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Crónica de VII Encuentro Internacional de Economistas sobre Globalización y Problemas del Desarrollo.

Globalizacion y problemas del desarrollo: visión personal de un encuentro plural

Fuentes: Cádiz Rebelde

Como en tantas batallas, Cuba empuñó el estandarte de la denuncia frontal del neoliberalismo. No bastándole la multiplicidad de escenarios donde ha proyectado su voz, la Isla asumió -del 7 al 11 de febrero actual– el reto del VII Encuentro Internacional de Economistas sobre Globalización y Problemas del Desarrollo. No se trata de la grisura […]

Como en tantas batallas, Cuba empuñó el estandarte de la denuncia frontal del neoliberalismo. No bastándole la multiplicidad de escenarios donde ha proyectado su voz, la Isla asumió -del 7 al 11 de febrero actual– el reto del VII Encuentro Internacional de Economistas sobre Globalización y Problemas del Desarrollo.

No se trata de la grisura que imprime la exposición de ideas monocordes. Lejos de eso, en La Habana, impugnadores y defensores del mercado desregulado se han acostumbrado a protagonizar un desinhibido cotejo de opiniones sobre un asunto que conmociona al mundo entero.

Neoliberales, sus críticos; así como keynesianos, neoestructuralistas, marxistas –sin discriminación ideológica alguna–, cruzaron armas convocados por un tema que subyace en cada exposición, en cada intervención, desembozada o veladamente: ¿Qué hacer ante la crisis económica globalizada?

En el convite habanero participaron, junto con más de 1 400 científicos sociales provenientes de 42 países y representantes de 15 organismos internacionales; 600 profesionales y 150 estudiantes cubanos; personalidades como Reinhard Selten, Premio Nóbel de Economía 1994; Jomo Kwani Sundairn, subsecretario general de las Naciones Unidas para Asuntos Sociales y Económicos; Osvaldo Sunkel, alto directivo de esa organización; José Luis Machinea, secretario ejecutivo de la CEPAL; Allan Wagner, secretario general de la Comunidad Andina de Naciones; Osvaldo Rosales, director de la Dirección de Comercio Internacional e Integración de la CEPAL; Tissa Vitanana, ministra de Ciencia y Tecnología de Sri Lanka; Enrique Ganuza, funcionario del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo; el sociólogo argentino Atilio Borón e Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique.

La llamada globalización neoliberal trasciende los aspectos meramente económicos; su superobjetivo incluye barrer identidades culturales, tanto como a la ideología que le es rebelde. Por ello, no faltaron coloquios como el nombrado «En defensa de la Humanidad», en el cual tomaron parte escritores y periodistas, intelectuales, y «Mercado y diversidad cultural», en el que brilló Ignacio Ramonet, al tiempo que se desbrozaba un camino teórico y de resonancias prácticas, el cual pasa por evaluar el costo de la política bélica de los Estados Unidos en Iraq. Todo al unísono con reuniones paralelas, propiciadas por el propio VII Encuentro Internacional sobre Globalización Neoliberal; entre ellas, la Asamblea General de la Asociación de Economistas de América Latina y el Caribe, y el Encuentro Internacional de Estudiantes de las Ciencias Económicas.

La Asociación Nacional de Economistas de Cuba -en la lista de los auspiciadores- había mostrado optimismo con respecto al discurrir de la cita -más bien de las citas–. Optimismo no defraudado, que embargaba también a la prensa nacional. Primero, porque la nación caribeña ha demostrado en incontables momentos su espíritu integrador, ecuménico, a la hora de buscar la verdad. Y porque en el análisis y la denuncia del neoliberalismo, los líderes de la Revolución y los académicos cubanos han pisado suelo firme.

USA Avatares de buen samaritano

El Tío Sam, una vez más, de «buen samaritano…» Al menos, eso es lo que percibimos muchos de los presentes en la disertación del norteamericano Daniel P. Erikson, representante de Inter American Dialogue, en la comisión que sesionó acerca de Globalización y regionalización: fenómenos recientes.

Quizás, de buena fe, el funcionario hizo galas de un conocimiento cabal del lenguaje tecnocrático en su empeño por convencer al auditorio de las bondades del Tratado de Libre Comercio de América Central (CAFTA), el cual «esa región ve como forma de salir del subdesarrollo».

Se dolió el ponente de que en los propios EE.UU. se contraponen al CAFTA el lobby del azúcar, «especie de mafia» receptora de abultados subsidios; en cierta medida, el grupo de empresas textiles -desean invadir con sus productos a Mesoamérica, pero no aceptan competencia-, y los sindicatos, por la posible pérdida de empleos, ante una estampida de entidades hacia lugares de mano de obra barata. Y luego, la coda: ese Tratado, que «va a aumentar las exportaciones de la región», según su leal saber y entender, está recibiendo el espaldarazo de «parte de los parlamentarios de la América Central».

En ese contexto de buenas intenciones, el tecnócrata, funcionario o economista estadounidense bramó virtualmente contra China. Sí, al parecer, «chinito paga todo». El hombre proclamó a la República Popular China como el mayor de los enemigos de la región, por serle a ésta nociva en el renglón de los textiles. Claro, por los salarios más bajos, los obreros muy calificados, la «tremenda reserva de fuerza de trabajo».

Hay que unirse contra China. Ese fue el llamado del orador, cuyo mensaje insistió en la necesidad de que los gobiernos indígenas resuelvan sus entuertos económicos, políticos y sociales lo más rápidamente posible, sin que en ese llamamiento emergiera la más mínima alusión a la deuda histórica estadounidense con la pobreza y el subdesarrollo de Centroamérica.

Una delegada nicaragüense -de expresión racional y apasionada-interrogó al señor Erikson sobre quiénes específicamente estaban a favor del CAFTA. Y ella misma se respondió: cinco presidentes y otras diez personas. Si acaso. Porque, dijo, esto no es ni tratado, ni libre, ni de comercio. «¿Qué vamos a diversificar, si lo único que tenemos es pobreza?» Además, continuó interrogándose, «¿a quién le importa China en Nicaragua, en América Central?». Sólo a ustedes, los Estados Unidos, que vislumbran en la nación asiática un gran competidor. (Silencio espasmódico del lado gringo).

Oscar Guerra Ford, secretario técnico de CONACE, México, sopesó lo que considera pro y contra del Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TCLAN). Entre las «ventajas», mencionó el incremento de las exportaciones de su país, con un ritmo de 12,1, solamente sobrepasado por el de ¡China otra vez!; el crecimiento de la base tecnológica de las manufacturas -las principales vendedoras en el exterior- y una mayor entrada de inversiones foráneas, ascendentes de 4 600 millones de dólares antes del TLCAN a 131 mil millones.

¿Lo malo? Siendo la séptima economía exportadora del mundo, es la quinta importadora (14,6% de aumento en ese rubro), para ser ahora los mexicanos más dependientes del sector importador. «El dinamismo del sector exportador no arrastra a otros sectores del mercado interno y no condiciona el aumento de los salarios en general», admitió Guerra.

Por su parte, la también mexicana Josefina Morales puso énfasis en el desarrollo desigual de su tierra, que reporta hoy bajas tasas de crecimiento, luego de que en el período «desarrollista», de sustitución de importaciones, mostrara alrededor de 5,6%.

Conforme a la ponente, el proceso de integración analizado reproduce el subdesarrollo y, sobre todo, la desigualdad. «¿Cómo un Estado que impulsó una gran infraestructura regional ha podido ceder el petróleo, el ferrocarril, las comunicaciones, la minería, la siderurgia, y conservar apenas la energía?……..» ¿Resultados? Reproducción del subdesarrollo bajo el TLCAN. Desregulación, liberalización del mercado financiero, del financiamiento, privatización de la banca… Cierto crecimiento económico, sí, pero ¡a qué precio!

Tras la profesora, el cumplimiento de la gran expectativa. Una vez más, Julio C. Gambina, de la Universidad Nacional de Rosario, Argentina, electrizó a los estudiosos con un análisis del capitalismo al comienzo del siglo XXI. Señaló que discutirlo es discutir la liberalización, y aclaró que «el programa de ese sistema histórico fue suspendido sólo durante cinco décadas de políticas keynesianas, para reinstalarse como liberalización».

Difirió Gambina de quienes sostienen que los gobiernos han perdido soberanía. Para él, éstos hacen lo que tienen que hacer en función de los sujetos que dominan: gobiernos, organizaciones internacionales, académicos, los cuales promueven la corriente de desregulación, que favorece en primer término a USA y Europa, los mayores polos.

Pero no todo anda perdido. «El primer éxito, la resistencia. Hoy no hay ALCA gracias a la campaña continental que ha condicionado (¿impuesto?) restricciones a los gobiernos a la hora de firmar el ALCA». Por ello, la economía política debe considerar las acciones subjetivas de los pueblos. «Si el capitalismo necesita numerosos sujetos políticos que lo lleven adelante, la economía política (se infiere que de izquierda) debe considerar las acciones subjetivas de los pueblos», sentenció Julio C. Gambina, quien opinó que al proyecto de liberalización deben oponérsele los límites de la revolución.

«Hoy, como ayer, el freno a la liberalización, programa del capitalismo hegemónico, deviene de la construcción de condiciones subjetivas, de una realidad que satisfaga las necesidades de nuestros pueblos».

Que la deuda externa no derive en eterna

En junio de 2005, el Comité por la Anulación de la Deuda Externa del Tercer Mundo conmemorará el reclamo que hace 20 años, precisamente en La Habana, se lanzó a la opinión pública planetaria. El nuncio de la buena nueva fue Eric Toussaint, profesor de la Universidad de Liege, Bélgica, quien sobresalió por sus dotes de expositor y polemista.

Toussaint comenzó cuestionando la importancia práctica de exposiciones que abundaron sobre la deuda externa y la libertad de circulación de capitales desde posiciones un tanto tecnocráticas, cuando en la actualidad tienen acceso al financiamiento sólo 25 de los 165 países en vías de desarrollo. Para el orador, no resultó bien explicado que el ponderado crecimiento económico de América Latina no se traduce en el mejoramiento del nivel de vida de la población.

Algunos indicadores son tan fríos, que hielan hasta la capacidad de asombro. Informes habrá que darán la vuelta al planeta con afirmaciones tales como que el Producto Interno Bruto (PIB) de la India reportará en 2004-2005 un importante crecimiento, gracias a los gastos dedicados a la reconstrucción de los lugares asolados por el reciente tsunami. Se hablará de éxito, aseguró el profesor belga, sin que se mencione la pérdida de vidas humanas.

Con respecto a argumentos sobre el exitoso aumento del PIB en América Latina, vertidos aquí, el eminente científico hubiera querido escuchar, lo dijo, el desglose de países que coadyuvaron a ese logro sin aplicar las reglas dictadas por organismos como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Interesante sería no sumar a ese cuadro el impresionante despunte de Venezuela -con 18% de aumento en 2004- para saber qué logró en realidad el pensamiento neoliberal.

Eric Toussaint fue directo a la raíz del entuerto. Para él, el problema fundamental de los países en vías de desarrollo no consiste en la debilidad estructural de los fondos internos, que los obligaría a endeudarse hacia el exterior y atraer capitales extranjeros, sino el hecho de que el ahorro potencial no entra en el ciclo productivo, porque es desviado hacia otros activos.

Prueba al canto: el total de depósitos líquidos de los residentes en países en vías de desarrollo en bancos de naciones industrializadas ascendían al final de 2003 a 1 460 mil millones de dólares, mientras el total de préstamos recibidos por los subdesarrollados alcanzaban los 700 mil millones, menos de la mitad, lo cual significa que «los países en desarrollo son acreedores netos, prestadores netos de capital».

Este absurdo deriva en «racional» en el marco del sistema neoliberal. Como «racional» devienen para los poseedores de cuantiosas fortunas cosas tales como eludir la devaluación de las monedas nacionales con el envío de sus capitales al exterior, con la condición de luego repatriarlos para hacerse de nuevas empresas a costos ínfimos. El profesor concluyó que el problema fundamental de América Latina, África, Asia, no es cómo endeudarse -cual lo definiría algún que otro tecnócrata situado a la derecha del espectro político-, sino enfrentar el desafío de romper con este esquema.

Controlar el movimiento de capital y el cambio, aplicar una política tributaria progresiva sobre ingresos, fortunas, son algunas de las propuestas de Toussaint, a las que se agregan el aumento de los gastos sociales dirigidos a fomentar el desarrollo económico interno, así como la protección de los ataques especulativos del exterior…

Un enfoque «contaminado»

«Quien sabe sólo de Medicina, ni de Medicina sabe».Por analogía, este adagio conduce a otro: quien conoce sólo de economía política, ni de eso conoce. Vayamos más allá en la cadena de juicios: las ciencias estudian la realidad, y la realidad no está dada en compartimentos estancos; por tanto, habremos de concurrir a una urdimbre de ciencias en el estudio de objetos concretos, multidimensionales (todos en el universo físico y en el social), y dentro de una misma ciencia los enfoques tendrán que ser, asimismo, diversos.

¿Por qué lo decimos? Por la sencilla razón de que disciplinas como la economía tendrán que apartarse de un enfoque «aséptico», tecnocrático, como lo pretenden ciertos grupos de poder, para asumir la riqueza de un vistazo «contaminado» por lo social y lo político. Si es verdad que, en general, la economía trata sobre la producción y distribución de recursos, debemos preguntarnos cosas como el porqué de la precariedad de estos, quién los acapara, y en detrimento de quiénes…

Esa perspectiva anidó en buena parte de las ponencias e intervenciones de este VII Encuentro Internacional de Economistas. Un ejemplo, a la mano. En una exposición titulada Desarrollo Latinoamericano: Contextos Nacionales y Regionales en el Marco de la Globalización, Armando Gil Ospina, de Colombia, insistía en el hecho de que América Latina resulta la región más inequitativa del planeta en términos de la repartición del ingreso, tal como la considera el propio Banco Mundial. Y subrayaba «las inferencias que se derivan de los permanentes Informes del PNUD, a partir de los 90, relacionados con la pobreza y la miseria a finales del siglo XX y en los albores del siglo XXI a nivel mundial».

De cualquier modo, y «sin negar los aumentos de riqueza, comercio, ciencia y tecnología alcanzados por la comunidad internacional (léase Países Desarrollados) y que mejoran ostensiblemente la vida de millones de personas en todo el mundo, no es menos cierto que tales bondades del ´progreso´ no han llegado a todas partes y menos aún en condiciones equitativas».

Más allá de modelos matemáticos y otros «artilugios» de miríadas de intelectuales proclives al status quo, el expositor aludía a los tantísimos millones de seres humanos que perviven actualmente en condiciones de pobreza, miseria, atraso y marginamiento, «situación que debe avergonzarnos a todos». Por tanto, sería menester en este punto preguntarse suspicazmente, como lo quiere él, si algún día se cerrará la enorme brecha entre los pocos países ricos y los muchos países pobres.

A menudo poseemos más interrogantes que respuestas. Pero el solo hecho de cuestionarse el estado de cosas representa un adelanto digno de figurar en el gran libro de la ciencia. Un paso tras el que podría venir otro más positivo aún. En nuestro criterio, el que daba el profesor argentino Julio C. Gambina al llamar a la economía política a considerar las acciones subjetivas de los pueblos. Si el capitalismo necesitó y necesita sujetos políticos -gobiernos, académicos, organizaciones internacionales- que lo lleven hacia delante, «los pueblos, la otra parte del orden mundial, tienen que mundializar y empujar su proyecto político». Es decir: ponerle límites desde la revolución al proyecto de liberalización que sume a la mayoría de la humanidad en la miseria.

Repensar el socialismo, plantearse el debate sobre éste a la altura de estos tiempos, en lo económico, lo político y lo social, sacándose de un manotazo todo enfoque «aséptico», tecnocrático, que sacraliza lo fenoménico en detrimento de lo esencial: ese sería el camino.

Utopía no es una mala palabra

El griego Protágoras nos recuerda que «el hombre es la medida de todas las cosas», máxima que nos atrevemos a repensar con la ayuda del doctor Julio Silva Colmenares, miembro de la Academia Colombiana de Ciencias Económicas, quien disertó sobre la libertad y la felicidad como alternativa a la sociedad excluyente y cerrada del siglo XXI.

La participación de este científico en la comisión que trató sobre el desarrollo como fenómeno multidimensional, trajo una bocanada de aire fresco a quienes solemos soñar un futuro mejor sin soslayar la acción, la práctica, como imperativo categórico, para estar a tono con el camino de la transformación revolucionaria de la realidad, en sustitución de la mera contemplación filosófica.

Parecería que la reflexión huelga, por haber sido propuesta por Carlos Marx en el siglo XIX, pero sucede que a la altura de este momento histórico hay quienes se concentran sólo en juegos de ecuaciones «limpias» de anhelos y factores subjetivos, para evadir la responsabilidad de definir de qué están hechos los males sociales de este mundo.

Silva lo sabe muy bien. Por ello, sugirió, más que un rengo Índice de Desarrollo Humano, un instrumento que estipule la búsqueda de la realización de la libertad y la felicidad, con un primer pivote en un Estado estratega y comunitario, regulador y orientador del avance de la sociedad a largo plazo, y, a guisa de segunda pero no menos importante herramienta, un mercado abierto y democrático, transparente, que garantice una distribución eficaz y la consiguiente solidaridad transmutada en el derecho a la salud, la vivienda, la vida digna, el descanso, la recreación…

Ahora, el problema del desarrollo económico, como base indiscutible del desarrollo humano, no radica precisamente en la producción. Basta ya de cargar la mano en el esquema neoclásico, imperante en los siglos XVIII y XIX, que reabundaba en los análisis cuantitativos de los bienes. Sin echar a un lado las insustituibles ecuaciones matemáticas, se precisa rememorar que el ser humano es el más genuino factor productivo. El creador, el verdadero y único innovador en el reino animal.

Por ende, el objetivo, el fin último del desarrollo será «satisfacer las necesidades sociales, económicas, espirituales, con el mejor uso de los recursos, de manera equitativa.», en el leal saber y entender del expositor, para quien resulta evidente una paradoja: mientras que en la pasada centuria en el planeta creció significativamente la riqueza -la producción aumentó 100 veces- y en menor medida la población -sólo cuatro- se ha disparado la desigualdad. Unos 800 millones de personas se acuestan sin comer, no por deficiencias productivas, sino por inconsecuencias en la distribución.

En este futuro soñado y meditado por Julio Silva, el desarrollo devendría «un proceso de expansión de las libertades que disfrutan los individuos, y la libertad, una construcción social, se haría en el seno de la sociedad». Quizás no anden tan descaminados aquellos que, en el budista Bután, han puesto en marcha «la medición de la Felicidad Nacional Bruta, con cuatro indicadores sui géneris: crecimiento económico sostenible, conservación del medio ambiente, promoción de la cultura nacional y buen gobierno…»

Pero es menos importante el hecho de que se cumpla o no en ese país lo formulado que la propia ideación de un instrumento propugnador, en primerísimo lugar, de un «Modo de Desarrollo Humano», atendible aunque los clásicos del marxismo y la izquierda lo hayan expresado en otros términos más de una vez. Y es así, atendible, porque corren tiempos tumultuosos, en los que alguno que otro que se proclamaba revolucionario yace en la trampa de obviar los anhelos de los productores y marginados, en aras de una ciencia económica incorruptible en su «objetividad» y «neutralidad».

Por eso, bienvenida fue la reactualización del sueño de utopía enarbolado por el académico colombiano Julio Silva Colmenares.

¿China, locomotora?

Ya Hegel lo sostenía -y cito de memoria–: Cuando todos piensan igual, no hay pensamiento.En el VII Encuentro Internacional de Economistas, el pensamiento se explayó y ahondó de comisión en comisión, de sesión plenaria en sesión plenaria. Y la ciencia, que avanza en andas de la confrontación, constituyó un convidado no precisamente de piedra, sino un ente activo y visible. Tan visible como las diferencias de puntos de vista en las exposiciones del chileno Orlando Caputo y el peruano Oscar Ugarteche.

El tema de mayor encontronazo teórico se las trae, gracias a los requerimientos que plantea a la comprensión de una humanidad asombrada ante un sujeto emergente en el plano político y, sobre todo, en el económico. Nos referimos a China. Y el punto de disenso consistió en responder a una pregunta: ¿Ese país resulta, con los Estados Unidos, una locomotora de la economía mundial?

Para Ugarteche, en medio de una situación caracterizada por el descenso del crecimiento de las principales economías, salta a la vista que la reactivación de la norteamericana ocurre en el segundo trimestre de 2003. Ah, la razón sería la guerra de Iraq. Se pone de manifiesto, incluso, «la necesidad de una economía de guerra, que demande mayores volúmenes de materias primas». Algo corroborado también por el despegue de Gran Bretaña y Japón, participantes en el conflicto, y la debilidad de Francia y Alemania, renuentes a la arremetida bélica.

El expositor argumentaba su tesis con el hecho de que antes de la invasión, mientras China crecía, no pasaba igual con el resto del orbe industrializado. Y también el de que USA arrastra el crecimiento de Asia; pero no ha podido comportarse de la misma manera con respecto a Europa. En ese contexto, apuntaba, se constata que las innovaciones se generan en Norteamérica y Alemania, en tanto las manufacturas provienen de China, receptora de tecnologías. Para los asiáticos, señalaba, resulta mejor financiar el déficit gringo que afrontar una depresión universal.

Aclaro que estamos subrayando sólo una parte de la ponencia del representante de la Pontificia Universidad Católica, de Perú, porque hablaremos ahora del reverso de la moneda. Para Orlando Caputo, sin duda alguna, los Estados Unidos y China son «las locomotoras de la recuperación» y de la economía mundial. El orador insistía en la verificación de un virtual choque entre «EE.UU., como líder del capitalismo, y el gran desarrollo y la potencialidad de China».

«El impacto de la economía china en la economía mundial» se corrobora en cifras espectaculares. Una de ellas es el 9% de expansión de los últimos años. Si otrora aportaba el 1% de la producción del planeta, ha llegado al 6%, según el tipo de cambio del mercado, pero por capacidad de compra este porcentaje es mucho mayor. A la altura de 2003 el PIB del gigante asiático equivalía al 60% del estadounidense y al 12,6% del mundial.

Mientras en los 80 las exportaciones chinas representaban el 1% del total planetario, en los 90 ascendían al 2,para aumentar ahora a un ritmo medio anual de 1 % Otros logros, el que China posea la segunda reserva internacional, compre empresas en el extranjero, sus exportaciones equivalgan al 53% de las de su «rival». «Hoy China es un importante generador de ganancias: el 44% de las que ingresan los Estados Unidos». E, incluso, en este indicador se puede establecer un matiz. Si nos referimos «al sector de la industria doméstica, no al sector financiero», las ganancias alcanzan el 66% de las de la superpotencia.

Al parecer, no hay que dar tantas vueltas al asunto. Al menos este redactor está convencido, como Orlando Caputo, de que, con la proverbial combinación del mercado regulado y la planificación, el mencionado país deviene una potencia mundial. Así que contamos con otra locomotora. Y esta pita en chino.

El eco de las piedras

El Encuentro Mundial de Intelectuales en Defensa de la Humanidad, celebrado recientemente en la Caracas bolivariana, retumbó en la séptima reunión internacional de economistas sobre globalización y problemas del desarrollo, al extremo que una de las sesiones plenarias incluyó, el último día, un panel del mismo nombre que el de la cita venezolana.

No es para menos. Se trata de que las condiciones en que se desenvuelve la especie humana, en vez de mejorar como es deseo de los corazones más ardientes, llevan raudas hacia un abismo prefigurado por una historia que aún nos reclama la salvación y nos propicia los elementos teóricos y prácticos -acopiados por los intelectuales más lúcidos y los luchadores más empeñosos- para lograr eso que muchos llaman «mundo mejor posible».

Para ponernos a tono con una época signada por el concepto de que la guerra resulta una continuación de la política con otros medios, utilizaremos el calificativo de «artillería» para la mesa rectora, de ideas vertidas con pasión y claridad meridiana. Sus integrantes, el «ciudadano uruguayo y escritor cubano» -tal se define a sí mismo- Daniel Chavarría; la economista mexicana Esther Ceceña; el periodista argentino Miguel Bonasso; el Reverendo cubano Raúl Suárez; y el presidente del Parlamento de la Isla, Ricardo Alarcón, así como los ministros de Cultura de Venezuela y Cuba, Abel Prieto y Francisco Sesto, respectivamente.

Bonasso «abrió el fuego».Tras establecer un paralelo entre el contexto del congreso antifascista de 1937 en Valencia, España, y el actual, aseveró que éste resulta infinitamente más peligroso, porque «nunca antes ha habido tanto poder tecnológico» para enfrentar , o paliar, las cíclicas crisis económicas, pero de un modo que se empecina en no tocar las ganancias de las grandes corporaciones armamentistas y en dañar solamente los bolsillos de los más débiles, lo cual crea la posibilidad de desatar «una guerra de 100 años, religiosa, étnica, sin control ni fronteras».

Para el orador, la Revolución Bolivariana significa «un avance insólito en la historia de las revoluciones de América Latina, porque por primera vez inicia un proceso revolucionario una potencia regional, una de las tres naciones con mayores reservas petrolíferas de la Tierra», lo cual determina que Washington niegue el carácter democrático de ese proceso, y proclame a los cuatro vientos que representa un peligro para los vecinos.

Preocupados están los gringos por la voluntad integracionista de Sudamérica, trasuntada en programas como Telesur, el canal que podría curar cerebros inficionados por medios de comunicación al servicio del neoliberalismo, y por planes que se extienden a la energía, la banca, empresas petroleras… Preocupación que se acentúa porque el imperio prevé el daño que puede ocasionar a su política la necesaria «batalla de ideas por delante». Batalla a la que Bonasso alentó, pues «las ideas y el valor están de nuestro lado».

En esa línea de pensamiento, la académica de la UNAM Esther Ceceña denunció un cambio en el eje del orden, de la estrategia de políticas mundiales, ya que, sin lugar a duda, «los Estados Unidos han ganado la batalla tecnológica», superioridad que les «permite lanzarse a la conquista de todo el planeta». Un planeta que, en su imaginario, les pertenece por derecho propio, «natural».

Y como les «pertenece», entonces a buscar en el Oriente Medio, África, el Asia Central, América Latina, el petróleo que les garantice un futuro de autosuficiencia para enfrentarse al resto del mundo en calidad de amo indiscutible. Y no sólo hidrocarburo: metales, biodiversidad de las grandes selvas, lugares de densidad germoplásmica, códigos genéticos, biomasa, capacidad energética y de vida, agua…

Por eso, recordó, el conjunto de bases enclavadas desde el 2000 en una miríada de puntos del orbe. Por eso, el perenne intento de intimidación sobre valladares como Cuba, y como Venezuela, cercada por el «epicentro de derroche de armamentismo» que resulta el Plan Colombia. Claro, en lugar de «hacer guerras», ahora se trata de «prevenir a los enemigos; que desaparezcan antes de amenazar». En ese objetivo, hace lo imposible el gran centro de inteligencia instaurado en la región.

Pero la estrategia se extiende al trabajo conjunto con los ejércitos nacionales, mediante convenios que estipulan cosas como el patrullaje gringo de las costas de Ecuador y del espacio aéreo de Surinam. E incluye «la coptación; la eliminación selectiva o masiva de elementos subversivos; la imposición de planes de estudios en las universidades y de reformas estructurales como las del FMI, y de regulaciones supranacionales como la del ALCA».

¿El antídoto? «Pelear por la integración latinoamericana construida desde los pueblos, y no solamente desde los gobiernos; presionar a los Estados, los gobiernos, para que éstos respeten las decisiones populares».

Daniel Chavarría, autor de memorables novelas, se preguntó por qué la exigencia constante de privatizar la enseñanza, cuando ésta no representa un gran negocio, no genera cuantiosas ganancias. Y se respondió, tras un panorama de la educación desde la Antigüedad, que ahora la lucha de clases se explaya en ese sector, con el intento de centrar la ilustración en un plano pragmático que se circunscriba, en el caso de la universidad, a la promoción de un «Pentium»: informática, telecomunicaciones, semiología, mercadotecnia y finanzas. Todo, para reproducir una hornada de intelectuales «orgánicos» que contribuyan a la reproducción de la burguesía. En esa «otra forma de lucha de clases» se precisa, en primer término, la gran tarea de la alfabetización, de enseñar a «leer palabras y conceptos» que coadyuven «al mejoramiento humano».

En este concilio de voces alternativas, el Reverendo Raúl Suárez se refirió a la necesidad de una ética mundial para la supervivencia, la paz. En ese ámbito, más que diálogo entre religiones, el ponente clamó por «la integración de un punto de vista macro ecuménico, donde todos unidos defendamos a la humanidad». Y logremos una «paz que no es ausencia de guerra, sino paz con justicia social y dignidad».

Suárez abogó por la creación de una red internacional en que participen también, sin cortapisa alguna, los creyentes en cuanta religión haya en la vasta Tierra. Y por que campee por su respeto la unidad en la diversidad, «no embotellados como la cocacola», Y ello sería, para el Reverendo, un compromiso antiimperialista. Algo como una piedra, lanzada por la honda del bíblico David a la testa del soberbio Goliat. Y esa piedra, más bien piedras, tuvo (tuvieron) eco retumbante aquí, en el VII Encuentro Internacional de Economistas sobre Globalización y problemas del Desarrollo.

Un secreto a voces

Parecía que el conocido Raúl Prebisch y la antigua CEPAL -de fausta evocación ambos- dejaban su calidad de entes etéreos, espíritus condenados a vagar en los ámbitos de la desmemoria y la desatención teórica, para reencarnar en ideas aún más avanzadas, dado el camino recorrido por las ciencias sociales, humanísticas, desde los años 60 hasta la fecha.

La voz del conjuro, escuchada en la última sesión del VII Encuentro Internacional de Economistas, celebrado en La Habana, perteneció a Theotonio dos Santos, profesor de la Universidad Fluminense de Brasil, para quien el desarrollo como paradigma, categoría y objeto de estudio desapareció hará unas dos décadas, desplazado por «el pensamiento neoliberal de que la economía del mundo es una, y hay que restablecer el equilibrio de la economía, el monetario, el fiscal».

¿De qué manera? Pues garantizando el libre mercado, el libre cambio; o sea, la desregulación o la regulación restringida de estos. Algo que, en la opinión de algunos, resolvería todos los problemas del planeta.

Entonces, si impera la idea de que la economía resulta una, simplemente no tendría sentido la teoría del desarrollo para países diversos aun en la dependencia, y se precisarían medidas del mismo sesgo tanto para Bolivia como para la antigua Unión Soviética. Así que un buen paso, ironizó el conocido investigador, sería el que finalmente se dio: «sacar de las universidades el estudio sobre el desarrollo». Y las políticas económicas se ajustaron, indistintamente, a la receta impar del FMI.

Sin más, fueron lanzados al cesto de lo prescindible, más bien al de los detritus, concepciones de raigambre histórica como la de la dependencia, y la que definía la existencia del centro y la periferia. Ellas, criaturas de la inteligencia latinoamericana, han sido presentadas por los heraldos de la ciencia más «avanzada», «objetiva» y «neutral» como «una cosa más ideológica que instrumento de análisis económico, social y político». No ideologicemos, pues, devendría el consejo paternalista del Norte.

Pero sucedió (sucede) que esa concepción neoliberal ha temblado (tiembla) precisamente ante la crisis del neoliberalismo. Crisis fácilmente apreciable. Recordemos casos como el regreso del Partido del Congreso al poder en la India; la emergencia de las fuerzas democráticas, socialistas en Europa, y del Partido del Trabajo de Brasil, en muchos aspectos de referencias más próximas a una visión de movimiento social que a una postura política, conforme al orador.

Así que la crisis neoliberal constituye un hecho, con contenido político y caracterizado por un amplio movimiento de masas, aportadoras de grandes mayorías electorales. Entonces, si desde los años 70 se pontificaba acerca de que no hay salida de la dependencia, y con la Thatcher y otros «augures» se decía que acaso esa dependencia sólo es susceptible de negociación, para paliarla, hoy aparece en la palestra pública una reversión de la idea. Pensemos que el 77% de los brasileños se pronuncian contra el neoliberalismo, ilustró Dos Santos, y en la victoria de Lula, con el 64% de los votos.

Fijémonos en el éxito del Frente Amplio, en Uruguay, y en el alto porcentaje -el 80- de quienes se manifestaron contra Menem, en la Argentina. Entre el 75 y el 80% de los latinoamericanos rechazan de plano ese tipo de plataforma política, de acuerdo con los datos suministrados por el científico social. Y ello, logrado a pesar de una prensa, unos instrumentos culturales, complotados en contra de los pueblos, a favor del actual (des)orden mundial.

Ahora, en criterio del ponente, parejamente ocurre un fenómeno digno de plasmación aquí. Resulta dramático que alguna izquierda abrigue dudas de enfrentarse al poder hegemónico universal, e incluso de implantar políticas de crecimiento, por miedo a la inflación, una tendencia de pensamiento refutada por el ejemplo de China, con los más impresionantes ritmos de expansión de la economía sin que el fenómeno de la inflación cobre cotas capaces de quitar el sueño a nadie.

Para evitar la inflación, ¿será una inmejorable medicina la subida de las tasas de interés -que, por cierto, podría provocar recesión- para luego tener que bajarlas?, se preguntó Theotonio dos Santos. Gran parte del liderazgo de la izquierda considera que no hay alternativa en lo económico, y que no se pueden enfrentar los poderes del mercado mundial. Por tanto, se cree, hay que seguir las políticas dictadas por ese mercado desregulado.

Afortunadamente, en más de un sitio de este mundo «ancho y ajeno» se constata una vuelta a las políticas de desarrollo económico y social. Incluso, algunos intelectuales revisan posiciones anteriores y hablan de neodesarrollismo. Crecimiento que incluye la gestión del Estado, demonizado por el imaginario neoliberal. Hoy por hoy se dispara la cifra de los llamados postkeynesianos, y de otros como los neoestructuralistas, que proclaman este renacer del desarrollismo con el sector externo como eje central – ¿recuerdan la sustitución de importaciones aconsejada por la CEPAL, tiempo ha?-. Así que las ventas hacia el exterior han aumentado en México, Brasil…

Pero ¡cuidado con quienes proclaman que la exigencia de aumento de sueldos implica directamente la pérdida de competitividad en la palestra mundial! La miseria y la sobreexplotación no deberán convertirse en herramientas del desarrollo. Porque desarrollo y mejoramiento del nivel de vida de los asalariados, de los de abajo, han de constituir dos caras de la misma moneda.

De ese modo lo advirtió el profesor Dos Santos, para quien la discusión sobre las políticas de crecimiento económico debe abarcar el debate de los problemas sociales; es decir: del propio concepto de crecimiento. Un crecimiento desde la perspectiva de los trabajadores, más que nunca cuando la crisis del neoliberalismo es un secreto a voces.

Escribió el filósofo Séneca una máxima implacable: «el viento nunca es favorable para quien no sabe adónde va».Si algo novedoso puede decirse de este VII Encuentro Internacional de Economistas sobre Globalización y Problemas del Desarrollo es que el mismo ya está evidenciando la consolidación de un pensamiento capaz de oponerse en el plano teórico a las doctrinas del neoliberalismo y sus nefastas secuelas. Nace la brújula, existen timones y, para los navegantes, la utopía no es mala palabra.