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G20, road show de engolados

Fuentes: Sin permiso

«El colapso de la civilización y del mundo natural está en el horizonte», aseguró Sir David Attenborough, al inaugurar la cumbre de la ONU que se realiza en Katowice, Polonia, sobre el cambio climático. El científico advirtió, al dirigirse a representantes de unos 200 países, que «el tiempo se acaba (…) la gente habló, quiere […]

«El colapso de la civilización y del mundo natural está en el horizonte», aseguró Sir David Attenborough, al inaugurar la cumbre de la ONU que se realiza en Katowice, Polonia, sobre el cambio climático. El científico advirtió, al dirigirse a representantes de unos 200 países, que «el tiempo se acaba (…) la gente habló, quiere que ustedes tomen decisiones», refiriéndose a los líderes del mundo. «El análisis científico ambiental ya no es tan necesario para resolver el cambio climático como lo es la implacable y valerosa voluntad política», recalcó.

Pocas horas antes, en Buenos Aires, los líderes de los países más desarrollados del planeta, reunidos en el marco del G-20, no consideraron el cambio climático como una prioridad de la agenda internacional. Peor todavía, la delegación de Estados Unidos, encabezada por su presidente Donald Trump, reiteró su postura de cruzados contra los acuerdos de París de 2015.

En realidad, el encuentro de Buenos Aires ratificó lo que numerosos analistas vienen señalando desde hace tiempo, que el Grupo de los 20 devino en una gran ronda de negocios, de trapicheos, políticos engolados – varios de ellos al borde de la cesantía -que eluden las graves dificultades que enfrenta la humanidad.

El reconocido analista político y consultor argentino, Rosendo Fraga, que está muy lejos de las protestas antiglobalización que marcharon por Buenos Aires, ironizó: se trata de un milagro que el G20 siga con vida. Con esta agenda su decadencia ¿podría ser inevitable? Una duda que sobrevolará la próxima cita, marcada para junio próximo en Osaka, Japón.

El gobierno de Mauricio Macri mostró la cumbre como un baño de rehabilitación, que pueda sacarlo del estado de pronóstico reservado en que se mantiene, particularmente, cuando algunos cambios en escenario internacional desataron una corrida cambiaria, con las consecuencias conocidas: ajuste brutal y las riendas de la economía – hasta de la política en manos de Fondo Monetario Internacional.

Hay quienes pensaban que el riesgo organizativo era muy grande, habida cuenta que el gobierno no pudo garantizar la seguridad de un partido de fútbol entre Ríver y Boca, por la Copa Libertadores de América, que por sucesivos escándalos terminó disputándose en Madrid.

La diferencia sin embargo reside en que, para un encuentro de fútbol en Argentina, en Buenos Aires particularmente, hay que contar con la presencia de actores como barras bravas, dirigentes del fútbol, la policía, los intendentes y políticos involucrados en los clubes, el narco, todos amarrados en negocios criminales.

En la logística del G20, desde hace 24 meses estuvieron trabajando medio centenar de agencias de seguridad internacionales, China trajo hasta sus propias tanquetas antidisturbios, el control del espacio aéreo se delegó a las potencias que tienen tecnología de punta, varios aviones gigantes de EEUU aterrizaron en el aeropuerto de El Palomar, cercano al epicentro del cónclave, con material sofisticado al servicio de Trump, el senado de la República Oriental del Uruguay aprobó la autorización para que ingresaran tropas y logística extranjeras para la custodia del G20, que se realizaba en la otra orilla el Río de la Plata. Desde Uruguay se controlaba también el espacio aéreo de Buenos Aires. O sea, que hay poco para ufanarse sobre la participación local en el éxito de la cumbre, desde el punto de vista de la seguridad.

El G20, como una fiesta de cumpleaños de pobres que invitan a un puñado de ricos, deja poco beneficio para el gobierno. El propio Macri lo entendió así. A horas de despedir las visitas, advirtió y lo dijo que la vida sigue igual.

Argentina tiene una baja participación en el comercio, sus exportaciones sólo alcanzan al 0,3% de la torta mundial. Su economía se reprimarizó en las últimas décadas, es exportadora eficiente de soja y algo más, mientras que el sector agroalimentario competitivo ha retrocedido, por factores internos y externos. Pesa una gran incertidumbre sobre su relación con Brasil, principal socio en el Mercosur. Jair Bolsonaro, que asume en los próximos días, anticipó medidas que obligarán a renegociar el acuerdo regional, lo que podría impactar negativamente en sectores industriales cuya actividad depende de su colocación o del intercambio brasileño.

El nacimiento del G-20, es útil recordar, fue provocado por la mayor crisis económica desde la Gran Depresión, cuando en 2008, el colapso financiero puso en terapia intensiva al sistema capitalista en su conjunto. El salvataje fue eficaz, especialmente para el sistema financiero, al mismo tiempo que significó el agotamiento de algunas burbujas – que ayudaban al funcionamiento del capitalismo -, pero estuvo lejos de resolver las cuestiones de fondo. Desde aquél primer encuentro, las cumbres fueron degradándose para constreñirse a declaraciones de propósitos y buenas intenciones, que como sabemos, más de una vez han empedrado el camino al infierno.

El principal titular para la prensa mundial sobre la cumbre de Buenos Aires fue una tregua en la guerra comercial. Un Trump, que nunca abandonó esa cara de gaucho malo durante su visita, y un Xi de sonrisa permanente, tras paladear un solomillo a la parrilla, maridado con vino Malbec, anunciaron que se suspendía por 90 días la escalada de aranceles sobre un listado relevante de productos chinos que ingresan al mercado de Estados Unidos – que pasarían del 10 al 25% desde enero próximo -, a su vez los chinos prometieron aumentar sus compras de productos estadounidenses. Durante el período de tregua, estudiarán cómo llegar a una paz duradera. Tarea bastante complicada, según los especialistas, por las aspiraciones y necesidades urgentes de Trump y la milenaria paciencia de los chinos para negociar. De acuerdo con los corresponsales del New York Times, casi al finalizar la mini cena, Trump le preguntó a Xi, cuando iban a dejar de mandar ilegalmente fentanilo, una droga mortal y cuyo consumo está en expansión en Estados Unidos. Un manual trumpiano de relaciones públicas para coronar un acuerdo.

No se habían agotado las repercusiones de la «distensión», cuando entre el miércoles y jueves, se derrumbaron las acciones a futuro de Estados Unidos en los mercados asiáticos, al difundirse la noticia del arresto en Canadá de Meng Wanzhou, directora de finanzas e hija de uno de los fundadores de Huawei, el coloso chino de las telecomunicaciones. La medida fue solicitada a la justicia canadiense por las autoridades de Washington quienes acusan a Meng de haber violado medidas aduaneras resueltas por Trump como parte de la llamada guerra comercial contra China. Beijing reclamó, tanto a Canadá como a los Estados Unidos, la inmediata liberación de la empresaria china. Es evidente la fragilidad de la paz alcanzada en Buenos Aires.

¿A quién importa un asesinato más en el expreso de Oriente?

Trump, el lumpen capitalista, como bien ha sido clasificado por Samuel Farber, estaba acosado durante su estadía en Buenos Aires, por su prontuario pasado y reciente. Le vino de perillas la muerte de George Bush padre, para cancelar, «por respeto a su familia», todo contacto con la prensa. Difícilmente en una conferencia de prensa podría escaparse de alguna pregunta incómoda, desde la referida a su exabogado, Michael D. Cohen, que admitió haber mentido al Congreso sobre sus tratos con Rusia, hasta sobre investigación de la CIA con relación al asesinato del periodista Jamal Khashoggi. Obviamente, una ronda de prensa con Trump hubiese sacado del aburrimiento al G20, con impactantes titulares para la prensa. Pero, qué puede intimidar a un político capaz de poner por escrito: «Podría muy bien ser que el Príncipe Heredero tuviera conocimiento de este trágico evento, ¡tal vez lo hizo y quizás no! (…) Los Estados Unidos tienen la intención de seguir siendo un socio firme de Arabia Saudita para garantizar los intereses de nuestro país».

El príncipe Mohammad bin Salman, fue el primero de los encumbrados que llegó a Buenos Aires, rodeado de centenares asesores y custodios, como desafiando el exhorto del juez federal argentino, Ariel Lijo, preguntando a Turquía, Yemen y a la Corte Penal Internacional si existen procesos en trámite por los hechos denunciados por Human Rights Watch, sobre el asesinato de Khashoggi.

Sin embargo, todos sus colegas, en público o discretamente, hicieron poco caso de la mala fama del príncipe y de su régimen; obviamente piensan como Trump o casi. Incluso Vladimir Putin, enfrentado en varios escenarios de guerra concreta con los sauditas, encontró un momento para dialogar con el príncipe. En este tipo de reuniones es común que la hipocresía y el cinismo abunden más que el champán, pero en el G20 de Buenos Aires, con personajes como Trump, Putin, Xi, Macrón, Salvini, May, Temer, y varios más, la cota superó todo lo previsto.

En una curiosa defensa de la presencia del príncipe descuartizador, Jaime Durán Barba, el más notorio intelectual del entorno de Macri, escribió: «en Arabia Saudita se ejecuta al menos a una persona por sus preferencias sexuales o religiosas cada dos días. El asesinato de Khashoggi no altera la cotidianidad de la vida de ese reino».

Trump y Xi no aceptaron actores de reparto

La irrelevancia de la cumbre está en que el gran titular compartido por todos, la tregua entre Trump y Xi fue una negociación que tuvo como protagonistas a la delegación estadounidense, de la que trascendieron anécdotas y posturas diferentes entre halcones y palomas, y por la otra parte a los chinos, como siempre sonrientes pero herméticos. Todos los demás, en este punto, fueron convidados de piedra.

Pocas horas antes de pasar al basurero de la historia, el mexicano Enrique Peña Nieto llegó a hurtadillas para firmar el nuevo tratado con Estados Unidos y Canadá, que sustituye al TLCAN.

«El USMCA (según sus siglas en inglés) es el acuerdo comercial más grande, significativo, moderno y equilibrado de la historia», aseguró eufórico Trump. No tardó un funcionario estadounidense en corregirlo: «sí, es un gran acuerdo que se negoció en la década de 1990», precisó Edward Alden, del Consejo de Relaciones Exteriores.

En fin, los líderes participaron de rondas de negocios, mientras sus asesores discutieron y acordaron una declaración conjunta, un bordado difícil como para integrar visiones tan contrapuestas, en un mundo donde varios de los presentes están de salida (ya sea porque se agotaron sus mandatos o porque no saben cuánto más pueden durar en sus cargos), en un mundo política y económicamente turbulento, por momentos trágico, que dan cuenta los excelentes artículos de Michael Roberts y Alejandro Nadal.

«Fue el comunicado más débil que hemos visto desde el G20», aseguró un negociador canadiense a la AFP.

Con respecto al cambio climático se dice que, para 19 jefes de gobierno, «el Acuerdo de París es irreversible». En el punto siguiente se aclara que «Estados Unidos reitera su decisión de retirarse del Acuerdo de París». Una de cal y otra de arena. Uno de los principales países contaminantes, quien controla directamente o a través de sus empresas trasnacionales las mayores reservas de hidrocarburos, la potencia económica y militar del planeta, está en contra. La política de Trump, por sí misma, es una calamidad para la humanidad, pero multiplica su efecto por la peculiar condición de ser contagiosa. El listado de imitadores y aspirantes es numeroso, aunque la intensidad de daño pueda ser muy variado.

Protesta en las calles

La izquierda y los movimientos sociales manifestaron en las calles de Buenos Aires y en las principales ciudades argentinas para denunciar los efectos de las políticas implementadas por el G20 desde que existe, herederos de otras cumbres igual de atentas y preocupadas por los intereses del 1% y tal vez un poco más.

La mayoría de la oposición parlamentaria tomó distancia de las protestas. Cristina Fernández de Kirchner participó en una variopinta contra Cumbre, mostrando en su intervención signos evidentes de entrar en campaña electoral tirando cabos para acuerdos en varias direcciones, entre ellas un mensaje no tan cifrado al Vaticano. Una alianza donde la izquierda incomoda. Mucho no puede decir Cristina sobre el G20 pues salió en todas las fotos mientras fue presidente y firmó todas las declaraciones, hasta aquella que sugería poner las economías de los países miembros bajos la supervisión del FMI. Tras el discurso contra cumbre, bajó línea a los suyos de no participar en las protestas y movilizaciones, que corrieron por cuenta de los movimientos sociales y de la izquierda.

La diplomacia argentina

En el campo de la diplomacia, hace décadas que Argentina no sabe para dónde ir. El mundo que conocieron Raúl Alfonsín y su canciller Dante Caputo, con el regreso de la democracia, cambió demasiado. Ellos intentaron navegar apuntando a la transición democrática de América Latina y en las filas de la socialdemocracia de la época. Carlos Menem inauguró la relación carnal con EE.UU. una línea tan absurda que ni la dictadura se atrevió. El dictador Videla acompañado por Martínez de Hoz, nunca abandonó su pertenencia a los países No Alineados, y su principal cliente comercial, durante mucho tiempo, fue la Unión Soviética. Buenos negocios y amores correspondidos. La URSS y todos sus aliados siempre votaron a favor de la dictadura cuando en los foros internacionales se trataba el tema de los derechos humanos en Argentina. Menem y la Cancillería argentina amaban a Washington, un amor tortuoso y despechado, como que la mayoría de las inversiones en privatizaciones de los tiempos menemistas llegaron de Europa y particularmente del Reino de España. Luego se pasó por varios experimentos, siempre priorizando el acuerdo con transnacionales comprometidas en el extrativismo para llegar al escandaloso – y hasta ahora vigente – acuerdo con Chevron y al mamarracho tratado con Irán, firmado por Cristina Kirchner. Ahora Macri quiere ir al mundo. ¿A cuál? ¿Al de Trump, al de Xi, al de Putin, al de Bolsonaro? No se sabe.

Hubo tiempos que los representantes argentinos en los foros internacionales tenían cosas para decir, aunque no pudiesen imponer sus puntos de vista. En la Primera Conferencia Panamericana de 1889, reunida en Washington, la delegación argentina integrada por Roque Sáenz Peña y Manuel Quintana enfrentó la doctrina Monroe, advirtiendo lo que se perfilaba como el núcleo de la geopolítica estadounidense, que pronto se traduciría en la «política de las cañoneras», una intervención directa en los asuntos de varios países de la región. «El laurel del éxito definitivo y rotundo correspondió a la delegación argentina. Quien vio este espectáculo jamás lo olvidará», así comentaba el cubano José Martí, que presenció esa batalla y la narró en varias notas, como corresponsal en Estados Unidos del diario La Nación de Buenos Aires.

Apenas comenzó a sesionar la convención de Ginebra, que se proponía poner en marcha la Sociedad de las Naciones, noviembre de 1920, y tras aprobarse el orden del día, el jefe de la delegación argentina, Honorio Pueyrredón, pidió la palabra y advirtió que «la no admisión de algunos países podría ser causa de inquietud constante para la paz del mundo». Rechazó la propuesta de los vencedores de la Gran Guerra de incorporar el Tratado de Versalles como parte constitutiva de la Sociedad de las Naciones, al tiempo que negaba la participación de los perdedores de la guerra en la nueva institución encargada de preservar la paz. Pueyrredón sostuvo ese día el principio de que el triunfo por las armas no da derechos territoriales, la igualdad entre Estados soberanos, la autodeterminación de los pueblos, la libertad de los mares y la existencia de una moral internacional, instando a poner fin a la diplomacia secreta. Una postura, que casi nadie se atrevía a proclamar en tiempos de reparto territorial y sojuzgamiento extremo de los vencidos. Los sucesos posteriores se encargaron de mostrar el acierto de estos principios defendidos por el entonces Canciller argentino.