Según Fatih Birol, el Director de la Agencia Internacional de la Energía, los grandes consumidores de energía nos enfrentamos ante un problema clave, reflejado en el Informe anual de este organismo de 2008, que está centrado en el declive de los actuales yacimientos de petróleo. Afirmó en una reciente comparecencia ante el Council of Foreign […]
Según Fatih Birol, el Director de la Agencia Internacional de la Energía, los grandes consumidores de energía nos enfrentamos ante un problema clave, reflejado en el Informe anual de este organismo de 2008, que está centrado en el declive de los actuales yacimientos de petróleo. Afirmó en una reciente comparecencia ante el Council of Foreign Relations que, aunque la demanda de petróleo no creciera hasta el año 2030 (lo cual sería algo insólito en la Historia de la Era industrial y, desde luego, sometería al Mundo a una profunda depresión de su actual modelo económico), «harían falta, hacia esa fecha, cuarenta y cinco nuevos millones de barriles de petróleo – el equivalente a cuatro Arabia Saudís – para compensar el declive de los yacimientos actuales, que estimamos en un 6,7% anual».
Birol afirma que es posible conseguir esas «cuatro Arabia Saudís» (que serían hasta seis, si se pretendiera seguir creciendo económicamente y, por tanto, en consumo energético), aunque muchos geólogos se preguntan cómo y dónde se encontrarían esos recursos, habida cuenta de que, como se ha afirmado hasta la saciedad, la mayoría del petróleo que nos alimenta fue descubierto hace más de treinta años, y que la era del hallazgo de los grandes yacimientos, como afirma el profesor de física sueco Kjell Aleklett, ya es pasado. En todo caso, como también reconoce la Agencia Internacional de la Energía, compensar ese importante declive requeriría de fortísimas inversiones, lo que nos lleva a la misma conclusión a la que se ha llegado desde hace algunos años por parte de otros: que ha finalizado la era de la energía – no sólo el petróleo – barata y fácilmente accesible, habida cuenta de la importancia del crudo en el mix energético y socioeconómico global.
Pero para que existan esas inversiones que permitan «seguir progresando» y compensar los declives geológicos parece que, en nuestro actual modelo financiero, tiene que haber fe en el crecimiento. Ya en el año 2005, Colin Campbell, presidente de la Asociación para el estudio del cenit del petróleo y del gas, describía la crisis crediticia que hoy vivimos (aunque todavía haya algunos que siguen vociferando que nadie había advertido de este fenómeno de recesión global), con el siguiente razonamiento: la expansión del capital ha sido enorme en los años de incremento en la disponibilidad de energía barata. Sin embargo, esa expansión del capital tiene como base el crédito y la devolución de lo prestado con intereses, basándose en la confianza de que el crecimiento económico futuro serviría para abonar ese capital. Según Campbell, la crisis energética – el petróleo convencional muestra síntomas de agotamiento de su capacidad de crecer en los últimos años – pondría en cuestionamiento, en consecuencia, el crecimiento económico y, por tanto, la devolución del principal e intereses, llevando al mundo financiero a una inevitable reestructuración, como ya estamos viviendo en toda su dimensión en los últimos años.
La depresión global, fruto de esa reestructuración, que a su vez – más allá de las burbujas propias del capitalismo – hunde sus raíces en la insuficiente oferta de petróleo barato, ha hundido los precios de las materias primas, especialmente las energéticas. De hecho, este fenómeno está poniendo en cuestión proyectos de cuantioso importe en nuevos recursos energéticos – fósiles o «alternativos» – que no son rentables en una era de contracción enorme del consumo, lo que hace aún más ardua la tarea de crecimiento en la disponibilidad de recursos energéticos a medio plazo que compensen los anunciados declives (curiosamente, como describe Marcel Coderch, ese fenómeno de crisis económica posterior a una crisis energética fue lo que causó realmente, a partir del embargo de la OPEP en 1973, la parálisis del crecimiento en el número de reactores nucleares a nivel mundial).
Esa contracción ha traido, al tiempo que bajos precios de la gasolina, crecientes colas de desempleados, aquí y en Pekín, y nunca mejor dicho. La trágica paradoja es que la destrucción de fuerza de trabajo es la otra cara del descenso de los precios en los surtidores de gasolina, dado que hemos entrado en una espiral de necesaria adaptación del capital que financiaba el consumo (y, por tanto, buena parte del empleo actual) a una realidad que cuestiona nada menos que la devolución de los créditos, alma mater de nuestro esquema de organización económica.
Los intentos por «reflotar» el consumo y el modus operandi habitual de crecimiento, se toparán con muros enormes de finitud de recursos naturales, especialmente energéticos, por lo que urge un replanteamiento del reparto de éstos, así como de la carga y horarios de trabajo, entre otras importantes cuestiones, si no queremos ver engrosar aún más las listas del paro, con el añadido de que nos enfrentamos a una creciente indisponibilidad de petróleo fácilmente accesible, por motivos de agotamiento de las reservas a bajo coste.