor, la compañía [Freddie Mac] tendría un valor neto negativo rayano en los 17 mil millones de dólares». El problema es que no hay «mercado» alguno -es decir, ninguna oferta de compradores suficientemente ingenuos- para esos préstamos malos, salvo a precios risibles. A causa de la codicia miope y de la incompetencia, la industria de la deuda de la vivienda ha actuado como una casa de empeños fraudulenta con préstamos hipotecarios altamente apalancados en la deuda. No puede decirse con exactitud que sean ladrones, porque, en vez de ser procesados, lo que han sido es recompensados con decenas de millones de dólares en bonificaciones por haber ganado tanto dinero en su calidad de innovadores de la deuda para el sector financiero, para las aseguradoras y para las inmobiliarias.

Su lugar va a ser ahora ocupado por los Estados como compradores en última instancia de deuda mala. Supongo que a eso bien puede llamársele «socialismo financiero»: la etapa necesaria para salvar el capitalismo financiero, o al menos sus mayores instituciones («demasiado grandes para caer») en la cúspide de la pirámide económica. También podría llamársele «capitalismo financiero de los bienes raíces». Pero en los usos lingüísticos que dominan en Washington se emplean los eufemismos, tan característicos de la jerga populista del Partido Demócrata, de «propiedad democratizadora» y «aumento de la propiedad de la vivienda», en referencia al incremento de la tasa de endeudamiento de la población, que ha llegado al extremo de que la hipoteca absorbe el grueso de sus ingresos personales disponibles.

¿Puede hincharse otra burbuja inmobiliaria?

Se mantiene el hecho de que todas las burbujas financieras que registra la historia, comenzando por la burbuja inglesa de los Mares del Sur y la burbuja francesa del Misisipí en 1710, hasta la burbuja actual, han sido patrocinadas por los gobiernos. Olvídense de la propaganda de la «locura de las masas», característica de la retórica del libre mercado. Las elites que están en el meollo y los políticos que favorecen las burbujas siempre culpan a la víctima. La realidad es que Fannie, Freddie y la FHA dieron una pátina de confianza al préstamo irresponsable y al fraude liso y llano. Ese juego de confianza les llevó a garantizar unos 5,3 billones de dólares de hipotecas, y a mantener otros 1,6 billones en sus libros de contabilidad para respaldar las obligaciones que emitían para los inversores institucionales. Su estrategia ha consistido en emitir obligaciones pagando tasas de interés relativamente bajas, y usar los beneficios para comprar hipotecas a tasas algo más altas. Este tipo de arbitraje con las tasas de interés es lo que S&L hizo en los años 80; un paralelo pertinente, que comentaré luego.

El mito es que el papel de Fannie y Freddie consiste simplemente en extender las bases de la propiedad haciéndola accesible a más gente. Fannie Mae fue creada en la Depresión, en 1938, como parte del New Deal de Roosevelt, y privatizada en 1968. Fredie Mac fue creada dos años después, en 1970, para comprar las hipotecas de S&L [asociaciones de ahorros y préstamo; T.] y dar «liquidez» a su crédito hipotecario desarrollando mercados más allá de los bancos y de las S&Ls que dieron origen a esos préstamos. Pero eso, como acabó viéndose luego, fue su «pecado original», por así decirlo. Los inversores no bancarios se vieron obligados a depositar su confianza en los que habían dado origen a las hipotecas: bancos, S&Ls e intermediarios hipotecarios, cuyas filas rebosan de peritos en el fraude y el latrocinio.

Llámese como se quiera al asunto, su sueño es volver a la aparente edad de oro patrocinada por Alan Greenspan desde la Reserva federal. Fue una década de rápidas fortunas milmillonarias amasadas con la compra de créditos hipotecarios ficticiamente sobrevalorados y su ulterior venta a fondos de pensiones y a banqueros alemanes e ingleses, ávidos todos por encontrar unas cuantas fracciones extra de un punto porcentual en los ingresos corrientes, a fin de justificar una prima gigantesca alegando haber superado a los gestores del dinero más realistas.

Todo eso es tan norteamericano como la tarta de manzana. Retórica política altruista aparte, la razón de que las finanzas, los seguros y el sector inmobiliario (FIRE, por sus siglas en inglés) hayan desarrollado una actividad lobística tan tenaz a favor de Fannie y Freddie es que la función financiera de éstas ha sido precisamente la de hacer que la vivienda fuera cada vez menos accesible. Han hinchado los precios de los activos con créditos que han endeudado a los propietarios de viviendas a unos niveles que no tienen precedentes en la historia. Después de todo, por eso ha estallado la burbuja inmobiliaria. Sin embargo, ahora el Congreso actúa como si la única forma de resolver el problema de la deuda fuera crear todavía más deuda, hinchar los precios inmobiliarios todavía más generando aún más crédito para elevar la puja por los precios que los compradores de vivienda tienen que pagar. El plan, así pues, pretende que la irrealidad financiera de la Economía de la Burbuja se haga real merced al Socialismo Financiero.

¿Puede funcionar el plan? La razón de que Fannie y Freddie hayan sido capaces de prestar a un interés más bajo que sus rivales es que su patrocinio público llevó a los inversores a creer que había una garantía pública implícita de no dejarlas caer. Y a la vista del hecho de que esas dos agencias detentan unos 5 billones de dólares en hipotecas -cerca de la mitad de los 12 millones del mercado hipotecario nacional estadounidense-, realmente parecen «demasiado grandes para caer». El valor nominal de las hipotecas que han garantizado es casi tan grande como toda la deuda federal estadounidense en manos del público. Eso significa que la deuda federal nominal se multiplicaría por dos si esas dos agencias cayesen. Pero al menos el gobierno puede siempre imprimir dinero, mientras que los bienes raíces que respaldan a las hipotecas garantizadas por Fannie y Freddie (o que figuran en su contabilidad) ven cómo sus precios van despeñándose por los derrotaderos de la quiebra técnica. (1)

Lo que planea sobre sus cabezas es la esperanza de reinflar los precios de la vivienda para salvar a los gestores financieros que buscaron hacer dinero con creación de deuda más que con formación tangible de capital. De modo que la cuestión es si los precios de la vivienda pueden llegar a subir hasta un nivel que fuerce a las familias a caer todavía en más deudas de las que pueden soportar (con pagos cada vez menores, cada vez más subsidiados a costa del erario público).

En tal caso, el subsidio no sería realmente para los propietarios de vivienda, sino para los tenedores de hipotecas del sistema financiero. El objetivo no sería hacer más accesible la vivienda, sino menos, ¡porque las deudas serían mayores!

El grueso de los inversores ve la situación como de naturaleza más política que estrictamente económica. Uno oye hablar una y otra vez estos días de la garantía estatal «implícita» de la bondad de las obligaciones emitidas por Fannie y Fred para financiar esas hipotecas basura. La repetición sin cesar de lo mismo refleja la ansiedad que sienten los tenedores de esas obligaciones a propósito de la calidad de las mismas. (Las acciones de Fannie y Freddie se han desplomado ahora al 10% de lo que un día fueron sus valores máximos. Los inversores, huelga decirlo, contemplan la posibilidad de que sus valores se evaporen, como sucedió con Bear Sterns.)

La palabra «implícito» significa «no explícito». Hay una mortificante indicación de lo que podría ser, pero que todavía no es, legalmente hablando. Los habituales de la barra libre en el capitalismo financiero inmobiliario hacen protestas de inocencia y dicen ser víctimas de un tumbo «inesperado» del mercado. (Las malas noticias siempre son «inesperadas» para los portavoces financieros y los periodistas económicos; también Claude Rains se manifestó «chocado, chocado» al descubrir que se jugaba en el Ricks’s Café.)

La distinción entre implícito y explícito acaso sea demasiado filosófica para el grueso de os gestores del dinero que trabajan en las instituciones financieras y que han comprado a Fannie Mae y a Freddie Mac obligaciones y paquetes de hipotecas basura. La mayoría de esos apparatchiki financieros no necesitan mucha formación intelectual. Todo lo que necesitan es codicia, que no puede enseñarse; es una adicción. Una adicción que en Wall Street alienta en el corto plazo, de una prima anual a la siguiente.

Las primas de Wall Street se basan en la bondad del «rendimiento» de uno en relación a la norma: la tasa de retorno de una obligación del Tesoro, o el promedio de un fondo de inversión o de un fondo del mercado de dinero. Cualquiera puede superar esos promedios limitándose simplemente a realizar las compras más arriesgadas, que son, por lo mismo, las obligaciones de mayor rendimiento.

Predadores y víctimas: ¿a quién ayuda el Congreso?

De camino en el metro hacia mi esperado remanso fresco en Queens, he abierto esta mañana el New York Times dominical; me encuentro con un artículo de la siempre bien informada Gretchen Morgenson sobre un cliente de Countryside Financial perjudicado por un tipo variable de interés hipotecario que le han aumentado ahora hasta una cantidad que es incapaz de pagar. El hipotecado se sintió tan frustrado por la falta de respuestas luego de sus primeros intentos de comunicarse, que envió un mensaje por correo electrónico a un bloque de direcciones de Countryside pidiendo renegociar su hipoteca en términos más accesibles, a fin de evitar el impago. Eso es lo que Henry Paulson ha recomendado hacer a los prestamistas «responsables», y Countrywide es responsable de cerca de 1,5 billones de préstamos hipotecarios, la mayoría de ellos subprime.

El mensaje de correo electrónico terminó en las manos de Angelo Mozilo, cofundador y presidente del consejo de administración de Countrywide. (Lo mencioné antes por haber concedido al director de GNMA y antiguo asesor de Obama una hipoteca en términos excepcionalmente favorables.) El señor Mozilo es el Darth Vader del mercado hipotecario global y, probablemente, la persona con mayor responsabilidad en haber dañado financieramente a más seres humanos que cualquier otra persona del planeta, incluidos Ken Lay y Michael Milken. Mientras llega la oportuna película biográfica, podemos conformarnos con el artículo «El silencio de los prestamistas» de la señora Morgenson, publicado el pasado 13 de julio en el New York Times.

El señor Mozilo contestó. La petición de que su compañía rebajara las exigencias hipotecarias le resultaba «desagradable». La idea misma de un deudor que no se atiene a los contratos suscritos -contratos que se han revelado tratos de cebo y cambiazo firmados en condiciones coercitivas- le parecía una amenaza a la institución misma de la propiedad privada. Después de todo, ¿acaso la hipoteca acordada no contemplaba la posibilidad de «ajustar» al alza su ridículo tipo de interés, a fin de ponerlo en consonancia con una tasa de extracción de sus ingresos acorde con el mundo real?

Una «asesora de ejercicios» de Countrywide, perteneciente al «equipo de embargos» de la compañía, trató de ser de más ayuda. Sugirió: «tal vez pueda usted comer menos», cuando el deudor hipotecario le contó que, después de pagar el plazo de la hipoteca, sólo disponía de 10 dólares al día.

Acaso mi mente viajó demasiado rápido, pero me acordé del lenguaje empleado por los acreedores sumerios y babilonios. Sus contratos dicen que los acreedores podrán ir a «comer» las deudas de intereses debidos por los cultivadores y los deudores. Típicamente, los contratos de la Edad de Bronce de los tiempos de Hamurabi (hacia 1750 antes de nuestra era) insisten en que los deudores rurales pagarán sus deudas en grano (que se cambiaba a la par que la plata, un litro de grano por cada shekel de plata), pesado en tiempo de cosecha sobre el terreno mismo de la trilla. La teoría económica postclásica se funda en el principio de la utilidad marginal decreciente. Conforme a esa teoría, el placer de consumir más cantidad de cualquier mercancía disminuye con cada unidad adicional consumida. Eso parecía sugerir que, a medida que la gente se hacía más rica, se volvía menos codiciosa, dejando vía libre a los consumidores más pobres para «atrapar una parte». Era una imagen dichosa de economías que, de forma natural y casi automática, conducían a una distribución más igualitaria de la riqueza.

Se calla por sabido que era pura ficción. Pero fue un «yerro exitoso» que le valió a la escuela de la utilidad marginal fabulosos subsidios financieros para departamentos de teoría económica que enseñaban esa distracción que arrojaba por la borda la teoría económica clásica y las reflexiones de ésta sobre los incrementos de ingresos no ganados, las barras libres y la polarización de la riqueza por los rentistas (una palabra que resulta hoy tan anacrónica como la de «usurero»).

Ni que decir tiene que esos teóricos de la utilidad marginal jamás oyeron hablar de la adicción a la riqueza que Aristóteles y otros escritores antiguos describieron con precisión. ¿Cuánto puede «comer» un acreedor en la práctica? La respuesta es: ¡»de todo en cualquier cantidad»! Por eso la adicción a la riqueza es una adicción total.

Está implícita en las matemáticas de la «magia del interés compuesto». Esa es la magia que ha causado la crisis inmobiliaria hundiendo a Fannie Mae, Freddie Mac y Lehman Brothers en el abismo de la insolvencia.

Una repetición de la crisis de los seguros federales S&L: salvar a los que aceptaron el riesgo, no a sus víctimas

Las obligaciones basura emitidas por los atracadores de las grandes corporaciones empresariales eran las obligaciones más rentables en los 80, hasta que condujeron a la quiebra a las S&Ls. Desde que la Reserva federal inundó de crédito la economía tras el estallido de la burbuja punto.com en 2000, las hipotecas basura han sido los títulos de mayor rentabilidad. Entretanto, desde la Reserva federal, su presidente, Alan Greenspan, desreguló el sistema bancario para permitir que la habitual recua de ladrones financieros expresara los «espíritus animales» que Greenspan reputaba la fuerza motriz de su mundo de fantasía inspirado en Ayn Rand.

El resultado es una repetición del colapso de las S&Ls de hace dos décadas, la repetición de un «clásico» financiero, por así decirlo. El modo en que se procedió a salvar S&L es relevante ahora, porque las propuestas para salvar a los tenedores de obligaciones emitidas por FNMA y Freddie Mac son asombrosamente parecidas a la salvación de los cuentacorrentistas de las expoliadas S&Ls en los 80. Sólo un puñado de S&Ls se fue a pique, las más notoriamente aficionadas al riesgo. Sus cuentacorrentistas no eran mamás y papás del vecindario, sino grandes ahorradores institucionales, que pudieron desentenderse de los riesgos o de los comportamientos fraudulentos porque había una garantía pública por parte de la FSLIC (Federal Savings and Loan Insurance Corporation). Fue ella la que salvó a los grandes los propietarios de los grandes depósitos.

Volvamos rápidamente a nuestros días. Se pudo comprobar hace muchos meses que FNMA maquillaba sus libros. Pero a los grandes especuladores les traía sin cuidado. Aunque no había garantía pública oficial alguna, había una protección «implícita» asegurada a los que incurrían en riesgos. Las empresas aseguradoras financieras incrementaron drásticamente la prima de los seguros contra impagos para esas dos agencias hipotecarias patrocinadas por el gobierno. Pero los inversores siguieron siendo capaces de sacar unos cuantos puntos más comprando sus obligaciones.

¿Deberían ser salvadas? Y si el gobierno no lo hace, ¿significaría eso la quiebra de FNMA y el colapso del mercado hipotecario estadounidense?

¿Qué queremos, una nueva burbuja o la reindustrialización?

Permítasenos dar un paso atrás y atender a la función que Fannie y Freddie han desempeñado en la actual Economía de la Burbuja?

¿A quién podría esperarse que apoyaran la Fed, en su calidad de «comité de dirección» del sistema bancario comercial, y la Agencia Federal de la Vivienda, la FNMA y Freddie Mac, criaturas del sector inmobiliario? Manifiestamente creadas para servir «al pueblo», el 90% del cual está compuesto por deudores, lo que hacen estas instituciones es apoyar al 10% de la población que son acreedores.

En lo que llevamos de año, hemos visto ya un millón de embargos y subastas, y el colapso de las hipotecas basura está empeorando. Los precios de la vivienda se están desplomando, a medida que las tasas de interés de las hipotecas eufemísticamente llamadas de interés variable «varían» en la única dirección para la que fueron concebidas: disparándose desde niveles irrisorios hasta llegar a niveles catastróficamente altos. En el mercado de hoy, resulta más difícil obtener un crédito. La economía ha alcanzado su límite de endeudamiento y está entrando en una fase de insolvencia.

No estamos en un ciclo, sino en un fin de época. El viejo mundo de la piramidalización de la deuda en grado fraudulento no puede restaurarse, a pesar del rechazo de la Ley Glass-Seagall en 1999, que provocó conflictos financieros de interés cuando la Administración Clinton respaldó al secretario del tesoro Robert Rubin y al lobista financiero Greenspan en la idea de que los mercados financieros observarían la ley y se autorregularían. La burbuja inmobiliaria fue posible gracias al hecho único de que la población norteamericana salió de la II Guerra Mundial relativamente libre de deudas. Todas y cada una de las recuperaciones económicas se han hecho partiendo de un nivel cada vez mayor de deuda. Eso es algo parecido a tratar de conducir un automóvil con un pedal del freno más apretado cada vez que se encuentra un semáforo en luz roja (recesión). Ahora hemos llegado al límite de endeudamiento, y la economía está atenazada. Ha vuelto la guerra de clases en el mundo de los negocios, pero vengándose: en vez de ser la habitual guerra de clases al viejo estilo entre los empresarios industriales y su fuerza de trabajo, ésta de ahora regresa a los viejos tiempos preindustriales; es una guerra de clases entre acreedores y deudores. Su principio rector es: «el pez grande se come al chico»; lo que acontece merced a la dinámica deudora que permea a la pretendida economía de la libre elección.

Todo eso es presentado como propio de una economía postindustrial. Pero el asunto es harto más viejo. Ninguna economía en la historia ha sido nunca capaz de saldar sus deudas. En eso consiste la «magia del interés compuesto». Las deudas crecen inexorablemente, haciendo ricos a los acreedores pero empobreciendo a la economía entera en el proceso, y así, destruyendo la capacidad de pago. Habiendo reconocido esa dinámica financiera, la mayoría de las sociedades eligió la respuesta más lógica. Desde los sumerios en el tercer milenio antes de nuestra era y los babilonios en el segundo, pasando por Grecia y Roma en el primero y luego la Europa feudal hasta la maraña de deudas y reparaciones interaliadas que desbarataron a las finanzas internacionales luego de la I Guerra Mundial, la respuesta ha sido siempre la de rebajar la deuda para acompasarla a la capacidad de pago del deudor.

Y eso sólo se puede hacer anulando la deuda que no se puede pagar. La alternativa es la servidumbre por deudas. Durante la mayor parte de la historia, los países han hallado una y otra vez que la bancarrota -la anulación de la deuda- es la vía a las economías libres. La idea es liberarlas de una situación en la que el excedente económico resulta desviado de la inversión tangible a fin de poder pagar a los banqueros. La idea clásica de los mercados libres era evitar la privatización de monopolios como el privilegio único de los banqueros comerciales, que pueden crear crédito bancario y cargarlo con intereses.

Las propuestas que se hacen ahora pretenden substituir las malas deudas que no están públicamente aseguradas (salvo por una garantía «implícita» dada por relevantes legisladores) por deudas nuevas, y con el fardo cargarán nuevos mamoncillos; ya se está cortejando oportunamente a bahreinitas y sauditas, especialmente.

Pero lo que hay, sobre todo, es una campaña pública sostenida por el sector FIRE (finanzas, seguros y bienes raíces) para convencer a la opinión pública norteamericana de que, en las célebres palabras de Margaret Thatcher, TINA, «There Is No Alternative», «no hay alternativa». (Véase por ejemplo la excelente cobertura que hizo el Wall Street Journal de la crisis hipotecaria de la FNMA el 11 de julio de 2002, p. A12.) Cuando uno oye eso, significa que la censura política se está movilizando para inundar a los medios de comunicación de masas con el equivalente intelectual de las moscas de la fruta estériles que se sueltan para evitar la propagación de una amenaza. Todo lo que uno oye es un caudal de alegaciones, según las cuales el gobierno está obligado a preservar las ficciones financieras que son FNMA y Freddie Mac para «salvar al mercado».

¿Pero qué es «el mercado» que ha de ser «salvado»? Para Wall Street y sus abogados en el Congreso, es la masa de deuda mala que crece a un «mágico» interés compuesto, más allá de la capacidad de pago de los deudores. Si los deudores no pueden pagar, entonces tiene que pagar el gobierno: el «contribuyente» tiene que extenderle un cheque a Wall Street. Entretanto, hay que proceder a más recortes fiscales para permitir que las finanzas, las aseguradoras y el sector inmobiliario tengan dinero bastante para «recuperarse» de sus pérdidas por la vía de extraer aún más rentas e intereses de los consumidores y asalariados de la economía industrial.

La hipocresía al uso se lleva esta vez a los extremos con la alegación de que todo eso es necesario para «salvar a la clase media», cuando de lo que se trata es de salvar sus deudas, no sus activos. Lo cierto es que algo ha de perderse, y el 10% más rico de la población quiere asegurarse de que no será su posición económica, sino la del 90% que tiene a sus pies. El «modo de vida» que se quiere salvar no es el da la vivienda en propiedad, sino el de la servidumbre por deudas en que se funda la concentración de la riqueza en la cúspide de la pirámide económica.

Mi modesta propuesta

Los accionistas de FNMA y Freddie Mac serán probablemente borrados del mapa, como lo fueron los accionistas en la salvación de los cuentacorrentistas de S&L en los 80. Hay una forma simple de preservar las funciones públicas de FNMA y de Freddie, si se consideran necesarias para mantener el apoyo al mercado de la deuda. Se puede hacer sin acudir en auxilio de los especuladores que compraron las hipotecas que ellas empaquetaron.

Para empezar, no todas las hipotecas que compraron o garantizaron estas dos agencias son basura. La mayoría son genuinas y están al corriente de pagos. Después de todo, los pobres son honrados y creen que tienen que pagar como punto de honor, aun si el hacerlo contradice su interés económico cuando el valor de sus hogares hipotecados cae por debajo del de la hipoteca. Déjese que esas hipotecas sigan respaldando las obligaciones de FNMA y Freddie Mac existentes al nivel en el que está actualmente el servicio de su deuda hipotecaria. Si hay un cortocircuito, déjese que los tenedores de las obligaciones sufran las pérdidas que supuestamente van de la mano del riesgo; por algo tenían esas hipotecas unas tasas de interés tan altas. Las pérdidas serían proporcionales al fraude financiero e inmobiliario generado. Esa es la ley para todos los tenedores de obligaciones cuando sus inversiones se dirigen al sur. ¿Por qué hacer una excepción para los participantes en la burbuja financiera?

La regla caveat emptor [tenga cautela el comprador; T.] debería aplicarse aquí a los banqueros y a los inversores. Compraron un producto, un flujo de ingresos que creyeron o pretendieron que podrían ser pagados. Cualquier estudiante que haya aprendido las matemáticas del interés compuesto sabe que, al final, las deudas de una economía nunca pueden ser saldadas. De modo que esto debería ser un particular caveat financiero.

Para mantener sus actividades al día, déjese que Fannie y Freddie emitan una nueva serie de obligaciones: la serie «no volveremos a engañar más». Estarían basadas en una nueva y más honrada y realista estimación de la accesibilidad a la vivienda, que es lo que supuestamente están promoviendo. Tales pasos no provocarían un colapso.

Pero antes de dar pasos para salvar a FNMA y a Freddie Mac, podríamos preguntarnos si sería una tragedia el cese de sus garantías de la deuda. Wall Street dio a los políticos un guión para apoyar a FNMA y a Freddie, pretendiendo que su actividad de empaquetar y revender hipotecas en grandes «rebanadas» proporcionaba liquidez. Sus defensores alegaban estar «modernizando» el mercado hipotecario inmobiliario creando estándares uniformes y paquetes homogéneos. Pero esos paquetes se fueron contaminando con basura, embutiendo en salchichas financieras préstamos a pobres sin paga fija y a Ninjas («No income, no job») sin ingresos ni empleo.

Lo que hicieron Fannie y Freddie fue proporcionar una nueva y caudalosa fuente de demanda hipotecaria. Su papel ha consistido en extender el mercado de la deuda hipotecaria, crear oportunidades para ganar dinero financieramente en un contexto de inflación de los precios de los activos: la Economía de la Burbuja. El resultado fue la subida desapoderada de los precios de la vivienda. Tal ha sido el Juego Norteamericano durante un siglo. Y se ha abierto cada vez más a inversores extranjeros (incluidos los ingenuos bancos alemanes que fueron los primeros en arruinarse por haber confiado en el mercado estadounidense de hipotecas basura), hinchando la oferta de fondos prestables que empujaron al alza los precios de la propiedad.

Antes de la FNMA y Freddie Mac, los bancos que hacían hipotecas las mantenían, porque no había compradores ciegos fuera. Así fue la era pre-fraude. Ahora la vemos como una Edad de Oro. Los precios de las viviendas eran baratos, y los compradores no tenían que endeudarse tan profundamente para adquirir sus casas. Pero el Senado y el Congreso -al menos, los Demócratas- urgen ahora a la Agencia Federal de la Vivienda y a otras agencias públicas a sostener al alza el mercado hipotecario ofreciendo préstamos por el valor total de lo adquirido y otros subsidios. El propósito primero no es ayudar a los propietarios de vivienda, que, en realidad, tendrían que pagar más, si el mercado inmobiliario se hinchara de nuevo. Cada crisis económica añade unas cuantas palabras a la lengua inglesa. Esta vez, tenemos «reflate» («reinflar»). Otra es la acuñada por el profesor Roubini, de la Universidad de Nueva York, «stagdeflation» («estancdeflación»), que combinaría la deflación de ingresos causada por la deuda y la inflación de precios de las mercancías a medida que el dólar baja en respuesta al déficit de la balanza de pagos resultante en buena medida de la guerra de Irak. Pero esta es otra historia. La historia de hoy trata de los intentos del Congreso de salvar a bancos que compraron o empaquetaron esas hipotecas basura, trata de lo innecesario de ese salvamento y trata de una medida harto más simple y equitativa, cual sería cancelar la mala deuda.

Conclusión

La deuda inmobiliaria estadounidense de 13 billones de dólares no es más saldable que la deuda de 3,5 mil millones de dólares que tiene contraída el gobierno norteamericano con bancos centrales extranjeros, o, para lo que aquí importa, que la deuda pública misma. Adam Smith observó hace dos siglos que ningún gobierno había saldado jamás sus deudas. En esa época, la aristocracia -los sucesores de los señores de la guerra vikingos que conquistaron Gran Bretaña y otros países europeos, privatizando sus tierras comunales- mantenía el grueso de la tierra abierto al acceso público libre. Hoy, los bienes raíces se han «democratizado», pero eso se ha hecho a crédito. Las hipotecas constituyen el grueso de la deuda de las familias norteamericanas. Con tal función, la deuda inmobiliaria se ha convertido en la base del sistema bancario comercial, y por lo mismo, en la base de la riqueza del 10% más rico de la población, acreedor del 90% endeudado. De eso van Fannie Mae, Freddie Mac y «el mercado».

Ningún partido apoya en el Congreso una nueva ley de quiebras. Falta, para eso, el dinero de los lobistas. De modo que la alternativa preferida parece ser una nueva burbuja inmobiliaria, lo que significa más servidumbre por deudas para los nuevos compradores de vivienda, no descenso de los precios de las casas a niveles accesibles.

Por supuesto, hay una alternativa (TIAA, There Is An Alternative). Es hacer de la renta la base del sistema fiscal, en vez de hacer de ella la base para expandir la deuda a los bancos. Los bienes raíces podrían liberar de fiscalidad al trabajo y a la industria. En cambio, desgravar fiscalmente la propiedad lo que ha hecho es forzar al mundo del trabajo a cargar con los impuestos y a pagar a los bancos una suma equivalente en intereses.

Pero ese es ya asunto para un artículo venidero.

NOTA T.: (1) La «negative equity» se traduce aquí por «quiebra técnica» por ser la única voz del léxico económico con tradición castellana que se acerca al significado original en inglés. Pero la locución inglesa es propiamente intraducible, a causa de las diferencias legislativas. Mientras que cuando en los EEUU se deja de pagar una hipoteca lo único que puede hacer la institución financiera acreedora es subastar el bien inmobiliario y quedarse con el dinero de la subasta, en la legislación hispánica, si el dinero conseguido en la subasta no basta para cubrir la hipoteca, la institución financiera puede proceder al embargo de otros bienes del deudor -incluida la nómina-, hasta cubrir el total de lo adeudado. «Negative equitiy» es la situación que se produce cuando el precio del inmueble cae por debajo de la deuda hipotecaria: quien tiene entonces un problema es la institución financiera tenedora de los títulos hipotecarios. Mientras el deudor norteamericano en situación de «negative equity» tiene abierta la posibilidad de soltar el bien inmobiliario de consuno con la hipoteca, el deudor hispánico se halla, en cambio, en situación de «quiebra técnica»: debe más de lo que vale el bien por el que está endeudado y no tiene otra salida que seguir satisfaciendo esa deuda.

Michael Hudson es ex economista de Wall Street especializado en balanza de pagos y bienes inmobiliarios en el Chase Manhattan Bank (ahora JPMorgan Chase & Co.), Arthur Anderson y después en el Hudson Institute. En 1990 colaboró en el establecimiento del primer fondo soberano de deuda del mundo para Scudder Stevens & Clark. El Dr. Hudson fue asesor económico en jefe de Dennis Kucinich en la reciente campaña primaria presidencial demócrata y ha asesorado a los gobiernos de los EEUU, Canadá, México y Letonia, así como al Instituto de Naciones Unidas para la Formación y la Investigación. Distinguido profesor investigador en la Universidad de Missouri de la ciudad de Kansas, es autor de numerosos libros, entre ellos Super Imperialism: The Economic Strategy of American Empire.

Traducción para www.sinpermiso.info: Ricardo Timón