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Galbraith y la buena sociedad

Fuentes: La Jornada

AUNQUE LA ESPERANZA de vida al nacer ha seguido aumentando en diversos países del mundo, incluido México, en los últimos decenios, ello se explica, sobre todo, por el descenso en la mortalidad infantil. Dado que la esperanza de vida al nacer es un indicador promedio, se ve fuertemente impactado cuando se logran evitar muertes en […]

AUNQUE LA ESPERANZA de vida al nacer ha seguido aumentando en diversos países del mundo, incluido México, en los últimos decenios, ello se explica, sobre todo, por el descenso en la mortalidad infantil. Dado que la esperanza de vida al nacer es un indicador promedio, se ve fuertemente impactado cuando se logran evitar muertes en el primer año de vida; el individuo así salvado vivirá muy probablemente hasta adulto o hasta viejo. Sin embargo, Iván Ilich sostuvo que la esperanza de vida a los 40 o 50 años (el número de años adicionales que, en promedio, vivirán los que tienen 40 o 50 años de edad) no había aumentado en Occidente en todo el siglo XX. No he confirmado ni rechazado esa afirmación de Ilich, pero el hecho de que nos sigan sorprendiendo las personas que llegan a edades muy avanzadas parece un indicio a su favor.

JOHN KENNETH GALBRAITH nació en 1908 (en Canadá), y al parecer sigue entre los vivos. Tiene 96 años. Es una edad sorprendente. Al parecer sigue gozando al menos de salud suficiente para seguir escribiendo. Este año publicó un nuevo libro (The Economics of Innocent Fraud; «La economía del fraude inocente»). Leí ampliamente a Galbraith a finales de los sesenta y principios de los setenta. Recuerdo en particular el fuerte impacto que me causaron los siguientes libros de Galbraith (cuyos títulos cito en español haciendo una traducción libre): La sociedad opulenta; El capitalismo americano. El concepto del poder compensador; El nuevo Estado industrial. Recientemente he releído El origen de la pobreza de las masas. Pero Galbraith ha escrito 30 libros.

GALBRAITH ES LO que en EU se llama un liberal. Según él mismo, el término corresponde a lo que en Europa se llama social demócrata o socialista. Para ponerlo de manera tajante, eso significa estar a favor de la continuidad del sistema capitalista pero favorecer la intervención del Estado para atemperar la desigualdad, apoyar a los pobres y moderar las inevitables crisis del capitalismo. En pocas palabras, a favor de un Estado de bienestar y de un Estado regulador. A los 87 años de edad, en 1995, siendo profesor emérito de la Universidad de Harvard, firmó los agradecimientos del libro que hoy quiero comentar: The Good Society. The Humane Agenda1 («La buena sociedad. La agenda humanitaria»).

EL INTERES EN un libro así no es meramente académico. Viene muy a cuento, políticamente, ahora que está en la agenda pública el libro de Andrés Manuel López Obrador que delinea su visión de la buena sociedad mexicana.

EL QUE FUERA embajador de EU en la India durante el gobierno de Kennedy, experiencia de la cual derivó la necesidad de escribir el libro sobre el origen de la pobreza de las masas, advierte al comienzo del libro sobre la buena sociedad, que es necesario «hacer una distinción, dibujar una línea, entre lo que podría ser perfecto y lo que es alcanzable. Esta tarea y el resultado puede no ser políticamente muy popular, particularmente en un sistema político (se refiere al de EU) en el cual, como sostendré, los afortunados son ahora dominantes social y políticamente» (p.2).

ESTA AFIRMACION INICIAL del autor, que lo lleva a señalar que es «lo alcanzable, no lo perfecto, lo que aquí se identifica y describe», ya que «el mundo real tiene restricciones impuestas por la naturaleza humana, la historia, y por patrones de pensamiento fuertemente enraizados» (p.3), me lleva a la reflexión que en materia de pensamiento social podemos identificar las posturas de las personas por el conjunto de lo que reconocen como restricciones. («Dime tus restricciones y te diré quién eres»). Es muy usual en nuestro tiempo que los funcionarios de la SHCP descarten proyectos o programas gubernamentales sosteniendo que «no hay recursos para llevarlo a cabo», al mismo tiempo que proponen disminuir los impuestos que pagan los empresarios y los ricos en general. Es evidente, entonces que los ingresos gubernamentales son una variable de la política pública y no una restricción, como se la suele manejar.

AL CONCEBIR GALBRAITH a la naturaleza humana2, la historia y las ideas enraizadas como restricciones, parece querer justificar el carácter poco audaz de la buena sociedad que dibuja. Más adelante reconoce explícitamente que el libro «acepta que algunas barreras para el logro son inamovibles, decisivas y, por tanto, deben ser aceptadas». Pero también señala que «hay propósitos que no son negociables. En la buena sociedad todos los ciudadanos (nótese que no dice todas las personas o todos los residentes) deben tener libertad personal, bienestar básico, igualdad racial y étnica, la oportunidad para una vida gratificante» (p.4). Pero nuestro ‘liberal impenitente’ señala que «así como hay fuerzas formadoras, algunas de lo profundo de la naturaleza humana, que deben ser aceptadas, hay también restricciones que la buena sociedad, no puede, no debe, aceptar. El cambio socialmente deseable es negado con frecuencia a partir del interés propio abiertamente reconocido. En el caso usual más importante, quienes viven en la opulencia confortable resisten la acción pública a favor de los pobres por la amenaza del aumento de impuestos…Esto, la buena sociedad no lo puede aceptar. La que aquí aparece como restricción decisiva, es de hecho una actitud política que apoya y sostiene las condiciones mismas que se quieren corregir» (pp.4-5). Así como desarma con ingenio las falsas restricciones que él no concibe como tales, se pueden desarmar las que él erige para justificar su reformismo moderado.

AUNQUE SE TRATA de un libro breve (152 pp.), es un libro lleno de ideas. En el capítulo 4, Galbraith delinea en términos generales lo que entiende por buena sociedad. El mismo sintetiza los rasgos básicos al final del capítulo:

EMPLEO Y OPORTUNIDADES de ascenso social. Crecimiento económico confiable para sostener tal empleo. Educación y, en la medida más amplia posible, el apoyo familiar y la disciplina que permite la participación y recompensas futuras. Ausencia de desorden social en casa y en el exterior. Una red de seguridad para aquellos que no quieren o no pueden hacerla. La oportunidad de alcanzar logros de acuerdo a la habilidad y la ambición. Una prohibición de las formas de enriquecimiento financiero que imponen costos a otros. Evitar la frustración de planes de apoyo y bienestar futuros debido a la inflación. Una dimensión internacional cooperativa y plena de compasión. (pp. 31-32)

COMO EL MISMO señala, las definiciones son muy evidentes e incluso lugares comunes. En su opinión, lo controversial son las acciones para lograrlo. Sin embargo, al ahondar en algunas de las definiciones, lo evidente cede el lugar a lo polémico. Por ejemplo, Galbraith sostiene que el Estado debe apoyar no sólo a quienes carecen de los recursos derivados del trabajo debido al desempleo forzoso o a quienes no pueden trabajar por edad, discapacidad o por obligaciones maternales (como las madres solteras), sino también a quienes no quieren trabajar. Hace notar que aunque ello va en contra de la más compulsiva de todas las normas sociales, la ética del trabajo, sostiene que evitar el trabajo duro no es condenado consistentemente. El ocio de la clase alta no es mal visto. Galbraith cita aquí el libro clásico de Thorstein Veblen, Teoría de la clase ociosa, en el cual éste identificó la ociosidad de la clase alta como su distinción, como su marca de prestigio, y añade que así sigue siendo. Galbraith sostiene que debemos ser tolerantes con las preferencias por el ocio en todas las clases sociales y, aunque se puede y debe ejercer presión social sobre quienes tienen tales preferencias, la inanición no es una sanción tolerable, por lo cual se les debe apoyar económicamente (pp.27-28).

ALGUNOS NO QUIEREN tomar como evidente la asociación que el autor establece entre recesión y desorden social (Fox y los de su calaña deberían escuchar atentamente): «Mientras hay oportunidad, dice, habrá también tranquilidad social; el estancamiento económico y la privación acarrean amplias consecuencias sociales adversas. Cuando la población está desempleada, económicamente carenciada y sin esperanza, el recurso más inmediato es el escape de la cruda realidad a través de las drogas o la violencia. La manifestación práctica es el crimen y la revuelta enfrentados con esfuerzos fútiles de represión.» (pp.24-25). Más adelante concluye:

La lección para la política y el gobierno americanos es clara. El crimen y la convulsión social en nuestras grandes ciudades son los productos de la pobreza y una estructura de clases perversa, que ignora o menosprecia a los pobres. La solución aceptada actual es la acción policiaca, el almacenamiento de los que tienen inclinaciones criminales, un ataque caro y fútil al comercio de drogas. A largo plazo, la solución más humanitaria y probablemente la menos cara es acabar con la pobreza que induce al desorden social. (p.26)

NUESTRO AUTOR SE deslinda de todo igualitarismo al señalar que la «buena sociedad no busca la igualdad económica; esto no es un propósito ni deseable ni realizable». La argumentación que sigue a esta frase, y que parece ser su justificación, es deleznable: «El operador de Wall Street mide la calidad de vida por su ingreso; el poeta o el aspirante a poeta, no lo hace. Es la esencia de la libertad que estas diferencias en motivación y recompensa sean aceptadas» (p.28). Con esta lógica, el obrero que gana apenas para sobrevivir, en realidad lo que valúa es la gloriosa oportunidad de llevar a cabo un trabajo monótono y rutinario. En el sistema capitalista, parece decir Galbraith, cada quien obtiene lo que quiere.

TERMINO ANALIZANDO LA postura de Galbraith respecto a la relación entre inflación y crecimiento. Para nuestro autor hay un dilema inevitable ya que los más altos niveles de empleo se asocian con mayores tasas de inflación, y la estabilidad de precios se asocia con desempleo (lo que los economistas llaman la Curva de Phillips). Señala que en tiempos recientes ha habido un cambio en las preferencias gubernamentales; mientras antes el desempleo era el temor principal y el pleno empleo la prueba del buen desempeño económico, hoy se considera a la inflación como la amenaza principal y la estabilidad de precios se ha convertido en el objetivo económico dominante. Incluso se concibe el desempleo como un instrumento anti-inflacionario. La razón del cambio es transparente para un pensador tan sagaz como el que nos ocupa: «El factor de control es que en la economía y el gobierno modernos los que tienen voz e influencia política se ven más perjudicados por la inflación que por el desempleo, especialmente la ‘comunidad financiera’, que presta dinero y que espera recuperarlo con similar o igual poder adquisitivo. «La elección entre desempleo o inflación no se puede evadir; debe ser enfrentada, dice J. K. Galbraith. Y afirma sin que le tiemble la mano a pesar de su avanzada edad:

LA BUENA SOCIEDAD no puede relegar a partes de su población a la desocupación, la angustia y la privación económica con el propósito de lograr la estabilidad de precios. El mal menor de los aumentos de precios debe ser aceptado como necesario. Nunca hay argumentos a favor de la inflación grave -el deterioro brusco del poder adquisitivo del dinero- pero con la expansión económica progresiva que moviliza a la mayoría de los trabajadores al empleo, habrá inevitablemente un movimiento ascendente de los precios

1 Houghton Mifflin Company, Nueva York, 1996

2 Más adelante precisa algunas de las cuestiones que caen bajo la idea de «naturaleza humana»: «nada inspira más esfuerzo social útil que el prospecto de compensación pecuniaria, por lo que procura y no pocas veces por el placer que la pura posesión de dinero provee. Esto también debe reconocerlo la buena sociedad; estas motivaciones son las que controlan» (p.4). Lo que podríamos llamar el síndrome del Tío Rico Mac Pato transformado en naturaleza humana que debe guiar la definición de la buena sociedad.

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