Qué horror, muchos jóvenes, en las encuestas, dicen que desean ser funcionarios en lugar de emprendedores, no quieren trabajar, sólo aspiran a la vagancia, al «vuelva usted mañana», a «eso no lo llevo yo y el que lo lleva está desayunando», a «lo siento, hoy se ha venido abajo el sistema» (el programa de Internet, […]
Qué horror, muchos jóvenes, en las encuestas, dicen que desean ser funcionarios en lugar de emprendedores, no quieren trabajar, sólo aspiran a la vagancia, al «vuelva usted mañana», a «eso no lo llevo yo y el que lo lleva está desayunando», a «lo siento, hoy se ha venido abajo el sistema» (el programa de Internet, no el capitalista, tranquilos, pueden seguir quienes lo deseen con viernes negros y días blancos para comprar, si no, qué sería de sus vidas vacías y adocenadas).
Sálvese el que pueda, el futuro, o sea, los jóvenes, no quieren imitar a los jóvenes empresarios formados en las universidades pijas de Estados Unidos (¿formados o deformados?), no quieren emprender, trabajar día y noche para intentar que su alma -predestinada por un dios protestante o azotada por un dios judío vengador- se salve y cuando mueran de un infarto o de puro desgaste, miren eternamente el rostro celestial como premio a su esfuerzo a favor del progreso. No, en lugar de eso, numerosos jóvenes prefieren un trabajo para toda la vida, una estabilidad psíquica, procrear, pasear al perro y limpiar el suelo de sus cacas (las del perro), prefieren estar con sus hijos, con sus amigos, aspiran a que un jefe y la Bolsa no los tengan en vilo todo el tiempo, los jóvenes que anhelan ser funcionarios desean trabajar para el Estado opresor, ganar su dinero, ir de su corazón a sus asuntos, acudir a su trabajo y pagar con su dinero una cerveza con caracoles.
Nada de Amazon, Facebook, Google, nada de ciencia aplicada a la guerra o a la Inteligencia Artificial, nada de contribuir a fabricar los robots y los humanoides que sustituyen y sustituirán al currante y a ellos mismos, los ciber que jamás harán huelga ni querrán parar media hora para comerse un bocadillo o para engullirse un café con una tostada de manteca colorá.
No contentos con eso, algunos incluso quieren ser poetas o pintores o escritores y, ¡toma ya!, en lugar de escribir según los gustos del mercado, escribir según sus talentos, pero, ¡qué clase de emprendimiento es ése! En todo caso, hay que escribir novelas fantásticas, con sexo, violencia, libros de autoayuda que digan «la solución está en ti», eres como el Espíritu Santo que flota sobre Todo en forma de paloma, y todos esos libros se convierten en cine, series, videojuegos, y, hala, a vender.
¿Funcionarios? Pura inutilidad, no se acuerdan ya de la palabra mágica, competitividad, es decir, sinvivir, a la que adora la incansable Lagarde FMI, ¿va a estar equivocada tan insigne dama?
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