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G-8 / G-20: Una mala y costosa obra de títeres

Fuentes: SERPAL

No es que las anteriores hayan sido útiles para el futuro de la humanidad. Pero este doble cónclave celebrado el pasado fin de semana superó en pobreza de resultados y en coste de escenografía a todas las precedentes. Por «razones de ahorro», esta vez acordaron hacer coincidir las dos «cumbres» en tiempo y lugar: un […]

No es que las anteriores hayan sido útiles para el futuro de la humanidad. Pero este doble cónclave celebrado el pasado fin de semana superó en pobreza de resultados y en coste de escenografía a todas las precedentes. Por «razones de ahorro», esta vez acordaron hacer coincidir las dos «cumbres» en tiempo y lugar: un fin de semana y Canadá como país anfitrión. Los mandatarios de los países teóricamente «más desarrollados»: EE.UU; Reino Unido, Alemania, Francia, Japón, Rusia, Canadá e Italia que constituyen el llamado «Grupo de los 8» o «G-8» se reunieron en la ciudad de Huntsville, y horas más tarde, a 200 km, en Toronto, el «G-20». En este último, a los países anteriormente citados, se suman China, Turquía, India, Brasil, México, Argentina, Australia, Indonesia, Arabia Saudí, Corea del Sur y alternativamente son «invitados» otros países como el caso de España u Holanda.

Mal empezamos

Antes de comenzar las deliberaciones ya trascendía la primera mentira: el «ahorro» esgrimido por los organizadores quedó en una cifra sin precedentes: un gasto próximo a los 1.200 millones de dólares. Este coste incluye el despliegue de 20 mil policías, la construcción y mantenimiento de una valla de seis kilómetros para proteger el Centro de Convenciones y los principales hoteles donde se alojarían los mandatarios y sus comitivas, y la compra de material antidisturbios de refuerzo. Hay otros gastos que deberán pagar los contribuyentes canadienses: un lago artificial construido ex profeso, o el centro de prensa, con un coste de dos millones de dólares. Las reuniones ocuparon bastante menos de las 72 horas del fin de semana.

El primer ministro canadiense resumió lo que, finalmente, sería el adorno retórico sobre las deliberaciones. Stephen Harper había señalado en mayo: «En Toronto necesitamos cumplir nuestros pasados compromisos para asegurar la recuperación de la economía mundial y restaurar puestos de trabajo en todo el mundo». Y refiriéndose al G-20 pronosticaba que ese grupo «tiene también la responsabilidad de marcar el inicio de una nueva era de cooperación económica, que resultará en un crecimiento global más fuerte, equilibrado y sustentable». Si concluidas las «cumbres» recorremos los erráticos y abstractos titulares de los diarios, comprobamos que una vez más la pirotecnia verbal es una cosa y los resultados son otra completamente distinta.

¿Cuál seguridad?

Los objetivos de los más industrializados (G-8) era considerar las amenazas para la seguridad mundial. Para ellos esa amenaza no son las hambrunas, las injusticias, las invasiones armadas contra pueblos y territorios, o la desigualdad estructural. Ellos están preocupados por la posibilidad de que Irán disponga de recursos nucleares como los tienen otros países como Estados Unidos, China, Francia, Reino Unido, Rusia o Israel. También les preocupa «el terrorismo internacional», etiqueta que según las épocas agrupa a determinados gobiernos, países, ideas políticas, o colectivos sociales que están fuera de su control. O les inquieta «la piratería». Este último calificativo lo aplican no a los buques factoría que incursionan devastando incluso con procedimientos ilegales mares y costas lejanas, sino a los ciudadanos de países afectados por esos atropellos que intentan desesperadamente resarcirse del saqueo. Jóvenes cuyas generaciones anteriores vivieron de la pesca artesanal y costera, hoy diezmada por las factorías flotantes de las multinacionales, son los «piratas» a combatir. Y para ello, y para proteger a las empresas privadas que practican el saqueo, utilizan fragatas y otros navíos de las armadas de los países desarrollados. Eso sí, se han hecho eco tímidamente de la terrible situación del millón y medio de palestinos sitados en su propia tierra por el ejército israelí, una de las más flagrantes violaciones a los derechos humanos afirmando que «las disposiciones actuales (se refiere al bloqueo y cerco de Gaza) no son sostenibles y deben cambiar». Una exquisitez de lenguaje. No son ni injustas, ni intolerables, ni inadmisibles. Simplemente, «no son sostenibles». ¿Se referirán al coste que le significa a los ciudadanos israelíes el mantenimiento del cerco, los chek-point, muros, misiles inteligentes, bombardeos, tanques, palas excavadoras, etc.? La declaración del G-8 no ha generado por supuesto ninguna reunión de emergencia ni gabinete de crisis de los ultras que gobiernan Israel. Si desde hace tanto tiempo ignoran e incumplen resoluciones de las Naciones Unidas con total impunidad, esta vaguedad de sus amigos americanos y europeos no llega siquiera a preocuparles. Saben que también forma parte de la puesta en escena de los «líderes mundiales».

Las promesas se repiten tan fácilmente como se olvidan o se incumplen

El incremento de la pobreza, las crecientes desigualdades o el aumento de los refugiados en el planeta no han sido mencionados como temas fundamentales de las reuniones. Canadá había elegido como objetivo de la cumbre la mejora de la salud de las mujeres y niños de las regiones más pobres del mundo, donde cada año mueren 500.000 mujeres durante la gestación o el alumbramiento y 9 millones de niños fallecen antes de cumplir los cinco años. Pero estas frases quedarán en el olvido, como aquella promesa de hace cinco años en la Cumbre de Gleneagles, de garantizar hasta el 2010 el acceso universal al tratamiento, prevención y cuidado a todos los infectados con VIH en el mundo. Hoy, dos terceras partes de los necesitados carecen de ese acceso. El Banco Mundial admitió que el G-8 apenas proporcionó 11 mil millones de dólares, menos de la mitad de la suma comprometida para África. La crisis económica recortó aún más las ayudas y las clínicas africanas tienen que tomar dramáticas decisiones a la hora de de entregar medicamentos entre los enfermos de sida, determinando quien debe seguir viviendo y quien no. Al concluír las cumbres del fin de semana, Jörn Kalinski, miembro de una organización humanitaria internacional, expresaba su pesimismo sobre el resultado de las reuniones. «Los estados olvidaron las ayudas millonarias prometidas hace cinco años a los países más pobres y ni siquiera las mencionaron. Los fondos quedan así enterrados». Y cerró la reflexión con un lapidario: «Es un escándalo».

¿Qué quisieron decir? Ni los expertos se ponen de acuerdo

Un Centro de Prensa construido ex profeso y la legión de periodistas de los grandes medios y agencias de todo el mundo no han sido suficientes para desentrañar los resultados verdaderos de las reuniones de Canadá. Pero la domesticación de muchos de esos periodistas hace que la crítica profunda e incisiva no sea una de sus herramientas habituales. Si tenía que «salir bien» y fue un desastre, hay que maquillar los resultados. Y de esas plumas sumisas y el lenguaje técnico y poco concreto de las comunicaciones oficiales, han surgido crónicas y titulares abstractos y contradictorios. No es para menos, ya que ni los expertos se ponen de acuerdo. La frase «consolidación afín con crecimiento» que muchos presentaron como elemento común de los países participantes, deja en el aire el debate en torno a si privilegiar el crecimiento económico o los recortes del déficit presupuestario. El compromiso incluido en la declaración final de la cumbre no logró poner de acuerdo a los analistas que afirman que es un mensaje económico «genuino» con los que opinan que la frase es una contradicción en si misma. Imaginen lo que queda para el resto de los mortales si los expertos tienen interpretaciones tan antagónicas. Mark Weisbrot, que es economista del CEPR (Centre for Economic and Policy Research) lo resume con una gráfica frase: «Es como una de esas dietas en las que comes de todo lo que siempre comías y le agregas una ensalada. En realidad no funciona. Están tratando de conciliar cosas irreconciliables».

Resumen, recurriendo a la filosofía popular: «Cuando te explican algo que te dicen que está claro y no lo entiendes, vuelve a preguntar. Si a la tercera vez sigues sin comprenderlo, te están engañando.»

Memoria, no nos abandones

Es importante que los pueblos conserven la memoria colectiva. Es lo que nos puede preservar de tropezar con las mismas piedras, de cometer los mismos errores o admitir que nos sigan mintiendo o engañando con falsas promesas. Individualmente, como parte de esa Gran Memoria, tenemos que valernos también de los recursos que nos proporcionan los nuevos medios tecnológicos. Uno de ellos, elemental, lo constituyen las hemerotecas, o las bases de datos que registran expresiones textuales, titulares, artículos. Esa posibilidad, por ejemplo, nos permite recordar que hace poco más de un año, en abril del 2009, tras la reunión en Londres, los titulares indicaban: «El G-20 acuerda la reforma más profunda del sistema financiero desde 1945». En realidad, habían pactado destinar un billón de dólares a los organismos financieros internacionales. Tras esa reunión se anunciaba también «el fin de los paraísos fiscales», a los que definían como elementos perversos que había que erradicar definitivamente. Gordon Brown, y Nicolás Sarkozy anunciaban asimismo «el fin del secreto bancario». Sin ningún rubor, proclamaban la necesidad de «refundar el capitalismo» (nunca explicaron con claridad qué querían decir con eso). El Fondo Monetario Internacional era señalado (como antes en solitario lo había hecho el premio Nobel Josep Stilglitz) como un organismo irresponsable que había aconsejado reiteradamente mal a los países en vías de desarrollo, llevándolos a verdaderos desastres.

Al poco tiempo, estos conceptos desaparecieron como pompas de jabón, y, en unos meses, el sistema bancario y financiero internacional, generador de la crisis, fue asistido con enormes cantidades de dinero público, o sea fondos aportados por los ciudadanos de cada país con su trabajo y con su esfuerzo. Y como si nada hubiera ocurrido es el FMI quien dictamina lo que deben hacer los gobiernos. Más de lo mismo, lo que resulta inexplicable para casi todos, y genera condenas y rechazos. Los «expertos» suelen atajar estas justas e indignadas críticas, afirmando que hacer estas afirmaciones es demagógico y que la economía «es algo muy complejo». Sí, lo será, pero los resultados de las políticas económicas suelen ser bastante sencillos de comprender y sobre todo, muy concretos. De esto saben bastante los asalariados, los pensionistas, los desocupados… o sea la mayoría de los ciudadanos.

El propio Stiglitz, que recuerdo fue hasta hace unos años funcionario de alto nivel del Banco Mundial, defiende la necesidad de una regularización global del sistema bancario y financiero «porque no sirve para nada actuar en casos aislados y puntuales, porque la evasión fiscal es dinámica y busca otros horizontes». Y explica el porqué de los paraísos fiscales. Afirma que «su existencia no es una laguna jurídica fruto de la casualidad. Los norteamericanos y los europeos ricos -así como los bancos que los representan- querían tener un paraíso fiscal, libre del escrutinio al que sus actividades podían verse sometidas en su país, y los reguladores y los legisladores les permitieron tenerlo».

Y añade Stiglitz otro tema clave: la corrupción. «A los países en desarrollo se les critica con razón porque no hacen lo suficiente para luchar contra la corrupción, pero ellos también tienen razón cuando critican a los países industrializados por facilitar la corrupción ofreciendo paraísos fiscales a los políticos corruptos y cuentas secretas en los bancos para su dinero». ¿ Verdad que no es tan difícil de comprender? Y si no, recordemos por ejemplo al hijo de Duvalier, el tirano haitiano al que Francia otorgó «asilo humanitario» (a él y al dinero que robó en su país) o a Gonzalo Sánchez de Lozada, aquel presidente boliviano que en el 2003 escapó de un levantamiento popular asilándose en EE. UU., o a tantos otros dictadores de nuestro continente latinoamericano, capataces del neoliberalismo o de las multinacionales que se enriquecieron entregando los recursos y servicios estratégicos de sus países.

Palabras, más palabras

El enjuiciamiento al Fondo Monetario Internacional, o al Banco Mundial, se ha diluido como azúcar en una taza de café. Durante esa reunión de los «líderes mundiales» que ha costado más o menos unos 16 millones de dólares por hora, se dijo que el cambio en estos organismos internacionales radica en que sus dirigentes no deberían provenir exclusivamente de Europa y Estados Unidos. Como se sabe, desde la fundación de ambos organismos tras la Segunda Guerra Mundial, el BM fue tradicionalmente encabezado por estadounidenses y el FMI por europeos. Ahora sugieren que desde los «países emergentes» pueden surgir personas que ocupen esos cargos. Seguro que sí. Pero nosotros creíamos que lo que había que cambiar es su funcionamiento, sus objetivos, sus manejos, y no simplemente los personajes de su gestión directiva.

¿Y la tasa para las operaciones interbancarias? Aquel recurso planteado por ATTAC de imponer un tributo global sobre cada operación comercial de los mercados financieros fue tema de conversaciones y por allí se menciona en algún artículo. Pero siguen siendo palabras. La llamada Tasa Tobin que apunta a las operaciones especulativas «en corto», se admite que es «una propuesta interesante». En realidad no es algo novedoso, porque ya Keynes, el famoso economista norteamericano había propuesto algo parecido en 1936. Pero son propuestas que -como tantas otras- para tener la efectividad deseada deben aplicarse globalmente. Algo prácticamente imposible, porque no todos los países tienen el mismo grado de crisis, ni han pasado por las mismas dificultades. Al menos, esos son los argumentos.

La pelota pesa más que el planeta

La preocupación de los Merkel, Obama, Cameron o Sarkozy por la gravedad de los temas que debían tratar en pocas horas en las cumbres de Canadá, tuvo al menos una tregua. Con alguna discreción, Obama se ausentó de los debates durante la prórroga del partido que empataba la selección de fútbol de su país con Ghana. Y solo regresó cuando terminó el lance con la victoria 2 a 1 de los africanos. Más visible fue la ausencia de Merkel y Cameron, que abandonaron la reunión a puertas cerradas para recluírse en un salón anexo ante una gigantesca pantalla para seguir el duelo entre las selecciones de sus respectivos países: Alemania e Inglaterra. Esto puede parecer anecdótico, pero es todo un síntoma. Si estos debates fueran realmente «en serio», es difícil pensar que un dirigente de tamaña responsabilidad pueda abandonar el escenario para entregarse a la contemplación de un espectáculo deportivo, por más apasionante y cargado de simbolismo que pudiera ser. Pero es que en realidad lo que se nos presenta como un esfuerzo de los «líderes» «para encausar al mundo en una nueva era de cooperación económica y avanzar hacia un crecimiento global más fuerte, equilibrado y sustentable» no es más que una mala y costosa obra de títeres. Una comedia de entretenimiento, que ni siquiera ha conseguido su objetivo de entretener. Y títeres, porque muchos de los presentes en realidad no actúan en nombre de sus pueblos sino en representación de los grandes poderes económicos. Los titiriteros no están presentes, están representados.

Por donde vamos

Las comedietas con estos «primeros actores» intentan generar nuevas expectativas de que «para el 2015 las cosas mejorarán», pero nos reiteran como una letanía que ahora es necesario «sacrificarse, aceptar recortes, bajas salariales, peores condiciones laborales». Mientras tanto, la realidad sigue golpeando a los sectores populares en cada uno de los países, en cada rincón del planeta. «Ellos», con sus argumentos y su coral de medios de comunicación, demuelen esa realidad y la trituran a través de la manipulación y la mentira. Van ocultando a los verdaderos responsables de la crisis. Inventan «enemigos», aunque para ello tengan que apelar al peligroso recurso de exacerbar el recelo hacia el inmigrante. Ese mismo ser humano que hasta hace unos meses era «una pieza fundamental del avance económico» con su fuerza de trabajo en los lugares y tareas indeseables para los «nacionales», se convierte en alguien incómodo, un competidor para los improbables puestos de trabajo cuyos hijos y familiares -nos dicen- «nos ocupan las plazas escolares o las atenciones sanitarias». Pero fundamentalmente, «ellos» van abriendo camino a nuevas medidas que significan retroceso en derechos laborales y sociales. Salarios que se recortan, plusvalías que aumentan los beneficios de grandes empresas, bancos, industrias.

Como ardillitas en una rueda, cada día intentamos ir más rápido, esforzarnos más, pero lo único que conseguimos es cansarnos y vivir la vida cada dia un poco menos, porque la supervivencia se come nuestro tiempo y nuestras ganas.

Casi sin que nos demos cuenta, cada día se registran nuevos retrocesos en los derechos y en las condiciones de trabajo y de vida de la gente. Sí, ya sé que esto no es de ayer, ni siquiera nace con la crisis. En España desde el Estatuto de los Trabajadores del 82 hasta ahora, ¿cuántos pasos o saltos hemos dado hacia atrás, en derechos laborales?

Y no solo las derechas conservadoras y las grandes patronales son las que han alentado este rumbo, gobierne quien gobierne. Hay complicidades por acción o por omisión.

Y cada uno de nosotros, cuando no hemos reaccionado a tiempo, también lo somos, aunque nos duela.

Pero siempre estamos a tiempo. Eso exige implicarnos, pasar de la queja a la resistencia, al debate, a la organización. A la búsqueda de información alternativa e independiente. A descreer de la coral mediática que intenta resignarnos a «esto es inevitable».

Termino este racconto con un pequeño pero significativo apunte que nos ayude a comprender por donde vamos. A estas horas, 3.500 trabajadores de la planta FIAT en Pomigliano d’Arco, en la Campania italiana, viven la incertidumbre de la continuidad de su puesto laboral. El consejero delegado de la multinacional les amenazó: o aceptan un convenio leonino o FIAT cierra la fábrica y se lleva la producción del nuevo Panda a Polonia. La plantilla votó en referéndum, y una mayoría del 62 % aceptó el convenio que les obliga a renunciar a numerosos derechos, entre ellos, el derecho de huelga. Los viejos trabajadores que pelearon tantas conquistas, lloraban en silencio.

Si esto sigue adelante, hay posibilidades de que puedan mantener su puesto. ¿Pero que vendrá después?… ¿Cómo frenarán otra abusiva exigencia patronal?… ¿Con un petitorio? Lentamente volvemos a formas feudales, extorsionadoras, impensables años atrás.

El retroceso de los sectores populares solo es comparable, antagónicamente, con el incremento y la concentración del poder económico y el control político y social.

Esa globalización, es la de «ellos». Nada tiene que ver con ese mundo posible, más justo, más equitativo, más libre, más solidario al que tenemos derecho.

Pero habrá que hacerlo. Desde abajo y entre todos. Y en esa historia, no cuentan ni los títeres ni los titiriteros. Cuentan los pueblos.

Fuente: http://www.nodo50.org/serpal/news05/news.php?new=421

rJV