Busco un libro en el estante de casa. En la primer hoja, la dedicatoria: » Para César, que también camina las mismas márgenes del mismo río. Gentio do Ouro, octubre de 2001.» De dentro del libro, cae una tarjeta que ya tenía olvidada: «César, agradecido por tu inesperada suavidad, por tu lúcida y firme […]
Busco un libro en el estante de casa. En la primer hoja, la dedicatoria: » Para César, que también camina las mismas márgenes del mismo río. Gentio do Ouro, octubre de 2001.» De dentro del libro, cae una tarjeta que ya tenía olvidada: «César, agradecido por tu inesperada suavidad, por tu lúcida y firme presencia. Agradecido por tu existencia. Te abrazo. Adriano». No consigo contener la emoción.
Entre 1992 y 1993, durante un año, Adriano y tres personas más realizaron una caminata de 2.700 kilómetros, desde la naciente hasta la desembocadura del río San Francisco. El libro que gané como un presente cuando los visité en el sertão 1 – Da foz à nascente, o recado do rio, de Nancy Mangabeira Unger – narra poéticamente el emprendimiento de ese grupo de héroes, cuyas vidas se confunden con la lucha por la vida del río y de las poblaciones «sertanejas» que dependen de él.
El líder de los peregrinos era un fraile franciscano, el más franciscano de todos los franciscanos que conocí, Luis Cappio. No recuerdo en que localidad lo encontré – creo que fue en Pintada – pero nunca lo olvidé. Es un hombre raro. Vive visceralmente el cristianismo, en su misión. Hoy, es obispo de la Diócesis de Barra. Se transformó él mismo en un simple peregrino, un hermano de la humanidad, un pobre viviendo entre los pobres. Está en huelga de hambre desde hace más de veinte días y puede morir. Adriano sigue a su lado.
Detenido en Brasilia, el presidente Lula acusa a Frei Luis y sus compañeros, contrarios al desvío del cauce de las aguas del Río San Francisco, de no interesarse por la suerte de los nordestinos. Para quién conoce a los dos personajes, resulta patético. Un abismo moral los separa. De ese abismo surgen sus diferentes propuestas.
El territorio semiárido brasileño es inmenso: 912 mil km2. Es densamente poblado: 22 millones de personas en un medio rural. Es el más lluvioso del planeta: una media anual de 750 mm, lo que determina 760 mil millones de metros cúbicos de lluvias por año. No es verdad, entonces, que allí falte agua. La naturaleza la proveé, aunque ella es desperdiciada: las aguas se evaporan bajo el fuerte sol, o van después, escurriéndose ligeras sobre el impermeable y cristalino suelo.
Hace décadas el Estado invierte en obras grandes y caras, que concentran agua y, con ella, concentran poder. El presidente Lula quiere hacer más de lo mismo.
En el mundo de las promesas y del espectáculo, donde vive, la transposición matará la sede del «sertanejo». En el mundo real, sólo el 4% del agua desviada o transpuesta será destinada al consumo humano, en un área equivalente al 6 % de la región semiárida. «Es la última gran obra del hidronegocio. Una solución falsa para un problema falso», dice Roberto Malvezzi, de la Comisión Pastoral de la Tierra.
Gracias a gente como Cappio, Adriano y Malvezzi, el semiárido nordestino está experimentando una lenta revolución cultural. Centenares de organizaciones sociales, apoyadas por la Iglesia Católica y por otras Iglesias, adoptaron el concepto de la convivencia con la naturaleza y desarrollaron in situ cerca de cuarenta técnicas inteligentes, baratas y eficientes para almacenamiento de agua de lluvia. Ella es suficiente – equivalente a casi 800 veces el volumen de agua de la transposición – y además cae concentrada en un corto período del año.
Ellos luchan por dos metas principales: «un millón de cisternas» y «una tierra y dos aguas». Combinados, los dos proyectos están dirigidos a proporcionar a cada familia del semiárido un área de tierra suficiente para vivir con dignidad, una fuente permanente de agua para abastecimiento humano y una segunda fuente de agua para la producción agropecuaria, conforme a la vocación de cada región. Las experiencias ya realizadas dieron resultados magníficos.
Para ofrecer eso a la problación «sertaneja», es necesario realizar una reforma agraria y construir una malla de aproximadamente 6,6 millones de pequeñas obras: dos cisternas en cada casa para consumo humano, una de uso corriente y otra por seguridad; más de 2,2 millones de recipientes para tener agua de uso agropecuario. En conjunto, es una obra gigantesca, aunque desconcentrada. La captación de agua así realizadada, al pie de cada casa y en la roca, ya es también la distribución de esa misma agua, lo que desmonta una de las bases más importantes del poder de las oligarquías locales. Almacenada en lugares cerrados, ella no se evapora. Impulsado por millones de personas, éste podría ser un proyecto movilizador de las energías de la sociedad, emancipador de las poblaciones «sertanejas», si tuviese un apoyo decidido del gobierno federal.
La propuesta tiene respaldo técnico de la Agencia Nacional de Aguas (ANA), que realizó un minucioso diagnóstico hídrico de 1.356 municipios nordestinos, un trabajo brillante. Está focalizado en la región semiárida, aunque el diagnóstico incluye grandes centros urbanos como Salvador, Recife y Fortaleza, abarcando un universo de 44 millones de personas. Las obras propuestas por la ANA, las iglesias y las entidades de la sociedad civil resuelven la cuestión de la seguridad hídrica de las poblaciones. Están presupuestadas en 3.600 millones de reales, la mitad del costo inicial de transposición del San Francisco.
Eso no interesa al agronegocio, un devorador de grandes volúmenes de agua en monocultivos irrigados, productoras de frutas para exportación y de caña para fabricar etanol. Ni para él ni para algunos grupos industriales – grandes financiadores de campañas electorales – para quienes la transposición se destina, pues estos necesitan agua concentrada. Al «sertanejo», cada vez más, le quedará la opción de migrar o transformarse en trabajador precario o golondrina.
Para detener la marcha de la insensatez, frei Luis entrega la vida, el único bien que posee. No le quedó otra opción, pues el gobierno esquivó el debate que prometió. Ha preferido apostar a la política del hecho consumado. Ahora, la farsa sólo podrá seguir sobre el cadáver del obispo. El presidente Lula dejó claro que considera aceptable esa alternativa. Sin embargo, antes de ese terrible desenlace, el presidente debe meditar sobre las palabras de Paula Maldos, del Consejo Indigenista Misionero, su tradicional aliado: «En torno del gesto radical del obispo se está formando una corriente de solidaridad, de apoyos, de alianzas, de identificación ética, política, social, ideológica, cuyos contornos son fácilmente identificables: se trata de los movimientos sociales, políticos, por los derechos humanos, pastorales sociales, personalidades de la Iglesia Católica, de la política, de la cultura, que, desde los años 80, constituyeron a Lula como líder de masas en nuestro país. (…) Si Don Cappio resultare muerto, será el final de esta historia. No será sólo Don Cappio quien morirá. Morirá la referencia política de Lula y del Partido de los Trabajadores en la historia de los movimientos sociales de Brasil. (…) La historia del liderazgo popular de Lula será la historia de un fracaso. La muerte física de Don Cappio señalizará la muerte política de Lula.»
Suplico que el presidente abra el diálogo con rapidez, por generosidad y por cálculo: frei Luis necesita vivir.
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1 Término que significa región interior y poco poblada, semiárida