De Garfia recuerdo su famosa fuga del JJ Sister en el verano del 91. Un mes más tarde hice esa misma travesía de Canarias a Cádiz, aún impresionado por el suceso. Tanto o más me impresionó la lectura de su vida contada por él mismo. Por todo lo que denunciaba y, sobre todo, porque lo […]
De Garfia recuerdo su famosa fuga del JJ Sister en el verano del 91. Un mes más tarde hice esa misma travesía de Canarias a Cádiz, aún impresionado por el suceso. Tanto o más me impresionó la lectura de su vida contada por él mismo. Por todo lo que denunciaba y, sobre todo, porque lo denunciaba él. Luego he seguido leyendo sus críticas de su situación presidiaria y de las de sus compañeros en páginas en las que, ocasionalmente, he podido también participar.
Es una suerte que por fin alguien se atreviera a llevar al cine su peripecia vital. Lo ha hecho, presentándola además al Festival de cine de Donosti. Acaban de conocerse los fallos del jurado presidido en esta ocasión por Vargas Llosa. Voy a intentar una pequeña crónica de cine. A ver cómo me sale.
De los 7 premios del Festival de Donosti a la única peli española en concurso no la ha tocado nada. La ganadora kurda ha contado con el compromiso hacia la realidad de su pueblo. En el cine español, de eso poco se estila, para ser acordes con la feliz democracia reinante. Y mira que el tema carcelario se ofrece, si es que uno quiere pringarse. Pero no.
Hablo de Horas de luz, estrenada el pasado viernes 24 de septiembre, coincidiendo con la Señora de la Merced, patrona de Instituciones Penitenciarias. ¿Pura casualidad? No lo sé. En cartelera, también se estrenaba otra española que recuerde, El juego de la verdad de Fernández Armero perteneciente a la comedia del nuevo joven cine español, o al de hace unos años. Aprovecho aquí para felicitar a su protagonista María Esteve, mi ex-vecina, ahora que ya no la veo, para no perder la costumbre.
Y cortesías aparte, lo cierto es que al cine de aquí le viene sobrando comedia y faltando verdad. No he visto aún la de Amenábar, pero sí, al menos por ahí.
Manolo Matji, consciente de este deficitario contexto en el que se mueve, ha nadado sobre aguas pantanosas pero sin perder de vista la ropa. Que en esto del cine hay que ser pelín avisado. Me explico: No ha querido tomar parte, o cuando menos tomar partido hasta mancharse, como exhortó el poeta. Esta prudencia tal vez le evite críticas frontales por parte de los de siempre, aunque me temo que al mismo tiempo se haya quedado a medio camino de hasta donde podía haber llegado, de habérselo propuesto. Ya en su primer film La guerra de los locos (1986), una muy sugerente propuesta perdía gas en su desarrollo final. Veamos algunos aspectos.
El proyecto según confiesa su director se basa principalmente en la obra autobiográfica Adiós prisión (1995) de Juan José Garfia. Aunque esos de siempre, a los que me refería, le acusarán de tomar el punto de vista de un asesino… No lo hace. Manolo Matjí trata de guardar la ropa, como decía. Introduce su historia con unos titulares, cuales de crónica de sucesos. Lo que fue, al fin y al cabo. A continuación, reconstruye el triple asesinato con fe de notario. Incluso su fuga del barco en el muelle gaditano y posterior captura son recogidas fría y escuetamente. (Nada que ver con la lograda primera entrega de El Lute, camina o revienta). La tensión se mantiene por los hechos en sí. Los motines, la violencia y la opresión del encierro se suceden con similar pulso (o impulso). El aislamiento destructor de las celdas de presos FIES (Fichero de internos de especial seguimiento: un eufemismo, claro) está bien recreado. Mejor haber prescindido de los exteriores del penal de El Dueso
, ya que mis vecinas de atrás en la sala lo confundieron con la mansión en la sierra, o a orillas del mar, del Gran Hermano. De aquél sólo llega el frío y la humedad, no sus vistas.
La entrada de Marimar en su vida termina por girar cualitativamente su actitud ante este estado de cosas. No sucumbe al régimen FIES como Chester y tantos otros, sino que le planta cara, de la forma más inteligente cuando tu enemigo es mayor: con inteligencia. Con la ayuda de su actual esposa denuncian con éxito ese invento del gobierno socialista de los 90. Si éste no cree en la reinserción que la Constitución proclama, ellos sí.
A partir de este momento, la película parece otra, el amor todo lo cambia, el jefe madero se hace bueno. El tiempo (tempo, que dicen algunos) se esfuma porque es cierto que ahora es tiempo de estudio, de creación. Sí, las gafas caídas como del cielo pueden tener su importancia. Asistimos a la curación de Juan José, pero sin mostrarnos sus interioridades. Hay boda, pero no happy end. Con el mismo tono notarial de otras partes de la trama se hace saber -para concluir-, que el protagonista lleva la mitad de su vida en prisión (20 años, 17 en realidad, más 3 redimidos), en segundo grado y sin haber gozado permiso alguno (¡Igualito que otros de más alto copete!).
Pienso que una voz en off añadiría más denuncia. Algunos canonistas dicen que en cine lo que puede contarse en imágenes, mejor. Sin ser un entendido, pienso que aportaría una subjetividad, a veces necesaria, como en esta ocasión. La voz inocente de Marimar (ella no es cómplice de un asesino. Cómplices son quienes no denuncian la injusticia y la secundan) nos hubiera hecho llegar muchas más cosas. Muchas más interioridades del interno al que ama. Lo que ella pudo comprobar porque lo presenció: que sus crímenes los ha pagado más que otros, que lo que sigue pagando es su confrontación por todos los medios. Paga, en suma, su rebeldía. No se le perdona que no haya sido vencido, humillado como el resto. Eso es lo que nunca perdona el Poder. Y viene cumpliendo una pena indigna, que no recoge ni puede recoger ninguna sentencia legal. Le niegan el pan y la sal y sus migajas (los permisos) de una libertad que en un verdadero sistema humanitario y de reinserción ya se le está debiendo.
Confundir esto con la atención a las víctimas como prioritario es una argucia torticera. Lo uno no empece lo otro. Es más, la curación debe ser integral, de todos. Por desgracia, son bien conocidas y notorias algunas organizaciones interesadas en que la confusión siga instalada a su favor, en abortar cualquier «hora de luz».
La voz de la valiente Marimar aportaría ese aliento vital que está salvando a Garfia y que hubiera engrandecido el drama, no al revés. Habría introducido mejor el relato -desde esta posición de desaforado compromiso- sacando más partido de la primera parte. La parte de acción, de lo que tiene en común con las del género carcelario y de fugas -¿porqué no?-. Y, que duda cabe, sobre todo hubiera denunciado mucho más. ¿Pero está el cine español (o el público que es el que lo ve) preparado para gastar la misma osadía que Marimar?
Habría que dedicar más tiempo al mundo carcelario. No al mucho más visible del mundo del cine.
Prometo hacerlo, si se me permite, en breve.