Todo comienza un día del año 2000 en un subte de Buenos Aires, cuando un chico de la calle, le entrega una estampita del Gauchito Gil al guionista de cine José Campitelli. El hombre se interesa en la historia, se mete, investiga, quiere saber más sobre el gaucho. Encuentra que es un santo no oficial […]
Todo comienza un día del año 2000 en un subte de Buenos Aires, cuando un chico de la calle, le entrega una estampita del Gauchito Gil al guionista de cine José Campitelli. El hombre se interesa en la historia, se mete, investiga, quiere saber más sobre el gaucho.
Encuentra que es un santo no oficial y milagroso. Una divinidad marginal, embestida por el color del diablo y venerado por miles de personas en el conurbano y el interior del país. «Empezamos a encontrar que el personaje del Gauchito encerraba una historia de aventuras, que simbolizaba un sueño de justicia hoy en día casi perdido y utópico», explicó a APM Tomás Larrinaga de 26 años, director junto a Ricardo Becher de 75 años de «El Gauchito Gil-la sangre inocente», la película que narra la marginalidad en Argentina y la creencia en el santo popular.
Filmado con el apoyo del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) y el auspicio de la Universidad del Cine de Buenos Aires, «El gauchito…» asume el propósito de recuperar a los excluidos, a los que duermen en la calle y habitan antros inhabitables. Concientizar para que se termine con el hambre, la indefensión, el abandono, la violencia social, la indiferencia y la prepotencia del poder.
«Cuando primero vez una estampita, pensás que es un santo como cualquiera-expresa Larrinaga- el gauchito tiene todo eso, es un santo no beatificado, pero tiene muchas cosas más. Otros santos populares, no tienen ese carácter marginal, vas a los santuarios y es todo blanco, en cambio el Gauchito, es rojo y negro de San la Muerte, y a la vez hay una confraternidad increíble. Entrevisté tipos que si vos los vez por la calle te cruzas de vereda, y seguro que te roban, se cae de maduro. Y estando en ese lugar, por ahí se te caía algo y te lo levantaban. Por eso está la película para mostrar las cosas que no se pueden contar».
En efecto, la película -estrenada en el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires- muestra en tono dark y con estética post-futurista las vivencias de una banda de delincuentes que habitan un edificio destruido y abandonado. Ellos hacen del arrebato, la piratería del asfalto, el reduce de autos robados y el simple asalto a minimercados su actividad laboral cotidiana. Pero, a diferencia de otros ladrones, el botín se reparte entre los suyos, los pobres y desesperados, sin disparar un tiro ni lastimar a nadie, tal como cuenta el idealizado relato oral del Gauchito Gil.
La historia de los milagros del Gauchito Gil empieza hace unos 130 años en Mercedes, Corrientes cuando Gil deserta de las filas del ejército del coronel Juan de la Cruz Salazar y se interna en el monte. Y es allí, donde nacen las leyendas. Se decía que era el gaucho que les robaba a los ricos, sobre todo a esos que explotaban paisanos y los reducían casi a la esclavitud, y que luego, repartía el botín entre los pobres.
Se decía también que tenía el don de curar; y por eso, muchos de sus seguidores en señal de agradecimiento lo cubrían y le daban refugio. Sin embargo, y pese a esa protección, cae prisionero de Salazar y muere a los 23 años degollado con su propio cuchillo. Después de muerto, comete su primer milagro: saca de la agonía al hijo de Salazar. Como agradecimiento, el sargento le construye una cruz con ramas de ñandubay.
En ese ámbito de milagros, de delincuencia y cultura popular se filma la película. «Era un personaje joven y nosotros queríamos hacer una película joven. Tratamos de hacer un acercamiento distinto y espiritual, no a contar la historia del Gauchito. Es una ficción, no es una película de época. Tratamos de hacer algo que rescate el espíritu y tratar de traerlo a la actualidad. La película no es para nada realista, tiene un tratamiento estético adecuado a ello. Queríamos traerlo a nuestros días».
En ese sentido, agrega que el Gauchito propone solucionar de manera simple la pobreza. «La figura del gauchito es quizás un poco ingenua, pero plantea cortar por lo sano, y si el problema es la mala distribución de la riqueza, distribuyamos bien. Lo hace de una manera ingenua, al alcance de una persona de la calle, que no llega a mucho, de hecho el final del gauchito es trágico, y el de la película también».
El largometraje está protagonizado por Sergio Podeley, Ramiro Larrinaga, Sabrina Garciarena y Rosario Palma. En octubre se presentó en Corrientes, y en diciembre llega al Malba (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires). La producción fue ganadora del Concurso Desarrollo de Proyectos INCAA 2001 y declarada de Interés Cultural por la Provincia de Corrientes.
Estar en contra del un naturalismo que domina actualmente el cine argentino, es otra de las intenciones de Larrinaga, Becher y compañía. Y desde el neoexpresionismo digital -movimiento audiovisual caracterizado por la elección intuitiva y espontánea del registro en video, puesta en escena y edición minuciosas y obsesivas-lo llevan adelante.
Bajo esa expresión se encuentran los cortometrajes, «Herencia» (1995), «DV-Campitelli» (1999), «Surfly» (2002), «Morir en otoño» (2001) y «Proyecto latidos» (2002). En tanto, Larrinaga filma entre otros los cortos «El eterno instante de la locura» (2000), «Historia de una fascinación» (2002) galardonado como mejor documental en el Festival de la Universidad del cine 2002. Por su parte, Becher es el autor de «Tiro de gracia» de 1969, uno de los filmes emblemáticos de la Generación del 60.
«Esto viene como una reacción al vicio del realismo-sostiene- que quizá hay en el cine argentino. Acá el cine tanto el bueno, como el malo, es muy realista. Es muy raro que vea una película que no sea realista, tanto el cine independiente como de industria tiende a lo cotidiano, a un punto casi de hacer la monotonía. Nosotros quisimos hacer lo contrario, contar una historia que sea un mito, una ficción con una estética nueva».