Como por arte de magia hace algunos años irrumpió en el mundo la palabra globalización impulsada por los países desarrollados y los grandes medios de comunicación. Poco a poco la acepción se fue imponiendo y hoy en día es difícil prescindir de ella aunque muchos en el mundo no sepan su verdadero significado. Diversos tipos […]
Como por arte de magia hace algunos años irrumpió en el mundo la palabra globalización impulsada por los países desarrollados y los grandes medios de comunicación. Poco a poco la acepción se fue imponiendo y hoy en día es difícil prescindir de ella aunque muchos en el mundo no sepan su verdadero significado.
Diversos tipos de globalización se han impuesto a través de la historia de la humanidad y una de las más profusas fue cuando las potencias europeas convirtieron en colonias a muchas naciones de otros continentes y así podían comerciar más fácil con un país conquistado que si por el contrario fuera libre.
Sus apologistas indican que la globalización es un fenómeno de carácter internacional cuya acción consiste principalmente en lograr una penetración mundial de capitales (financieros, comerciales e industriales) para que el planeta abra espacios de integración y se intensifique la vida económica. Agregan que surge como consecuencia de la internacionalización cada vez más acentuada de los procesos económicos, los conflictos sociales y los fenómenos político-culturales.
La definen como un proceso de desnacionalización de los mercados, las leyes y la política en el sentido de interrelacionar pueblos e individuos por el bien común y la detallan como la fase en que se encuentra el capitalismo a nivel mundial, caracterizado por la eliminación de las fronteras económicas que impiden la libre circulación de bienes servicios y fundamentalmente de capitales.
Los defensores igualan el término con una supuesta sociedad planetaria que va más allá de fronteras, barreras arancelarias, diferencias étnicas, credos religiosos, ideologías políticas y condiciones socioeconómicas o culturales, en un intento de hacer un mundo que no este fraccionado, sino generalizado, en el que la mayor parte de las cosas sean iguales o signifiquen lo mismo.
En una reciente conferencia magistral efectuada en La Habana durante el VIII Encuentro Internacional de Economistas, el ex primer ministro de Malasia, Mahathir bin Mohamad aseguró que la globalización y todo el concepto que encierra fue inventada por los países ricos y no por los pobres.
En el papel, los cantos de sirena endulzan el oído y la mente pero la realidad puede ser otra cuando las naciones desarrolladas y sus ejecutores directos, las compañías transnacionales tratan de alcanzar los mejores dividendos durante sus incursiones dentro de los países subdesarrollados.
Uno de los casos más aleccionadores fue el de Argentina cuando la globalización neoliberal fue acogida como sistema económico-financiero en la década de 1980 y en un período de 15 años, esa nación, una de las más ricas de la región, observó como más de la mitad de su población caía en la pobreza, el desempleo rondaba al 40 % de sus habitantes, las transnacionales de adueñaban de sus industrias y principales servicios, el capital salía de sus fronteras, mientras la bancarrota y el caos se adueñaban del país.
El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial propulsores de la globalización neoliberal, extendían créditos con altos impuestos, (principalmente para respaldar las privatizaciones) que el gobierno no podía pagar lo cual conllevaba a un profundo endeudamiento.
La experiencia vivida por Argentina le abrió los ojos y las mentes a algunos pueblos y gobiernos del Tercer Mundo que comprendieron que si se quiere un mundo globalizado, debe dárseles algunos beneficios a los pequeños pues estos no se pueden dar el lujo de perder lo poco que tienen.
Para que exista una equilibrada globalización en beneficio de la mayoría de los pueblos, debe darse ventajas comerciales a los países pequeños y pobres que les permitan competir con las grandes economías.
En la actualidad, hasta el concepto y la condición de empresa la están encabezando las transnacionales las cuales definen los derroteros a seguir y liquidan por su potencial los intentos nacionales de producción y de servicios públicos.
En Latinoamérica, el capital extranjero que tanto han aupado el FMI, el BM y gobiernos prooccidentales de turno, ha comprado empresas establecidas y ocupado los mercados ya desarrollados. Todas, además, están enfiladas a obtener y sacar del país donde se establecen las mayores ganancias, cuya consecuencia directa es la depresión el presupuesto nacional para los gastos sociales.
Un peligro mayor de globalización irracional se cierne sobre la mayoría de la población mundial si se aprobara como está redactado el Acuerdo General del Comercio de Servicios (AGCS) en el marco de la Organización Mundial de Comercio (OMC).
El Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) que precedió a la OMC solo abarcaba el comercio de mercancías. De aprobarse el AGCS se autorizaría la privatización de los servicios públicos con las nefastas consecuencias que traería para los países en desarrollo y el medio ambiente.
Compañías transnacionales estarían autorizadas, por ley, a controlar si les resulta beneficioso, los servicios de agua potable, alcantarillado, electricidad, salud, educación y otros muchos. Los usuarios accederían a los servicios por los pagos de las tarifas que impongan esas empresas sin poder el Estado del país donde se asienten poder controlarlas. La globalización no puede llevarse a cabo en la forma que desean Estados Unidos, Europa y los organismos financieros internacionales porque a la larga un mundo donde prolifere la pobreza entre las grandes mayorías, sería incontrolable.