El nuevo fascismo, el que tiene éxito, y por tanto el que debería alarmar, es el que sabe apropiarse de Gramsci y Marx
Diego Fusaro en 2018 en un debate televisivo del canal La7 Attualità
En Italia tenemos la sensación de que desde fuera nos miran mucho pero nos entienden poco. Nos pasó con Silvio Berlusconi, predecesor de Donald Trump en tantas cosas. Mientras aquí sufríamos sus políticas y, sobre todo, su capacidad para controlar el marco mental colectivo a través del monopolio mediático, su imagen exterior a menudo se reducía a la caricatura de un viejo verde. Y lo es, pero también ha sido quien ha pactado con la mafia y ha embarrado de corrupción todo lo público; quien ha elevado a categoría de orgullo nacional ser menefreghista y furbo -qué me importa la colectividad, lo que cuenta es tener dinero y ser más vivo que los demás-. Y, por supuesto, es el padre de todos los nuevos populistas de derecha y extrema derecha: sin su apadrinamiento, Matteo Salvini no hubiera podido reconvertirse en ultranacionalista italiano y aún estaría atrapado en el micromundo de la Padania -una entidad que tiene de real lo mismo que Tabarnia.
Con el Movimiento 5 Estrellas (M5E) pasó lo mismo. Coincidir en el tiempo con Podemos hizo que erróneamente se les comparase. Tienen poco que ver. «En España, quien más se nos asemeja es Ciudadanos», dijo un diputado grillino . El M5E es un partido-empresa, y su fundador y propietario, el excéntrico multimillonario Beppe Grillo, lo define como «ni de derechas ni de izquierdas, ni fascista ni antifascista». Y, lógico, Grillo tendió los brazos a los neofascistas de CasaPound. «He visto su programa y tenemos muchas cosas en común, si quieren unirse al Movimiento los acogeremos con los brazos abiertos», dijo allá en 2013. A los autodefinidos como «fascistas del tercer milenio» les gustó tanto que, entre una paliza en grupo a un inmigrante y otra, colgaron un banner en su web con la frase. Pero una vez llegaron al poder, tocó mojarse, y la supuesta ambigüedad se desvaneció: los grillini votaban y pactaban con la derecha. Su líder político, Luigi di Maio, quien definió las ONG de salvamento marítimo como «taxistas del mar al servicio de las mafias», incluso ha elogiado la política económica de Rajoy.
El pacto entre el M5E y la Liga de Salvini (un Frente Nacional a la italiana) era lo más natural del mundo. Pero solo hubo dos personajes que presionaron públicamente para que se llevase a término. Uno era Steve Bannon, que había venido a Italia como asesor de la campaña de Salvini. El otro era un aspirante a Steve Bannon: Diego Fusaro. En realidad, Fusaro podría haber quedado más satisfecho, ya que su propósito era que el partido posfascista Fratelli d’Italia también entrase en el gobierno. «¡Qué bonito sería un gobierno de las tres fuerzas populistas!» dijo. No es, pues, que «algunos salvinistas no están en desacuerdo con sus ideas», como se decía en la entrevista que se publicó en El Confidencial: es que él mismo apadrinó el Gobierno de Salvini.
Por ello en Italia extrañó mucho la presentación que se hizo de Fusaro, y que indujo evidentemente a un error a la hora de situar al personaje. Aquí se le conoce como «el filósofo de los talk-show«, un chico siempre bien vestido, telegénico, que se toma muy en serio a sí mismo, de voz aguda y actitud pedante, que se pasa día y noche repitiendo su mensaje contra la izquierda y el antifascismo y a favor de la política migratoria del Gobierno en cualquier rincón donde le inviten.
En la entrevista que le realizó el periodista Esteban Hernández, aparte de los típicos juegos de prestidigitación argumental, habla de su proyecto: el «populismo soberanista, socialista, patriótico, antiglobalista e identitario». ¿Han presenciado alguna vez una reunión de neofascistas en Italia? Pues si lo hacen, oirán exactamente las mismas palabras. De haber asistido al último congreso nacional de CasaPound, además, podrían haberlas escuchado de boca del mismo Fusaro, que fue el ponente estrella y el más aplaudido.
Fusaro, que fue muy precoz (a los 22 ya publicaba), ha ido perfeccionando su discurso reaccionario con los años. A principio de 2014 hizo su primer intento de participar en un acto de CasaPound. Pero, listo como es, lo canceló asegurando, hiperbólico y fantasioso como de costumbre, ¡que la izquierda lo había amenazado de muerte si iba! Ahí inició su relato victimista. «Yo estoy convencido de que hay que dialogar con los fascistas», dijo entonces en otro acto. «Los que no quieren dialogar con los fascistas son los que van de antifascistas cuando en realidad no hay fascistas [justo tras hablar de ellos] para disimular que no son anticapitalistas». Es su mantra.
Actualmente Fusaro mantiene una rúbrica muy apreciada por los neofascistas en el demencial periódico orgánico de CasaPound, Il Primato Nazionale, un panfleto lleno de fake news e insultos contra inmigrantes, personas gitanas, feministas y colectivos antifascistas, donde es fácil encontrar citas y elogios a Mussolini. Un artículo del 25 de abril firmado por la redacción se titula: «Mussolini y el puente tendido a los socialistas contra el capital». Explica que los socialistas antifascistas no supieron apreciar el gesto del generoso Duce de unirse a la lucha contra el capital. Este es su relato: quieren seducir a la izquierda. Como hicieron Mussolini y Hitler.
Pero la izquierda no aprende. Considerar que en la extrema derecha y en el neofascismo no hay cabezas pensantes es un grave error. Las hay, y saben detectar los puntos débiles de sus adversarios. Que la izquierda europea que ha gobernado se ha sometido a los mercados y que poco se diferencia ya de la derecha moderada conservadora o liberal es un hecho. Como lo es que la izquierda se ha apoltronado, alejándose de las calles y dejando campo abierto a que estos espacios los ocupara la extrema derecha.
Las periferias italianas están llenas de militantes de CasaPound que hacen voluntariado, recogen alimentos solo para italianos, abanderan el ecologismo y el civismo y limpian los parques, aprovechando para criminalizar la drogodependencia y montar comités para echar de los barrios a inmigrantes, refugiados o personas de etnia gitana. Son neofascistas que de noche amenazan y agreden a colectivos vulnerables mientras de día intentan ir de enrollados. En sus sedes tienen un busto de Mussolini al lado de un póster del Che Guevara. Reivindican a Gramsci y a Pasolini. El nuevo fascismo, el que tiene éxito, y por tanto el que debería alarmar, es este. El que, como viene haciendo desde hace cuarenta años la extrema derecha, sabe apropiarse de Gramsci y Marx. El que consigue confundir a la izquierda, hacerla dudar de sí misma.
La extrema derecha en Europa tiene hoy por hoy dos grandes objetivos. Ambos se encuentran en el eje del discurso de Fusaro. Uno es contraponer los derechos sociales a los civiles: si los trabajadores sufren malas condiciones laborales es porque la izquierda solo se ocupa de los derechos de las mujeres y la comunidad LGTBI. El siguiente paso es suprimir estos derechos. El segundo objetivo es contraponer los últimos (inmigrantes) a los penúltimos (clase trabajadora). «Vienen a robarnos el trabajo» y «la inmigración es un complot de las élites para sustituir a los europeos blancos y cristianos por africanos musulmanes». ¿Pero defienden los intereses de los trabajadores cuando tienen el poder? En Italia se ha demostrado que no. Por cierto, a quienes orbitan alrededor de la extrema derecha no les oirán hablar nunca de sindicatos, de trabajadores autoorganizados. Di Maio y Salvini coinciden en que «los sindicatos son un obstáculo y no defienden a los trabajadores».
El tratamiento que ha recibido en España ha sorprendido al propio Fusaro, que ni de lejos ha vivido algo parecido en Italia ni en ningún otro país. Él mismo publicó un vídeo en YouTube para hablar del éxito que había tenido la entrevista, dar las gracias al «valiente periodista» y pavonearse de que Alberto Garzón lo hubiese tenido en cuenta. Y se lamentaba, en el tono victimista habitual, de que la «izquierda fucsia arcoiris» le tilde de fascista. «¿Cómo pueden?», se preguntaba. «¿No ven que hago referencias a Gramsci, al Che Guevara (patria o muerte), Pasolini y a la democracia socialista?», decía, sin ningún pudor.
La reacción de la izquierda española ante Fusaro ha sido muy sintomática. El diagnóstico es confusión aguda y bajísima autoestima. Si la extrema derecha te adelanta, copiarla es siempre un mal negocio. Lo hizo la izquierda en Italia, se la comieron con doble ración de patriotismo y ¡fuera buenismo! Porque, como enseñó el maestro Berlusconi, cuando compras su marco mental es que ya te han vencido. ¿Y si en vez de eso la izquierda volviese a hacer de izquierda, sin complejos?
Alba Sidera, corresponsal en Italia del periódico El Punt Avui desde el 2012. Colaboradora, entre otros medios, de Media.cat y La Directa. @ALBASIDERA