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Gobiernos progresistas latinoamericanos: La tozudez de los hechos y la ceguera

Fuentes: Rebelión

Un excelente artículo sobre Ecuador de Francois Houtart («El Ecuador de 2015: el agotamiento de un modelo en un contexto de crisis mundial«, Rebelión, 27/08/2015) pone los puntos sobre las íes. El autor, hay que recordarlo, no es ningún ultraizquierdista encapuchado con una molotov en la mano sino, entre otras cosas, el ex presidente del […]

Un excelente artículo sobre Ecuador de Francois Houtart («El Ecuador de 2015: el agotamiento de un modelo en un contexto de crisis mundial«, Rebelión, 27/08/2015) pone los puntos sobre las íes. El autor, hay que recordarlo, no es ningún ultraizquierdista encapuchado con una molotov en la mano sino, entre otras cosas, el ex presidente del Tribunal Juárez sobre la deuda de Estados Unidos con Cuba y el embargo a ese país que funcionó en Coyoacán y estuvo formado por una serie de personalidades antiimperialistas entre las cuales tuve el honor de contarme.

Pues bien, para Houtart estamos ante un fin de ciclo de las políticas de los gobiernos latinoamericanos que algunos califican de «progresistas»y otros de «populistas». O sea, de un grupo muy heterogéneo de gobiernos que abarca sobre todo los de Venezuela, Ecuador, Bolivia pero también el de Argentina que se autocalifica de «populista» y convierte las tonterías de Laclau en dogma oficial porque las mismas sostienen que se terminaron las clases y el sujeto del cambio es «la juventud», ese divino tesoro interclasista. ¡Qué lástima que los grandes banqueros e industriales ganen más que nunca con sus políticas de clase suspendiendo, despidiendo, eliminando las leyes de protección laboral, comprando por nada los recursos nacionales para aumentar así la explotación y el despojo del 90 por ciento de la población!

Caen los precios de las materias primas (agroganaderas o minerales ) bajo los efectos del estancamiento productivo de los países más industrializados o, en el caso del crudo, de la sobreproducción, más el shale oil estadounidense y el aflujo al mercado del petróleo iraní cuya venta fue congelada por tantos años por el bloqueo imperialista. Rusia y China, prestamistas de los gobiernos «progresistas» antes mencionados o importantes inversionistas en América Latina, pasan grandes dificultades y deben devaluar sus monedas. Venezuela atraviesa un período turbulento pues disminuye la renta petrolera y, por lo tanto, no puede importar los bienes que necesita y, a mediano plazo, menos aún mantener la ayuda solidaria a Cuba, Nicaragua, El Salvador y los países del Caribe. Ecuador, que depende de la exportación de crudo, vive una crisis aumentada por la dolarización de su moneda y Brasil, la famosa «potencia emergente» de muchos analistas superficiales, aparece como lo que es, un país dependiente con una distribución brutalmente desigual de la riqueza y no puede ya basarse en la exportación de autos (de marca extranjera) ni de soya y, al mismo tiempo, hacer una política redistribucionista del ingreso y asistencialista para asegurarse una mínima paz social. En Brasil y en Argentina, las fábricas del ramo automotor cierran varios días, despiden, suspenden miles de obreros. La corrupción masiva desprestigia al gobierno brasileño. Los proyectos de fracking y mineros se interrumpen en todas partes porque no son rentables dados los precios del crudo y de los minerales. Eso es bueno para el ambiente y la agricultura pero provoca conflictos sociales, como el de los mineros bolivianos en Potosí, hunde las esperanzas del gobierno argentino en el shale oil de Vaca Muerta o exacerba la extracción desesperada de petróleo por los gobiernos en los territorios indígenas en Ecuador (Yasuní) o de Bolivia (en las autonomías guaraníes) provocando conflictos entre los gobiernos neodesarrollistas y extractivistas y los indígenas y ambientalistas.

De este modo la crisis capitalista mundial y las políticas de los gobiernos «progresistas» (que no tocaron y, por el contrario, preservaron, a las transnacionales, las finanzas y el gran capital y se adecuaron al tipo de inserción en el mercado mundial que ellos les fijaban), conducen en este momento al debilitamiento de esos gobiernos, que pierden consenso en las clases medias pobres y hasta entre los trabajadores y los pueblos originarios. Por supuesto, la CIA, el imperialismo y sus agentes oligárquicos y capitalistas locales aprovechan la crisis y esta situación para tratar de debilitar y derribar a gobiernos a los que difícilmente pueden ganar en las urnas y provocan corridas bancarias y choques sociales. Pero las protestas de los indígenas, ambientalistas y sindicatos combativos no tienen nada que ver con esas maniobras antidemocráticas y subversivas. Rafael Correa calumnia y reprime a los indígenas y a la CONAIE que llamaron a una protesta pacífica que no pedía su renuncia, como él dice, y además desconoce la Constitución ecuatoriana cuando impone la exploración petrolera en los territorios indígenas; Evo Morales y Alvaro García Lineras, por su lado, atacan la democracia y las autonomías comunitarias e indígenas y pretenden acallar las voces de protesta mientras declaran que harán exploraciones petroleras quieran o no los pueblos Guaraníes. Esos son los hechos concretos y tozudos.

Los formados en la escuela cristiana, como Correa y Maduro, ven al mundo como una lucha entre el Bien y el Mal en la que ellos, por supuesto, son el Bien y quienes los critican el Mal, agentes del imperialismo o estúpidos manejados por la derecha. Los educados en la religión estalinista, igualmente maniqueos, hacen una amalgama infame entre las críticas constructivas y de izquierda y los intentos de golpe derechistas, padecen además el síndrome autobusero y respetan el cartelito que dice «no molestar al conductor» (cualquiera sean los virajes y maniobras locas de éste). Para ellos no hay duda: el aparato de Estado (capitalista) debe decidir y aplicar las políticas (capitalistas) supuestamente para bien de esos menores mentales que serían los trabajadores y los intelectuales que toman partido por ellos. Los maniqueos se niegan a ver que, además de una oposición proimperialista, los «progresistas» enfrentan también una oposición social de izquierda. Ellos, en su ciega ignorancia, pavimentan la vía suicida de los «progresistas» a quienes acríticamente pretenden defender.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.