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Geopolítica de la desaparición del euro

Fuentes: La Jornada

En la masa de informaciones que circula sobre la crisis del euro, no es fácil detectar los fenómenos de fondo que se están produciendo. Por eso, es importante tomar un poco de distancia, situar esta crisis en el curso de los acontecimientos de los últimos 20 años después del derrumbe de la Unión Soviética y […]

En la masa de informaciones que circula sobre la crisis del euro, no es fácil detectar los fenómenos de fondo que se están produciendo. Por eso, es importante tomar un poco de distancia, situar esta crisis en el curso de los acontecimientos de los últimos 20 años después del derrumbe de la Unión Soviética y proyectar una mirada geopolítica a mediano y largo plazo. La crisis griega confirmó, si fuera necesario, que Europa como unión política ya no existe. En las ultimas semanas, la Unión Europea (UE) reveló al resto del mundo su extrema debilidad. El euro no resistió a las ofensivas de todo tipo que sufrió en los últimos meses, a pesar de ser la moneda de una de las regiones más ricas e industrializadas del mundo. A la primera gran crisis financiera mundial de la era de la globalización, saltó a la vista que la moneda europea no podía aguantar las turbulencias del mercado y los ataques especulativos, sencillamente porque no tenía el respaldo de una sistema político sólido y coherente. Los ideólogos ultraliberales que inventaron la moneda europea decidieron aplicar con rigor el principio de laisser-faire, prohibiendo a los gobiernos intervenir en las políticas del Banco Central Europeo (BCE). Los gobiernos de la zona euro se automutilaron cuando aceptaron el dogma de la independencia del BCE, renunciando a cualquier posibilidad de someter las políticas financieras a condiciones políticas. Después de mucha discusiones presentaron como un gran avance la decisión de constituir un fondo de rescate de 440 mil millones de euros. Y ningún gobierno, viendo el desastre social que producen los planes de ajuste impuestos por el BCE y el Fondo Monetario Internacional (FMI), quiso oponer políticas a contracorriente de la Doxa ultraliberal.

Lo que no ve el público europeo en general es que con la intervención del FMI Estados Unidos tienen ahora derecho de intervenir en la economía europea. Todas las decisiones del FMI necesariamente requieren la aprobación del gobierno estadunidense si es que no vienen inspiradas directamente por él. En la reforma del los derechos de voto en el FMI anunciada en la última cumbre del Grupo de los 20, Estados Unidos conserva intacta la minoría de control con 16 por ciento de los votos. A la UE se le pidió reducir su parte para poder aumentar la cuota de los países emergentes. El presidente Obama ejerce plenamente el poder que le da la nueva arquitectura financiera internacional, llamada gobernanza mundial, y exige de Grecia y de otros países europeos que bajen los sueldos de sus funcionarios, que reformen el régimen de las jubilaciones y que disminuyan el gasto publico en general. Y los europeos obedecen.

Con la crisis financiera europea, se está realizando un paso más en el avasallamiento de Europa. Con el Tratado de Lisboa, Europa entregó su defensa a la Organización del Tratado del Atántico Norte (OTAN): se acabó el viejo sueño de una defensa europea independiente. Y ahora con una política financiera controlada por el FMI, la UE renunció a un pilar esencial de su independencia. Sin la defensa y la moneda, no le queda nada para afirmar su independencia dentro del bloque occidental y frente al resto del mundo.

En este contexto, parece lógico que el euro tienda a acercarse a la paridad con el dólar. Se habla en los círculos financieros de una posible dolarización de la zona euro. Técnicamente le conviene a los grandes países industrializados de Europa para recuperar su competitividad económica, castigada en la última década por un euro fuerte. Políticamente le conviene a Estados Unidos eliminar una moneda rival del dólar frente a China y otros grandes países emergentes. Los nuevos miembros de la UE ven con muy buenos ojos la dolarización de Europa, que sería para ellos una garantía suplementaria de contar con el paraguas estadunidense, como para su defensa frente a Rusia, su enemigo de siempre.

El director del FMI, Dominique Strauss Khan, se refiere con frecuencia a la necesidad de una moneda mundial, consecuencia lógica de la globalización económica y financiera. En Zurich, el 12 de mayo, él hizo un llamado a favor de la creación de un banco central mundial con una moneda mundial. En Francia el secretario de Estado para Europa, Pierre Lellouche, incansable militante atlantista, anunció triunfalmente que en el plano monetario se llegó a un mecanismo de solidaridad automática idéntico a lo que prevé el artículo 5 del tratado de la OTAN. Con esto se da el último toque a la construcción de un espacio europeo subsidiario del territorio estadunidense para formar un bloque perfectamente homogéneo bajo el liderazgo de Washington. Desde su elección, el presidente Barack Obama pide a sus aliados cerrar filas para enfrentar las nuevas amenazas mundiales.

Otro efecto de la crisis, los planes de ajuste estructural impuestos como remedio tendrán como consecuencia a corto plazo la tacherización de la Europa continental, o sea el fin del modelo social europeo. Gran Bretaña, aliado incondicional de Estados Unidos, no miembro de la eurozona con la libra esterlina, será el gran vencedor de esta crisis, con la imposición de su modelo económico y financiero a toda Europa, y el fortalecimiento de la City como plaza financiera impermeable a todos los intentos de regulación que se sugieren para prevenir nuevas catástrofes financieras mundiales.

Con la dolarización de Europa se cerrará un capítulo de la historia moderna abierto con el derrumbe del campo socialista. Para la corriente atlantista europea, actualmente mayoritaria, la desaparición de Europa como actor político y financiero autónomo es el precio a pagar para que Occidente continúe controlando el mundo frente a los países emergentes.

Pierre Charasse, diplomático de carrera, exembajador, ha trabajado en el Ministerio de Asuntos Exteriores francés entre 1972 y 2009.  Ha ocupado distintos cargos en las embajadas de la República francesa en Moscú, Guatemala, La Habana y México. Fu consejero técnico en el gabinete de Claude Cheysson, ministro de asuntos exteriores, y de Pierre Joxe, ministro de interior entre 1984 y 1986. Ha sido Cónsul general en Nápoles y Barcelona, embajador en Uruguay, en Pakistán y en Perú, y embajador itinerante encargado de cooperación internacional contra el crimen organizado y la corrupción entre 2000 y 2003, así como jefe de la delegación francesa en la Conferencia de Naciones Unidas sobre el comercio ilícito de armas ligereas y de pequeño calibre (Nueva York, 2000-2001), Secretario general de la Conferencia ministerial «las rutas de la droga del Asia Central a Europa» (abril de 2003) y Ministro Plenipotenciario desde 1998. Se jubiló en agosto de 2009.