Con este nombre se conoce un célebre cuadro pintado por el muralista mexicano Diego Rivera en 1954 con la ayuda de su asistente guatemalteca, la muralista Rina Lazo, en el cual se palpa el golpe de Estado al pueblo guatemalteco y a su presidente Jacobo Árbenz por parte de la empresa United Fruit Company y […]
Con este nombre se conoce un célebre cuadro pintado por el muralista mexicano Diego Rivera en 1954 con la ayuda de su asistente guatemalteca, la muralista Rina Lazo, en el cual se palpa el golpe de Estado al pueblo guatemalteco y a su presidente Jacobo Árbenz por parte de la empresa United Fruit Company y la CIA, cuyo director era Allen Dulles.
El soldado del pueblo, como le llamaban a Árbenz, en su período presidencial (1951-1954) decretó una reforma agraria que le devolvía la tierra a quienes la trabajaban. Esto atentaba contra los intereses del emporio frutero que se había establecido en 1901 en las Repúblicas Bananeras (forma despectiva con que los gringos llaman a los países caribeños productores de cambures y plátanos).
Allen Dulles fue el cerebro e impulsor de esta operación encubierta que consistía en sembrar pruebas de vínculos comunistas para decretar a Guatemala como amenaza inusual y extraordinaria. Para ello contaba con un presupuesto inicial de 3 millones de dólares, destinados al despliegue de una enorme operación de propaganda anticomunista en la que también se llevaría a cabo una invasión armada. La CIA contaba con sus dictadores títeres del Caribe: Anastasio Somoza de Nicaragua, Marcos Pérez Jiménez de Venezuela y Rafael Leónidas Trujillo de la República Dominicana.
En el centro del cuadro destaca John Foster Dulles, hermano mayor de Allen Dulles y secretario de Estado y cuya firma de abogados Sullivan and Cromwell representaba los intereses de la United Fruit Company. Allí aparece estrechándole una mano al títere militar de turno, el coronel Carlos Castillo Armas, pintado en posición de súbdito, y con la otra sostiene una bomba con la cara sonriente del presidente Dwight Eisenhower. Detrás de estos están John Peurifoy, embajador estadounidense, y Allen Dulles, miembro junto a su hermano de la directiva de la empresa frutera, con un fajo de dinero en su bolso y regalando dinero a los comandantes militares por hacer el trabajo de vender la patria. Atrás a la izquierda un grupo de indígenas esclavos cargan los barcos de la United Fruit Company con sacos de plátanos y cambures. Justo detrás de los comandantes guatemaltecos lacayos aparece el arzobispo Mariano Rossell y Arellano oficiando una misa sobre los cuerpos masacrados del pueblo trabajador. En la parte superior derecha hay una cárcel llena de presos políticos que agitan una bandera patria. Más abajo está Rina Lazo vestida de rojo con una ametralladora en las manos comandando la resistencia.
Jacobo Árbenz, nació en Quetzaltenango el 14 de septiembre de 1913. Se hizo militar en su adolescencia. Participó en la Revolución de 1944 junto a Juan José Arévalo. Durante la presidencia de éste, Árbenz fue su ministro de la Defensa Nacional (1944-1951). Después del golpe de Estado que lo sustituyó por una junta militar que finalmente entregó el poder al coronel Carlos Castillo Armas, vivió un calvario. Acusado de comunista por atacar los intereses de los monopolios fruteros gringos, principalmente con la reforma agraria, y por dar cabida entre su círculo de asesores a los miembros del Partido Guatemalteco del Trabajo, vivió exiliado soportando estoicamente una cruel campaña de desprestigio orquestada por la CIA, al punto de divorciarse y separase de sus hijos. La intensidad de esa arma inmoral fue tan aniquiladora que su hija Arabella se suicidó en Colombia en 1965. Árbenz muere en México el 17 de enero de 1971.
El cuadro adquiere un valor imponderable por varias razones. La primera, porque fue pintado en homenaje a su esposa, la artista mexicana Frida Kahlo. El matrimonio Rivera Kahlo, desde que triunfó la Revolución de 1944 en Guatemala, tenía sobre la puerta de la Casa Azul del barrio de Coyoacán de la capital de México las banderas de México y Guatemala como tributo de unión y solidaridad de ambos pueblos. La segunda, por honrar una solicitud que le hizo el escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias. La tercera, porque le fue encargado, igualmente, por un grupo de pintores mexicanos que deseaban apoyar al pueblo hermano. La cuarta razón, porque Rivera no cobró nada por hacerlo, de hecho, la idea era exhibirlo en una exposición de arte mexicano en Varsovia. Al no concretar esto, unos estudiantes polacos le piden exponerla en una muestra de arte que vio luz al año siguiente. Unos obreros soviéticos, que ya conocían las luchas centroamericanas gracias al filme inconcluso ¡Viva México! (1932) del cineasta Sergei Einsenstein, al estremecerse ante el lienzo, le pidieron a Rivera que le donase el cuadro. Diego Rivera accedió y la obra, prohibida por Estados Unidos, permaneció escondida en el museo Pushkin de Moscú hasta el año 2007. La quinta razón, porque Rivera legó para la humanidad una lección pedagógica para que siempre se sepa de lo que es capaz de hacer el imperialismo estadounidense para saciar su «sed insaciable de riqueza». Con el nombre del mural, el genio de Guanajuato, quiso parafrasear sarcásticamente las palabras del Secretario de Estado estadounidense, John Foster Dulles, por el éxito del golpe de Estado: «esta fue una gloriosa victoria».
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